Amores que matan

Mayetín, se sentía defraudado con la infidelidad de su novio de ocasión, Lucas, un prostituto que mantenía relaciones sexuales con hombres y mujeres a cambio de jugosas sumas de dinero.

Lucas era un migrante oriundo de Envigado, Colombia, estuvo por varias ciudades de su país hasta que arribó a la capital panameña con el propósito de ganar plata de la forma que sea y haciendo cualquier cosa.

Vendió cigarrillos de contrabando, marihuana y cocaína hasta que casi lo pescan, así que un día se fue a un casino a meditar donde conoció a Orlando, un empresario, casado y bisexual.



Aprendió que una forma de obtener dinero sin tanto esfuerzo era hacerle el amor a hombres pudientes que le entregaban numerosos regalos y dádivas con el fin de un rato de cariño.

El negocio iba viento en popa, mientras que, durante unos carnavales en Las Tablas, Mayetín estaba tomado y conoció a Lucas, sin embargo, solo le dio su número de celular para un futuro encuentro.

Los ojos verdes, rubios cabellos y aspecto de luchador del sudamericano atraía, tanto a hombres como a mujeres, apostaba por los dos y le iba tan bien que clientes del poder económico lo buscaban para obtener placer.

Todas las relaciones sexuales de Lucas con sus varones o damas eran clandestinas por ser casados o casadas, el extranjero encontró una mina de oro que le dio un Mercedes Benz, un apartamento alquilado en Paitilla, joyas y dinero en efectivo.



Mayetín era accionista de un banco, una televisora, una emisora y poseía numerosas tierras de negocios familiares, llevaba una doble vida por tener en su cuerpo de hombre una mujer encerrada.

La sociedad ni su familia le permitirán salir del guardarropa, así que, en silencio, al igual que Orlando, escondían su otro yo ante el temor del qué dirán.

Pero Mayetín descubrió las andanzas de su marido de ocasión, por lo que fue a verlo al departamento que el empresario le arrendaba en el elegante barrio panameño, donde los gritos de hijo de puta malagradecido y migrante asqueroso se escucharon por todo el edificio.

Lucas, ante el temor de lo peor, llamó a Orlando para arreglar la situación, al llegar el último los ánimos se encendieron aún más.

Herida y lesionada en su orgullo de mujer, Mayetín sacó una Glock, le disparó tres veces a los dos caballeros y posteriormente se metió un tiro en la sien derecha.

Todo acabó porque hay amores que matan.

Imagen de Rosie Ann y Filip Szyller de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Parranda costosa

Marco estaba aburrido de andar en autobuses, con tres años en su trabajo de vendedor internacional en la Zona Libre de Colón, decidió adquirir un vehículo que consumiera poco combustible y lo transportara desde la ciudad de Panamá hasta Colón.

Se fue con su amigo Pepe a una feria en el centro de convenciones Atlántico Pacífico (Atlapa) donde le encantó un Kia Picanto, color rojo y con todas las extras, cuyo financiamiento fue de 210 dólares mensuales por ocho años.

Con su nuevo automotor, el caballero viajaba desde una ciudad a la otra y comenzó a salir con chicas, ya que, a sus 25 años, le fascinaban las damas, principalmente rubias.

Así que con su carrito en dos semanas Marcos se convirtió en un real Don Juan, empezó a gastar dinero en féminas para enviar flores, ropas, zapatos, joyas, relojes y cualquier regalo para conquistar.



En esas salidas conoció en una discoteca a Felicia, una chica de 21 años, rubia, interesada, fría, calculadora y con un cuerpo voluptuoso cuyos senos pasaron por el quirófano con el fin de incrementar su tamaño.

Marco quedó loquito con Felicia, oriunda de la provincia de Chiriquí, quien emigró a la capital en busca de mejor vida, logró explotar su hermosura y los varones caían ante sus encantos.

La pareja se empató y a las dos semanas ya vivían juntos en un apartamento en Betania, Marco era exprimido económicamente por su nueva media naranja, dejó de ser mujeriego para dedicarse únicamente a su rubia mujer.

A los cuatro meses de tener el Picanto, el marido y la fula, se fueron un fin de semana a Punta Barco para asistir a una fiesta yeyesona, Marcos conducía y al llegar la pasaron excelente.

Mucho güisqui y vino, el masculino se pegó una borrachera, mientras que Alfonso, el dueño de la fiesta, le aconsejó pernoctar en la residencia veraniega porque era peligroso conducir así.



