En el populoso sector de Concepción, Juan Díaz, ubicada en las afueras de la capital panameña, residían dos caballeros que se jodían entre ambos con fuertes bromas, chistes pésimos e indirectas.
La puja y repuja era entre dos hombres de raza negra,
el primero conocido como Cabeza de Padre y el segundo llamado McLean,
siendo ambos descendientes de trabajadores de Barbados que llegaron al istmo
para la construcción del Canal de Panamá.
Vecinos, agua y aceite, día y noche, alegría y
felicidad, era las notas características de los masculinos, quienes solo los
separaban siete casas de distancia entre el uno y el otro.
A McLean le gustaba vacilar, sin embargo, no aguantaba
cuando lo molestaban o le aplicaban los famosos pregones panameños.
Cabeza de Padre era alérgico a los camarones, se brotaba, así que,
para jugarle una broma, su vecino McLean le envió una sopa de este crustáceo
colada y después de ingerirla con picante y limón, se le infló toda la cara.
Todo un fin de semana estuvo mal, a punta de Loratadina,
en cama y emputado por la acción de su amigo de beber seco a pico de botella.
A los cuatro días lo vio, lo saludó y no le reclamó,
tenía planificado su venganza, así que diez días después, los amigos y rivales
se encontraban bebiendo cerveza, Cabeza de Padre, donde un vecino que
residía frente a McLean.
Este último tomaba ron al ritmo de la música de
Dorindo Cárdenas, cuando a la media hora pasó Saco Roto, un jubilado de
la Caja de Ahorros que vendía chicharrones para complementar su baja paga de retiro.
Como McLean se la debía a Cabeza de Padre, el
caballero le pidió a Saco Roto que le enviara dos chicharrones a su vecino
y el vendedor, como buen comerciante, cobró y entregó el alimento.
Hubo gritos y gran cantidad de palabras de grueso
calibre porque el regalo enloqueció a McLean, sencillamente porque casi carecía
de dientes, así que imposible masticar.
Encolerizado, cruzó la calle, le arrojó los chicharrones
a Cabeza de Padre, quien no paraba de reír, luego el bromeado lanzó un
golpe que impactó en el hombro izquierdo del bromista y este respondió con un
derechazo en la barbilla de McLean.
Los vecinos observaban el encuentro boxístico
callejero hasta que las parejas de ambos intervinieron para que no se hicieran
más daño.
Al llegar a la policía, nadie vio nada y dijo nada,
los agentes del orden público se retiraron, mientras que los afectados no se
hablaron por tres meses hasta que se dieron la mano en una famosa chupata
del popular barrio.
Fotografía de Dreamstime y José Félix Ardines Jaén no
relacionadas con la historia.
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