El amigo de mi hijo

Matías es mi hijo, tiene veintiún años, tras separarme de su padre, me dediqué a su crianza, terminó la secundaria y ahora cursa el tercer año de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Panamá.

Desde el primer año siempre me habló de un compañero que hacía mancuerna con él en el salón, de nombre Luis, sin embargo, ni en fotografía lo conocía hasta que un día mi descendiente me pidió permiso para traerlo a casa y hacer una tarea.

Soy una mujer sola, a mis cuarenta y cinco abriles no tuve más pareja, posteriormente de mi divorcio, así que al ver a Luis me llamó la atención de inmediato su musculatura y esos ojos verdes que lo hacía exótico con su piel canela.



Había un atractivo con ese chico, de veinte años, Matías no descubrió que su amigo me gustó, sin embargo, fui también como un imán para Luis, mientras que esa tarde simulé bastante dada mi condición de señora madura.

Las visitas de Luis en casa se incrementaron, yo callé por temor a las críticas de la sociedad porque sería blanco de ataques por gente que no pierde el tiempo con censurar relaciones amorosas.

Un sábado, el amigo de mi hijo se encontró conmigo en el mercado, nos saludamos, me invitó a desayunar, acepté y charlamos bastante hasta que llegó la hora de despedirnos y me dio su número de móvil.

A las tres horas de irnos, recordé esa conversación con miradas que lo decían todo, derroche de pasión, ganas de besarnos, abrazarnos y hacer el amor hasta quedar rendidos, agotados y exhaustos.



Ese día en la tarde, aproveché que mi hijo se fue para Chiriquí, así que marqué el celular de Luis e inventé que el grifo del fregador se dañó, por lo que necesitaba su ayuda.

Cuando el joven llegó a la vivienda le dije que yo misma lo reparé, lo que provocó una sonrisa coqueta porque se dio cuenta de que fue una excusa, me tomó la mano derecha, acarició mi rostro y el cabello.

Cerré los ojos, sus dedos nadaban por mis pechos, sus labios se unieron con los míos, mi anatomía terminó como cuando nací, al abrir mis pupilas, Luis se cambió de ropa deportiva a traje de Adán y Eva.

Era la primera vez que estaba con un hombre en más de quince años, el mundo era maravilloso, intercambiar fluidos, ser mujer otra vez, que me agarraran fuerte, mis pezones eran una botella de miel para Luis y mis piernas una pista de su Fórmula Uno.

Sabía que todo era temporal, imposible tener de pareja a un compañero de la universidad de mi hijo, pero volví a vivir la vida, perdonen la redundancia, me sentía querida y deseada a mis cuatro décadas.

Mi hijo no sabe que hubo un encuentro sexual entre su madre y su carnal, es nuestro secreto y en el interior de las mentes involucradas siempre nos preguntamos cuándo será el otro asalto.

No pierdo las esperanzas de que otra tarde como esa se repita o cuando el cielo bajó a mis pies.

Fotografía de Dainis Graveris y Pixabay de Pexeles no relacionados con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

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