Sin embargo, Felicia quería retornar a las dos de la madrugada, le dijo a su marido que, si no volvían a Betania esa noche, no le daría de su miel que atrapaba a los varones, así que el enamorado vendedor internacional complació a su quita frío.

A Marcos se le cerraban los ojos producto del licor, el cansancio y el sueño, su novia se durmió y cuando iban a la altura de cerro Campana, el carro se salió de la carretera e impactó contra un árbol.

Las bolsas de aire salvaron la vida del conductor y la pasajera, no obstante, el vehículo quedó pérdida total.

Estuvieron un día en el hospital, les dieron de alta y cuando Marco fue a reclamar el seguro le informó que no le correspondía pago alguno porque el parte policivo decía que conducía borracho.

A la semana, Felicia lo dejó a su marido por un tipo que andaba en un BMW descapotable y con mucha plata.

La parrada le resultó costosa a Marco porque debe todos los meses pagar el financiamiento del vehículo durante el tiempo pactado y sin pareja.}

Imagen de brindis de Isabella Mendes de Pexels no relacionadas con la historia.

Pillado

Todo estaba preparado para la fiesta que le tenían a Macedonio, en su cumpleaños número 35, con cervezas, güisqui, vino, picadas, alimentos, música, donde asistirían algunos compañeros de trabajo, vecinos y clientes de su negocio.

Macedonio se dedicaba a la venta de tortillas de harinas de maíz desde hacía diez años, se levantó de la nada y contaba con dos microbuses que distribuían el producto por varios comercios.

Si bien es cierto que no llevaba una vida de millonario, el caballero pagaba su casa, los gastos de servicio, ropa, alimento y de vez en cuando darse algunos lujos como salir con varias chicas.

Era un hombre totalmente infiel, dedicado a su trabajo, carecía de intenciones de formar una familia, al menos no por el momento, a pesar de que tuvo algunas damas dispuestas jurarle amor frente al altar o un juzgado.



Macedonio salía con Alicia y Teresa, ambas vivían en Calle Tercera, Vacamonte, mientras que él en Los Cerezos Dos, en Arraiján, Panamá, así que la suerte lo acompañó porque no era descubierto por ninguna de las dos.

Sus largas jornadas laborales y ventas eran la excusa perfecta para manejarse con la primera que contaba con 25 años y la segunda fémina rondaba por los 29 abriles.

El sábado en la tarde se hicieron todos los preparativos para celebrar el cumpleaños del caballero y hasta un cantante callejero del ritmo salsa se presentó en la vivienda.

Los invitados se zamparon ron y cervezas, el vino casi ni lo tocaron porque la gente de pueblo en Panamá no acostumbra a consumir bebidas que se ingieran al clima cálido del istmo.



Teresa, era la culisa pocotona que acompañó a su novio a la parrada porque el infiel le comunicó a Alicia (de tez blanca) que se iba para Chiriquí con la familia de su padre, por lo que se zafó de un problema.

Pasaron las horas, hasta que se hizo diez de la noche, cuando Alicia se presentó en la actividad social y vio a su pareja tomado de la mano con una dama desconocida.

Lógicamente, hubo reclamos de Alicia, mientras que Teresa también se la armó a Macedonio porque se sintió herida, engañada y mancillada.

Teresa y Alicia se unieron, destruyeron los adornos, estrellaron botellas, lanzaron sillas y se fueron juntas a un bar en Vista Alegre, donde la segunda confesó que recibió una llamada en la que le informaron que su novio estaba en una fiesta con otra dama.

Macedonio se quedó solo y con el tiempo las víctimas de la infidelidad se hicieron grandes amigas.

Fotografía de cerveza cortesía de Elevate en Pexels no relacionada con la historia.

El último trabajo

Bonifacio salió del Centro Penitenciario La Joya, luego de cumplir una sentencia de tres años de prisión por robo a una joyería en el corregimiento de Calidonia y con un excelente plan para un asalto bancario.

Durante el tiempo que estuvo encerrado conoció al colombiano nacionalizado panameño William Rojas y al istmeño Alfonso Gómez, reconocidos delincuentes de poca monta y que buscaban subir en el escalón en el mundo del crimen.

El trío planificó asaltar un camión blindado con la ayuda de un guarda de seguridad que le colaboraría cerrando mal la puerta del vehículo, una secretaria que filtraría la ruta y tres sujetos más como pistoleros.

