No todo lo que brilla es oro

Laura y Wilfredo llevaban casi ocho meses de relación a través de varias redes sociales como WhatsApp, Instagram, Tiktok y Snapchat, luego de coincidir en una transmisión en directo para conocer parejas.

Ella con cuarenta y cinco abriles y dos hijos, mientras que el romeo contaba con cincuenta y dos años, además padre de un varón casi de tres décadas.

A diario los enamorados conversaban solo en las noches sobre diversas situaciones que atraviesan los divorciados como el trabajo, pésimos salarios, estirar el dinero, la educación de los descendientes y otras aristas.



Laura era secretaria en la Dirección Regional del Ministerio de Salud en Penonomé, la capital de la provincia de Coclé y su pareja ganaba su sustento como vendedor en una tienda de lujo en Paitilla.

Con el correr del tiempo las pláticas se tornaban picantes y calientes por el calibre de las palabras, las conversaciones en video que ambos realizaban en WhatsApp e incluso llegaron al punto de masturbación entre ambos por esa aplicación.

El sexo virtual no existe porque imposible hacer el amor a través de una pantalla disfrutar de felaciones o caricias, se toca un plástico no una piel, sin embargo, ellos creían que sí lo hacían.

Nunca coincidían los fines de semana para que Laura viajara la ciudad de Panamá a conocer a su novio porque el único día libre que Wilfredo tenía eran los lunes, lo que impedía un encuentro personal entre los tórtolos.



La dama estaba a punto de quiebra, sus amigas le advirtieron en que no confiara en ese tipo de noviazgos, aunque Laura juró y perjuró que su masculino nunca fue al juzgado a casarse.

Para aliviar la desesperación, un lunes que estaba de tiempo compensatorio subió a una buseta Penonomé-Panamá con el fin de dar una sorpresa a Wigberto y estar con él frente a frente.

Durmió durante el trayecto, se bajó en la terminal de Albrook, preguntó cómo hacia para llegar a Multiplaza, le explicaron, abordó un Metro bus y se fue a ver a su novio.

Se bajó en la parada correcta, interrogó sobre el almacén Danubis, le respondieron y se presentó.

En ese momento Wigberto salía del negocio tomado de la mano con una mujer, el impacto fue terrible, ella miró que su pareja llevaba un anillo de casado y la dama también.

Le gritó mentiroso, la esposa del infiel también le formó el Vietnam y ardió Troya para el masculino.

Laura volvió en medio de un mar de llanto a su ciudad, la esposa del conquistador cibernético lo dejó por jugar con dos damas.

Allí se descubrió que la mujer de Wigberto laboraban en las noches, lo que le dejó el campo abierto para sus travesuras.

Mientras viajaba la secretaria le contó a una señora lo ocurrido y esta le respondió que no todo lo que brilla es oro, mucho más esas famosas relaciones cibernéticas.

Fotografías de George Milton y Julia Cameron de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

Atrapado por la batida

 Rogelio Periñán, muy famoso en Villas del Prado, Bogotá, estaba con su novia Mimi, en el bar del paisa Julián Darío, cuando aparecieron de una calle un grupo de siete soldados con fusiles en mano.

Se colocaron frente al negocio, llamaron a un cliente de unos diecinueve años, le pidieron libreta militar, no la tenía, lo pusieron a caminar, se hizo el cojo y le ordenaron colocarse afuera del local.

En pocos minutos se presentaron dos motorizados de la Policía Nacional de Colombia, luego un gigantesco camión de carga, con una lona y dentro de ella decenas de muchachos retenidos.



Se trató de una batida del ejército colombiano, realizadas para que se cumpla el servicio militar obligatorio, tras un conflicto con más de cincuenta años entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el Estado.

El chico atrapado era Saúl, hermano menor de Alfredo, conocido en el barrio como El Caballo, mientras que su primo Fernando, vio todo y se refugió en la vivienda de Tatiana, casi en frente del negocio de Arturo, otro paisa.

Una guerra entre la extrema derecha e izquierda, a los militares les convenía la extensión de las operaciones porque su presupuesto y la ayuda internacional de Estados Unidos crecía cada año.

Obvio que los ascensos de la policía y las fuerzas armadas antes pasaban por la embajada estadounidense, que decidía a quién subir de rango o la figura que vetaban.

Saúl fue una de las víctimas de la pesca estatal de soldados, los insurgentes también hacían sus batidas en los poblados y se llevaban a jóvenes mayores de dieciséis a la selva y a batallar.

