Muerte en el eclipse

Un grupo de representantes de corregimiento, del distrito de Panamá, se fueron hacia Penonomé, Coclé con el fin de observar el eclipse solar total, pronosticado para el 11 de julio de 1991.

Sus contactos le informaron que el pronóstico del tiempo en la capital sería lluvioso, por lo que el fenómeno natural no se apreciaría y la recomendación fue irse a otras provincias.

Fabricio Pineda, ocupaba el puesto de representante del corregimiento de Tocumen, era oriundo de la capital coclesana e invitó a un grupo de concejales y empleados del Consejo Municipal a su vivienda que tenía en el  lugar donde mataron al cacique Nomé.

Había espacio suficiente para diez personas, otras se alojaron en hoteles o donde parientes en la provincia del dígito dos.



Una emoción gigantesca existía, ya que los eclipses, tanto solares como lunares, no siempre se aprecian en todas partes del mundo, aunque este sí se vería en Panamá si el clima lo permitía.

El grupo se marchó a Penonomé, luego se reunieron en la finca de los papás de Pineda donde hicieron un rumbón con rantan de guaro, comida y música típica de Dorindo Cárdenas.

Bailaron, gozaron y disfrutaron de la actividad social hasta que a las 12 de la noche se fueron a dormir.

Al día siguiente, la propiedad estaba llena con unos 20 vehículos, todos preparados para ver el eclipse solar y con protectores en los ojos para no perder la visión.

Observar la corona solar en el eclipse a simple vista provocaría la ceguera, así que en las calles se vendía los protectores oculares como pan caliente.

Lograron admirar el fenómeno natural y luego volvieron a la capital porque había que trabajar.

Ese 11 de julio era jueves, los concejales sesionaron el martes, posteriormente se fueron a Coclé y al terminar el eclipse partieron a la ciudad de Panamá.

Todo normal en la carretera hasta que Lucrecia Marlo, la secretaria del presidente del concejo, empezó hacer piruetas al carro donde viajaba Fabricio Pineda, cuando subían Loma Campana, en Capira.

Fabricio Pineda estaba con su esposa, identificada como Carmen de Pineda, sus hijos Alfonso de 24 años y Luis de 20, mientras realizaba peripecias para esquivar el automóvil de Lucrecia.



El político perdió el control, colisionó contra un árbol, el vehículo de fabricación estadounidense era automático y con cierres eléctricos, se trancaron las puertas, Fabricio Pineda se golpeó con el volante porque no llevaba puesto el cinturón.

No era obligatorio usarlos en esa época.

Ante los hechos, los compañeros se bajaron de sus carros para auxiliar a la familia, el automóvil ardía, y un funcionario municipal de nombre Moisés Martínez, con una piedra, rompió los vidrios para sacar a Carmen, Alfonso y Luis.

Sin embargo, no logró salvar del vehículo a Fabricio Pineda, que falleció asfixiado y con algunas quemaduras frente a la mirada de sus colegas, familia y empleados municipales.

Lo que le esperaba a Carmen Marlo, un proceso penal por el delito de homicidio culposo y una familia destrozada.

Un fenómeno natural se convirtió en un eclipse de la muerte para la familia Pineda.

Imagen del eclipse de Wikipedia,  de la cruz  y rosario Pinterest.

  

Un fantasma en cifras de lectores

Algunas organizaciones no gubernamentales, páginas de internet y el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc) hacen estudios sobre la cantidad de libros editados en la zona o el mundo, lectores y ventas.

Sin embargo, Panamá solo existe para el Cerlalc, ya que las otras organizaciones ni la mencionan en sus análisis, lo que genera horror cultural y educativo en la tierra donde nací.

Por ejemplo: la página Lectupedia.com publicó estadísticas relacionadas con la cantidad de libros leídos por país en junio de 2022, pero Panamá no se encuentra ni tampoco los países centroamericanos.



Solamente un estudio de Cerlalc indica números sobre la cantidad de títulos registrados con ISBN del periodo 2014-2015, que señala 2,975 libros en el 2014 y 974 en el 2015.

Esta cifra ya la incluí en el primer artículo Vender libros en Panamá es como abrir un bar en Irán.

En la página de la Biblioteca Nacional, los números muestran que en el 2013 ingresaron, 2869 peticiones de ISBN, en el 2015 aumentó 2,975; lo que representó un incremento de 109 libros, pero en el 2015 hubo una brutal caída a 974 o 2001 libros menos.

Un espanto total y peor que en Panamá no se sabe nada de la cantidad de cifras de libros vendidos o lectores, no hay números sencillamente, un tema tabú como la muerte del presidente José Remón Cantera, que se desconoce, quién o quiénes fueron sus asesinos.