Anhelaban el botín posiblemente de más de dos millones de dólares monto que distribuirían en partes iguales, posteriormente escaparían de Panamá por la frontera de Paso Canoas y el dinero saldría de contrabando por Río Sereno, en Chiriquí.



Todo preparado para el último trabajo que les dejaría un éxito y dinero con el propósito de no delinquir en su vida, sin embargo, la ruta del vehículo eran las avenidas Transístmica, Manuel Espinoza Batista y la Nicanor de Obarrio.

Era mediodía, cuando el camión salió del banco en la Transístmica fue interceptado, el guarda no logró dejar la puerta abierta, salieron los disparos desde adentro del vehículo protegido y los maleantes respondieron el fuego.

Los dos ayudantes o pistoleros, quienes viajaron el primer carro, murieron de un balazo en la cabeza, mientras que el otro falleció de un impacto de plomo en el corazón, Alfonso logró escapar a pie y William herido en un hombro derecho.

Bonifacio tuvo la suerte que no recibir un solo tiro dentro del segundo carro donde se encontraba, al imitar a William, ya la policía había llegado y una bala le impactó en la columna.



El resultado fue tres muertos, dos heridos, el colombiano capturado, Bonifacio parapléjico, el agente de seguridad quedó preso junto con la secretaria.

Un fracaso intentar asaltar a pleno mediodía donde los embotellamientos vehiculares están en todas las calles de la ciudad de Panamá.

Por nada planificaron el delito dentro del penal porque las cárceles también son universidades del crimen, pero no todos se gradúan.

Imagen de las armas de Carolina Grabowska de Pexels no relacionada con la historia.

Dura como una piedra

 Conocer a Alejandra Barahona fue un verdadero dolor de cabeza que duró meses, en primera instancia porque su decepción amorosa le transformó su corazón en una piedra que ningún mazo lograba quebrar.

En segundo lugar, era muy quisquillosa, tenía mal humor o diría yo una cascarrabias, producto de la situación que atravesaba con sus dos hijos varones, peleando con el padre de sus descendientes para que cumpliera con la manutención y asuntos laborales.

Con todas esas aristas, la veía en las mañanas cuando pasaba para laborar en la Caja de Ahorros, donde trabajaba como oficial de crédito, mientras que a pocos metros yo me ganaba el pan como ejecutivo de préstamos en una financiera.

Sus profundos ojos pardos e inmensa cabellera negra contrastaban con su piel canela, que despertaba kilométricos deseos masculinos, la dama era deseada por muchos y a todos los rechazaba.



Vestía un uniforme de falda azul, con chaqueta del mismo color, camisa blanca, con un pañuelo celeste atado a su hermoso cuello, que eran inspiración mental de cualquier alpinista que adorase la piel canela.

La conocí por casualidad en un restaurante de la zona, ella volteó su vianda sobre mi camisa color nieve, quedó con un mapa de grasa y verduras, la fémina se puso más blanca que la leche y por primera vez escuché su dulce voz con lo siguiente: mis disculpas señor por derramar la sopa.

Ya la había visto otras veces, sin embargo, para la princesa yo solo era un fantasma, no me encontraba en su mapa cerebral, ni en su radar, porque como no quería nada con los varones por problemas del corazón, no existía.

Tras el accidente nos saludábamos, luego almorzamos en una ocasión y decidí atacar con artillerías de girasoles, misiles de bombones envueltos en rosas, poemas en papel celeste emperfumado y cajas de música con bailarinas que se movía al ritmo de Para Elsa de Beethoven.

Dos meses y nada, me quedé sin municiones, mis 45 años no sirvieron de nada porque la mujer de 35 años no aceptaba salir conmigo, menos ser mi novia y darme el anhelado beso con que soñaba todas las noches.



Cambié de táctica, ya no le enviaba mensajes por las mañanas en la aplicación de WhatsApp y me contrataron como tecladista en una orquesta que se presentaba en un casino de Vista Alegre, Arraiján, por lo que mi vida cambió.

No determiné más a Alejita durante cuatro meses hasta que una compañera de trabajo me comentó que la fémina preguntaba por mí a diario, así que solo sonreí y callé.

Al mes, durante una presentación, me inspiré con mi teclado, interpretamos cuatro canciones, nos fuimos a un cuarto de descanso cuando el cantante Pepe me dijo que una mujer me buscaba.

Era Alejita, vestida con pantalón vaquero azul, una camisa blanca de rayas rojas, el cabello recogido con cola de caballo y botas blancas se acercó, me dijo que cerrara los ojos, obedecí y sentí sus labios junto a los míos.