Las mujeres ni hablar, adolescente atractiva se convertía en novia del comandante del campo sin protestar o de lo contario le vendría un fuerte castigo.



Mientras que en Bogotá los padres de Saúl intentaron salvar su alistamiento obligatorio con sus papeles universitarios, sin embargo, fue en vano.

El joven fue enviado al Batallón de Artillería de Santa Bárbara, donde se encontró a cachacos miembros del club El Nogal, cuyas conexiones políticas y  económicas evitaron ser trasladados el monte a combatir.

Después de ser entrenado, Saúl con otros soldados, subieron a un helicóptero que aterrizó en Yopal, Casanare y lo asignaron a la Octava División como conscripto.

A los tres meses fueron a una operación contra las Farc, hubo un fuerte intercambio de disparos, morteros y los insurgentes lanzaron cilindros de gas y uno impactó cerca de Saúl.

Las esquirlas rellenaron su cuerpo, pero sobrevivió y lo enviaron al Hospital Militar Central de Chapinero, Bogotá, donde se recuperó de las lesiones.

Terminó de servicio obligatorio, luego llegó la paz con la guerrilla y al final se eliminó en su totalidad las batidas y el reclutamiento forzoso.

La historia de Saúl fue solo una de muchos jóvenes involucrados en una guerra sin pedirlo.

Fotografías del Ejército Nacional de Colombia y Wikipedia no relacionadas con el relato.

 

 

 

 

 

 

Mango maduro

Estefan estaba en la cocina de su restaurante de asados dando el toque especial a los alimentos que consumían en grandes cantidades los clientes del local, muy famoso por su cerdo al vino y pollo al carbón.

No era un cocinero estudiado, sino un empírico que aprendió el arte de la gastronomía porque su padre de igual nombre, se lo llevaba desde niño al trabajo para viese cómo se ganaba el pan.

Con el pasar del tiempo, juntó unos ahorros, pidió un crédito al banco y a sus 35 años abrió su propio negocio, a duro lomo, con el calor de la cocina y entre recetas logró salir adelante.



Estefan era divorciado, ya contaba con 50 años, sus dos hijos estudiados, residía solo en un apartamento en Betania y su transcurrir era normal hasta que al local ingresaron dos damas.

Una blanca de nombre Miranda y la otra de epidermis canela, Artemia, coqueta, delgada, de baja estatura, fría y calculadora, fémina que llamó la atención de inmediato del comerciante de ojos miel y blanca piel.

Él mismo las atendió, la culisa se dio cuenta de que le gustó, preguntó si trabajaba allí que quería hablar con el propietario, Estefan respondió que con él platicaba y la dama se le encendió la alarma.

Sin perder tiempo, en la cuenta Artemia dejó su número de celular para que el hombre se comunicara con ella, eso sucedió, se citaron a un bar, bebieron y se hicieron inseparables.

La chica solo tenía veinticuatro abriles, pero al hombre maduro no le interesó los veintiséis años de diferencia y fue al cuero.



Se hicieron pareja, el varón intentaba complacerla en todo lo que ella solicitaba, paseos, le alquiló un apartamento, le regaló un carro de segunda, mientras que los ahorros del negocio se fueron afectando por gastar más de lo que entraba al restaurante.

Para no quedar mal en el sexo, el caballero consumía bebidas exóticas, una miel, güisqui, viagra o cualquier afrodisíaco que le diera potencia al momento de ir a la cama con su novia.

A los ocho meses Artemia se tornó evasiva, contaba con poco tiempo para los encuentros y le pidió al cocinero que antes de ir al apartamento la llamara porque consiguió un trabajo, lo que hizo dudar al veterano hombre.

Estefan era viejo, no pendejo, por lo que una noche que debía estar en el negocio, se dirigió al nido de amor, las luces estaban encendidas, se suponía que su pareja debía laborar a esa hora. .

Abrió la puerta, escuchó música y risas, al entrar a la sala, Artemia se besaba con un chico de su edad, lo que generó disgusto del hombre herido, sacó un arma de fuego y le ordenó los tórtolos despojarse de sus ropas.

Con la pistola en mano, los desalojó a ambos del inmueble, ella lloró y gritó, sin embargo, los dejó en medio de la calle a los infieles desnudos, ante la sorpresiva mirada de los transeúntes y automovilistas.

