La tableña de la facultad

 Tuve que reemplazar a un compañero enfermo de la publicitaria para una gira laboral a Las Tablas, Panamá, donde se grabaría una cuña para una cerveza y a regañadientes me desplacé a esa ciudad.

Dicen que un hombre podrá tener cien mujeres, sin embargo, solo una es la que le marca de por vida, siempre la recuerda, aunque haya superado el dolor y la amargura de estar enamorado y herido.

Al terminar el primer día, el grupo nos fuimos a un restaurante a cenar, allí estaba Ana Teresa Cárdenas, mi exnovia y antigua compañera de salón de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá, donde ambos estudiábamos publicidad.



El tiempo pasó por su rostro como el mío, las arrugas se notaban, su cabello nevado, seguía siendo hermoso, sus gruesas piernas atrapadas en el tiempo, sus dulces manos, con las que me acarició en numerosas ocasiones se veían tiernas y sus ojos miel me atraparon por segunda ocasión.

Pasaron ya treinta años, mi corazón volcó de nuevo, ella me abandonó sin explicación alguna, sin embargo, yo entendí que un chombo limpio, santanero y de origen humilde, poca oportunidad tenía con una fémina correteada por varones de todas las clases sociales.

Nos citamos en la noche, Ana Teresa lloró en el parque Porras, se disculpó, pero respondí que el tiempo cura las lesiones del alma, que seguía siendo hermosa y que pasara la página de la tristeza.

Luego me llevó a su residencia, su hijo estaba en Panamá, solo tuvo uno, graduado de médico, ella se quedó en su ciudad natal y regresó dos años después que me dejó.

Aunque parezca increíble, ese jueves en la noche recordamos en vivo y color los tiempos de estudiantes, nadé sobre sus pechos, la acaricié toda, gemía, gritaba, transpiraba y había un intercambio de fluidos fuertes.

Era como estar en el paraíso, creo que nunca la olvidé totalmente, ese amor de fuego intenso estaba escondido en lo más profundo de mi corazón, yo casado y con tres hijos, le fui infiel a mi amada esposa.

Bueno, solo se vive una vez, terminamos y nos acurrucamos a besos, volvió a llover sobre el rostro de Ana Teresa, recuerdo que acaricié sus rosadas mejillas y me despedí.

No hubo intercambio de números de teléfono, mi estatus legal me impedía otro encuentro, por respeto a mi mujer, quien es toda una dama dedicada a su familia y marido.



Tres meses después, me telefoneó un médico, para informarme que debía darme una noticia, era Miguel Solís Cárdenas, para notificarme que su madre, Ana Teresa, falleció de cáncer de mama,

Ella nunca me lo dijo, quizás no quería que sintiera lástima y lloré en el consultorio del galeno.

Por segunda ocasión, mi gran amor se marchó sin despedirse y esta vez era para siempre.

Imagen de la dama tomada de Internet y no relacionada con la historia.

 

 

Irina Stróyeva

Mi segundo viaje a Los Ángeles, California, fue menos tedioso que el primero porque tuve más tiempo de conocer la multicultural ciudad, también los lugares indeseables como Skid Row, lleno de personas sin hogar que nunca muestran en las películas.

La agenda para comprar repuestos de autos en la empresa para llevarlos a Panamá fue muy veloz, me atendió Charlie Lee, quien me preguntó lo que haría la noche del miércoles, respondí que no había programación y sonrió.

Me dijo que a las ocho de la noche pasaría a mi hotel para dar una vuelta a beber unos tragos y comer algo, lo que me pareció fabuloso porque en ese periplo estaba solo.



A la hora acordada Charlie fue con William y Mitchel, sus primos y nos dirigimos hacia un club que cuando vi el letrero de Larry Flint’s Hustler Club y de inmediato imaginé que era un club de seminudistas.

Entramos, ordenamos güisqui y unas picadas, el lugar muy bello, decorado con sofás rojos gigantescos de cuero, un escenario con un tubo donde las chicas bailaban, mesas y un bar con bastantes espejos.

Vi que bailaba una dama de rasgos asiáticos, pensé que era coreana o vietnamita, no parecía tan china, cuando la mujer terminó de bailar, pasó por nuestra mesa y lanzó una mirada hacia mí, devoradora.

Mis amigos, los chinos me hicieron coro, reídos y la nena, saludó al grupo e hizo señas que volvería.

Media hora, regresó vestida con un traje de baño negro, liguero color rojo, una diadema, con su cabello cobrizo teñido, unos ojos miel, delgada, con senos abultados, media 1.76 y su piel era como un manto de espuma.

Se sentó a mi lado, al presentarse me di cuenta de inmediato que su inglés no era con acento chino, sino ruso por la forma de pronunciar la letra erre, luego me confesó que Siberiana, donde residen muchos rusos de origen asiáticos.