¡Casi me desmayo!

Imagen de Vija Rindo Patrama y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.

El guerrillero que rompió el silencio

José Argüello y Nicole Garza vivían Inglewood, Los Ángeles, donde fueron a buscar mejor vida como lo proyectan las películas de Hollywood, sin tomar en cuenta que solo es fantasía y cuando llegas a tierras californianas no tienen pavimento de oro.

José provenía de Matagalpa, Nicaragua, hijo de campesinos que laboraban para la finca de un reconocido somocista, mientras que Nicole emigró desde Chiapas a recoger lechugas y tomates, debido a las pocas oportunidades de laborar en su amado México.

La pareja se conoció porque trabajaban en la limpieza del estadio Forum, usado para baloncesto y hockey, mientras que entre escobas, desinfectantes y bolsas de basuras nació un amor.



Ella quería irse a Pico Rivera, una zona donde residen numerosos mexicanos, sin embargo, el nicaragüense prefería quedarse en Inglewood, por ser una urbe con mayoría de raza negra porque decía sentirse como en Bluefields.

Para los americanos que no residen en Estados Unidos no es normal que haya barrios o zonas donde residan determinadas etnias, sin embargo, en EE. UU. la segregación racial es tan normal como el amanecer.

Áreas donde solo viven negros, otra para blancos, hispanos, asiáticos u otras etnias, algo imposible que suceda porque en otros países de América, porque la segregación es económica, no racial.

Así que el matrimonio sobrevivía y luchaban para salir adelante en un caserón destartalado, no tenían hijos y un día llegó Alfonso, un amigo de la infancia de José y excombatiente de la Contra.

Alfonso no tuvo problemas en encontrar la residencia de la pareja, tocó el timbre y la dama abrió la puerta, el paisano se identificó y lo hicieron pasar.

Luego empezó una tormenta en la cabeza de Nicole al escuchar las historias de la guerra civil nicaragüense, peor cuando oyó que entre su amigo y su marido ejecutaron extrajudicialmente a cinco soldados sandinistas.



A pesar de estar desarmados, los dos guerrilleros de derecha abrieron fuego porque odiaban la revolución sandinista, el socialismo y el comunismo, una narración que dejó a la mexicana horrorizada.

Su marido nunca le contó nada que fue insurrecto, de política y menos que la dictadura sandinista lo buscaba en 1988 por asesinato, así que huyó por la frontera del norte hasta llegar a California.

Cuando José abrió la puerta, encontró a su antiguo compañero de armas con cara de pocos amigos, su mujer lloraba a cántaros, le gritó asesino hijo de puta y desgraciado.

Había poco que hacer, a Nicole no le gustó que su pareja le ocultara su triste pasado, aunque en las guerras tanto la derecha y la izquierda cometen crímenes atroces, muchos de los cuales no son castigados.

El secreto fue el caldo de cultivo del rompimiento de una pareja que vivió unida durante tres años y la guerra los separó.

Un sorpresivo periplo

Conocí a Graciela durante un viaje en autobús desde San José, Costa Rica hacia la ciudad de Panamá, antes de que finalizara el 2022, y de inmediato quedé enloquecido con la costarricense.

Venía de una competencia de tiro al blanco, gané dos medallas de plata y una de oro, por lo que retornaba al istmo orgulloso, así que le conté a la dama lo feliz que me encontraba al haber dejado en grande el nombre de mi país.

Graciela realizaba el periplo a Panamá para reunirse con su prima, casada con un istmeño y otros amigos panameños, con el fin de recibir el 2023 a un estilo totalmente distinto al de su Costa Rica.



Lo primero que me encantó de la dama fue su cabello castaño claro ensortijado, de mediana estatura, blanca como la espuma, ojos miel y una sonrisa que me atrapó en la gigantesca celda del amor.

Divorciada, de 43 años, con dos hijas adolescentes y su peculiar zarcillo en su fosa nasal derecha y un tatuaje con la forma de sol debajo de su nuca.

Vestía un traje azul de flores, con un abrigo negro de lana y que, al quitárselo en Santiago de Veraguas por el sofocante calor, dejó ante la faz del mundo su tersa piel que todo varón aspiraría a esquiar con la yema de sus dedos.

Entre ambos hubo química, platicamos durante la revisión de los boletos de la empresa Tica Bus y posteriormente charlamos afuera, mientras esperábamos la llegara la unidad que realizaría el largo viaje a la capital panameña.