El mango maduro aprendió que cuando está así siempre caerá del árbol.

Foto de René Terp y Rdne Stock Project de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

  

El misterioso mago

Akish fue acusado por un monje en el reino de Takan de conspirar contra el rey Larka y sin mediar juicio alguno, el monarca ordenó que fuese ejecutado en la horca a la semana siguiente.

El hombre pidió clemencia, uno de los consejeros del líder de esa nación solicitó un poco más de tiempo para investigar, sin embargo, Larka no cedió, por el contrario, le advirtió a su asesor que si insistía acompañaría a Akish.

Por toda la zona se esparció el rumor de que un hombre inocente subiría al patíbulo por una falsa acusación de un monje, enamorado de Alejandra, la esposa del caballero en desgracia.



Fue una jugada con el fin de sacarlo del camino, llevarla a monasterio para que sirviera a Dios y hacerla su mujer, como era un secreto a voces en Takan que varias mucamas se acostaban con los religiosos.

Seis días antes de la ejecución, en las afueras de Takan, caminaba un anciano de barba larga y blanca, extensos cabellos, ojos miel, usaba un traje negro con túnica, un bastón y llevaba botas de color marrón con clavos en la parte trasera y delantera.

Mientras dos mujeres conversaban del futuro triste Akish, el longevo, escuchó, volteó y preguntó donde estaba el varón, una de ellas respondió que en los calabozos de una de las torres.

Añadió que desconocía en cuál de las diez estructuras encerraron a Akish, el misterioso hombre de tercera edad, les pidió que se calmaran porque no moriría, se marchó y las damas tildaron de loco al viejo.

El señor ingresó al pueblo, se fue hasta la entrada de la cuarta torre, pidió al guardia ver al condenado a muerte, le preguntaron quién era y respondió que su abuelo.

—Solo quiero despedirme de él—.

Lo dejaron entrar, lo llevaron hasta la celda, los soldados reían, empujaron al anciano y lo enjaularon.



—Te quedarás toda la noche para acompañar al conspirador—, gritó un guardia con su espada en el costado izquierdo y una lanza en su mano derecha.

El mago le comentó a Akish que se tranquilizara que su esposa lo aguardaba en un lugar donde nunca lo encontrarían y que antes del amanecer estarían juntos, lo que provocó una risotada del condenado.

Casi a las cuatro de la madrugada, el viejo con su bota derecha se pinchó el dedo izquierdo, sangró, con el líquido rojo hizo un círculo en el piso y le pidió al joven que saltara dentro de la circunferencia.

—¿Está chiflado?

—Haz lo que te ordeno o en unas horas estarás muerto.

Akish obedeció, al caer en el círculo desapareció, luego el longevo hizo lo mismo y se esfumó.

Los soldados fueron a buscar al sentenciado y al anciano, pero no vieron a nadie ni tampoco el piso con la sangre. El misterioso mago cumplió su palabra.

Fotografías de Fariborz y Lum3n de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

  

Madura y roba corazones

 Hace diez años fui gerente en un almacén de perfumes en el aeropuerto internacional de Tocumen, atendía a turistas mexicanos cuando ingresaron al local dos mujeres.

Madre e hija, la primera de unos cuarenta y tres años, mientras que la segunda aparentaba no más de veintidós, pero me impresionó la hermosura de la señora por su porte y elegancia.

Vestía con jeans azul, una camiseta blanca, unas zapatillas del mismo color, con lindo cuerpo, no mayor de 1.70 metros, abundante cabellera parda, ojos oscuros, de nevada piel y sonrisa que me enamoró a primera vista.



Si laboras en cualquier terminal aérea del mundo ves distintas nacionalidades, costumbres, culturas, acentos y gente con deseos de charlar, apenas se bajan del avión.

Las mujeres eran Ana e Michel, ciudadanas chilenas, vinieron a conocer el Canal de Panamá, lugares exóticos como parques nacionales, las playas y dar su vuelta en los centros comerciales de la capital.

Por su acento las reconocí, los mexicanos se marcharon con sus perfumes, Coralia, la dependiente del local, las atendería, pero la sostuve para que me dejara a mí ese fabuloso trabajo.

Sentí su perfume, la dulzura de su voz me embobó, me encontraba recién divorciado a mis treinta y cinco años, no quería volver a casarme, sin embargo, al tener a Ana frente a mí, el discurso de eterno soltero se derrumbó.