Lo cierto es que no sé si llorar o sentir vergüenza porque en Panamá existe capital abundante, tanto estatal como privado, no obstante, la sociedad prácticamente mira hacia otro lugar.



Para muestra un botón o los casi 10 mil libros que dejaron dañar de la biblioteca del Instituto Nacional, no ocurrió nada, cero sanciones, responsables y la vida sigue igual.

Que no existamos para las organizaciones internacionales en el tema de lectura es espantoso, horroroso, terrorífico y maléfico.

Para numerosos empresarios y políticos la lectura y la cultura no vende, tampoco consigue votos para un puesto de elección popular.

Esa es nuestra oscura realidad.

Con todo esto ojalá que haya una tabla de salvación, de lo contrario vamos culo para el barranco.

 

 

 

El 'sapo' del ministerio

En el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) laboraba Emérito Zaldívar, como asistente en la Dirección de Contabilidad y con aspiraciones desde hacía seis años a la posición de Contador I.

Blanco, ojos pardos, cabello negro, delgado, de mediana estatura, con 29 años, tramitaba su diploma como Contador Público Autorizado (CPA), hacía bien su labor, sin embargo, era quien le filtraba al jefe todo lo que ocurría en la oficina.

Sencillamente, es lo que se conoce en Panamá y otros países como “sapo”, ya que su superior tenía una red de espionaje, en todos los rincones de la gigantesca dirección, como era un capitán jubilado de la Policía Nacional (PN), muchos son déspotas y quieren estar informado de todo.

Entre dos o tres veces por semana, Emérito Zaldívar, se encerraba para revelar todas las infidencias acontecidas, no solo en la oficina, sino en el MEF.



Aparte de ganar gracia con su superior, el caballero pensaba que a punta de sapería lo ascenderían a la posición que tanto anhelaba.

En seis años, pasaron tres directores y con los todos hacía lo mismo, lo que se traducía en que Emérito Saldívar, se “cuadraba” con cualquier jefe.

Como premio por contar los chismes, su superior, identificado como Gonzalo Marytierra, lo premiaba con giras al interior, le tiraba toallas de 20 o 30 dólares y lo complacía con algunos caprichos.

Había un viaje para Estados Unidos, el “batracio” aspiraba a pasear por Nueva York, a un curso de contabilidad que dictaría el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), por dos semanas, con gastos pagos y mil dólares por cualquier eventualidad.

No obstante, en la oficina estaba recién llegada una dama de nombre Zuleyka Amores, de piel canela, cabello lacio, ojos oscuros, delgada y senos operados, mujer que dejó loquito a Gonzalo Marytierra.



Emérito Zaldívar ya había escuchado que la joven, de 25 años, era querida del ministro, corrió a donde su jefe a informar que no se metiera con la fémina porque lo podrían botar.

Toda esa información llegó a los compañeros de trabajo y obviamente que a donde la chica, quien molesta, se lo comentó a su padrino, el ministro, figura que  no era su amante sino su tío.

Al “sapo” se le formó tremendo problema por el bochinche que difundió con el objetivo de ganar gracia y un viaje a la Gran Manzana.

Vino la quincena, llamaron a Emérito Zaldívar de la Dirección de Recursos Humanos para notificarle que fue destituido de su puesto porque el cargo era de libre nombramiento y remoción.

Le lloró a Gonzálo Marytierra para que hablara con el ministro y lo restituyera, pero su exjefe lo tiró al agua y le respondió que le contaron que a sus espaldas despotricaba contra él.

Al final, la posición de Contador I y el periplo se lo dieron a Zuleyka Amores y el “batracio” se fue sin empleo, con una mano adelante y otra atrás, lo que evidencia que todos los sapos mueren reventados.

Fachada cortesía del MEF.

Imagen de calculadora de Daniella Britannia Quesada.

¡Están secuestrados!

La habitación de unos diez metros cuadrados, en una residencia en Los Montes de María, departamento de Bolívar, en Colombia, estaba pintada de negro, con las ventanas tapadas y un bombillo que solamente se encendía tres veces al día a la hora de comer.

Allí estaban encadenados  en el piso, James Maldonado, Dulce y Azucena Maldonado, hijas del caballero, egresado de la Universidad de Cartagena de Indias, en Derecho y Ciencias Políticas y de 43 años.

Dulce rompió a llorar, golpeaba con una taza de metal el suelo para indicar que necesitaba ir al inodoro, luego entró un hombre con una capucha que ocultaba su rostro.

-Callate la boca. Rocordá que están secuestrados-, dijo el desconocido masculino, delatado por su acento antioqueño.

La historia inició un viernes 11 de abril de 2003, cuando el abogado, su esposa Mercedes Pulgarín y sus hijas, cenaban en su apartamento, a las 6:30 p.m. en Cartagena de Indias y llamaron a la puerta.