Un amor a primera vista se notaba que le gusté a Graciela, conversamos hasta que nos ubicamos en nuestros asientos, pero la dama no aguantó y fue hasta mi puesto a preguntar si podríamos comer algo en la siguiente parada.



Respondí que, con mucho gusto, nos sentimos como dos colegiales, sin embargo, ambos somos veteranos, cupido nos flechó porque uno nunca pronostica el momento culminante.

Pasamos la frontera de Paso Canoas, luego el autobús se detuvo en Santiago de Veraguas para almorzar, nos sentamos en la misma mesa, allí la invité a estar el Año Nuevo conmigo, respondió que no dejaría mal a sus amistades y me dijo que la acompañara.

No los aburriré, recibí el 2023 fabuloso con Graciela, cociné para los amigos y la prima de la tica. Fue una fiesta espectacular.

La costarricense regresó a su país el 15 de enero de 2023, no obstante, en marzo del mismo año aterrizó en el aeropuerto internacional de Tocumen con sus dos hijas para quedarse conmigo de forma definitiva.

No me pregunten qué pasó, la vida me la puso frente a mí y no la dejé ir, así tan sencillo.

Cuerdas de sangre

La única solución que tuvo para salir de los problemas extramaritales fue asesinar a Lucilda Benítez, una colonense de origen santeño, ultimada en Chepo, Panamá Este.

James García fue sorprendido por dos policías panameños mientras sepultaba en cuerpo de la hermosa dama, a quien el amor la llevó al más allá por querer mejorar la raza con su soldado extranjero.

Pensó en una cómoda vida, tarjeta verde, un automóvil, utilizar tarjetas de créditos y todas las fantasías que proyectan las producciones cinematográficas de Hollywood.

Lucilda creyó que su novio la amaba locamente, pero durante la audiencia en Fort Bragg, Carolina del Norte, EE.UU., se descubrió que García tenía una esposa en El Paso, Texas y dos novias más en Panamá.



Toda esta realidad fue ocultada por el militar a su pareja istmeña asesinada.

El criminal no tuvo más remedio que contar lo sucedido, lo calificó de accidente, sin embargo, la fiscal militar Anna Smith lo acusó de golpearla primero, la empujó de su automóvil y finalmente le aplastó la cabeza con el neumático trasero derecho.

El homicida fue entregado a las autoridades de la embajada de Estados Unidos en Panamá, ya que por ser asesor del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) contaba con inmunidad diplomática.

Los familiares de Lucilda calificaron de impunidad la situación, sabían que una corte militar jamás condenaría a García a prisión perpetua, además la asesinada no era estadounidense sino panameña.

Fallas del sistema legal y protección judicial para un hombre acusado de homicidio y adulterio, perdería sus 15 años en el ejército de Estados Unidos y con un futuro incierto sobre su pena.

Las amigas de Lucilda le advirtieron que tuviese mucho cuidado con andar con un hombre que poco conocía, no obstante, la fémina quedó prendida con la blanca musculatura y calva del atractivo hombre, de 35 años.



García era hijo de migrantes puertorriqueños que se establecieron en Nueva York para una mejor vida porque en la isla no hay futuro por culpa del Tratado de París de 1898 y la ley Jones 46.

Se enlistó como soldado raso y ascendió hasta sargento, luego lo trasladaron a Panamá como entrenador de los Senafront.

En un bar conoció a Lucilda, el militar se dio cuenta de que la mujer se caía de la mata por su atractivo físico y lo demás es historia.

Tras una semana de juicio, el soldado fue encontrado culpable de homicidio y adulterio, pero la mala noticia fue que lo sentenciaron a 15 años de prisión y con posibilidad de salir a los siete años.

Los padres de Lucilda lloraron en la sala de audiencia por la corta condena, mientras que los familiares del militar no hicieron ningún gesto.

Hay ventajas por ser ciudadano de un imperio, aunque hagas cuerdas de sangre.

Imagen de Brett Syles y Ekaterina Bolosvtsova de Pexels no relacionadas con la historia.

El Dandi

 Alero Caputo arrasaba con la mujer que se pusiera frente a él, no importaba la raza, tamaño, delgada, mediana contextura, obesa, aunque fuese un palo de escoba con faldas, les hacía el amor.