Algo extraordinario le tomé la mano sin agarrarla, la besé con tanta intensidad, acaricié sus cabellos largos, sedosos y finos con mi imaginación e hicimos el amor en el paraíso de mi cerebro.



Michel se fue donde Coralia, mientras platicaban, gagueaba al responder las preguntas de la señora madura y relacionada con los precios de los perfumes árabes y franceses.

La dama comentó que desde hacía tres años planificaron venir al istmo por un video que vieron sobre la vía interoceánica, sus playas y los parques nacionales porque amaba la naturaleza.

Me imaginé que era casada, pero no pregunté, tampoco me atreví, una mujer de esa talla sería correteada en cualquier rincón del globo terráqueo, además es prohibido ese tipo de contactos con los clientes, de lo contrario te despiden.

Las féminas compraron doscientos dólares en perfume y se marcharon, la señora pagó con una tarjeta de débito y le cobré casi balbuceando.

Obvio que se dio cuenta que quedé flechado por mi conducta, sin embargo, ella fue la única madura y roba corazones de quien me enamoré antes de renunciar a la perfumería.

Fotografías de Albert Rafael y Wikipedia no relacionadas con la historia.

 

 

El abogado sin clientes

Luis Carlos Canario se rascaba la cabeza en su elegante oficina, ubicada en un edificio de Marbella, Panamá, donde gestionaba los negocios de su firma forense Canario y Asociados.

Miró su reloj Cartier de pulsera, luego el de piso para corroborar si coincidían en el tiempo que acordó reunirse con un ciudadano de Países Bajos que contrataría sus servicios en un litigio judicial civil por unas tierras.

Los primeros diez días del mes de enero de 2018, nadie llamó, fue a su despacho o a través de sus redes sociales consultó sobre casos penales, civiles, contenciosos administrativos, de familia o marítimos.



Unos seis letrados del Derecho laboraban en esa firma, dos secretarias, tres pasantes y un conductor, en cinco días debía cancelar la primera quincena de 2019 y ni una sola moneda de centavo ingresó.

Canario es un respetado abogado, pero un pésimo administrador, los últimos setenta mil dólares que entraron a las arcas, fue el 18 de diciembre, monto que usó en el abono de tarjetas, pagos a sus empleados e irse con su mujer Budapest a tocar la nieve.

Su idea era conocer la antigua ciudad de Buda y Pest, el puente con los históricos zapatos que simbolizan las víctimas del nazismo hebreas húngaras y darse su vuelta por la ópera.

No obstante, no solo había que cancelar los gastos de la firma, su pomposa vivienda en San Francisco, las tarjetas de crédito de su mujer, la cuota del club social y dos automóviles todoterreno.



Canario bebió su café, en la universidad le enseñaron los mejores profesores de leyes, pero no manejar el dinero que entra porque todo abogado sabe que en un mes ingresan varios clientes a solicitar servicios y otros solo los empleados.

Se levantó de su silla de cuero, se desplazó al balcón, contempló los rascacielos de la capital panameña, la imponente bahía de Panamá y el embotellamiento de los barcos que esperan turno para cruzar el Canal.

Se quitó el saco Zara, miró sus zapatos Florsheim, se ajustó su corbata, sacó un paquete de cigarrillos, se lo llevó a sus labios, lo encendió y pensó que un mejor futuro vendría.

Frunce el ceño y discurrió en voz alta.

—¿Cuándo llegará ese señor de Países Bajos?, se preguntó.

Suena el timbre, el abogado apaga el cigarrillo y va a la puerta, pero es un pasante que retorna de la Corte Suprema de Justicia.

Ahora su única opción es esperar y en el futuro administrar mejor el dinero.

Fotografías de Pavel Danilyuk de Pexels y archivo no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

La tica bien rica

No me encerraría las cuatro noches en el hotel Talamanca, en San José, así que me recomendaron antes del viaje que me diese mi vuelta por la discoteca Planet Mall, ubicada en San Pedro de Monte de Oca, en el año 2000.

El segundo día de mi periplo por tierras costarricenses fue jueves, por lo que me vestí, llevé mi abrigo para cubrirme del clima nocturno y tomé un taxi que me trasladó hasta el antro.

Pagué el ingreso, me llamó la atención los adornos, luces, el tamaño del lugar y la inmensa pista, aunque la discoteca estaba casi vacía, solo un grupo de mujeres en varias mesas y me senté en una de ellas.



