La paraguaya

Antes de cumplir los 25 años, terminaba la carrera de Diseño Gráfico en la Universidad de Panamá, laboraba medio tiempo en un diario de circulación nacional y al salir de clases me iba directamente a las discotecas.

No bebo una sola gota del alcohol, pero me encantaba cazar chicas con compañeros de la facultad, amigos o sencillamente solo.

Una de esas noches, a mi camarada Rogelio lo vi conversando con una muchacha de unos 28 años, era un martes en la discoteca Bacchus, como a las once de la noche, lo saludé de lejos para no interrumpir y me quedé con mis amigos.

A los veinte minutos Rogelio me hizo señas para que fuera donde estaba, lo hice, me presentó a la nena de nombre Karen, de hermosos ojos pardos, blanca piel, cabellera azabache, delgada y con inmensos senos.



Platicamos un rato, mi pasiero desapareció y me quedé platicando con la dama, mientras ella bebía ron con cola, yo sencillamente ingería ginger con hielo.

Me di cuenta de inmediato que la atraía, estaba de vacaciones durante dos semanas con su tía, residente en el área revertida, Karen bailaba muy bien el trance, pero no el merengue y más o menos le enseñé.

El asunto fue que terminamos en besos, caricias y abrazos, y al final del camino en una de esas pensiones de la avenida Justo Arosemena.

Intercambiamos teléfono, nos citamos el miércoles para comer hamburguesas rancheras y caminar por la vía Argentina y nos fuimos al cine.

A Karen le quedaban solamente cuatro días, fueron tan intensos en nuestro corto romance sexual que la mujer era toda una máquina de posiciones y gemidos.

Como toda historia tiene final, no fui a despedirla al aeropuerto, un gusanillo interno me dijo que algo ocurría que, no sabía, sin embargo, como fue una relación pasajera no le tomé importancia.

Pasó un mes desde que Karen retornó a Asunción, me encontré en una pizzería a Rogelio con su novia alemana, me saludó muy efusivamente y sonreía.

Pasamos un rato alegre, pero antes de marcharnos mi amigo me preguntó si sabía de Karen, respondí que nada porque Paraguay se la tragó y él sonrío.



—Mira la edición digital del diario ABC de ayer—, resaltó.

Al retirarme no aguanté la curiosidad, entré a un centro de navegación que en Panamá llaman café internet y que no tienen nada de café porque nunca lo dan ni lo venden.

No fue mi sorpresa ver el diario, estaba en la portada del periódico Karen con su esposo, la fémina era una famosa actriz de teatro y casada desde los 21 abriles con un caballero de 35 años.

Realmente no me sentí utilizado sexualmente, aunque sí lo fui, las mujeres también tienen derecho a su cana al aire y en esta ocasión me correspondió ser el voluntario sin saberlo.

Fotografía de la pareja de Eugenia Remark de Pexels no relacionadas con la historia.

El doblón de Aquiles

Aquiles del Cid llevaba consigo el doblón que le robó a un pirata inglés durante la batalla de la toma de Panamá, el 28 de enero de 1671, por Henry Morgan y su banda.

Mató al ladrón de mar, pero el premio llevaba un accésit.

El soldado español logró vivir, desde ese entonces, la colonia, la época de la Gran Colombia, la República de Nueva Granada, la separación de Panamá de Colombia, las dos guerras mundiales, las de Corea, Vietnam y otros acontecimientos.

El segundo premio era una vida eterna sin envejecer, no tener hijos y no encontrar una solución para morir, ya que Aquiles se volvió inmortal, conquistó muchas mujeres y la felicidad no existía.

Intentaba desde hace siglos la forma de quitarse la vida, se lanzó desde varios puentes, se apuñalaba, pero no se hería, se envenenó unas 30 veces, no obstante, vomitaba y nada de fallecer.

Era imposible ayudarlo, trató de regalar el doblón, lo entregó a más de 100 personas, sin embargo, al introducir sus manos en cualquiera de los bolsillos, la moneda regresaba por arte de magia.



La única forma de hallar el tan anhelado descanso era que la moneda encontrara otro dueño, lo que no sabía el exsoldado español porque el pirata inglés la robó y lanzó la maldición que si alguien lo despojaba de su tesoro penaría por siglos.

Dio vueltas al mundo como 30 veces en busca de la muerte, se lanzó de un barco en Cabo de Hornos, en Nueva Esperanza, se desnudó en la Antártida y se radicó en Londres y Berlín durante la II Guerra Mundial para ser achicharrado por los bombardeos aéreos.