Era un masculino blanco, se identificó como “Mono Churro”, le comentó a James Maldonado que había cuatro hombres detenidos en la cárcel de la ciudad, por lo que requería que los representara legalmente.

Sin embargo, los presos no eran cualquiera, sino miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), los paramilitares de derecha que arrasaban, mataban y sembraban terror en los pueblos donde la guerrilla izquierdista controlaba tierras.

El abogado, sorprendido ante la visita, aceptó defender a los paracos, además no tenía otra opción, ya que las AUC conocían su dirección.

Una Colombia convulsionada, principalmente en tierras donde el Estado no tenía presencia, fue foco para crear los paramilitares de derecha, enemigos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

Despojo de territorio, robo de ganado, matanzas colectivas, desplazados, asesinatos de políticos, tanto de la derecha como la izquierda, coches bomba y ataques militares, destruían el hermoso país sudamericano.



Mientras tanto, James Maldonado, logró a los tres meses sacar de prisión a los derechistas, cobró sus servicios profesionales y siguió su vida como docente en la universidad, donde se graduó y litigando hasta que pasaron dos semanas.

El letrado en leyes estaba con sus hijas en Bocagrande, a las 8 de la noche, cuando se acercaron cuatro hombres armados, le apuntaron con pistola y lo introdujeron en un vehículo con vidrios polarizados. También se llevaron a sus princesas de 13 y 15 años.

James Maldonado, era acholado, piel canela, alto, ojos oscuros, cabello lacio, oriundo de Tunja, departamento de Boyacá, su padre emigró con su familia a la ciudad costera para trabajar en el puerto como supervisor de carga.

Sus hijas salieron a su madre, una pastusa, blanca, de ojos miel, pelo rubio y mediana estatura.

Mercedes Pulgarín estaba de vuelta y media con toda su familia privada de libertad, mientras que el ejército peinaba zonas como Arjona, Turbaco y El Carmen, entre otras, para liberarlos.

Todo Colombia conocía el secuestro y las víctimas eran alimentadas con arepa, huevo y café, no se bañaban, tampoco les proporcionaban ropa y no habían pedido rescate. Llevaban una semana ocultos.

Un vecino de los Montes de María le dijo a un soldado que en una casa había cuatro hombres y uno de ellos compró una toalla sanitaria, lo que alertó al militar de un posible escondite.


A las tres horas, soldados colombianos fuertemente armados, llegaron en silencio a la vivienda, rompieron la puerta, detuvieron a los secuestradores e ingresaron donde estaban las víctimas.

El sargento encendió la luz y vio a los secuestrados, las niñas empezaron a llorar, su padre también, pero de alegría.

-Bienvenidos a la libertad-, comentó un soldado raso.

Los paramilitares pensaban solicitar un rescate de  4 millones de pesos (unos 2 mil dólares para la época) o lo cobrado por el abogado por sus servicios, pero nunca lograron comunicárselo a la víctima.

Eso fue lo que le dijeron al ejército, luego se llevaron detenidos a los paracos y la familia logró reunirse. 

El empresario insaciable

 Alejandro Bilbao, era uno de esos empresarios que solamente le interesa el dinero, el poder, los negocios, no tenía ética comercial, ni amigos, solo socios, mientras que era donante de campaña de numerosos políticos.

De 59 años, católico, accionista de una aerolínea, un canal de televisión, dos radioemisoras, un periódico, tenía un puerto para sus barcos en Panamá Oeste, banquero, negocios con aseguradores y hoteles.

Todas las explotaciones adyacentes al Canal de Panamá o eran de su propiedad o estaba metido en ellas, poseía ganado bovino, caballos, importaba vehículos europeos, licores, poseía una compañía de comercio de madera, pollos, una fábrica de embutidos y otros negocios.

Era blanco, de ojos verdes, alto, delgado y de raíces del país vasco, cuyos antepasados emigraron al istmo en 1881, en pleno apogeo de la construcción del fracasado Canal francés.



Casado con María Clemencia Pombo, una oligarca, de Bogotá, forrada en plata, mientras que a sus dos hijas, Irina y Sofía, las matrimonió con un panameño de origen sefardí y a la otra con comerciante de origen jordano.

Hasta en el matrimonio Alejandro Bilbao encontraba la forma de hacer negocios porque el dinero y el poder siempre van juntos.

Nunca daba la cara cuando los derechos de sus trabajares eran violentados, no perdía un solo litigio en los juzgados laborales, ni en las huelgas, además era frecuente donante de campaña de candidatos presidenciales, alcaldes y diputados.

Su fórmula era apoyar a los posibles ganadores para posteriormente cobrar con negocios o concesiones, en la cual siempre ganaba y el Estado perdía.

Tenía un grupo de ventrílocuos que hablaban por él en los medios de comunicación donde era accionista, atacaba mediante campañas a sus posibles adversarios y usaba su poder para neutralizar su competencia comercial.