Ordené una Imperial, pedí que me abrieran una cuenta, el mesero solicitó una tarjeta de crédito, metí mi mano derecha al bolsillo, saqué quinientos dólares en billetes de a veinte y se los mostré.

—Aquí está mi tarjeta—, respondí, el caballero, peló los ojos, se marchó y al poco tiempo trajo la cerveza.

Muy aburrido el ambiente hasta que llegaron cuatro mujeres, se sentaron frente a mi mesa, una rubia que no dejaba de mirarme, otra blanca pelinegra, una mulata y la más pequeña como media asiática.

La fula o macha (así le llaman los ticos a las rubias) me dijo que las acompañara, eso hice, platicamos, les conté que soy abogado y fui a ver a la familia de un cliente preso en Panamá.

Mis ojos no se despegaban de la dama de piel espuma y cabello azabache, cuyo nombre era Paola, bastante proporcionada de carne, la invité a bailar, miró a sus amigas y aceptó.

La pasamos muy bien, al rato llegó un médico cubano radicado en Costa Rica, y se prendió la fiesta en el antro, tanto que como iba a cerrar nos fuimos a Infinito en el centro comercial El Pueblo.



Una fabulosa noche de besos, abrazos, caricias, miradas de amor y, al día siguiente, la niña amaneció conmigo en la habitación del hotel. No fue tan tímida como pensé.

Al fin y al cabo, me marchaba en dos días, decidí quedarme hasta el domingo para disfrutar con mi costarricense porque solo se vive una vez y mañana nadie lo tiene asegurado.

La tica me contó que por primera vez se acostaba con alguien recién conocido, que le gusté mucho y se arriesgó, pero que no pensara que era una puta.

Me daba igual, nunca pasó por mi mente eso y llegó el momento de regresar a Panamá, la mujer fue con su hermana al aeropuerto Juan Santamaría para despedirme, lo que me sorprendió.

Varias veces viajé a Costa Rica, ya Paola contaba con pareja, nos reunimos en lugares públicos para evitar problemas con su novio, aunque quería que se repitiera el asunto no lo propuse.

Aún tengo excelentes recuerdos de la tica bien rica.

Fotografías de Dante Muñoz y Mart Production de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

El bizcocho de mi hija

Una tarde dominical mientras preparaba un pastel de pollo mi hija Zulemita trajo a casa su novio Francisco, un compañero de clases de la universidad donde ambos estudiaban medicina.

El chico bastante apuesto, de mediana estatura, piel canela, ojos marrones, delgado y muy sencillo al vestir, además me di cuenta de que el hombre contaba con dotes de sabiduría.

Quizás sería el varón perfecto para mi alocada descendiente, quien a sus veintiún años ya tuvo cuatro novios, por lo que le advertí que el próximo que me presentara fuese el definitivo.



Me imaginé que como mi hija y yo somos blancas, le gustan los masculinos de piel oscura y el padre de Isabelita es un zambo de cabello lacio.

Ese domingo cenamos, charlamos, la pasamos excelente, Francisco me ayudó a lavar los platos y  mi descendiente, como muy perezosa que es, jugaba en el sofá con su teléfono móvil. 

Pero, como nada es perfecto, observé que el novio de mi hija miraba mucho mi trasero y mis senos, aunque me hice la loca, no buscaba crear conflictos, lo tomé como algo normal que un joven mira una mujer de cuarenta y cinco años.

Transcurrieron tres meses la pareja seguía junta, sin embargo, en cada visita Francisco no me quitaba la vista de encima, lo que generó reclamos de Zulemita y pidió que me vistiera con ropa holgada.

Mi respuesta fue que estaba en mi casa, no utilizaba prendas de vestir provocativas y ella debía poner orden con su novio.

A la semana de esa conversación, Francisco se presentó con un ramo de girasoles en mi casa, confesó su amor por mí y explicó que desde el primer momento que me vio quedó flechado.



Lo que nunca pensó el romeo fue que Zulemita escuchó todo porque estaba en la cocina, desde la ventana ella  lo vio con las flores en la calle, decidió esconderse para bromear con él y vino la estocada.

Hubo gritos entre ellos, no intervine, Francisco se disculpó con mi hija, mientras que solo respondí que jamás me involucraría con un chico tan joven y menos si era la media naranja de mi descendiente.

