¡Están secuestrados!

La habitación de unos diez metros cuadrados, en una residencia en Los Montes de María, departamento de Bolívar, en Colombia, estaba pintada de negro, con las ventanas tapadas y un bombillo que solamente se encendía tres veces al día a la hora de comer.

Allí estaban encadenados  en el piso, James Maldonado, Dulce y Azucena Maldonado, hijas del caballero, egresado de la Universidad de Cartagena de Indias, en Derecho y Ciencias Políticas y de 43 años.

Dulce rompió a llorar, golpeaba con una taza de metal el suelo para indicar que necesitaba ir al inodoro, luego entró un hombre con una capucha que ocultaba su rostro.

-Callate la boca. Rocordá que están secuestrados-, dijo el desconocido masculino, delatado por su acento antioqueño.

La historia inició un viernes 11 de abril de 2003, cuando el abogado, su esposa Mercedes Pulgarín y sus hijas, cenaban en su apartamento, a las 6:30 p.m. en Cartagena de Indias y llamaron a la puerta.



Era un masculino blanco, se identificó como “Mono Churro”, le comentó a James Maldonado que había cuatro hombres detenidos en la cárcel de la ciudad, por lo que requería que los representara legalmente.

Sin embargo, los presos no eran cualquiera, sino miembros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), los paramilitares de derecha que arrasaban, mataban y sembraban terror en los pueblos donde la guerrilla izquierdista controlaba tierras.

El abogado, sorprendido ante la visita, aceptó defender a los paracos, además no tenía otra opción, ya que las AUC conocían su dirección.

Una Colombia convulsionada, principalmente en tierras donde el Estado no tenía presencia, fue foco para crear los paramilitares de derecha, enemigos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

Despojo de territorio, robo de ganado, matanzas colectivas, desplazados, asesinatos de políticos, tanto de la derecha como la izquierda, coches bomba y ataques militares, destruían el hermoso país sudamericano.



Mientras tanto, James Maldonado, logró a los tres meses sacar de prisión a los derechistas, cobró sus servicios profesionales y siguió su vida como docente en la universidad, donde se graduó y litigando hasta que pasaron dos semanas.

El letrado en leyes estaba con sus hijas en Bocagrande, a las 8 de la noche, cuando se acercaron cuatro hombres armados, le apuntaron con pistola y lo introdujeron en un vehículo con vidrios polarizados. También se llevaron a sus princesas de 13 y 15 años.

James Maldonado, era acholado, piel canela, alto, ojos oscuros, cabello lacio, oriundo de Tunja, departamento de Boyacá, su padre emigró con su familia a la ciudad costera para trabajar en el puerto como supervisor de carga.

Sus hijas salieron a su madre, una pastusa, blanca, de ojos miel, pelo rubio y mediana estatura.

Mercedes Pulgarín estaba de vuelta y media con toda su familia privada de libertad, mientras que el ejército peinaba zonas como Arjona, Turbaco y El Carmen, entre otras, para liberarlos.

Todo Colombia conocía el secuestro y las víctimas eran alimentadas con arepa, huevo y café, no se bañaban, tampoco les proporcionaban ropa y no habían pedido rescate. Llevaban una semana ocultos.

Un vecino de los Montes de María le dijo a un soldado que en una casa había cuatro hombres y uno de ellos compró una toalla sanitaria, lo que alertó al militar de un posible escondite.


A las tres horas, soldados colombianos fuertemente armados, llegaron en silencio a la vivienda, rompieron la puerta, detuvieron a los secuestradores e ingresaron donde estaban las víctimas.

El sargento encendió la luz y vio a los secuestrados, las niñas empezaron a llorar, su padre también, pero de alegría.

-Bienvenidos a la libertad-, comentó un soldado raso.

Los paramilitares pensaban solicitar un rescate de  4 millones de pesos (unos 2 mil dólares para la época) o lo cobrado por el abogado por sus servicios, pero nunca lograron comunicárselo a la víctima.

Eso fue lo que le dijeron al ejército, luego se llevaron detenidos a los paracos y la familia logró reunirse. 

El empresario insaciable

 Alejandro Bilbao, era uno de esos empresarios que solamente le interesa el dinero, el poder, los negocios, no tenía ética comercial, ni amigos, solo socios, mientras que era donante de campaña de numerosos políticos.

De 59 años, católico, accionista de una aerolínea, un canal de televisión, dos radioemisoras, un periódico, tenía un puerto para sus barcos en Panamá Oeste, banquero, negocios con aseguradores y hoteles.

Todas las explotaciones adyacentes al Canal de Panamá o eran de su propiedad o estaba metido en ellas, poseía ganado bovino, caballos, importaba vehículos europeos, licores, poseía una compañía de comercio de madera, pollos, una fábrica de embutidos y otros negocios.

Era blanco, de ojos verdes, alto, delgado y de raíces del país vasco, cuyos antepasados emigraron al istmo en 1881, en pleno apogeo de la construcción del fracasado Canal francés.



Casado con María Clemencia Pombo, una oligarca, de Bogotá, forrada en plata, mientras que a sus dos hijas, Irina y Sofía, las matrimonió con un panameño de origen sefardí y a la otra con comerciante de origen jordano.