Era casi un dios, un intocable para los presidentes, el Órgano Judicial, tenía una barrera protectora en todos los sentidos.

Evadía impuestos y arrodillaba a las autoridades a través de sus medios de comunicación.



Durante su cumpleaños 61 se hizo una fiesta a todo dar, con mucha champaña, güisqui, comida y música clásica.

Sin embargo, a los seis meses de la parrada,  su salud inició la carrera hacia el deterioro, olvidaba las cosas, tenía mucha dificultad para andar, se perdía en su inmensa mansión de San Francisco y su personalidad cambiaba de forma radical.

Los galenos le diagnosticaron demencia senil o la enfermedad de Alzheimer, un mal sin cura y terminal.

El poderoso hombre daba sus 2 mil millones de dólares de fortuna para curarse, no obstante, ni en Houston, La Habana o Europa, su enfermedad tenía remedio.

A punto de cumplir 63 años, había un grupo de enfermeras que lo bañaban, lo alimentaban, le cambiaban la ropa e incluso le limpiaban el trasero cuando evacuaba porque ni eso hacía.

Los días del omnipotente empresario terminaron como un bebé de seis meses, sin memoria, auxiliado para caminar, comer, cagar y bañarse.

Muchos no entienden que en este mundo hay cosas que el dinero y el poder jamás comprarán.

 

Cuadrangular de por vida

Los periodistas panameños acostumbran a jugar bola suave en la liga Solo Periodistas de la Asociación Deportiva Solo Periodistas (Adespe), en el cuadro cercano al Ministerio de Obras Públicas (MOP).

Ese sábado jugaba el canal 3 de televisión contra el equipo del periódico, El Mundo, ganador de unas cinco copas y campeón de la última temporada, con unidades bien preparadas y toleteros a montón.

Una de las pocas oportunidades que tenían los comunicadores sociales para reunirse, beber algunas cervezas, platicar, estar con su familia, comer y deleitarse de una camaradería fabulosa.

Corría el 2006, las gradas llenas, los equipos iniciaron el partido y tiempo después, los jugadores de El Mundo empezaron a meter sus imparables ante los aplausos del público.



El marcador iba 13-1, a favor de los campeones, pero le correspondía el turno al bate a Richard Córdoba, de 29 años, reportero y jardinero del Canal 3, de tez canela, alto, ojos pardos, abundante cabello negro, delgado y corría como una gacela.

Ya llevaba dos tiros en contra, a punto de ser abatido, cuando el lanzador le disparó una recta, el bateador se acomodó y le metió un “leñazo” a la pelota que viajó a una impresionante velocidad de 90 kilómetros por hora.

Los fanáticos del Canal 3 se levantaron, pero la esférica se fue en dirección a la derecha o hacia las gradas que tenía una malla de protección, sin embargo, había un pequeño orificio del tamaño de tres pelotas de bola suave.

Por ironías de la vida, la pelota ingresó por ese hueco y se dirigió donde Ema María, blanca, de ojos avellana, cabello castaño oscuro, de mediana estatura, delgada y muy linda, quien laboraba como locutora en la radioemisora La JK.



La fémina platicaba con una periodista y ninguna de las dos se dio cuenta de lo acontecido, un camarógrafo gritó su nombre, pero cuando Ema María volteó la cara, la bola impactó contra la joven de 27 años.

Un diente afuera, sangre, el tabique roto y todo el público corrió para ayudar a la mujer, llamaron a una ambulancia, los paramédicos le dieron los primeros auxilios y la trasladaron al hospital Santo Tomás.

Richard Córdoba, era un caballo jugando y todos se sorprendieron por el batazo.

Tras el golpe, estaba más blanco que la nieve, fue donde la dama y la acompañó a la ambulancia, además del nosocomio.

Él era divorciado sin hijos, ella también, no obstante, tenía una niña de dos años.

A la fémina le dieron dos semanas de incapacidad, Richard la visitaba a diario, le llevaba flores e hicieron gran amistad, aunque él se sentía culpable y con mucho remordimiento.

Ema María le dijo que no tenía nada que perdonar, fue un accidente deportivo,  con el tiempo empezaron a salir como amigos y posteriormente de novios.



Luego de dos años se casaron, hicieron tremenda rumba con orquesta de salsa y muy concurrida en su mayoría por comunicadores sociales.

Maritza Miller, prima de Emma María, fue la madrina de la boda, cuando le correspondió hablar, todos rieron por sus palabras.

-Richard, no eres gran jugador, pero con mi prima metiste un cuadrangular de por vida-.

Fotos cortesía de Rubén Polanco.

 

El rabiblanco y la chorrillera

 Crescencio Navarro Aragón, era uno de esos rabiblancos, miembros del Club Unión, quien era la oveja descarriada de su familia, adicto a la marihuana y de a milagro tenía estudios secundarios terminados.