Laboraba como jefe de escolta de un candidato a la alcaldía de la ciudad de Panamá, era conocido como El Dandi, andaba con sus camisas, camisetas y pantalones planchados con almidón, además de zapatos siempre lustrados.

Secretarias, vendedoras, camareras, ejecutivas y una asesora de la campaña del candidato Armando Louis, cayeron ante los encantos y labia que poseía el caballero.

Era alto, mestizo, de ojos verdes, piel canela y cabello medio rubio de afro, hijo del marinero italiano Petro Caputo y Alicia Robinson, una vendedora de frituras de Río Abajo, que conoció al europeo y vivieron dos años juntos hasta que el caballero fue deportado a su país.



Alero formó parte de la Policía Nacional de Panamá durante ocho años, fue dado de baja porque se acostó con la esposa de un comisionado, así que por no respetar el mando y a un jerarca lo despidieron.

Melissa, su mujer, estaba harta de las andanzas del masculino, sin embargo, a pesar de las amenazas de dejarlo, sucumbía ante las tiernas palabras que Alero le decía al llegar al nido de amor, ubicado en el edificio Tuira.

El hombre era el terror de los compañeros de trabajo porque ninguno quería presentarle a su novia o pareja, temían que Alero las llevase al colchón y posteriormente despareciera.

Una tarde lo llamaron para notificarle que tomaría un curso en defensa personal y manejo de armas en Israel, lo que produjo una infinita felicidad del escolta y llantos de su media naranja.

Melissa, sabía que, si era imposible controlarlo en Panamá, en Israel debía ser peor, así que tomó cartas en el asunto para protegerse de numerosas infidelidades.



Alero llevaba dos meses en el Medio Oriente, cuando una tarde su esposa conoció a José Luis, un camarero de esas franquicias de restaurante de comida rápida y decidió tomar venganza.

Como se imaginaba las posibles travesuras de su marido en la llamada Tierra Santa, se paseaba con su novio por toda la capital panameña, agarrada de manos como dos adolescentes.

No obstante, la situación no era tal para Alero, donde estaba, la mayoría de la población era musulmana y hebrea, personas difícilmente acostumbradas a marcadas infidelidades como los cristianos.

Pasaron los tres meses, el varón regresó para darle la gran sorpresa a su esposa, pero la encontró en el apartamento con un cholito como ella, en traje de Adán y Eva.

El aprovechado agarró su ropa, huyó y se fue del apartamento, mientras que Alero se quedó llorando, aunque su mujer respondió que ella solo cometió una infidelidad y él muchas.

Alero lloró, pero la perdonó, la noticia se corrió y el escolta aprendió la lección de quien la hace, la paga.

Fotografía de Cottonbro Studio y Halley Black no relacionadas con la historia.

 

Sin conocer la nieve

Salustiano prometió salir de pobreza, una vez abandonó por tercera ocasión la cárcel La Modelo, donde estuvo detenido dos meses, en 1978, por intentar robar en una vivienda de Calidonia, Panamá.

Dentro del infierno vivido bajo el encierro, conoció a Miroslava, la hija del sastre que tenía su negocio en un caserón de madera, frente al parque de Los Aburridos, en El Chorrillo.

Fue la dama quien le consiguió trabajo como ebanista, aunque no sabía nada de ese oficio, inició primero como ayudante general hasta que fue afinando su técnica e ideó abrir su propio taller.



En esa cárcel, Miroslava visitó a un primo proveniente de Ecuador, ya que su padre era un migrante de Guayaquil, quien vino a Panamá en busca de mejores días que encontró con un sencillo trabajo en una casa destartalada entre heces y la hediondez.

Al año Salustiano se casó con Miroslava, acholada, de piel marfil, de baja estatura, con cuerpo escultura, rostro inocente y muy deseada por los varones del empobrecido barrio.

Tuvieron tres varones, dos de ellos dedicados al consumo de marihuana, a pesar de los esfuerzos de los padres, no obstante, el más pequeño nació con la estrella de tocar la guitarra, instrumento musical que desde los siete años ya dominaba.

El ebanista tenía un sueño desde su infancia que era conocer la nieve, cuando la vio por primera vez en una película de Charles Bronson y su proyecto final era tocarla, sentirla, mojarse y hacer muñecos.

No paraba de hablar de la nieve, el taller donde laboraba estaba repleto de periódicos amarillentos con fotografías, paisajes de montañas bañadas de blanco y volcanes cuyas cimas encanecían.