Cansado, fatigado, el dinero no le faltaba, tampoco las mujeres, pero cuando estaba por casarse, un demonio invadía su cuerpo y las abandonaba para irse a otro país.

Ni siquiera falleció durante los lanzamientos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

Ni la magia negra, la blanca o religión alguna lo llevaba a cumplir su deseo.



El 14 de febrero del año 2000, conoció a Lorna García, estuvo dos meses de novio con ella, el blanco, de ojos azules y rubio militar, enloqueció con la dama de piel canela.

Posteriormente que transcurrieron 364 años, se enamoró por primera vez, cuando robó la moneda, tenía 20 años y ahora no deseaba morir sino vivir.

Al mes de conocer a Lorna, salía de un bar, tomó un taxi con dos personas, el conductor lo llevó a un lugar solitario, lo apuñalaron para robarle e incluso el doblón.

De inmediato su cuerpo se desvaneció y su novia nunca supo de él.

Imagen del doblón español cortesía de Dreamstime no relacionadas con la historia.

Los piroshkis de Oleg

Oleg Petrov llegó a Panamá en octubre de 1989, justo antes de la caída de la Unión Soviética, traído por unos paisanos suyos establecidos en el Cangrejo, donde abrieron una panadería.

Martha y Viktor, odiaban el comunismo, eran capitalistas, salieron de Leningrado (hoy San Peterbursgo), se afincaron primero en Bogotá y se radicaron finalmente en la ciudad de Panamá.

Necesitaban un pastelero y Oleg era la persona correcta, por lo que tras muchas dificultades lo trajeron bajo la promesa de una mejor vida que no ofrece el socialismo, dinero, autos y jugosas cuentas bancarias.

El chico de 24 años aceptó y aterrizó en un país convulsionado por la crisis política panameña y las sanciones estadounidenses a Panamá.



Los sueños del pastelero ruso se desvanecieron cuando lo instalaron en un pequeño cuarto de la panadería, con un ventilador, dormía en cajas de cartón y le dieron una pequeña televisión para que aprendiera español.

Debía, en primera instancia, pagar los 5 mil dólares que costó el trámite y su viaje desde Moscú a Panamá, le asignaron un salario de 200 dólares mensuales, del cual le descontaban 50 dólares para cancelar la deuda.

Era un esclavo y mientras pasaba el tiempo, el soviético aprendía el castellano y se consiguió de novia, una chiricana de piel canela que laboraba como doméstica en uno de los apartamentos lujosos de esa zona

Mónica fue el paño de lágrimas de Oleg, le contaba cómo era explotado laboralmente por sus patrones, a quienes consideraba sus amigos y paisanos rusos, pero para el empresario no hay amigos, sino máquinas humanas.

Cabreado, empezó al preparar Piroshki para sus jefes, sin embargo, les colocó pequeñas cantidades de plomo para envenenarlos poco a poco, en venganza por el engaño de que fue víctima y el trato casi animal que le daban.



El veneno provocó que Viktor se desmayara, su esposa lo llevó a un hospital privado donde los exámenes corroboraron un posible envenenamiento, Oleg fue detenido y llevado a la desaparecida cárcel La Modelo.

Mónica fue a visitarlo a prisión, lloraba ver a su rubio novio detrás de los barrotes, mientras que el extranjero confesó ser el autor del delito y lo hizo frente al fiscal y el juez.

Le metieron diez años de cárcel, pasó cinco en Panamá detenido y luego fue deportado, sin embargo, a los dos años Mónica se fue hasta San Petersburgo a casarse con su novio ruso.

Martha y Viktor cerraron la panadería y se marcharon a Nueva York, donde intentaron hacer lo mismo con sus paisanos, no obstante, la mafia rusa de esa ciudad no les permitió quitarles el negocio y fueron asesinados en su apartamento en Brooklyn.

Imagen de los piroshki cortesía de Polina Tankilevitch y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.

Meche y Evelyn

Volví a ver a Meche, 30 años después, en las afueras de un restaurante en Chitré, Panamá, donde fui a visitar a un amigo de la adolescencia y pasarme unos días junto con mi hija Anastasia.

La noté algo nerviosa, quizás por tanto tiempo porque tres décadas no se fuman en pipa y, aunque se notaba el transcurrir de los años de mi antigua novia universitaria, seguía hermosa.