Pero no todo fue su culpa, su padre era integrante de una de las familias “honorables” de las que fundaron la República de Panamá, maltrataba a su madre verbalmente, la golpeaba, tenía otras mujeres y una hija con una exempleada doméstica.

Su madre, Oreida Aragón, se matrimonió por razones de dinero, como sucede normalmente entre los que ostentan el poder económico y una práctica heredada de los reyes de Europa, porque unir dos reinos los hace más fuertes.

Entre los miembros del famoso club panameño, le llamaban a Crescencio “Fulo droga”, ya que era rubio, alto, de ojos verdes y con la mirada perdida, principalmente cuando estaba “trabado” en el cannabis.



Lo expulsaron de varios colegios privados, lo enviaron a Estados Unidos y allí lo sacaron de una academia militar y también de Chorrillos, en Perú, por mal comportamiento.

“Fulo droga” daba la impresión que no tenía futuro alguno, vivía con sus padres en una mansión en Obarrio, con piscina, cancha de tenis y todas las comodidades, pero el hombre se perdía para ir al Chorrillo a chupar cerveza de la antigua Zona del Canal y fumarse su pito.

Los maleantes del área lo conocían, nadie se metía con él porque siempre llevaba dinero, patrocinaba cerveza y marihuana, además la plata le servía para irse con una chica de barrio con el fin de “bicicletear”.

Al final de tanto viaje, Crescencio Navarro Aragón, preñó a una chorrillera llamada Kiara, hermosa, de raza negra, culona, tetona y con hablar de rakataka, la tapa del coco para la familia del oligarca.

El rancho ardió, hablaron con la dama para que abortara, ella se negó y mandó al carajo a la futura abuela, quien la citó en un restaurante de Bella Vista para hacerle la indecente propuesta.

-Usted y su plata se van a la verga doñita, no necesito su dinero-, le respondió Kiara, la amiga de cama de “Fulo droga”-.

La señora sorprendida se retiró del local, no sin antes advertir que la niña que tendría no heredaría ni un centavo de los Navarro-Aragón, ni su hijo estaba obligado a dar pensión porque ellos tenían dinero y poder.



La única habilidad de Crescencio Navarro Aragón, era de pintar cuadros, cosa que hacía muy bien, con sus contactos con los zonian, les vendía el fruto de sus habilidades para mantener a su niña cuando nació.

El hombre se llevó a su negra de El Chorrillo a un arrendado apartamento de dos recámaras, en Betania, convertido en nido de amor y conflictos cuando el caballero estaba drogado.

No es fácil vivir con un amigo de las drogas, pero Kiara logró domarlo con su miel natural y pezones oscuros, tanto que el hombre bajó la guardia y consumía menos marihuana.

Tiempo después, los papás,  el hermano de "Fulo droga" y este se fueron a una fiesta dominical en Coronado, donde hartaron y bebieron licor.

Mariana, era la única nieta de la familia y no fue invitada, ni Kiara, pero cuando el grupo regresaba a la Ciudad de Panamá, don Navarro venía hasta la guacha y chocó contra un poste. Todos murieron.

Los parientes intentaron quedarse con el dinero, pero un abogado izquierdista conocía a Kiara y usó sus conocimientos para entablar un proceso de sucesión no intestada e incluyó a la hija de la empleada doméstica en el litigio judicial.

Hizo un matrimonio post mortem entre Kiaria y Crescencio, lo que enfadó a la familia del rabiblanco que pensaba quedarse con todo.

Como murieron  los herederos de primera línea o grado, el juez ordenó repartir los bienes entre la bebé de Kiara y su tía, la hija de la antigua mucama de los Navarro Aragón.

La familia de los Navarro y Aragón apelaron, pero las dos instancias correspondientes confirmaron la decisión del juez.

Kiara y la hija de la doméstica en su vida imaginaron que el destino cambiaría su futuro.

Evasión cinematográfica

Se sentía alguna tensión en la sala de audiencias, ya que cinco sindicados eran juzgados por los delitos contra la administración de justicia (evasión), asociación ilícita para delinquir y corrupción de funcionarios públicos.

Melquiades Zorrilla, Filomeno Castillo, Jorge Hill y Martín Blackwood, eran los sindicados, más el mayor Rigoberto Yanis, del Servicio Marítimo Nacional de Panamá, a quien lo acusaron de estar en la componenda.

Los tres primeros eran reconocidos asaltantes de bancos, detenidos en una celda de máxima seguridad, ubicada en la isla Naos, una base de la marina militar panameña, y de donde realizaron una espectacular fuga, digna de una película.