Tras 20 años laborando como cimarrón, logró abrir un pequeño taller de ebanistería en la Avenida Ancón, sus hijos ya grandes, casados, menos el primero que falleció de un disparo policial mientras asaltaba un banco con una peligrosa banda.

Salustiano y Miroslava planearon irse a Perú, a las montañas de Los Andes, carecían de vivienda propia, no eran sujeto de crédito hipotecario porque vender comida en la calle y hacer pantalones para varones era suficiente, sin embargo, lo importante era ver la nieve.

Tardaron ocho años en ahorrar, él con 53 y ella con 50, tenían todo listo para el periplo a tierras sudamericanas, cuando quince días antes del viaje el enamorado esposo sintió dolores en el pecho durante una chupata con vecinos del barrio.

La ambulancia llegó tarde y al presentarse los paramédicos, el ebanista no tenía signos vitales.

Miroslava, triste y hora viuda, lloró, falleció el amor de su vida y el padre de sus hijos.

Salustiano murió sin conocer la nieve.

Fotografía de S. Migaj y Pavel Danilyuck de Pexeles no relacionadas con la historia.

Matrimonio por conveniencia

Todo estaba listo para la boda de Canelita Galindo y Augusto Van Dijk, miembros de honorables familias poderosas de Panamá y reconocidos terratenientes.

La novia estuvo enamorada desde niña del futuro esposo, lloró porque durante el festival de debutantes del Club Unión, el caballero estudiaba en Holanda, la tierra de su abuelo y no fue su acompañante.

Canelita estudió en Estados Unidos, sus padres eran accionistas de dos bancos, contaban con grandes extensiones de tierras, poseían una distribuidora de automóviles, un hotel y otros negocios que les generaban millones de dólares.



Mientras que la familia de Augusto se dedicaba a cultivar granos, la ganadería y eran propietarios de unas acciones en un colegio privado, sin embargo, la última generación de los Van Dijk eran pésimos administradores.

En contraposición con los Galindo, los Van Dijk despilfarraron en viajes, malas inversiones, no hacer reinversiones a sus negocios, drogas y amantes, lo que causó que Augusto estudiara en una universidad privada en Panamá.

No había salida, el casamiento era la llave de la salvación de los descendientes de holandeses, sus arcas se encontraban en rojo e incluso la directiva del club los acosaba para que pagaran las cuotas atrasadas.

Augusto tenía prohibido ingerir alcohol en reuniones familiares y cuando estaba con su novia, así que el caballero se iba a hoteles solo a empinar el codo y a encerrarse en la habitación del hotel para encontrarse consigo mismo.

En el vaivén del secreto, treinta días antes de boda, se reunieron un grupo de amigos en el club, estaba Canelita, su mamá, apodada Canela y otros empresarios.

La comidilla entre los riquitillos era que Augusto no sentía nada por su futura mujer, pero el poderoso don dinero y sus padres lo obligaron a casarse, tanto por lo civil como por la iglesia católica.



Durante el evento, el novio se negó a beber licor, sin embargo, le dieron güisqui, con mucha cola, limón y vino blanco, se fue por el dulce sabor del trago hasta que despertó el otro yo interno.

Todo un pajarraco, intentó tocar los genitales de un primo de Canelita, bailaba como Shakira y hacía gestos femeninos.

Confesó que era una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre, que necesitaba ayuda, lloró y también lo hizo la novia ante la desagradable sorpresa de que su novio era un homosexual oculto por presiones de sus padres.

Ni el médico chino podría salvarlo, que le gustaran los hombres, no era malo, sin embargo, casarse obligado, sí, así que confesó todo a la que en un mes sería su esposa.

Ante los acontecimientos, la boda fue cancelada, el futuro de los Van Dijk rumbo al despeñadero de la quiebra total y la antigua novia internada en una clínica por depresión.

Fotografías de Emma Bauso e Isabella Mendes no relacionada con la historia ficticia.

El socavón

Iván escuchaba los gritos de un bebé al igual que los de una mujer, estaba en un bosque desconocido, las estrellas brillaban con intensidad, la luna acechaba e incrementaba el terror del joven de 23 años.

Las ramas de los árboles se semejaban a hojas secas cuando la brisa las estremece, a lo lejos el sonido de un búho invadía los tímpanos del imberbe, quien desorientado buscaba el origen de las voces.