Tampoco no puedo hablar mucho de vejez, las arrugas adornan mi rostro y la nieve pobló mi cabeza, aunque conservo toda mi abundante cabellera gruesa y lacio.

Meche esperaba a sus hijas en el estacionamiento del restaurante, la invité a almorzar para que conociera a mi hija de 15 años y quien nació cuando rondaba los 35 años, pero mi exnovia se mostró reacia.



Fue diplomática, respondió que nunca supo nada de mí desde que la dejé en lo que ambos llamábamos, el árbol de la felicidad que aún está en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá y me contó que se casó a los 23 años.

Recuerdo muy bien ese triste hecho, yo con 20 años era un chico inmaduro, solo pensaba con estar con nuevas novias, pasear e ir a discotecas, incluso los días hábiles para llegar con resaca a clases y luego a trabajar.

Ese mediodía que me encontré con Meche, hacía un calor terrible, las ramas de los árboles del parque Unión apenas se movían, el vapor se sentía desde el pavimiento y los automóviles circulaban a poca velocidad por el centro de Chitré.

Le ofrecí mis disculpas, la dama respondió que eso fue hace 30 años, llamó de su móvil a una de sus hijas para decirle que la esperaba adentro del restaurante, Anastasia estaba en una mesa porque fui a buscar unos cigarrillos al carro.



Meche quedó encantada con Anastasia, sin embargo, notaba que algo pasaba y lo desconocía, colocó su escultural figura en una silla a mi lado y de pronto ingresaron dos damas al restaurante.

Evelyn y Estela, la primera de 30 años y la segunda de 25 años, hermosas y me impresionó el físico de Evelyn casi gemela a mí, a mi hija y por el lunar peculiar en su oreja derecha.

Casi me caigo de la silla, yo tengo ese lunar en mi pecho, es parecido a un sol y Anastasia lo tiene en su oreja izquierda.

No había mucho que decir. Mi hija me preguntó si era su hermana, quedé mudo y Meche respondió que sí.

Lloré, nunca lo supe, cuando dejé a Meche, ella estaba embarazada y prefirió no decirme nada para que no estuviese con ella por la niña y se marchó a Chitré.

Todo en esta vida se sabe, conocí a mi primera hija de forma sorpresiva, mientras que Anastasia estaba feliz porque siempre quiso una hermana.

Solo quería contarles, ahora veo a Evelyn en Panamá y en Chitré.

Fotografía de Elina Fairytale de Pexels no relacionada con la historia.

La reina del MS-13

Manuela Sánchez lloraba frente al jurado de conciencia, sin embargo, no había oportunidad ni nada que la salvara de una sentencia de por vida en prisión o frente a la inyección letal, en un tribunal del sur de California.

La fémina era acusada de la muerte de cuatro adolescentes, quienes mantuvieron una riña con un miembro de la temida Mara Salvatrucha (MS-13), una peligrosa pandilla de centroamericanos, principalmente salvadoreños y hondureños en Estados Unidos.

A Manuela la llevaron sus padres al condado de Ventura, cuando tenía diez años, sus papás eran jornaleros de verduras, sin embargo, la joven prefirió tomar la vida en las peligrosas calles de Los Ángeles que la del campo.

Tuvo un novio pandillero, luego que la dejó se involucró con un paisano suyo, quien intentó sacarla de ese mundo terrible, pero la fémina nunca tuvo el interés de abandonar el círculo delincuencial, su novio José le aconsejó que no saliera de su casa esa fatal noche.



Manuela, a quien conocían en su círculo como La Diabla, no escuchó los consejos de José y se fue con los miembros del MS-13 a buscar a los cuatro chicos para ajustar cuentas.

Lograron ubicarlos, se los llevaron en una camioneta a un bosque, fueron golpeados como una piñata en fiesta y La Diabla hizo los primeros disparos, mató a dos e hirió al mismo número.

Los desgarradores gritos de las víctimas eran imposibles escuchar por estar en una zona apartada, tras ser asesinados, los delincuentes se fueron a un bar a celebrar su acción.

Tres días después, unos cazadores encontraron los cuerpos, avisaron a la policía, cuyos agentes encontraron un teléfono móvil con la conversación entre Manuela y un pandillero que se le cayó el aparato.



Como estaba fichado, las autoridades lo buscaron, lo encontraron, fue detenido, tomó la guitarra para entonar la melodía de nombres y acontecimientos.

Al ser llevada a juicio, Manuela no quiso pactar 30 años de prisión, saldría a los 55 años, no obstante, el jurado la encontró culpable, recomendó prisión de por vida, así que el juez Marc García la sentenció a 80 años más una cadena perpetua.

La Diabla morirá en prisión porque el juez se aseguró que, si ganaba una apelación para libertad condicional o bajo palabra, esperaría 30 años más para luchar contra la cadena perpetua.

José analiza las razones del comportamiento de su novia y la visita a prisión mientras decide qué hacer con su vida.

Fotografías cortesía de RDNE Stock project de Pexels no vinculadas a la historia.

 

 

 

 

Mi nueva jefa

 Nunca me imaginé que un asado en la casa de playa de mi jefe provocaría un giro radical en mi existencia, y es que en este mundo las sorpresas llueven como en época de huracanes.

Llegué al palacete de Lizandro, mi jefe, en mi carro, yo trabajaba como gerente de turno en un casino de la ciudad de Panamá, mi superior me prometía desde hacía meses un incremento salarial, pero nada.

Me cebó para que creyera en él y eso precisamente ocurrió hasta que llegó la invitación.

Soy José Luis, con 25 años, recién graduado de administración de empresas en la Universidad de Panamá (UP), desde los 22 años inicié mis labores en el casino como tallador y fui pasado a otros puestos hasta llegar a la gerencia de turno.



Para calmarme un poco, mi jefe, uno de los accionistas de la compañía, me preguntó si quería pasar un fin de semana en su casa de playa y para que hiciera una lechona rellena y asar carne porque me encanta cocinar.

Acepté, llegué el sábado al mediodía, Lizandro me mostró la habitación donde dormiría, dejé mi equipaje y de inmediato preparé el animal con miel de abeja, jugo de naranja, lima y limón, sal, mostaza, hojas de culantro, paprika y otras especies.

Los invitados llegaron temprano, me presentaron a Laila, una señora de unos 45 años, blanca, se notaba que pasó por el quirófano porque sus senos y traseros estaban intactos.

Laila quería comerme con los ojos, fue sola, a pesar de que estaba casada y con tres hijos.

A la hora se formó el baile entre los 20 invitados, comieron y bebieron vino, cervezas, ron y vodka.



Todos gozamos durante seis horas y cuando ya el alcohol hizo su trabajo, nos retiramos a descansar, pero el asunto no terminó allí porque Laila se apareció en mi habitación con un negligé rojo.

Le caí encima, nos revolcamos en la cama, no se escuchaba nada por el aire acondicionado, la fémina se colocaba en todas las posiciones como una actriz porno, me acariciaba y pensé que me devoraría vivo.

Al terminar nos dormimos y temprano en la mañana, Lizandro llamó a la puerta, pero le abrió Laila y el tipo se cabreó conmigo.

Me despidió de inmediato, sin embargo, la mujer lo desautorizó y le gritó que en la próxima junta directiva de accionistas sería removido de su cargo de vocal.

Casi caigo de nalgas al escucharla, creí que era una invitada más y resultó ser quien más acciones poseía en el casino. ¡Qué leche la mía!

Fotografías cortesía de Pixbay de Pexels.

 

El guardia ucraniano de Sobibor

Bodhan Melnyk era uno de los 70 mil guardias ucranianos dispersos por Polonia durante la II Guerra Mundial, al servicio de los nazis cuando invadieron su país en 1941.

Desataba su furia sobre los prisioneros judíos polacos y soldados rusos en el campo de Sobibor, ya que como muchos odiaba a la Unión Soviética y lo que oliese a ella.

La hambruna provocada por Stalin en Ucrania germinó la semilla del mal y numerosos compatriotas recibieron a los alemanes como héroes o salvadores, como también sucedió en las repúblicas bálticas Estonia, Letonia y Lituania.



Melnyk, era rubio, ojos azules y alto, golpeaba con la culata de su fusil a los internos del campo de Sobibor, mientras era observado por los militares nazis, quienes se sorprendían de la brutalidad del guardia.

Con el cerebro lavado, los rusos, judíos y gitanos eran subhumanos, no debían estar en este mundo porque contaminaban la raza aria y lo correcto era borrarlos del mapa, afirmaba el guardia. 

Cuando llegaron varios prisioneros soviéticos, entre ellos Sasha, su sentimiento racista se incrementó, sin embargo, no tenía idea que las víctimas planificaban algo importante.

Melnyk era el favorito del sargento Gustav Wagner, otro asesino, déspota y maltratador, a quienes los prisioneros lo llamaban La Bestia por el trato a los prisioneros y los asesinatos a sangre fría.



Wagner premiaba al ucraniano con vinos, quesos, cigarrillos, salchichas, cervezas y le daba permisos para invitar amigas traídas desde Kiev como acompañantes.

No obstante, el 14 de octubre de 1943, los judíos y soldados rusos presos hicieron un escape masivo, unos 600 internos huyeron, los cabecillas mataron casi once soldados alemanes, a siete guardias ucranianos, pasaron por el campo minado y escaparon.

Casi 300 lograron salir, 100 fueron capturados y unos 50 huyeron sin ser detenidos, así que al terminar la guerra Melnyk se fue a Kiev a trabajar y se unió al ejército soviético para afincarse en Alemania Oriental.

Allí un preso polaco lo reconoció, lo denunció y fue llevado a juicio e incluso Sasha declaró contra èl.

El tribunal militar no dudó en condenar a la pena máxima al antiguo guardia ucraniano por crímenes contra la humanidad y el Estado soviético.

Ni siquiera lloró o pidió clemencia, el exsoldado se mostró desafiante y orgulloso de sus acciones.

¡Viva Ucrania!, gritó antes de que el verdugo le colocara la capucha para posteriormente ser ahorcado.

Fotografía de Wikipedia no relacionada con la historia.

 

Eladio y la sociedad

 Eladio Julio creía que no contaba con más opciones porque su carácter no demostraba firmeza, la sociedad lo presionaba para tener una esposa, hijos, una casa y un vehículo que la gente aceptara.

Ya con 31 años, lo criticaban por no estar casado, no tener descendientes e incluso su propia madre le recordaba que en Panamá y otros lugares ya debía formar una familia.

Estaba en el tercer piso de la vida, el que dirán es una estaca muy dura para quienes no aguantan los dardos verbales como si fuese obligación casarse desde la mitad de los 20 y tener hijos.

Eladio laboraba como asistente de contabilidad, no había terminado la carrera porque debió ganarse la vida para ayudar a su madre soltera y sostener a sus dos hermanos que estudiaban en la universidad.



Sacrificio para él y prioridad para los otros, era inmolarse para salvar al resto de sus parientes.

Alguno que otro sospechaba de una posible homosexualidad, aunque tuvo varias novias, solo una le apretó el cuello para ir al juzgado con anillos, pero el caballero se negó bajo el argumento que uno no se casa a lo loco.

Había que tener una vivienda, estabilidad laboral y él, por el momento, estaba de contrato en contrato, ningún banco le concedería una hipoteca por no contar con estabilidad de trabajo y se negaba a arrendar un apartamento.

Antonia, su novia, lo dejó, se quedó solo, sin embargo, su madre lo alentaba a buscarse otra mujer, matrimoniarse y vivir en el pequeño apartamento, donde apenas cabía la familia.

La difícil vida que llevaba Eladio, el pensar y pensar, las presiones provocaron que le diese un principio de derrame cerebral, a pesar de su edad, aunque a los seis meses volvió a otra empresa porque la terapia lo ayudó.



Era el sustento, no obstante, ganaba menos dinero, tuvo que laborar vendiendo ropa al por menor los fines de semana hasta que tomó la decisión final.

Requería descansar de tantos conflictos familiares y con la sociedad, pero  no fue lo mejor que escogió, Eladio ingirió pastillas con güisqui en una pensión de mala muerte donde alquiló un cuarto.

Al llamar la recepcionista y no obtener respuesta, ordenó abrir la pieza para encontrar la evidencia de un suicidio.

Eladio quedó muerto, la sociedad no pagó ni un centavo de su sepelio, no enviaron flores, ni tampoco auxiliaron a los deudos.

Fotografías cortesía de Pixbay  no relacionadas con la historia.

Carretera del odio hacia el amor

Héctor y Rosa se conocieron en el Ministerio de Trabajo, llegaron la misma fecha a laborar en la Dirección de Finanzas como analistas de presupuesto durante el período 1999-2004.

Ambos casados, ella con 28 años y él con 31, sin hijos, en un principio se odiaban por competir para quedarse con una plaza laboral permanente, ya que sus posiciones eran transitorias.

Las zancadillas, miradas de odio y el serrucho estaba a la orden del día hasta que el director les llamó la atención a los dos colaboradores porque no es bueno estar con malas vibras en las oficinas, independientemente si es pública o privada.

Cinco meses después, Héctor y Rosa, se fueron a una gira de motivación a las tierras altas de Chiriquí, donde sus vidas cambiaron, dejaron de lanzarse dardos, rocas, piedras y puyas para una nueva relación.



El primer día, congeniaron bien, se estrecharon la mano, se sentaron uno al lado del otro, hicieron trabajos juntos, rieron, la pasaron excelente y posteriormente llegó la noche.

Prefirieron irse a un bar pequeño sin bulla para platicar sin ser molestados, bailaron salsa, merengue y luego típico hasta que se pegaron uno al otro y al sentir sus cuerpos se besaron.

El asunto terminó en que Héctor pasó la noche junto a su compañera y gozaron hasta decir no más como si se tratase de una luna de miel.

Terminaron el taller de motivación, regresaron a la capital panameña y se convirtieron en amantes furtivos. Aprovechaban cualquier situación para hacer el amor en el ministerio.

Se colaban en los baños, depósitos, en oficinas, en la azotea e increíblemente nadie se dio cuenta de que quienes antes se odiaban, eran ahora pareja clandestina.

Muy inteligentes los dos, jugaron a lo oculto hasta que, en una de esas tardes de sexo, Héctor no llevó preservativo, ella quería, así que fue en carne viva y como era de esperarse quedó preñada.



El esposo de Rosa era estéril, así que al recibir la noticia supo que alguien bateaba chicha, hubo escándalo, discusión y le pidió el divorcio.

La fémina no tuvo más remedio que llegar a un acuerdo porque la cláusula de adulterio la jodería más y vendieron su nido de amor.

Entretanto, a Héctor su mujer lo largó de la casa, así que la nueva pareja arrendó un pequeño apartamento amueblado en la Tumba Muerto, donde harían sus nuevas vidas.

Héctor consiguió trabajo en la empresa privada y se marchó del ministerio, pero su nueva mujer se quedó ante la sorpresa de todos sus compañeros cuando se enteraron de la bomba.

Del odio y la rivalidad nació el amor.

Fotografías de Mizuno K. y Ketut Subiyanto de Pexels no relacionadas con la historia. 

Se volvió loco

 

Harold Castle, fue un erudito profesor de matemáticas de la Universidad de Nueva York, con grandes contactos de entidades federales, locales y en Europa, Asia y África.

Entre sus exalumnos estaban físicos, químicos, científicos y otros docentes en universidades del mundo, así que todos quedaron sorprendidos con la noticia que le dio la vuelta al mundo.

En enero de 2020, antes de que la pandemia detuviese el globo terráqueo, la policía fue a buscarlo en su apartamento en alto Manhattan para que declarara sobre hurtos registrados en lujosas propiedades.

Harold no era sospechoso, pero sí estuvo en varias recepciones de senadores, representantes, hombres de negocios e industriales, de donde se hurtaron objetos de valor como cadenas, diamantes, pequeñas esculturas y relojes, todo valorado en 256 mil dólares.



Ni la policía, ni el fiscal del distrito del Este de Nueva York tenían idea de la identidad del ladrón, aunque la lógica indicaba que era un gato casero porque la lista de invitados era casi la misma.

Al llegar, el profesor una sala, había tres sillas con una mesa, un vidrio gigantesco con un papel ahumado, lo que se conoce como la cámara Gesell, donde varios policías y el asistente del fiscal observaban el interrogatorio detrás del vidrio.

Harold soltó la carcajada, antes de que le preguntaran, dijo saber el lugar donde estaba el producto de los delitos, saludó a las autoridades que lo miraban y los sorprendió a todos al confesar ser el ladrón.

Cuando le preguntaron por qué lo hizo, respondió que era para evidenciar que todos eran unos tontos y que en sus propias narices podían perder sus vanidades sin que nadie se diese cuenta.



Reía como un loco, le llamaron un médico y le inyectaron un calmante, luego fue llevado a una celda solitaria, al día siguiente un psiquiatra lo examinó  y le encontró  principios de enajenación mental.

El profesor fue revisado por los mejores médicos de Nueva York, todos diagnosticaron lo mismo y el juez tuvo que declararlo no apto para el juicio.

Harold Castle, terminó a los 69 años en un sanatorio mental, mientras que todos los objetos de valor se recuperaron en el apartamento del matemático porque los hurtos fueron cometidos por un erudito que perdió el juicio.

Fotografía de Ron Lach y Andrea Piacquadio de Pexels.


El misterio de Clayton

En un bosque de la antigua base estadounidense de Clayton, en Panamá, unos niños jugaban a las escondidas casi cuando el sol se ocultaba en uno de esos días cálidos de verano.

Maribel, una de las niñas, corrió y gritó, presa del pánico porque argumentó que sintió que algo le sostuvo su mano derecha, lo que obviamente sembró el medio en el resto de los chiquillos y se fueron a sus casas.

Pasaron ya 20 años desde que la soldadesca yanqui abandonó Panamá, tras casi 100 años de ser amos y señores de las tierras concedidas, así que las hectáreas fueron entregadas a políticos, a institutos y gente con dinero porque no había espacio para la clase media o pobres.

Mientras que Maribel le contó a su mamá los hechos, fue a la policía a denunciar un posible enfermo mental, pedófilo, vagabundo o drogadicto, los uniformados revisaron el lugar, pero nada.



Hubo varios avistamientos de personas que dijeron ver a una figura escondida entre los árboles, los vecinos y las autoridades organizaron una búsqueda, no obstante, ningún encuentro.

Todo un misterio, se instalaron cámaras de seguridad para atrapar al delincuente en horas de la noche o captarlo en imágenes para descubrir su identidad y solo se grabaron animales silvestres.

Al pasar cinco meses, el masculino desapareció, hasta que una pareja de adolescentes riquitillos fumaba marihuana y bebía cerveza cuando escucharon una voz con acento caribeño.

Voltearon, era un hombre de piel canela, ojos claros, con uniforme militar verde oliva, la bandera de EEUU en su lado izquierdo, y en el bolsillo de derecho de su bolsillo el apellido Ortega y el izquierdo bordado US Army.

—No corran, ayúdenme a salir de este bosque—, dijo el caballero.

Asustados, la pareja no sabía qué hacer.

—Señor, no nos mate, solo hacemos travesuras—, respondió la chica que soltó el cigarro de marihuana.

—Nada les haré, pero ayúdenme a salvar mi alma, viví dos años en esta base, morí en Vietnam y mi espíritu está atrapado en este lugar—.

—¿Qué hacemos? —, interrogó el joven.

—Solo recen que el alma del cabo Ray Ortega vaya al cielo y es todo—.



Los jovencitos obedecieron y poco a poco la figura del fantasma fue desapareciendo, saludó con sus manos, llevaba una profunda sonrisa y sus ojos brillaban intensamente.

A los dos minutos, el espíritu del soldado puertorriqueño desapareció, las hojas caídas se levantaron, las ramas de los árboles se estremecieron y una luz subió hasta el cielo mezclado con las estrellas y se perdió.

Los adolescentes prefirieron guardar el secreto durante 20 años porque primero se descubriría su travesura y segundo serían tildados de locos.

No hubo más avistamientos y así se terminó el misterio de Clayton.

Fotografías cortesía del MEF y  Wikipedia no relacionadas con la historia.

La trampa de dinero

Cinco sujetos y una dama formaban parte de una peligrosa banda que logró asaltar con éxito dos camiones blindados, con un botín de 3 millones de dólares, en golpes realizados en zonas apartadas de la ciudad de Panamá.

Sin embargo, esa banda tenía un jefe a quienes apodaban El Sol, un hombre con largo prontuario delictivo, de sus 35 años, pasó casi nueve en la cárcel por diversos delitos y era quien planificaba, además giraba las órdenes de las fechorías cometidas.

Se quedaba con la mayoría del botín, mientras que la banda la integraban Tati (la mujer), Soco, Tachito, Moco Rojo, Cabeza de Tornillo y Cara de Susto, así que como querían más dinero para retirarse acordaron ellos mismos hacer un golpe sin El Sol.



Demoraron cuatro meses en estudiar el recorrido de un camión blindado por Río Abajo, ya que consideraban que era el mejor lugar para perderse porque la ruta de escape era la vía Domingo Díaz y posteriormente esconderse en San Pedro.

Ya El Sol conocía del plan de sus antiguos subalternos porque el maleante que les suministró las armas, le sopló al conocido antisocial de lo que sucedería, aunque prefirió no intervenir porque cuando los capturaran necesitarían protección en prisión y él se las daría a cambio de plata.

En efecto, el plan fue desarrollado, pero con el resultado de un guarda de seguridad herido, capturaron a Cabeza de Tornillo y Tachito, así que estos cantaron y  luego cayó toda la banda en su último trabajo.

Fue una trampa de dinero, eligieron asaltar al mediodía con mucho tráfico, en la ruta de escape se empezó a reparar dos calles, lo que dificultaba la huida y fue un desastre.



Pero la policía también cargó con El Sol porque informantes les dijeron a los investigadores que los capturados eran de su grupo.

Durante el juicio, los reporteros se dieron banquete con los detalles de los actos delictivos de la banda y posteriormente el juez le metió 12 años de cárcel a cada uno, pero El Sol se salvó porque no estaba involucrado.

Tati lloró cuando le notificaron en la cárcel de Mujeres su sentencia, su abogado anunció apelación y el Ministerio Público también porque quería a El Sol detrás de los barrotes.

Lo más irónico fue que a ninguno de los sentenciados las autoridades les incautaron un solo centavo de los asaltos anteriores, no confesaron dónde los escondieron y no había evidencias de ser responsables de los otros delitos.

Mientras que la banda cumplía sus sentencias, dos años después, a El Sol lo detuvieron por tener un arma de fuego sin permiso y fue a parar al Centro Penitenciario La Joya junto con el resto de los forajidos.

Guardó cana de seis años, luego salió de prisión, profesaba la fe de los Testigos de Jehová, daba dinero a la iglesia hasta que, por presiones de algunos hermanos, la abandonó y fundó un templo evangélico en Juan Díaz.

Así terminó la vida delictiva de El Sol y a la espera de que sus antiguos camaradas salgan de la cárcel para saber qué harán en el futuro.

Fotografías del Ministerio de Gobierno y del Órgano Judicial de Panamá no relacionadas con la historia.


Soledad Martínez

Casi me desmayo cuando vi a esa jovencita de 20 años, blanca como la espuma, de ojos azules, delgada, hermosa, con su acento argentino y prácticamente mi doble.

Se me presentó como Soledad Martínez, de inmediato mi memoria viajó a 1993 durante mi primera semana en el hotel Istmeño, de la capital panameña, donde empecé a laborar como recepcionista.

Me trabaron en el turno de 11:00 p.m. hasta las 7:00 a.m. como sucede generalmente con los novatos, ese día llegaron al hotel cuatro argentinas, de la ciudad de Rosario.

Todas lindas, casi modelos y entre ellas estaba Amanda Martínez, una pelirroja, voluptuosa de 20 años, mi misma edad, ambos quedamos flechados porque todo estaba escrito en el libro de nuestras vidas.



Uno nunca debe sorprenderse del destino, el mío estuvo vinculado al de la sudamericana, aunque lo peor es que nunca lo supe, un secreto oculto, yo estaba casado y con dos hijas al descubrirse el secreto.

Ya era un cuarentón, un hombre maduro, seguro de lo que quería y un caballero de familia cuando me casé con Patricia.

¿Cómo reaccionaría mi esposa ante semejante bomba? No tengo la menor idea, no obstante, una acción durante mi juventud tuvo un fruto hermoso, una mañana de pasión, lujuria y amor quedó sellado con una descendiente.

Soledad me contó que viajó hasta Panamá a conocer a su padre, su mamá siempre le habló de mí, le contó la verdad de que esa mañana me esperó a la salida de mi turno, nos fuimos a desayunar y luego a lo otro.

Imposible negar que era mi hija, todo mi rostro, pero blanca porque mi piel es color canela y cabello negro.

Es como si me vistiese de mujer y me bañara con blanqueador doméstico para ropa.

Ocupaba el puesto de gerente del hotel, salí para conversar con mi hija, estuve todo el día con Soledad, le informé de mi familia y que tenía dos hermanas.



Terminada la jornada, se lo comuniqué a Patricia, quien lloró, gritó, amenazó con divorciarse, sin embargo, le expliqué nunca supe de la existencia de Soledad y a regañadientes aceptó que la llevara a casa para presentarla con sus hermanas.

Amanda falleció dos años antes, en un accidente de tránsito, le pedí a Soledad que se quedara en Panamá, prometí otorgarle  sus documentos como ciudadana panameña y aceptó porque no contaba con hermanos en Argentina.

Mis dos hijas felices con otra hermana, Patricia con el tiempo no tendrá más remedio que entender, mientras tanto vivimos normal como una familia con altas y bajas.

Fotografías de Beyzaa Yurtkuran y Karolina Grabowska de Pexels no relacionadas con la historia.