Rogelio Periñán, muy famoso en Villas del Prado, Bogotá, estaba con su novia Mimi, en el bar del paisa Julián Darío, cuando aparecieron de una calle un grupo de siete soldados con fusiles en mano.
Se colocaron frente al negocio, llamaron a un cliente de unos diecinueve años,
le pidieron libreta militar, no la tenía, lo pusieron a caminar, se hizo el
cojo y le ordenaron colocarse afuera del local.
En pocos minutos se presentaron dos motorizados de la Policía Nacional de
Colombia, luego un gigantesco camión de carga, con una lona y dentro de ella
decenas de muchachos retenidos.
Se trató de una batida del ejército colombiano, realizadas
para que se cumpla el servicio militar obligatorio, tras un conflicto con más
de cincuenta años entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y
el Estado.
El chico atrapado era Saúl, hermano menor de Alfredo, conocido en el barrio
como El Caballo, mientras que su primo Fernando, vio todo y se refugió
en la vivienda de Tatiana, casi en frente del negocio de Arturo, otro paisa.
Una guerra entre la extrema derecha e izquierda, a los militares les
convenía la extensión de las operaciones porque su presupuesto y la ayuda
internacional de Estados Unidos crecía cada año.
Obvio que los ascensos de la policía y las fuerzas armadas antes pasaban
por la embajada estadounidense, que decidía a quién subir de rango o la figura
que vetaban.
Saúl fue una de las víctimas de la pesca estatal de soldados, los insurgentes también
hacían sus batidas en los poblados y se llevaban a jóvenes mayores de dieciséis
a la selva y a batallar.
Las mujeres ni hablar, adolescente atractiva se convertía en novia del
comandante del campo sin protestar o de lo contario le vendría un fuerte castigo.
Mientras que en Bogotá los padres de Saúl intentaron salvar su alistamiento
obligatorio con sus papeles universitarios, sin embargo, fue en vano.
El joven fue enviado al Batallón de Artillería de Santa Bárbara, donde se
encontró a cachacos miembros del club El Nogal, cuyas conexiones
políticas y económicas evitaron ser trasladados el monte a combatir.
Después de ser entrenado, Saúl con otros soldados, subieron a un helicóptero
que aterrizó en Yopal, Casanare y lo asignaron a la Octava División como conscripto.
A los tres meses fueron a una operación contra las Farc, hubo un fuerte
intercambio de disparos, morteros y los insurgentes lanzaron cilindros de gas y
uno impactó cerca de Saúl.
Las esquirlas rellenaron su cuerpo, pero sobrevivió y lo enviaron al Hospital
Militar Central de Chapinero, Bogotá, donde se recuperó de las lesiones.
Terminó de servicio obligatorio, luego llegó la paz con la guerrilla y al
final se eliminó en su totalidad las batidas y el reclutamiento forzoso.
La historia de Saúl fue solo una de muchos jóvenes involucrados en una
guerra sin pedirlo.
Fotografías del Ejército Nacional de Colombia y Wikipedia no relacionadas
con el relato.
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