Los piroshkis de Oleg

Oleg Petrov llegó a Panamá en octubre de 1989, justo antes de la caída de la Unión Soviética, traído por unos paisanos suyos establecidos en el Cangrejo, donde abrieron una panadería.

Martha y Viktor, odiaban el comunismo, eran capitalistas, salieron de Leningrado (hoy San Peterbursgo), se afincaron primero en Bogotá y se radicaron finalmente en la ciudad de Panamá.

Necesitaban un pastelero y Oleg era la persona correcta, por lo que tras muchas dificultades lo trajeron bajo la promesa de una mejor vida que no ofrece el socialismo, dinero, autos y jugosas cuentas bancarias.

El chico de 24 años aceptó y aterrizó en un país convulsionado por la crisis política panameña y las sanciones estadounidenses a Panamá.



Los sueños del pastelero ruso se desvanecieron cuando lo instalaron en un pequeño cuarto de la panadería, con un ventilador, dormía en cajas de cartón y le dieron una pequeña televisión para que aprendiera español.

Debía, en primera instancia, pagar los 5 mil dólares que costó el trámite y su viaje desde Moscú a Panamá, le asignaron un salario de 200 dólares mensuales, del cual le descontaban 50 dólares para cancelar la deuda.

Era un esclavo y mientras pasaba el tiempo, el soviético aprendía el castellano y se consiguió de novia, una chiricana de piel canela que laboraba como doméstica en uno de los apartamentos lujosos de esa zona

Mónica fue el paño de lágrimas de Oleg, le contaba cómo era explotado laboralmente por sus patrones, a quienes consideraba sus amigos y paisanos rusos, pero para el empresario no hay amigos, sino máquinas humanas.

Cabreado, empezó al preparar Piroshki para sus jefes, sin embargo, les colocó pequeñas cantidades de plomo para envenenarlos poco a poco, en venganza por el engaño de que fue víctima y el trato casi animal que le daban.



El veneno provocó que Viktor se desmayara, su esposa lo llevó a un hospital privado donde los exámenes corroboraron un posible envenenamiento, Oleg fue detenido y llevado a la desaparecida cárcel La Modelo.

Mónica fue a visitarlo a prisión, lloraba ver a su rubio novio detrás de los barrotes, mientras que el extranjero confesó ser el autor del delito y lo hizo frente al fiscal y el juez.

Le metieron diez años de cárcel, pasó cinco en Panamá detenido y luego fue deportado, sin embargo, a los dos años Mónica se fue hasta San Petersburgo a casarse con su novio ruso.

Martha y Viktor cerraron la panadería y se marcharon a Nueva York, donde intentaron hacer lo mismo con sus paisanos, no obstante, la mafia rusa de esa ciudad no les permitió quitarles el negocio y fueron asesinados en su apartamento en Brooklyn.

Imagen de los piroshki cortesía de Polina Tankilevitch y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.

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