El abogado sin clientes

Luis Carlos Canario se rascaba la cabeza en su elegante oficina, ubicada en un edificio de Marbella, Panamá, donde gestionaba los negocios de su firma forense Canario y Asociados.

Miró su reloj Cartier de pulsera, luego el de piso para corroborar si coincidían en el tiempo que acordó reunirse con un ciudadano de Países Bajos que contrataría sus servicios en un litigio judicial civil por unas tierras.

Los primeros diez días del mes de enero de 2018, nadie llamó, fue a su despacho o a través de sus redes sociales consultó sobre casos penales, civiles, contenciosos administrativos, de familia o marítimos.



Unos seis letrados del Derecho laboraban en esa firma, dos secretarias, tres pasantes y un conductor, en cinco días debía cancelar la primera quincena de 2019 y ni una sola moneda de centavo ingresó.

Canario es un respetado abogado, pero un pésimo administrador, los últimos setenta mil dólares que entraron a las arcas, fue el 18 de diciembre, monto que usó en el abono de tarjetas, pagos a sus empleados e irse con su mujer Budapest a tocar la nieve.

Su idea era conocer la antigua ciudad de Buda y Pest, el puente con los históricos zapatos que simbolizan las víctimas del nazismo hebreas húngaras y darse su vuelta por la ópera.

No obstante, no solo había que cancelar los gastos de la firma, su pomposa vivienda en San Francisco, las tarjetas de crédito de su mujer, la cuota del club social y dos automóviles todoterreno.



Canario bebió su café, en la universidad le enseñaron los mejores profesores de leyes, pero no manejar el dinero que entra porque todo abogado sabe que en un mes ingresan varios clientes a solicitar servicios y otros solo los empleados.

Se levantó de su silla de cuero, se desplazó al balcón, contempló los rascacielos de la capital panameña, la imponente bahía de Panamá y el embotellamiento de los barcos que esperan turno para cruzar el Canal.

Se quitó el saco Zara, miró sus zapatos Florsheim, se ajustó su corbata, sacó un paquete de cigarrillos, se lo llevó a sus labios, lo encendió y pensó que un mejor futuro vendría.

Frunce el ceño y discurrió en voz alta.

—¿Cuándo llegará ese señor de Países Bajos?, se preguntó.

Suena el timbre, el abogado apaga el cigarrillo y va a la puerta, pero es un pasante que retorna de la Corte Suprema de Justicia.

Ahora su única opción es esperar y en el futuro administrar mejor el dinero.

Fotografías de Pavel Danilyuk de Pexels y archivo no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

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