¡Ayuda, por favor! ¡Sálvenme de este lugar!, oyó, ya reconocía la voz de una mujer, posiblemente joven y quizás la madre de la criatura, no obstante, provenía una zona algo despejada



Daba la impresión de que hicieron un campamento, troncos de pinos silvestres, humo, alguien hizo una fogata, posiblemente escapó o fue el victimario de la dama que solicitaba auxilio a todo pulmón.

Iván caminó tres metros hacia el norte, una coralina se atravesó en su ruta, se colocó estático pegado a un árbol, el reptil pasó por encima de sus lustradas botas de cuero negras y utilizadas generalmente para ir a las discotecas.

El masculino se preguntaba qué hacía allí porque vestía un pantalón vaquero azul, sus botas negras y una camisa del mismo color.

No eran prendas de vestir para irse de campamento, mucho menos en la selva de Darién, así que sus sentimientos se dividían entre el terror y la curiosidad de resolver la interrogante de los acontecimientos.

Tras cinco minutos, con su lámpara de querosene vio un pequeño socavón, se acercó y una dama caucásica, de unos 30 años, ojos azules, vestida con traje de la Edad Media.

La mujer cargaba un rubio niño de casi un año, la fémina le pidió que la ayudase a salir del hueco, así que Iván, como todo ser humano, le extendió su mano derecha con el fin de auxiliarla.



El grito del hombre se escuchó hasta en Tokio, el aspecto hermoso de la dama desapareció para convertir su rostro en un cráneo, de cuyas órbitas brotaban alacranes, mientras su dentadura estaba intacta con colmillos de jabalí.

Atrapado, observó como el bebé se convertía en una cobra, volvió a gritar, la osamenta lanzó una risa mortal, abrió su boca y se tragó a Iván.

Segundos después, se dio cuenta de que alguien cortaba la grama trasera de su patio. Fue una pesadilla.

Fotografía de Heber Vásquez y Rakicevic Nenad de Pexels no relacionadas con la historia.

Los chicharrones de McLean

En el populoso sector de Concepción, Juan Díaz, ubicada en las afueras de la capital panameña, residían dos caballeros que se jodían entre ambos con fuertes bromas, chistes pésimos e indirectas.

La puja y repuja era entre dos hombres de raza negra, el primero conocido como Cabeza de Padre y el segundo llamado McLean, siendo ambos descendientes de trabajadores de Barbados que llegaron al istmo para la construcción del Canal de Panamá.

Vecinos, agua y aceite, día y noche, alegría y felicidad, era las notas características de los masculinos, quienes solo los separaban siete casas de distancia entre el uno y el otro.

A McLean le gustaba vacilar, sin embargo, no aguantaba cuando lo molestaban o le aplicaban los famosos pregones panameños.



Cabeza de Padre era alérgico a los camarones, se brotaba, así que, para jugarle una broma, su vecino McLean le envió una sopa de este crustáceo colada y después de ingerirla con picante y limón, se le infló toda la cara.

Todo un fin de semana estuvo mal, a punta de Loratadina, en cama y emputado por la acción de su amigo de beber seco a pico de botella.

A los cuatro días lo vio, lo saludó y no le reclamó, tenía planificado su venganza, así que diez días después, los amigos y rivales se encontraban bebiendo cerveza, Cabeza de Padre, donde un vecino que residía frente a McLean.

Este último tomaba ron al ritmo de la música de Dorindo Cárdenas, cuando a la media hora pasó Saco Roto, un jubilado de la Caja de Ahorros que vendía chicharrones para complementar su baja paga de retiro.



Como McLean se la debía a Cabeza de Padre, el caballero le pidió a Saco Roto que le enviara dos chicharrones a su vecino y el vendedor, como buen comerciante, cobró y entregó el alimento.

Hubo gritos y gran cantidad de palabras de grueso calibre porque el regalo enloqueció a McLean, sencillamente porque casi carecía de dientes, así que imposible masticar.

Encolerizado, cruzó la calle, le arrojó los chicharrones a Cabeza de Padre, quien no paraba de reír, luego el bromeado lanzó un golpe que impactó en el hombro izquierdo del bromista y este respondió con un derechazo en la barbilla de McLean.

Los vecinos observaban el encuentro boxístico callejero hasta que las parejas de ambos intervinieron para que no se hicieran más daño.



Al llegar a la policía, nadie vio nada y dijo nada, los agentes del orden público se retiraron, mientras que los afectados no se hablaron por tres meses hasta que se dieron la mano en una famosa chupata del popular barrio.

Fotografía de Dreamstime y José Félix Ardines Jaén no relacionadas con la historia.