Hasta en el matrimonio Alejandro Bilbao encontraba la forma de hacer negocios porque el dinero y el poder siempre van juntos.

Nunca daba la cara cuando los derechos de sus trabajares eran violentados, no perdía un solo litigio en los juzgados laborales, ni en las huelgas, además era frecuente donante de campaña de candidatos presidenciales, alcaldes y diputados.

Su fórmula era apoyar a los posibles ganadores para posteriormente cobrar con negocios o concesiones, en la cual siempre ganaba y el Estado perdía.

Tenía un grupo de ventrílocuos que hablaban por él en los medios de comunicación donde era accionista, atacaba mediante campañas a sus posibles adversarios y usaba su poder para neutralizar su competencia comercial.

Era casi un dios, un intocable para los presidentes, el Órgano Judicial, tenía una barrera protectora en todos los sentidos.

Evadía impuestos y arrodillaba a las autoridades a través de sus medios de comunicación.



Durante su cumpleaños 61 se hizo una fiesta a todo dar, con mucha champaña, güisqui, comida y música clásica.

Sin embargo, a los seis meses de la parrada,  su salud inició la carrera hacia el deterioro, olvidaba las cosas, tenía mucha dificultad para andar, se perdía en su inmensa mansión de San Francisco y su personalidad cambiaba de forma radical.

Los galenos le diagnosticaron demencia senil o la enfermedad de Alzheimer, un mal sin cura y terminal.

El poderoso hombre daba sus 2 mil millones de dólares de fortuna para curarse, no obstante, ni en Houston, La Habana o Europa, su enfermedad tenía remedio.

A punto de cumplir 63 años, había un grupo de enfermeras que lo bañaban, lo alimentaban, le cambiaban la ropa e incluso le limpiaban el trasero cuando evacuaba porque ni eso hacía.

Los días del omnipotente empresario terminaron como un bebé de seis meses, sin memoria, auxiliado para caminar, comer, cagar y bañarse.

Muchos no entienden que en este mundo hay cosas que el dinero y el poder jamás comprarán.

 

Cuadrangular de por vida

Los periodistas panameños acostumbran a jugar bola suave en la liga Solo Periodistas de la Asociación Deportiva Solo Periodistas (Adespe), en el cuadro cercano al Ministerio de Obras Públicas (MOP).

Ese sábado jugaba el canal 3 de televisión contra el equipo del periódico, El Mundo, ganador de unas cinco copas y campeón de la última temporada, con unidades bien preparadas y toleteros a montón.

Una de las pocas oportunidades que tenían los comunicadores sociales para reunirse, beber algunas cervezas, platicar, estar con su familia, comer y deleitarse de una camaradería fabulosa.

Corría el 2006, las gradas llenas, los equipos iniciaron el partido y tiempo después, los jugadores de El Mundo empezaron a meter sus imparables ante los aplausos del público.



El marcador iba 13-1, a favor de los campeones, pero le correspondía el turno al bate a Richard Córdoba, de 29 años, reportero y jardinero del Canal 3, de tez canela, alto, ojos pardos, abundante cabello negro, delgado y corría como una gacela.

Ya llevaba dos tiros en contra, a punto de ser abatido, cuando el lanzador le disparó una recta, el bateador se acomodó y le metió un “leñazo” a la pelota que viajó a una impresionante velocidad de 90 kilómetros por hora.

Los fanáticos del Canal 3 se levantaron, pero la esférica se fue en dirección a la derecha o hacia las gradas que tenía una malla de protección, sin embargo, había un pequeño orificio del tamaño de tres pelotas de bola suave.

Por ironías de la vida, la pelota ingresó por ese hueco y se dirigió donde Ema María, blanca, de ojos avellana, cabello castaño oscuro, de mediana estatura, delgada y muy linda, quien laboraba como locutora en la radioemisora La JK.



La fémina platicaba con una periodista y ninguna de las dos se dio cuenta de lo acontecido, un camarógrafo gritó su nombre, pero cuando Ema María volteó la cara, la bola impactó contra la joven de 27 años.

Un diente afuera, sangre, el tabique roto y todo el público corrió para ayudar a la mujer, llamaron a una ambulancia, los paramédicos le dieron los primeros auxilios y la trasladaron al hospital Santo Tomás.

Richard Córdoba, era un caballo jugando y todos se sorprendieron por el batazo.

Tras el golpe, estaba más blanco que la nieve, fue donde la dama y la acompañó a la ambulancia, además del nosocomio.

Él era divorciado sin hijos, ella también, no obstante, tenía una niña de dos años.

A la fémina le dieron dos semanas de incapacidad, Richard la visitaba a diario, le llevaba flores e hicieron gran amistad, aunque él se sentía culpable y con mucho remordimiento.

Ema María le dijo que no tenía nada que perdonar, fue un accidente deportivo,  con el tiempo empezaron a salir como amigos y posteriormente de novios.



Luego de dos años se casaron, hicieron tremenda rumba con orquesta de salsa y muy concurrida en su mayoría por comunicadores sociales.

