Akish fue acusado por un monje en el reino de Takan de conspirar contra el
rey Larka y sin mediar juicio alguno, el monarca ordenó que fuese ejecutado en
la horca a la semana siguiente.
El hombre pidió clemencia, uno de los consejeros del líder de esa nación solicitó
un poco más de tiempo para investigar, sin embargo, Larka no cedió, por el contrario,
le advirtió a su asesor que si insistía acompañaría a Akish.
Por toda la zona se esparció el rumor de que un hombre inocente subiría al patíbulo por una falsa acusación de un monje, enamorado de Alejandra, la esposa del caballero en desgracia.
Fue una jugada con el fin de sacarlo del camino, llevarla a monasterio para que sirviera a Dios y hacerla su mujer, como era un secreto a voces en Takan que varias mucamas se acostaban con los religiosos.
Seis días antes de la ejecución, en las afueras de Takan, caminaba un anciano
de barba larga y blanca, extensos cabellos, ojos miel, usaba un traje negro con
túnica, un bastón y llevaba botas de color marrón con clavos en la parte trasera
y delantera.
Mientras dos mujeres conversaban del futuro triste Akish, el longevo,
escuchó, volteó y preguntó donde estaba el varón, una de ellas respondió que en
los calabozos de una de las torres.
Añadió que desconocía en cuál de las diez estructuras encerraron a Akish,
el misterioso hombre de tercera edad, les pidió que se calmaran porque no moriría,
se marchó y las damas tildaron de loco al viejo.
El señor ingresó al pueblo, se fue hasta la entrada de la cuarta torre, pidió
al guardia ver al condenado a muerte, le preguntaron quién era y respondió que
su abuelo.
—Solo quiero despedirme de él—.
Lo dejaron entrar, lo llevaron hasta la celda, los soldados reían,
empujaron al anciano y lo enjaularon.
—Te quedarás toda la noche para acompañar al conspirador—,
gritó un guardia con su espada en el costado izquierdo y una lanza en su mano
derecha.
El mago le comentó a Akish que se tranquilizara que su
esposa lo aguardaba en un lugar donde nunca lo encontrarían y que antes del
amanecer estarían juntos, lo que provocó una risotada del condenado.
Casi a las cuatro de la madrugada, el viejo con su bota
derecha se pinchó el dedo izquierdo, sangró, con el líquido rojo hizo un
círculo en el piso y le pidió al joven que saltara dentro de la circunferencia.
—¿Está chiflado?
—Haz lo que te ordeno o en unas horas estarás muerto.
Akish obedeció, al caer en el círculo desapareció, luego
el longevo hizo lo mismo y se esfumó.
Los soldados fueron a buscar al sentenciado y al anciano,
pero no vieron a nadie ni tampoco el piso con la sangre. El misterioso mago cumplió
su palabra.
Fotografías de Fariborz y Lum3n de Pexels no relacionadas
con la historia.
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