Una motonave los recogió aproximadamente a las 5:00 de la madrugada en la isla, los caballeros bajaron, sin embargo, los centinelas abrieron fuego y los antisociales respondieron con armas de grueso calibre.



Milagrosamente, nadie resultó herido, pero los delincuentes lograron atracar en la antigua rampa, ubicada en Paitilla, donde lo esperaban dos automóviles, con el fin de esconderlos hasta que abandonaran del istmo.

Por esas ironías de la vida, la rampa está a pocos metros del parque Nacho Valdés y las autoridades colocaron un letrero para advertir que el lugar no era puerto y estaba prohibido desembarcar mercancía o mariscos.

En esa misma zona, los antisociales abordaron los autos y salieron con rumbo desconocido, mientras que la policía peinaba a diario varias zonas populares para encontrar a los evadidos de una cárcel, donde supuestamente nadie podía escapar.

Los medios de comunicación social, principalmente los impresos, se burlaban del gobierno porque pasaron dos semanas y no capturaban a los reconocidos maleantes.

Melquiades Zorrilla, era apodado “Luna brillante”; Filomeno Castillo, era conocido como “Coyote loco”; Jorge Hill, le llamaban en el mundo de la delincuencia “Gallote” y el nombre de Martín Blackwood, en el bajo mundo, era “Cabeza de perro”.

Los tres primeros estaban detenidos en la cárcel, “Cabeza de perro” pagó 10 mil dólares a un piloto colombiano para guiar la lancha y al día siguiente regresó a su tierra, ya que el panameño era dueño y gerente de una casa de empeño, cuyo capital posiblemente era sucio.

Mientras tanto, la mirada de “Luna brillante” intimidaba a los periodistas y algunos presentes en la sala de audiencias.

Todos vestidos pantalón vaquero azul, camiseta blanca, zapatillas sin cordones, esposados y con grilletes, observaban al representante del Ministerio Público sustentar sus acusaciones y se reían de sus argumentos.



El abogado de Rigoberto Yanis, Patricio Díaz, explicaba que su cliente no guardaba relación alguna con la evasión, ya que no estaba en la base en ese momento, pero por razones políticas lo incluyeron en la investigación para no ascenderlo a subcomisionado.

También salió a relucir que la orden de la policía era matarlos a todos, debido a que ni la seguridad del Estado conocía el plan, la forma como se ejecutó causó una afrenta al gobierno y la noticia le dio la vuelta al mundo.

La recaptura se realizó en un barrio de clase media alta, en el corregimiento de Betania, donde no faltaron los tiros y heridos, pero no fallecidos.

El juez Armando Guerrero escuchaba las partes, el fiscal Peter Muñoz, con duros términos para Yanis y los acusados, pedía ocho años de cárcel para cada uno por los delitos que los acusaban.

Una condena para el mayor sería el final de su carrera, solo había pruebas circunstanciales en su contra, pero los demás estaban enredados en las patas de los caballos y poco podía hacer sus abogados.

Terminó el juicio, los reporteros gráficos y camarógrafos se peleaban con la seguridad para hacer una mejor toma de los sindicados, quienes sonreían ante las cámaras.

Un estricto cordón de seguridad, los escoltó y llevó hasta los automóviles donde los trasladaron a la cárcel.

Un mes después, el juez Guerrero le metió seis años a cada uno y absolvió al mayor Yanis.

Al cumplir sus penas, salieron de prisión, siguieron su vida criminal, menos “Luna Brillante”, quien se convirtió en evangélico 20 años después de pagar su pena.

Pero la pregunta que quedó sin respuesta fue la siguiente: ¿quién les auxilió o les abrió las celdas para que escaparan? Nunca se supo.

Imágenes cortesía del Órgano Judicial de Panamá y no están relacionadas con la historia.


La 'chacalita'

Esa noche, antes del toque de queda de las 10:00 p.m., las parejas bailaban bien apretadas la canción “Regresa pronto” de Dorindo Cárdenas, en la parte trasera de una vivienda en Burunga, Arraiján, Panamá Oeste.

Una simple reunión de cuatro amigos, “Conejo”, “Ratón”, “Loco pelao” y “Limpio”, se convirtió en un asado de pollo y carne, mientras chupaban cerveza Martens, pues era la más barata en tiempos de pandemia.

Tras dos horas de estar bebiendo los caballeros, llegaron sorpresivamente Eloísa, María Fernanda, Lucrecia y Ana, todas vecinas de “Ratón”, el dueño de la casa, con gigantesco terreno y un patio trasero enorme.

Había abundante leña de árbol de nance para el fuego y carbón que le proporcionaba un toque especial al asado, muy panameño.



“Limpio”, era un hombre maduro, de piel canela, de 40 años, ojos pardos, abundante cabello, color “sal y pimienta”, gerente de un almacén en Westland Mall y recién divorciado.

