El misterio de Clayton

En un bosque de la antigua base estadounidense de Clayton, en Panamá, unos niños jugaban a las escondidas casi cuando el sol se ocultaba en uno de esos días cálidos de verano.

Maribel, una de las niñas, corrió y gritó, presa del pánico porque argumentó que sintió que algo le sostuvo su mano derecha, lo que obviamente sembró el medio en el resto de los chiquillos y se fueron a sus casas.

Pasaron ya 20 años desde que la soldadesca yanqui abandonó Panamá, tras casi 100 años de ser amos y señores de las tierras concedidas, así que las hectáreas fueron entregadas a políticos, a institutos y gente con dinero porque no había espacio para la clase media o pobres.

Mientras que Maribel le contó a su mamá los hechos, fue a la policía a denunciar un posible enfermo mental, pedófilo, vagabundo o drogadicto, los uniformados revisaron el lugar, pero nada.



Hubo varios avistamientos de personas que dijeron ver a una figura escondida entre los árboles, los vecinos y las autoridades organizaron una búsqueda, no obstante, ningún encuentro.

Todo un misterio, se instalaron cámaras de seguridad para atrapar al delincuente en horas de la noche o captarlo en imágenes para descubrir su identidad y solo se grabaron animales silvestres.

Al pasar cinco meses, el masculino desapareció, hasta que una pareja de adolescentes riquitillos fumaba marihuana y bebía cerveza cuando escucharon una voz con acento caribeño.

Voltearon, era un hombre de piel canela, ojos claros, con uniforme militar verde oliva, la bandera de EEUU en su lado izquierdo, y en el bolsillo de derecho de su bolsillo el apellido Ortega y el izquierdo bordado US Army.

—No corran, ayúdenme a salir de este bosque—, dijo el caballero.

Asustados, la pareja no sabía qué hacer.

—Señor, no nos mate, solo hacemos travesuras—, respondió la chica que soltó el cigarro de marihuana.

—Nada les haré, pero ayúdenme a salvar mi alma, viví dos años en esta base, morí en Vietnam y mi espíritu está atrapado en este lugar—.

—¿Qué hacemos? —, interrogó el joven.

—Solo recen que el alma del cabo Ray Ortega vaya al cielo y es todo—.



Los jovencitos obedecieron y poco a poco la figura del fantasma fue desapareciendo, saludó con sus manos, llevaba una profunda sonrisa y sus ojos brillaban intensamente.

A los dos minutos, el espíritu del soldado puertorriqueño desapareció, las hojas caídas se levantaron, las ramas de los árboles se estremecieron y una luz subió hasta el cielo mezclado con las estrellas y se perdió.

Los adolescentes prefirieron guardar el secreto durante 20 años porque primero se descubriría su travesura y segundo serían tildados de locos.

No hubo más avistamientos y así se terminó el misterio de Clayton.

Fotografías cortesía del MEF y  Wikipedia no relacionadas con la historia.

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