El suceso nos unió más como familia, ya pasó un año, Isabelita consiguió nueva pareja y soy la novia de un profesor de ella en la universidad.

De Francisco ni idea, solo sé que abandonó la carrera de medicina y salió de Panamá rumbo a Italia, de donde emigraron sus abuelos.

Fotografías de Imagine Art realizadas con IA y Lil Arsty de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Exprimido

Ronaldo vivía en un apartamento de tres recámaras, en la calle Once y Media, en Río Abajo, heredado de su madre, no tenía esposa o mujer fija, sino un par de amigas con derecho que le soltaba los dólares a cambio de cariños.

Laboraba en una fábrica de embutidos y a su salida, conducía un taxi como hasta los diez pasados meridianos, terminada su faena se retiraba a su propiedad de soltero a descansar y al día siguiente se repetía la acción.

Una noche de octubre, de esas que las cortinas de lluvia empañan la visión a conductores y peatones, una mujer lo detuvo a la salida de un restaurante de comida rápida.



Vestida toda de negro, la fémina llamó la atención del varón, delgada, blanca, ojos miel y pechos grandes, era como una diosa para el trabajador del volante, quien la trasladó hacia la vivienda de la dama de nombre Diana.

Durante el viaje se desarrolló una plática, Diana, una madre soltera con dos hijos de distintos padres, migró desde Chiriquí en busca de una mejor vida en la capital panameña y terminó preñada.

Se ganaba el pan como mesera, residía en un cuarto de calle 14 Parque Lefevre, lo que encendió la alarma de Ronaldo, pues era casi su vecina, nunca antes la vio, pero el número de teléfono sería el futuro.

Quedaron en que la recogería al día siguiente en el mismo lugar, y así fue, el taxista se presentó al centro laboral de Diana, la llevó a cenar y compró algo para los chiquillos. El padrastro actuaba.

No pasó tanto tiempo, ella necesitaba un marido y Ronaldo una mujer, se juntaron en la propiedad heredada hasta que Diana empezó con exigencias matrimoniales.

Su argumento fue que dos embarazos en el pasado no le harían caer en otro sin un hogar asegurado, puso en cintura a Ronaldo y a los tres meses le aplicó el refrán de que, si no había anillo, tampoco fundillo.



Bajo presión el varón se casó por la civil, la situación cambió hasta seis meses después cuando Diana exigió como prueba de amor que traspasara el apartamento a su nombre.

El hombre se negó, hubo discusiones, la fémina argumentó que alguno de sus hermanos podría quitárselo, también que le cediera el certificado de operación del taxi y el carro.

Ronaldo no tuvo más remedio que obedecer, puso a nombre de su esposa sus tres únicos bienes, la mujer bajó la guardia y empezaron de nuevo los conflictos por llegar tarde de trabajar.

Diana lo acusó de violencia doméstica, la policía se presentó, se llevaron preso a Ronaldo, estuvo cuatro días enjaulado hasta que su tío pagó la fianza y le notificaron de una demanda de divorcio.

Lo dejó sin apartamento, sin cupo y el taxi. Quedó exprimido.

Fotografía de Imagen Art creada con IA y Luis Quintero de Pexels no relacionadas con la historia

 

 

 

 

 


 [U1]

Maldito por sus antepasados

A Orestes Castillero lo buscaban vecinos y extraños en Las Minas, Panamá, su fama de clarividente se regó por toda la región de Azuero y algunos decían que solo era un brujo.

Sin pedirlo llevaba esa magia de saber y ver sucesos antes de que sucedieran, en ocasiones la policía lo citaba con el propósito de resolver alguno que otro delito.

Pero, también la mente de Orestes fallaba, aunque en un porcentaje menor de lo que acertaba, sus visiones fueron objeto de dudas en algunos casos por defensores de oficio y pagados.



Soñar fue su bendición, el amor su maldición, siempre que conocía a una dama, por distintas razones se separaban, pobres, de clase media y adineradas, había algo que le impedía unirse al sexo contrario y formar una familia.

En 1976 le advirtió al profesor de educación física del colegio del pueblo que no llevara los chicos a competir al río porque habría una tragedia y el docente lo tildó de loco.

A la semana, unos veinte alumnos se fueron al afluente hacer una competencia de buceo, los sorprendió una cabeza de agua, Patricio, el profesor ingresó al río para salvar a sus alumnos y lo arrastró la corriente.

