“Cholo” era un jovencito, quien laboraba como asistente de ventas de seguros en 1992, ganaba 450 dólares mensuales, lo que para esa época era bastante comparado incluso con ingenieros industriales graduados que no recibían más de 500 dólares de paga.
Era un fanático de la música típica, frecuentaba los
domingos el jardín Cosita Buena, ubicado al final de la vía Fernández de
Córdoba, en la Ciudad de Panamá, para cazar guiales.
“Cholo”, era de mediana estatura, de 21 años, blanco,
cabello negro, crespo, delgado, ojos pardos y estudiaba el III año de administración de
empresas en la Universidad de Panamá (UP), donde ya era conocido por ser un don
Juan.
Tenía de compinche a “Tacha”, un imberbe de 20 años,
parecido al él, pero con la diferencia que el cabello era lacio, aunque no
poseía destreza para conquistar mujeres, su amigo siempre lo ayuda a conseguir
alguna noviecita.
“Cholo” le había pegado el ojo a un automóvil MR2, año 1985, japonés, color rojo, automático, vidrios polarizados, descapotable y cuya velocidad
era impresionante en tan poco tiempo.
El vehículo aceleraba de cero a 100 kilómetros en tan
solo 2.56 segundos, lo que sería un atractivo para las féminas que les gusta el
peligro y la aventura, principalmente a las damas que bailaban en el jorón que
tanto le encantaba al masculino.
“Cholo” vivía con una tía en El Romeral, ubicado en el
corregimiento de Parque Lefevre, sus padres eran de origen humilde de Santiago
de Veraguas, aunque su pariente lo crio para darle una mejor vida que sus papás
no podían.
Como le gustaba impresionar, se enamoró del automotor,
fue al banco para solicitar un préstamo de 2,500 dólares y su tía le daría los 2,000 dólares que faltaban para adquirir su carrito deportivo que
únicamente era para dos ocupantes.
En una de las calles de El Romeral, residía Jenny, la
hija de un mayor de las desaparecidas Fuerzas de Defensa de Panamá (FDP) que estaba
preso por varios crímenes cometidos durante su gestión en un alto cargo del
fenecido ejército panameño.
Jenny era de piel canela, ojos negros, delgada, pequeña,
de pechos grandes, trasero de avispa, cabello negro largo y recién graduada
del Instituto Panamericano (IPA).
La señorita formaba parte de la nueva clase media que
crearon los militares que educaban a sus hijos en colegios particulares y el
único centro de estudios superiores privado que existía o la Universidad Santa
María la Antigua (Usma), donde poco ingresaban los hijos de “Petra” o “Melche”.
“Cholo” trataba de cortejar a su vecina, pero ella lo
chifeaba, así que esa era otra de las razones de la compra del carro, sin
embargo, la dama no era interesada si no que sabía todo el historial mujeriego
del universitario.
Le dieron el préstamo, compró el carro por 500 dólares
menos y ese monto lo invirtió en un equipo de sonido y bocinas pifiosas.
Ese mismo fin de semana, invitó a salir a Jenny, quien
nuevamente lo rechazó, le aclaró que no quería ninguna relación con él porque
era un “pico loco” y deseaba un joven tranquilo.
Como le salió el tiro mal, llamó a “Tacha” para ir al
Cosita Buena y se fueron a rumbear.
Allí conoció a Penélope, una fula buenona, de Pesé,
Herrera, con quien la pasó sensacional y hartaron ron con cola.
Planeó llevársela a un hotel para “bicicletear”, pero
estaba hasta las patas de alcohol, “Tacha” se quedó en el jorón y su amigo
partió con la dama para El Jamaica.
Conducía a velocidad alta, no había retenes para esa
época y cuando bajaba a la altura del antiguo teatro Bella Vista para tomar la
avenida Cuba, perdió el control y colisionó con un muro que destruyó.
El caballero y su acompañante fueron llevados al
hospital, de a milagro se salvaron, pero con golpes fuertes que los dejaron
unas dos semanas en el nosocomio.
Fue dado de alta y en la recepción del Hospital Santo
Tomás lo esperaba Jenny y “Tacha”.
-Llegó la hora que madures y te portes bien, si quieres
salir conmigo-, dijo Jenny, mientras que “Tacha” sonreía.
De las historias divertidas con finales felices.
ResponderBorrarSiempre entretenidas.