Maritza Miller, prima de Emma María, fue la madrina de la boda, cuando le correspondió hablar, todos rieron por sus palabras.

-Richard, no eres gran jugador, pero con mi prima metiste un cuadrangular de por vida-.

Fotos cortesía de Rubén Polanco.

 

El rabiblanco y la chorrillera

 Crescencio Navarro Aragón, era uno de esos rabiblancos, miembros del Club Unión, quien era la oveja descarriada de su familia, adicto a la marihuana y de a milagro tenía estudios secundarios terminados.

Pero no todo fue su culpa, su padre era integrante de una de las familias “honorables” de las que fundaron la República de Panamá, maltrataba a su madre verbalmente, la golpeaba, tenía otras mujeres y una hija con una exempleada doméstica.

Su madre, Oreida Aragón, se matrimonió por razones de dinero, como sucede normalmente entre los que ostentan el poder económico y una práctica heredada de los reyes de Europa, porque unir dos reinos los hace más fuertes.

Entre los miembros del famoso club panameño, le llamaban a Crescencio “Fulo droga”, ya que era rubio, alto, de ojos verdes y con la mirada perdida, principalmente cuando estaba “trabado” en el cannabis.



Lo expulsaron de varios colegios privados, lo enviaron a Estados Unidos y allí lo sacaron de una academia militar y también de Chorrillos, en Perú, por mal comportamiento.

“Fulo droga” daba la impresión que no tenía futuro alguno, vivía con sus padres en una mansión en Obarrio, con piscina, cancha de tenis y todas las comodidades, pero el hombre se perdía para ir al Chorrillo a chupar cerveza de la antigua Zona del Canal y fumarse su pito.

Los maleantes del área lo conocían, nadie se metía con él porque siempre llevaba dinero, patrocinaba cerveza y marihuana, además la plata le servía para irse con una chica de barrio con el fin de “bicicletear”.

Al final de tanto viaje, Crescencio Navarro Aragón, preñó a una chorrillera llamada Kiara, hermosa, de raza negra, culona, tetona y con hablar de rakataka, la tapa del coco para la familia del oligarca.

El rancho ardió, hablaron con la dama para que abortara, ella se negó y mandó al carajo a la futura abuela, quien la citó en un restaurante de Bella Vista para hacerle la indecente propuesta.

-Usted y su plata se van a la verga doñita, no necesito su dinero-, le respondió Kiara, la amiga de cama de “Fulo droga”-.

La señora sorprendida se retiró del local, no sin antes advertir que la niña que tendría no heredaría ni un centavo de los Navarro-Aragón, ni su hijo estaba obligado a dar pensión porque ellos tenían dinero y poder.



La única habilidad de Crescencio Navarro Aragón, era de pintar cuadros, cosa que hacía muy bien, con sus contactos con los zonian, les vendía el fruto de sus habilidades para mantener a su niña cuando nació.

El hombre se llevó a su negra de El Chorrillo a un arrendado apartamento de dos recámaras, en Betania, convertido en nido de amor y conflictos cuando el caballero estaba drogado.

No es fácil vivir con un amigo de las drogas, pero Kiara logró domarlo con su miel natural y pezones oscuros, tanto que el hombre bajó la guardia y consumía menos marihuana.

Tiempo después, los papás,  el hermano de "Fulo droga" y este se fueron a una fiesta dominical en Coronado, donde hartaron y bebieron licor.

Mariana, era la única nieta de la familia y no fue invitada, ni Kiara, pero cuando el grupo regresaba a la Ciudad de Panamá, don Navarro venía hasta la guacha y chocó contra un poste. Todos murieron.

Los parientes intentaron quedarse con el dinero, pero un abogado izquierdista conocía a Kiara y usó sus conocimientos para entablar un proceso de sucesión no intestada e incluyó a la hija de la empleada doméstica en el litigio judicial.

Hizo un matrimonio post mortem entre Kiaria y Crescencio, lo que enfadó a la familia del rabiblanco que pensaba quedarse con todo.

Como murieron  los herederos de primera línea o grado, el juez ordenó repartir los bienes entre la bebé de Kiara y su tía, la hija de la antigua mucama de los Navarro Aragón.

La familia de los Navarro y Aragón apelaron, pero las dos instancias correspondientes confirmaron la decisión del juez.

Kiara y la hija de la doméstica en su vida imaginaron que el destino cambiaría su futuro.

Evasión cinematográfica

Se sentía alguna tensión en la sala de audiencias, ya que cinco sindicados eran juzgados por los delitos contra la administración de justicia (evasión), asociación ilícita para delinquir y corrupción de funcionarios públicos.

Melquiades Zorrilla, Filomeno Castillo, Jorge Hill y Martín Blackwood, eran los sindicados, más el mayor Rigoberto Yanis, del Servicio Marítimo Nacional de Panamá, a quien lo acusaron de estar en la componenda.

Los tres primeros eran reconocidos asaltantes de bancos, detenidos en una celda de máxima seguridad, ubicada en la isla Naos, una base de la marina militar panameña, y de donde realizaron una espectacular fuga, digna de una película.

Una motonave los recogió aproximadamente a las 5:00 de la madrugada en la isla, los caballeros bajaron, sin embargo, los centinelas abrieron fuego y los antisociales respondieron con armas de grueso calibre.



Milagrosamente, nadie resultó herido, pero los delincuentes lograron atracar en la antigua rampa, ubicada en Paitilla, donde lo esperaban dos automóviles, con el fin de esconderlos hasta que abandonaran del istmo.

Por esas ironías de la vida, la rampa está a pocos metros del parque Nacho Valdés y las autoridades colocaron un letrero para advertir que el lugar no era puerto y estaba prohibido desembarcar mercancía o mariscos.

En esa misma zona, los antisociales abordaron los autos y salieron con rumbo desconocido, mientras que la policía peinaba a diario varias zonas populares para encontrar a los evadidos de una cárcel, donde supuestamente nadie podía escapar.

Los medios de comunicación social, principalmente los impresos, se burlaban del gobierno porque pasaron dos semanas y no capturaban a los reconocidos maleantes.

Melquiades Zorrilla, era apodado “Luna brillante”; Filomeno Castillo, era conocido como “Coyote loco”; Jorge Hill, le llamaban en el mundo de la delincuencia “Gallote” y el nombre de Martín Blackwood, en el bajo mundo, era “Cabeza de perro”.

Los tres primeros estaban detenidos en la cárcel, “Cabeza de perro” pagó 10 mil dólares a un piloto colombiano para guiar la lancha y al día siguiente regresó a su tierra, ya que el panameño era dueño y gerente de una casa de empeño, cuyo capital posiblemente era sucio.

Mientras tanto, la mirada de “Luna brillante” intimidaba a los periodistas y algunos presentes en la sala de audiencias.

Todos vestidos pantalón vaquero azul, camiseta blanca, zapatillas sin cordones, esposados y con grilletes, observaban al representante del Ministerio Público sustentar sus acusaciones y se reían de sus argumentos.



El abogado de Rigoberto Yanis, Patricio Díaz, explicaba que su cliente no guardaba relación alguna con la evasión, ya que no estaba en la base en ese momento, pero por razones políticas lo incluyeron en la investigación para no ascenderlo a subcomisionado.

También salió a relucir que la orden de la policía era matarlos a todos, debido a que ni la seguridad del Estado conocía el plan, la forma como se ejecutó causó una afrenta al gobierno y la noticia le dio la vuelta al mundo.

La recaptura se realizó en un barrio de clase media alta, en el corregimiento de Betania, donde no faltaron los tiros y heridos, pero no fallecidos.

El juez Armando Guerrero escuchaba las partes, el fiscal Peter Muñoz, con duros términos para Yanis y los acusados, pedía ocho años de cárcel para cada uno por los delitos que los acusaban.

Una condena para el mayor sería el final de su carrera, solo había pruebas circunstanciales en su contra, pero los demás estaban enredados en las patas de los caballos y poco podía hacer sus abogados.

Terminó el juicio, los reporteros gráficos y camarógrafos se peleaban con la seguridad para hacer una mejor toma de los sindicados, quienes sonreían ante las cámaras.

Un estricto cordón de seguridad, los escoltó y llevó hasta los automóviles donde los trasladaron a la cárcel.

Un mes después, el juez Guerrero le metió seis años a cada uno y absolvió al mayor Yanis.

Al cumplir sus penas, salieron de prisión, siguieron su vida criminal, menos “Luna Brillante”, quien se convirtió en evangélico 20 años después de pagar su pena.

Pero la pregunta que quedó sin respuesta fue la siguiente: ¿quién les auxilió o les abrió las celdas para que escaparan? Nunca se supo.

Imágenes cortesía del Órgano Judicial de Panamá y no están relacionadas con la historia.


La 'chacalita'

Esa noche, antes del toque de queda de las 10:00 p.m., las parejas bailaban bien apretadas la canción “Regresa pronto” de Dorindo Cárdenas, en la parte trasera de una vivienda en Burunga, Arraiján, Panamá Oeste.

Una simple reunión de cuatro amigos, “Conejo”, “Ratón”, “Loco pelao” y “Limpio”, se convirtió en un asado de pollo y carne, mientras chupaban cerveza Martens, pues era la más barata en tiempos de pandemia.

Tras dos horas de estar bebiendo los caballeros, llegaron sorpresivamente Eloísa, María Fernanda, Lucrecia y Ana, todas vecinas de “Ratón”, el dueño de la casa, con gigantesco terreno y un patio trasero enorme.

Había abundante leña de árbol de nance para el fuego y carbón que le proporcionaba un toque especial al asado, muy panameño.



“Limpio”, era un hombre maduro, de piel canela, de 40 años, ojos pardos, abundante cabello, color “sal y pimienta”, gerente de un almacén en Westland Mall y recién divorciado.

El veterano quedó loquito con María Fernanda, una chica, de 20 años, blanca, pelinegra, ojos brillantes y oscuros, muy coqueta, delgada y atractivo natural.

“Limpio” atacó, atacó y atacó, bailó con la joven, mientras sus amigos le gritaban “apriétala duro, Limpio”, la pareja sonreía.

Los visitantes debían marcharse porque si los agarraba el toque de queda, serían detenidos, pero “Limpio” se fue con el número de celular de María Fernanda.

A la semana, los tórtolos se citaron para dar una vuelta en el Westland Mall, allí fue cuando descubrió “Limpio” que su guialcita era una chacalita por su forma peculiar al platicar y con la muletilla del “o sea”.

En Panamá, las chacalitas son mujeres de escasos recursos económicos, quienes platican con un cantadito propio de los maleantes, aunque no todas las chicas humildes, capitalinas o de la periferia hablan así.

“Limpio” se la llevó a una reunión de unos amigos y al escucharla, todos quedaron sorprendidos porque no era el tipo de mujer que le gustaba al gerente, quien en su tiempo libre era pintor.

Le respondió a una compañera de trabajo que intentaría pulir y rescatar a la jovencita, quien tenía un hijo con un vecino de barrio que no laboraba ni estudiaba, además estuvo preso varias veces.



María Fernanda era la típica mujer de barrio que no busca o aspira a un mejor futuro, se queda donde vive, no quiere estudiar o prepararse y se involucra con hombres para que la “resuelvan”, aunque en el camino salen preñadas y suma más dificultades.

Todo esto lo sabía “Limpio”, apodado así no por ser un caballero sin dinero, sino que le gustaba estar pulcro, perfumado, bien peinado, con ropa almidonada y zapatos lustrados.

Los vecinos del varón también se quedaron estupefactos cuando la escucharon hablar y se reían del hombre, pero a él no le interesaba las críticas de envidiosos porque salía con una mujer 20 años más joven que él.

Dos meses tenían de relación, sin embargo, la dama se pasó de lista y confundió a su novio con un cajero automático, hasta que él la invitó a su casa un día y su pareja se apareció con una lesbiana.

Eso fue la gota que derramó el vaso, él la cuestionó por su acompañante y la respuesta fue de que su amiga tenía muchos problemas.

-Yo también tengo problemas y no ando por ahí en la calle con un maricón-, dijo “Limpio”, molesto.

Despachó temprano a María Fernanda con su amiga, luego le aplicó la revocatoria de mandato y la bloqueó de sus redes sociales y celular.

Todos los intentos de la chacalita por recuperar a su novio fracasaron, jamás volvió a contactarla y el hombre aprendió que una manzana podrida no se consume.

'Mil caras'

El juez duodécimo penal no tuvo clemencia al condenar a 20 años de prisión a Arnaldo Urriola, de 62 años, a pesar de que su abogado argumentó razones de salud y de edad para una pena menor.

La sentencia era clara, había estafado a unas 25 personas y seis empresas, con distintos nombres, documentos alterados, cuatro pasaportes falsos, decía que era tico, venezolano, darienita, chiricano y colonense para lograr sacar dinero a los incautos.

Un banco, tres financieras, cuatro políticos, una organización no gubernamental y otras personas comunes y corrientes fueron víctimas del caballero, a quien le apodaban “Mil caras”.

Los propios funcionarios de instrucción quedaron con la boca abierta cuando detuvieron al sujeto en una operación encubierta, tras la denuncia de un comerciante jordano estafado por “Mil caras”.

El delincuente compró dos BMW con dinero falso, pero era tan inteligente que el papel moneda pasaba la prueba del marcador de plata alterada.



Muy hábil era Arnaldo Urriola, ya que unos colombianos le proporcionaron el monto alterado.

Un abuelito, esposado, con grilletes, mirada triste y carita de “yo no fui”, esquivaba su indagatoria porque, en el año 2005, aún existía en Panamá el sistema inquisidor en el ámbito judicial.

En un principio se acogió al artículo 25 de la Constitución Nacional que establece que nadie está obligado a declarar en su contra, ni de sus familiares en consanguinidad y afinidad.

No obstante, en la tercera declaración de indagatoria, en la Fiscalía Segunda de Circuito, el hombre confesó que incurrió en la comisión de hechos punibles porque el capitalismo salvaje también robaba.

-Los bancos roban, las empresas roban, las aseguradoras estafan, en los cines te venden palomitas de maíz, pero te transan y los políticos se llenan de la plata del pueblo y nada les hacen-, resaltó en su declaración.

El caballero tenía un extenso prontuario delictivo, en un principio, un ladrón de poca monta que hurtaba ropa y zapatos en almacenes, carterista y alimentos en supermercados.

Con el tiempo prefirió perfeccionar sus actos delictivos, escoger a sus víctimas porque si regresaba a la cárcel sería por una codiciada suma y no por dos reales, ya que al final la condena sería igual por robar 20 dólares o 20 mil dólares.

Antes de ser atrapado, le dieron una medida cautelar de país por cárcel por otro caso, se presentaba en los pasillos del Órgano Judicial, para hablar con todos los abogados y funcionarios, luego de firmar los días 30 de cada mes.



El escurridizo estafador no tenía límites para timar porque desde hermanos, primos y antiguos compañeros de trabajo caían víctima de sus acciones.

Mientras que la sentencia lo obligaba a ir donde un psicólogo a tratar su mitomanía, aunque el juez consideró que era lo suficientemente cuerdo para cumplir su condena.

Fue benévolo, ordenó que lo trasladaran hacia el Centro Penitenciario El Renacer, ubicado en las riberas del Canal de Panamá, prisión que los internos consideran un “resort”.

La policía, harto de sus andanzas, lo trasladó desde las oficinas del Órgano Judicial, en Ancón, hasta la prisión canalera.

El hombre, de baja estatura, blanco, cabello de nieve, escuálido y ojos pardos, entró al penal con su pantalón azul, zapatillas blancas, sin cordón y camiseta, blanca, donde lo más temprano es que saldría es a los 72 años, si se portaba bien.

Así terminó la carrera criminal de uno de los más grandes estafadores del istmo.

Imágenes cortesía de la Policía Nacional y el Órgano Judicial de Panamá.

 

El maldito gordito

Pacífico Martínez, de 24 años, laboraba como mensajero en un banco en David, Chiriquí, Panamá, donde apenas ganaba para apoyar a su familia, de cuatro personas que luchaban por salir adelante.

Blanco, delgado, cabello negro hasta los hombros, ojos pardos y parrandero, tenía una novia de Puerto Armuelles, identificada como Lucía, de 20 años, culisa, pocotona y estudiante de contabilidad en la Universidad Autónoma de Chiriquí (Unachi).

En el banco, la oficial de crédito Ernestina de Pérez, blanca, de 40 años, casada, de ojos verdes, algo obesa, cabello lacio y castaño claro, daba la vida para que Pacífico Martínez, le diera “mantenimiento” preventivo, pero el laopecillo no tenía interés en una mujer madura.

Entre los caminos de la vida cotidiana, en una ocasión, Ernestina de Pérez, le regaló un dólar para que el muchacho se comprara un billete del famoso sorteo de la lotería “El gordito del zodíaco” y pactaron que si acertaba se dividirían el premio en partes iguales.





Con una leche que nadie pronosticaría, el imberbe se ganó un millón 200 mil dólares o el premio más el acumulado.

Pacífico Martínez brincaba en un pie cuando vio el número en la pantalla de uno de los televisores, ubicados en el jorón Zebede, mientras bebía cerveza con varios amigos.

La parranda fue tan grande que el hombre no se presentó a laborar el lunes siguiente, sin embargo, se comunicó con la oficial de crédito del banco para darle la fabulosa sorpresa.

A la semana le dieron el cheque, le entregó 600 mil dólares a Ernestina de Pérez e inició la vida loca del chiricano.

Parranda, tras parranda, empezó andar con otras mujeres, dejó a su novia Lucía, se peleó con su familia y compró una casa en las afueras de David, convertida en una sala de baile por las constantes fiestas, todo pagado por Pacífico Martínez.

También renunció a su trabajo porque con ese monto no tenía necesidad de laborar más por el resto de sus días.



“El que nunca ha tenido y llega a tener, loco, se ha de volver”, dice un viejo refrán y le cayó como anillo al dedo al protagonista de este relato.

También ingresaba a uno de los casinos de la capital chiricana a beber guaro y conocer mujeres, tanto era su vida de parranda que lo conocían en casi todos los antros de David.

Tres años después de acertar el premio, Pacífico Martínez, se sintió mal, le dieron convulsiones en un bar, el encargado del negocio llamó a una ambulancia y se lo llevaron al hospital regional Rafael Hernández de David.

Luego de una semana hospitalizado, los galenos le diagnosticaron cirrosis hepática alcohólica, debido a la gran cantidad de licor y cerveza que consumió durante 36 meses.

Un mal que no tiene cura, solamente tratamiento médico y cambio en el estilo de vida, además Pacífico Martínez tenía la opción de un trasplante de hígado, algo tampoco tan fácil.

Hizo los contactos con Ernestina de Pérez, quien averiguó que le costaba unos 20 mil dólares en Colombia, pero debía esperar un donante y que el órgano fuese compatible con su sistema.

Su vida dio un giro radical, enfermo, sin novia, abandonado por sus amigos de chupata, ahora Pacífico Martínez se encuentra en la etapa de aguardar el tan preciado hígado.

 

 

 

 

Hernia discal

Los gritos de René Polo eran desgarradores, se escuchaban por toda la calle, mientras que los vecinos conocieron de su mal porque a todo pulmón solicitaba marihuana para aliviar el dolor.

En calle novena, de El Tecal, Vacamonte, residía el caballero, con su mujer Karina Matamoros, una chama, quien también laboraba como su marido panameño en entrega de alimentos a domicilio para las plataformas digitales.

Hacía dos meses René Polo salió del Hospital Santo Tomás, tras un accidente en la que se llevó la peor parte porque un conductor ebrio se le atravesó en la calle 50 y vino la colisión.

René Polo salvó su vida por el casco, de lo contrario su muerte hubiese sido instantánea porque cayó a dos metros del sitio del choque.

El hombre de marras era de piel canela, de mediana estatura, cabello crespo oscuro, delgado, ojos pardos y de 28 años, mientras que su concubina,  de 30 años, blanca, ojos avellana, cabello castaño oscuro y delgada.



Karina Matamoros intentaba consolar a su marido. 

El accidente le jodió una hernia discal del L-4-L-5 que, al salir de su estado normal, presiona los tejidos nerviosos que generan el dolor prácticamente incontrolable.

Los discos separan la estructura de las vértebras, funcionan como amortiguación, sin embargo, cuando el núcleo pulposo se sale (como una galleta que entre sus dos partes tiene una crema blanca), entonces se produce la hernia.

Muchas dificultades las de René, una cita primero con médico general, luego con un ortopeda para que este le entregue una referencia  para un neurocirujano, en tiempo de espera de entre seis  meses o un año. Mientras tanto a sufrir.

En todo ese trayecto, a aguantar dolor porque  los medicamentos poco hacen.

Para René Polo, ni hablar de cargar a su niña Diana, de dos años, cero relaciones sexuales, debe caminar con un bastón a paso de tortuga y menos agacharse.

Una de las actividades más engorrosa es evacuar porque debe sentarse y levantarse de la taza, y peor al momento de limpiarse el culo, ya que al inclinarse le duele la espalda.

Es como estar parado y colocar las plantas de los pies en una tabla llena de clavos.

El cepillado dental es otra tortura porque hay que botar el residuo de la crema de dientes y enjuagarse la boca. Para esta acción es necesario agacharse, lo peor para una paciente con una hernia discal en la región lumbar.



Cosquilleos en la planta del pie izquierdo y el famoso “lagarto” ataca o los músculos de su muslo que se mueven producto de los tejidos nerviosos apretados por el disco lesionado.

En el hospital le colocan medicamentos y le ponen venoclisis para que la medicina viaje a toda velocidad y alivie, no cure, el intenso dolor.

Una espera kilométrica la cita con el neurocirujano, seis meses después de ser atendido por la ortopeda.

No queda otra que sufrir, una resonancia magnética en una clínica privada cuesta casi mil dólares, ni René ni Karina tienen ese dinero, el capitalismo salvaje obliga a esperar en la atención médica estatal porque la otra es solo para ricos o de clase media alta.

En el mundo el que no tiene plata es quien siempre se jode porque sencillamente la mierda fluye hacia abajo, incluso en la medicina.

 

El estafador italiano

Alessandro Espósito tenía como una inmunidad, ya que sobre su cabeza pesaba varias denuncias de estafas, pero no era detenido y vivía como si nada, frente a los incautos que les quitaba su dinero para negocios que nunca concretaba.

Todas las mañanas desayunaba en elegantes hoteles, almorzaba en el restaurante Di María, en la avenida México, y cenaba en locales lujosos, todo pagado por sus víctimas a quienes les despojaba de plata.

La fórmula perfecta era mostrar varios extractos bancarios de cuentas en Las Bahamas, con miles de dólares, sin embargo, pedía prestado porque los bancos locales le imponían trabas para las transferencias internacionales.

Alessandro Espósito, tenía dos hijas en su natal, Calabria (Italia) y su esposa, mientras que en Panamá se paseaba con Marcela, su amante venezolana, de 24 años, blanca, con senos y traseros operados, ojos pardos e inmensa cabellera negra.

Aunque lo más probable, por los 67 años del europeo, es que solo le diera “lengua”, la sudamericana no desaprovechó la oportunidad de sacar dinero cuando el longevo se le declaró en el restaurante donde ella laboraba y el estafador frecuentaba.



De baja estatura, cabello blanco, abundante barba, con gafas, ojos verdes y la nariz que caracteriza a los italianos, Alessandro Espósito, les decía a sus clientes que tenía en Panamá varias empresas.

Entre ellas, una aerolínea de carga, dos diarios digitales, una fábrica de aviones en Ucrania, una compañía inmobiliaria y negociaba con el gobierno panameño la administración del aeropuerto internacional de Colón.

No todos se comían el cuento, no obstante, otros como un ministro de Estado le entregó 40 mil dólares y un indostano le dio 20 mil dólares, y aunque logró esquivar al político, el segundo fue con una radio patrulla a la Vía Argentina, donde el italiano tenía su base de operaciones para cobrar.

Con los empleados ni hablar, les debía hasta cuatro meses de salario, les abonaba un mes de paga, les tiraba un cuento, siempre para ganar tiempo ante sus acreedores.

Creó un sistema interno de sapería, entre sus colaboradores, a quienes compraba con billetes 100 dólares para que le contara lo que platicaban en la empresa mientras él no estaba.

Las autoridades panameñas sabían todo, sin embargo, nada hacían, era sospechoso de que un italiano ingresara al país con pasaporte venezolano, tomando en cuenta la situación política y económica de ese país americano.



El extranjero recorría la capital panameña, muerto de la risa en su Mercedes-Benz, con su conductor de origen indostano y en ocasiones con dos escoltas del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront).

Se burlaba de sus víctimas, luego le decretaron impedimento de salida por tres delitos de estafa, pero nada de prisión.

Cuando se alborotaron los casos de Covid-19 en marzo de 2020, el inteligente ladrón abandonó Panamá, a pesar de tener impedimento de salida, para aterrizar en el aeropuerto de Maiquetía en La Guaria, Venezuela.

En la tierra de Simón Bolívar fue detenido, a pedido de extradición, de un tribunal de Roma, Italia, que lo buscaba para que cumpliera una condena de 10 años de prisión, por los cargos de concierto para delinquir, alteración de documentos, estafa y robo.

Perdió su batalla y en marzo de 2021, un tribunal de la República Bolivariana de Venezuela, ordenó enviarlo a su país y ahora duerme tras los barrotes, luego de una carrera criminal que duró solo cuatro años en Panamá.

Si bien es cierto en Panamá sus delitos quedaron impunes y estafó a varios incautos, la justicia lo alcanzó en la propia tierra en que nació y su novia se quedó sin trabajo y sin dinero porque nada logró sacarle al zorro europeo.

 

El MR2 de 'Cholo'

“Cholo” era un jovencito, quien laboraba como asistente de ventas de seguros en 1992, ganaba 450 dólares mensuales, lo que para esa época era bastante comparado incluso con ingenieros industriales graduados que no recibían más de 500 dólares de paga.

Era un fanático de la música típica, frecuentaba los domingos el jardín Cosita Buena, ubicado al final de la vía Fernández de Córdoba, en la Ciudad de Panamá, para cazar guiales.

“Cholo”, era de mediana estatura, de 21 años, blanco, cabello negro, crespo, delgado, ojos pardos y estudiaba el III año de administración de empresas en la Universidad de Panamá (UP), donde ya era conocido por ser un don Juan.

Tenía de compinche a “Tacha”, un imberbe de 20 años, parecido al él, pero con la diferencia que el cabello era lacio, aunque no poseía destreza para conquistar mujeres, su amigo siempre lo ayuda a conseguir alguna noviecita.



“Cholo” le había pegado el ojo a un automóvil MR2, año 1985, japonés, color rojo, automático, vidrios polarizados, descapotable y cuya velocidad era impresionante en tan poco tiempo.

El vehículo aceleraba de cero a 100 kilómetros en tan solo 2.56 segundos, lo que sería un atractivo para las féminas que les gusta el peligro y la aventura, principalmente a las damas que bailaban en el jorón que tanto le encantaba al masculino.

“Cholo” vivía con una tía en El Romeral, ubicado en el corregimiento de Parque Lefevre, sus padres eran de origen humilde de Santiago de Veraguas, aunque su pariente lo crio para darle una mejor vida que sus papás no podían.

Como le gustaba impresionar, se enamoró del automotor, fue al banco para solicitar un préstamo de 2,500 dólares y su tía le daría los 2,000 dólares que faltaban para adquirir su carrito deportivo que únicamente era para dos ocupantes.

En una de las calles de El Romeral, residía Jenny, la hija de un mayor de las desaparecidas Fuerzas de Defensa de Panamá (FDP) que estaba preso por varios crímenes cometidos durante su gestión en un alto cargo del fenecido ejército panameño.

Jenny era de piel canela, ojos negros, delgada, pequeña, de pechos grandes, trasero de avispa, cabello negro largo y recién graduada del Instituto Panamericano (IPA).



La señorita formaba parte de la nueva clase media que crearon los militares que educaban a sus hijos en colegios particulares y el único centro de estudios superiores privado que existía o la Universidad Santa María la Antigua (Usma), donde poco ingresaban los hijos de “Petra” o “Melche”.

“Cholo” trataba de cortejar a su vecina, pero ella lo chifeaba, así que esa era otra de las razones de la compra del carro, sin embargo, la dama no era interesada si no que sabía todo el historial mujeriego del universitario.

Le dieron el préstamo, compró el carro por 500 dólares menos y ese monto lo invirtió en un equipo de sonido y bocinas pifiosas.

Ese mismo fin de semana, invitó a salir a Jenny, quien nuevamente lo rechazó, le aclaró que no quería ninguna relación con él porque era un “pico loco” y deseaba un joven tranquilo.

Como le salió el tiro mal, llamó a “Tacha” para ir al Cosita Buena y se fueron a rumbear.

Allí conoció a Penélope, una fula buenona, de Pesé, Herrera, con quien la pasó sensacional y hartaron ron con cola.

Planeó llevársela a un hotel para “bicicletear”, pero estaba hasta las patas de alcohol, “Tacha” se quedó en el jorón y su amigo partió con la dama para El Jamaica.

Conducía a velocidad alta, no había retenes para esa época y cuando bajaba a la altura del antiguo teatro Bella Vista para tomar la avenida Cuba, perdió el control y colisionó con un muro que destruyó.

El caballero y su acompañante fueron llevados al hospital, de a milagro se salvaron, pero con golpes fuertes que los dejaron unas dos semanas en el nosocomio.

Fue dado de alta y en la recepción del Hospital Santo Tomás lo esperaba Jenny y “Tacha”.

-Llegó la hora que madures y te portes bien, si quieres salir conmigo-, dijo Jenny, mientras que “Tacha” sonreía.