El veterano quedó loquito con María Fernanda, una chica, de 20 años, blanca, pelinegra, ojos brillantes y oscuros, muy coqueta, delgada y atractivo natural.

“Limpio” atacó, atacó y atacó, bailó con la joven, mientras sus amigos le gritaban “apriétala duro, Limpio”, la pareja sonreía.

Los visitantes debían marcharse porque si los agarraba el toque de queda, serían detenidos, pero “Limpio” se fue con el número de celular de María Fernanda.

A la semana, los tórtolos se citaron para dar una vuelta en el Westland Mall, allí fue cuando descubrió “Limpio” que su guialcita era una chacalita por su forma peculiar al platicar y con la muletilla del “o sea”.

En Panamá, las chacalitas son mujeres de escasos recursos económicos, quienes platican con un cantadito propio de los maleantes, aunque no todas las chicas humildes, capitalinas o de la periferia hablan así.

“Limpio” se la llevó a una reunión de unos amigos y al escucharla, todos quedaron sorprendidos porque no era el tipo de mujer que le gustaba al gerente, quien en su tiempo libre era pintor.

Le respondió a una compañera de trabajo que intentaría pulir y rescatar a la jovencita, quien tenía un hijo con un vecino de barrio que no laboraba ni estudiaba, además estuvo preso varias veces.



María Fernanda era la típica mujer de barrio que no busca o aspira a un mejor futuro, se queda donde vive, no quiere estudiar o prepararse y se involucra con hombres para que la “resuelvan”, aunque en el camino salen preñadas y suma más dificultades.

Todo esto lo sabía “Limpio”, apodado así no por ser un caballero sin dinero, sino que le gustaba estar pulcro, perfumado, bien peinado, con ropa almidonada y zapatos lustrados.

Los vecinos del varón también se quedaron estupefactos cuando la escucharon hablar y se reían del hombre, pero a él no le interesaba las críticas de envidiosos porque salía con una mujer 20 años más joven que él.

Dos meses tenían de relación, sin embargo, la dama se pasó de lista y confundió a su novio con un cajero automático, hasta que él la invitó a su casa un día y su pareja se apareció con una lesbiana.

Eso fue la gota que derramó el vaso, él la cuestionó por su acompañante y la respuesta fue de que su amiga tenía muchos problemas.

-Yo también tengo problemas y no ando por ahí en la calle con un maricón-, dijo “Limpio”, molesto.

Despachó temprano a María Fernanda con su amiga, luego le aplicó la revocatoria de mandato y la bloqueó de sus redes sociales y celular.

Todos los intentos de la chacalita por recuperar a su novio fracasaron, jamás volvió a contactarla y el hombre aprendió que una manzana podrida no se consume.

'Mil caras'

El juez duodécimo penal no tuvo clemencia al condenar a 20 años de prisión a Arnaldo Urriola, de 62 años, a pesar de que su abogado argumentó razones de salud y de edad para una pena menor.

La sentencia era clara, había estafado a unas 25 personas y seis empresas, con distintos nombres, documentos alterados, cuatro pasaportes falsos, decía que era tico, venezolano, darienita, chiricano y colonense para lograr sacar dinero a los incautos.

Un banco, tres financieras, cuatro políticos, una organización no gubernamental y otras personas comunes y corrientes fueron víctimas del caballero, a quien le apodaban “Mil caras”.

Los propios funcionarios de instrucción quedaron con la boca abierta cuando detuvieron al sujeto en una operación encubierta, tras la denuncia de un comerciante jordano estafado por “Mil caras”.

El delincuente compró dos BMW con dinero falso, pero era tan inteligente que el papel moneda pasaba la prueba del marcador de plata alterada.



Muy hábil era Arnaldo Urriola, ya que unos colombianos le proporcionaron el monto alterado.

Un abuelito, esposado, con grilletes, mirada triste y carita de “yo no fui”, esquivaba su indagatoria porque, en el año 2005, aún existía en Panamá el sistema inquisidor en el ámbito judicial.

En un principio se acogió al artículo 25 de la Constitución Nacional que establece que nadie está obligado a declarar en su contra, ni de sus familiares en consanguinidad y afinidad.

No obstante, en la tercera declaración de indagatoria, en la Fiscalía Segunda de Circuito, el hombre confesó que incurrió en la comisión de hechos punibles porque el capitalismo salvaje también robaba.

-Los bancos roban, las empresas roban, las aseguradoras estafan, en los cines te venden palomitas de maíz, pero te transan y los políticos se llenan de la plata del pueblo y nada les hacen-, resaltó en su declaración.

El caballero tenía un extenso prontuario delictivo, en un principio, un ladrón de poca monta que hurtaba ropa y zapatos en almacenes, carterista y alimentos en supermercados.

