La llave que no abrió la puerta

Adriano presionaba a su mujer Alana, desde antes de casarse porque su máximo fetiche era introducir su llave por la cerradura de la puerta trasera, sin embargo, la esposa del ingeniero civil se negaba.

El caballero era de esos masculinos creyentes de los fetichismos con las mujeres voluptuosas, principalmente las que poseían una popa tan grande y se imaginaba un trasatlántico o un fondo del tamaño de la Fosa de las Marianas.

Alana se negaba bajo el argumento que no le interesaba, además que las primeras veces provocaban un intenso dolor y que no todo es como en las plataformas digitales donde se actúa en las triples equis.



Todos los intentos de Adriano en darle vino, güisqui, ron, cerveza y ginebra a su esposa para satisfacer su necesidad erótica fallaron, le rogaba y poco le faltaba que en su rostro lloviese y Alana accediera.

La dama era una de esas mulatas dominicanas, alta, linda, cabello alisado, ojos miel, largas y gruesas piernas, piel canela y de retaguardia inmensa que hurtaba miradas masculinas y femeninas.

Ella consultó con algunas amigas, unas le aconsejaron que accediera a lo que su cónyuge le pedía porque lo que no se recibe en casa, el varón lo busca en calle y tarde o temprano lo encuentra.

A pesar de todas las sugerencias, Alana se negó a que su marido abriera la cerradura de su puerta trasera y todo seguía igual hasta que en el edificio donde vivía el matrimonio, alquiló un apartamento una chiricana de 45 años, de piel canela y sexi.

La mujer madura, de nombre, Xenia, le pegó el ojo a Adriano, era de esas de armas a tomar, que no andan con historias y cuando un manjar le llama la atención, lo prueba y se lo lleva.



El matrimonio saludaba a su nueva vecina, pero un día Xenia se encontró con Adriano en el supermercado, ella atacó, él respondió, platicaron y llegó el famoso tema de la puerta trasera.

Xenia fue al grano le dijo que ella no creía en tabúes, que usaba las dos vías del tren para gozar el mundo porque solo se vive una vez, al escucharla Adriano le hizo una propuesta y la veterana aceptó.

Los encuentros se repitieron hasta que Alana escuchó, por la aplicación de WhatsApp, un mensaje que su marido le envió a ella, en vez remitirlo a la chiricana, donde oyó peticiones picantes y eróticas.

Hubo un pleito, la caribeña agarró su ropa, se marchó donde una amiga, pasó un año y nada, luego empezó a andar con Abdul, un vendedor de perfumes pakistaní y quien quedó loquito con la culisa cuando la vio.

Nunca hubo reconciliación entre Alana y Adriano, sin embargo, la dominicana accedió a que el oriental introdujera su llave en la cerradura de su puerta trasera para evitarse problemas en el futuro.

Fotografías de Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

1 comentario: