Casi me desmayo cuando vi a esa jovencita de 20 años, blanca como la espuma, de ojos azules, delgada, hermosa, con su acento argentino y prácticamente mi doble.
Se me presentó como
Soledad Martínez, de inmediato mi memoria viajó a 1993 durante mi primera
semana en el hotel Istmeño, de la capital panameña, donde empecé a laborar como
recepcionista.
Me trabaron en el turno de
11:00 p.m. hasta las 7:00 a.m. como sucede generalmente con los novatos, ese día
llegaron al hotel cuatro argentinas, de la ciudad de Rosario.
Todas lindas, casi
modelos y entre ellas estaba Amanda Martínez, una pelirroja, voluptuosa de 20
años, mi misma edad, ambos quedamos flechados porque todo estaba escrito en el
libro de nuestras vidas.
Uno nunca debe sorprenderse
del destino, el mío estuvo vinculado al de la sudamericana, aunque lo peor es
que nunca lo supe, un secreto oculto, yo estaba casado y con dos hijas al
descubrirse el secreto.
Ya era un cuarentón, un
hombre maduro, seguro de lo que quería y un caballero de familia cuando me casé
con Patricia.
¿Cómo reaccionaría mi
esposa ante semejante bomba? No tengo la menor idea, no obstante, una acción durante
mi juventud tuvo un fruto hermoso, una mañana de pasión, lujuria y amor quedó sellado
con una descendiente.
Soledad me contó que
viajó hasta Panamá a conocer a su padre, su mamá siempre le habló de mí, le
contó la verdad de que esa mañana me esperó a la salida de mi turno, nos fuimos
a desayunar y luego a lo otro.
Imposible negar que era
mi hija, todo mi rostro, pero blanca porque mi piel es color canela y cabello
negro.
Es como si me vistiese de
mujer y me bañara con blanqueador doméstico para ropa.
Ocupaba el puesto de gerente
del hotel, salí para conversar con mi hija, estuve todo el día con Soledad, le
informé de mi familia y que tenía dos hermanas.
Terminada la jornada, se
lo comuniqué a Patricia, quien lloró, gritó, amenazó con divorciarse, sin
embargo, le expliqué nunca supe de la existencia de Soledad y a regañadientes
aceptó que la llevara a casa para presentarla con sus hermanas.
Amanda falleció dos años
antes, en un accidente de tránsito, le pedí a Soledad que se quedara en Panamá,
prometí otorgarle sus documentos como
ciudadana panameña y aceptó porque no contaba con hermanos en Argentina.
Mis dos hijas felices con
otra hermana, Patricia con el tiempo no tendrá más remedio que entender,
mientras tanto vivimos normal como una familia con altas y bajas.
Fotografías de Beyzaa
Yurtkuran y Karolina Grabowska de Pexels no relacionadas con la historia.
Hermosa historia, además eso lo descubrió años después😊
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