Tres días después encontraron su cuerpo, lo que se tradujo en que Orestes se convirtió casi en un dios, no obstante, vivía en la pobreza, en una casa de quincha, sin luz y un pozo a dos kilómetros de distancia.

Con el tiempo el hombre blanco, delgado, ojos verdes, con mirada perdida, barba sal y pimienta, empezó a envejecer, a los treinta y cinco años, ya parecía de sesenta y desconocía las razones.

Los médicos no encontraron la fuente de su desgaste físico y mental, hasta que en un día llegó una mujer rumana a Las Minas que compraría unas tierras, identificada como Andrada Iliescu.

Andrada vio a Orestes, en el mercado del pueblo, empezó a llorar lágrimas de sangre, los clientes se dieron cuenta, la mujer no hablaba español y retrocedía porque no quería estar cerca del clarividente.



Lorena, la traductora la extranjera preguntó que acontecía.

Una sorprendente respuesta de la europea en su lengua, fue de que Orestes no era otra cosa que la encarnación de un moroi, un muerto que extrae energía de los vivos para sobrevivir en Rumania.

Se la llevaron del mercado al médico, se dictaminó un derrame ocular por estrés, aunque todos vieron que la dama tuvo un ataque de pánico y regresó a su país.

A la semana Orestes se dirigió hacia el pozo a buscar agua, pero allí nadie lo vio, solo estaban sus cutarras, machete, sobrero y la ropa.

Su cuerpo no fue hallado ni lo volvieron a ver.

Fotografía de Thirdman y Artur Roman de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

No siempre el dinero sirve

Alexa Matamoros llegó a trabajar al supermercado donde yo me ganaba la vida como gerente hace cinco años, la mujer ingresó primero en la carnicería y luego la trasladaron a la caja por su físico.

Muy inteligente, jovial, con figura que vuelve loco a cualquier caballero, una tersa piel canela y ojos miel que atraían como un imán de tamaño de la luna, así que decidí atacar con todo lo que estaba a mi alcance.

La dama, siempre sonría, nunca se le vio molesta, pero lo que desconocía era que desde el supervisor hasta los empacadores pensó lo mismo que yo, conquistarla, como suele ocurrir cuando una soltera o con marido es nueva en una empresa.



Fue toda una odisea, durante su tiempo de almuerzo le llovían las invitaciones, gaseosas, dulces, chocolates, postres y cualquier otro manjar con el fin de que la fémina se sintiera a gusto.

Por mi parte, le envié una caja de música, rosas, girasoles y violetas, sin embargo, Alexa no daba su brazo a torcer, a ninguno de los compañeros le seguía el juego porque todo lo que le regalaban lo devolvía.

Mi condición de máximo jefe en el supermercado no funcionó, tampoco el romanticismo que mi abuelo me enseñó para conquistar damas, Alexa contaba con 25 años, mi misma edad y algo pasaba que debía averiguar.

Investigué en sus redes sociales, no había fotografías de ella, solo una de perfil y con pocas amistades.

Casi una desconocida, mientras que en la compañía se diseminaron rumores de un posible lesbianismo, chisme que nunca creí, quizás la mujer de cabellos rizados prefería mantener en secreto su vida privada y no revelar quién robaba su corazón.



A los cuatro meses tiré la toalla, un sábado me invitaron a un recital de poesía, una amiga escritora, fue en el parque Andrés Bello, en Panamá, al salir del trabajo me presenté y llegó la bomba.

La primera persona que divisé de lejos fue a Alexa, tomada de la mano con Carlos Taquino Sánchez, un reconocido poeta y escritor de relatos, de 55 años, el hombre dueño del alma de mi Alexa, adicto al tabaco, pelo largo y bohemio.

Taquino no era un tipo con dinero, sino un limpio como muchos literatos, sin embargo,  su pensamiento, corazón, alma y narrativa logró romper el cerco sentimental Alexa usaba para protegerse de los buitres masculinos y le dio el sí al artista.

Soy un caballero, fui y saludé a Alexa, me presentó al hombre culto como su marido, los felicité a ambos y la pasamos muy bien esa noche.

A los seis meses conseguí pareja, ahora Alexa, Taquino, mi novia y yo, nos reunimos cada sábado a beber vino y recitar poesía, pero les aclaro que mi fiebre por la cajera pasó.

El destino me enseñó que el dinero y el poder no siempre sirven.

Fotografías de KoolShooters  y Fauxels de Pexels no relacionadas con la historia.