Con el tiempo prefirió perfeccionar sus actos delictivos, escoger a sus víctimas porque si regresaba a la cárcel sería por una codiciada suma y no por dos reales, ya que al final la condena sería igual por robar 20 dólares o 20 mil dólares.

Antes de ser atrapado, le dieron una medida cautelar de país por cárcel por otro caso, se presentaba en los pasillos del Órgano Judicial, para hablar con todos los abogados y funcionarios, luego de firmar los días 30 de cada mes.



El escurridizo estafador no tenía límites para timar porque desde hermanos, primos y antiguos compañeros de trabajo caían víctima de sus acciones.

Mientras que la sentencia lo obligaba a ir donde un psicólogo a tratar su mitomanía, aunque el juez consideró que era lo suficientemente cuerdo para cumplir su condena.

Fue benévolo, ordenó que lo trasladaran hacia el Centro Penitenciario El Renacer, ubicado en las riberas del Canal de Panamá, prisión que los internos consideran un “resort”.

La policía, harto de sus andanzas, lo trasladó desde las oficinas del Órgano Judicial, en Ancón, hasta la prisión canalera.

El hombre, de baja estatura, blanco, cabello de nieve, escuálido y ojos pardos, entró al penal con su pantalón azul, zapatillas blancas, sin cordón y camiseta, blanca, donde lo más temprano es que saldría es a los 72 años, si se portaba bien.

Así terminó la carrera criminal de uno de los más grandes estafadores del istmo.

Imágenes cortesía de la Policía Nacional y el Órgano Judicial de Panamá.

 

El maldito gordito

Pacífico Martínez, de 24 años, laboraba como mensajero en un banco en David, Chiriquí, Panamá, donde apenas ganaba para apoyar a su familia, de cuatro personas que luchaban por salir adelante.

Blanco, delgado, cabello negro hasta los hombros, ojos pardos y parrandero, tenía una novia de Puerto Armuelles, identificada como Lucía, de 20 años, culisa, pocotona y estudiante de contabilidad en la Universidad Autónoma de Chiriquí (Unachi).

En el banco, la oficial de crédito Ernestina de Pérez, blanca, de 40 años, casada, de ojos verdes, algo obesa, cabello lacio y castaño claro, daba la vida para que Pacífico Martínez, le diera “mantenimiento” preventivo, pero el laopecillo no tenía interés en una mujer madura.

Entre los caminos de la vida cotidiana, en una ocasión, Ernestina de Pérez, le regaló un dólar para que el muchacho se comprara un billete del famoso sorteo de la lotería “El gordito del zodíaco” y pactaron que si acertaba se dividirían el premio en partes iguales.





Con una leche que nadie pronosticaría, el imberbe se ganó un millón 200 mil dólares o el premio más el acumulado.

Pacífico Martínez brincaba en un pie cuando vio el número en la pantalla de uno de los televisores, ubicados en el jorón Zebede, mientras bebía cerveza con varios amigos.

La parranda fue tan grande que el hombre no se presentó a laborar el lunes siguiente, sin embargo, se comunicó con la oficial de crédito del banco para darle la fabulosa sorpresa.

A la semana le dieron el cheque, le entregó 600 mil dólares a Ernestina de Pérez e inició la vida loca del chiricano.

Parranda, tras parranda, empezó andar con otras mujeres, dejó a su novia Lucía, se peleó con su familia y compró una casa en las afueras de David, convertida en una sala de baile por las constantes fiestas, todo pagado por Pacífico Martínez.

También renunció a su trabajo porque con ese monto no tenía necesidad de laborar más por el resto de sus días.



“El que nunca ha tenido y llega a tener, loco, se ha de volver”, dice un viejo refrán y le cayó como anillo al dedo al protagonista de este relato.

También ingresaba a uno de los casinos de la capital chiricana a beber guaro y conocer mujeres, tanto era su vida de parranda que lo conocían en casi todos los antros de David.

Tres años después de acertar el premio, Pacífico Martínez, se sintió mal, le dieron convulsiones en un bar, el encargado del negocio llamó a una ambulancia y se lo llevaron al hospital regional Rafael Hernández de David.

Luego de una semana hospitalizado, los galenos le diagnosticaron cirrosis hepática alcohólica, debido a la gran cantidad de licor y cerveza que consumió durante 36 meses.

Un mal que no tiene cura, solamente tratamiento médico y cambio en el estilo de vida, además Pacífico Martínez tenía la opción de un trasplante de hígado, algo tampoco tan fácil.

Hizo los contactos con Ernestina de Pérez, quien averiguó que le costaba unos 20 mil dólares en Colombia, pero debía esperar un donante y que el órgano fuese compatible con su sistema.

Su vida dio un giro radical, enfermo, sin novia, abandonado por sus amigos de chupata, ahora Pacífico Martínez se encuentra en la etapa de aguardar el tan preciado hígado.