Evasión cinematográfica

Se sentía alguna tensión en la sala de audiencias, ya que cinco sindicados eran juzgados por los delitos contra la administración de justicia (evasión), asociación ilícita para delinquir y corrupción de funcionarios públicos.

Melquiades Zorrilla, Filomeno Castillo, Jorge Hill y Martín Blackwood, eran los sindicados, más el mayor Rigoberto Yanis, del Servicio Marítimo Nacional de Panamá, a quien lo acusaron de estar en la componenda.

Los tres primeros eran reconocidos asaltantes de bancos, detenidos en una celda de máxima seguridad, ubicada en la isla Naos, una base de la marina militar panameña, y de donde realizaron una espectacular fuga, digna de una película.

Una motonave los recogió aproximadamente a las 5:00 de la madrugada en la isla, los caballeros bajaron, sin embargo, los centinelas abrieron fuego y los antisociales respondieron con armas de grueso calibre.



Milagrosamente, nadie resultó herido, pero los delincuentes lograron atracar en la antigua rampa, ubicada en Paitilla, donde lo esperaban dos automóviles, con el fin de esconderlos hasta que abandonaran del istmo.

Por esas ironías de la vida, la rampa está a pocos metros del parque Nacho Valdés y las autoridades colocaron un letrero para advertir que el lugar no era puerto y estaba prohibido desembarcar mercancía o mariscos.

En esa misma zona, los antisociales abordaron los autos y salieron con rumbo desconocido, mientras que la policía peinaba a diario varias zonas populares para encontrar a los evadidos de una cárcel, donde supuestamente nadie podía escapar.

Los medios de comunicación social, principalmente los impresos, se burlaban del gobierno porque pasaron dos semanas y no capturaban a los reconocidos maleantes.

Melquiades Zorrilla, era apodado “Luna brillante”; Filomeno Castillo, era conocido como “Coyote loco”; Jorge Hill, le llamaban en el mundo de la delincuencia “Gallote” y el nombre de Martín Blackwood, en el bajo mundo, era “Cabeza de perro”.

Los tres primeros estaban detenidos en la cárcel, “Cabeza de perro” pagó 10 mil dólares a un piloto colombiano para guiar la lancha y al día siguiente regresó a su tierra, ya que el panameño era dueño y gerente de una casa de empeño, cuyo capital posiblemente era sucio.

Mientras tanto, la mirada de “Luna brillante” intimidaba a los periodistas y algunos presentes en la sala de audiencias.

Todos vestidos pantalón vaquero azul, camiseta blanca, zapatillas sin cordones, esposados y con grilletes, observaban al representante del Ministerio Público sustentar sus acusaciones y se reían de sus argumentos.



El abogado de Rigoberto Yanis, Patricio Díaz, explicaba que su cliente no guardaba relación alguna con la evasión, ya que no estaba en la base en ese momento, pero por razones políticas lo incluyeron en la investigación para no ascenderlo a subcomisionado.

También salió a relucir que la orden de la policía era matarlos a todos, debido a que ni la seguridad del Estado conocía el plan, la forma como se ejecutó causó una afrenta al gobierno y la noticia le dio la vuelta al mundo.

La recaptura se realizó en un barrio de clase media alta, en el corregimiento de Betania, donde no faltaron los tiros y heridos, pero no fallecidos.

El juez Armando Guerrero escuchaba las partes, el fiscal Peter Muñoz, con duros términos para Yanis y los acusados, pedía ocho años de cárcel para cada uno por los delitos que los acusaban.

Una condena para el mayor sería el final de su carrera, solo había pruebas circunstanciales en su contra, pero los demás estaban enredados en las patas de los caballos y poco podía hacer sus abogados.

Terminó el juicio, los reporteros gráficos y camarógrafos se peleaban con la seguridad para hacer una mejor toma de los sindicados, quienes sonreían ante las cámaras.

Un estricto cordón de seguridad, los escoltó y llevó hasta los automóviles donde los trasladaron a la cárcel.

Un mes después, el juez Guerrero le metió seis años a cada uno y absolvió al mayor Yanis.

Al cumplir sus penas, salieron de prisión, siguieron su vida criminal, menos “Luna Brillante”, quien se convirtió en evangélico 20 años después de pagar su pena.

Pero la pregunta que quedó sin respuesta fue la siguiente: ¿quién les auxilió o les abrió las celdas para que escaparan? Nunca se supo.

Imágenes cortesía del Órgano Judicial de Panamá y no están relacionadas con la historia.


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