Irina Stróyeva, no se separó de mí, de pronto llegaron otras chicas caucásicas para acompañar a mis amigos y se formó la fiesta.



Aunque me era dificultoso comprender su inglés y ella el mío, nos entendíamos a la pedrada, los besos no tienen idioma o pronunciación, menos cuando la pareja se va al hotel a bicicletear.

La rusa fue mi novia durante los tres días que me quedé hueveando en Los Ángeles, me llevó a varios lugares, nunca dejaba de sonreír y su palabra favorita era davai, davai o vamos.

Nos despedimos como unos novios verdaderos, en la mañana siguiente debía ir a LAX para retornar al istmo, mi sorpresa gigantesca fue que mi novia rusa me esperaba para trasladarle al aeropuerto.

Besos, abrazos y lágrimas de la rusa con su novio de piel canela panameño, no sé si se trató de una ilusión de la siberiana. Solo quería contarle la experiencia.

Imagen Pexels y Larry Flint’s Hulster Club no relacionadas con la historia.

El burro que hablaba

 A mediados de los años ochenta, aún había poblados en los que no existía energía eléctrica y menos entre comunidades en Panamá, lo que representaba que si ibas de un lugar a otro era solo con la luz lunar.

Los vecinos acostumbraban a irse en grupo cuando debían desplazarse de un pueblo a otro, así evitarían malos ratos, maleantes que los despojaran de sus pertenencias o una famosa historia de terror.

Contaban que un burro, con alas y que arrojaba fuego por las fosas nasales se les aparecía a los infieles y borrachos, aunque hubo numerosos avistamientos nunca se presentó una evidencia para corroborar que el animal existía.



Mientras tanto, una familia fue a pasar un fin de semana al Espino, en Veraguas, pueblo colindante con La Orquesta y entre los visitantes estaba Martín, un adolescente, de 16 años, agnóstico, satánico y amante del metal pesado.

Martín, era un yeyesito que conoció a una familia humilde, hicieron buena amistad con los migrantes campesinos y lo invitaron, por lo que no titubeó en aceptar esa invitación para escapar de la ruidosa ciudad de Panamá.

Fumaba y bebía seco, a escondidas de sus padres, famosos por montar a cada rato avión con las consecuencias de descuidar a sus hijos y dejarlos a la vigilancia de la nana.

La tarde del sábado, un grupo se digirió hacia La Orquesta, jugaron base por bola, luego entraron en la cantina del pueblo, donde no dejaron ingresar a Martín por ser menor, pero se las ingenió con dinero para comprar cerveza.

El adolescente se esfumó de los adultos, le dijo a un poblador que le informara a los mayores que se fue solo y las personas se marcharon, lo dejaron y este se quedó con unos peones bebiendo seco a pico de botella hasta quedar ebrio.



Los campesinos le advirtieron que mejor era quedarse o irse con varios, no solo por el peligro que representaba sino por el famoso burro, sin embargo, Martín creía tener los timbales más grandes y se fue sin compañía.

Pasó por las casas de quincha, con techo de paja, alumbradas con guarichas, muchas palmas, la noche estrellada, la ausencia de luz era magnífica para observar inmensas e infinitas nubes de estrellas.

Salió del pueblo, la calle de piedra y pasto estaba seca, por estar en verano aún, solo se escuchaba el sonido de algunos pájaros, las cañas de azúcar sembradas que bailaban con el fuerte viento y los pasos del adolescente.

Unos veinte minutos después, Martín divisó a lo lejos algo entre amarillento y rojo, sonrió, se frotó los ojos, quizás sería la borrachera, la luz se elevó y se colocó frente al imberbe.

Ahí estaba de pequeño tamaño, alumbrado, con sus alas y patas de águila, ojos amarillentos y casi rojos, expulsaba fuego por sus fosas nasales.

—¡Lárgate a tu casa, obedece a tus padres y pórtate bien, Martín! Si no lo haces, yo mismo te busco donde vives—, dijo el animal.

En horas de la mañana, unos vecinos de La Orquesta encontraron a Martin desmayado en el camino, también se defecó y orinó del susto.

Siguió el consejo del burro que hablaba.

Imagen de Pixbay y Samer Daboul de Pexels no relacionadas con la historia.

El semental legislativo

En 1990, Dimitri González no cabía en el pellejo cuando  lo proclamaron como legislador por San Miguelito, una noticia que cayó como bomba para el elegido y su familia.

Contaba apenas con 24 años, recién egresado de la carrera de arquitectura, vivía en una humilde casa de tres recámaras en Cerro Batea, muy pequeña, con su madre, sus dos hermanos y su abuelita, todos migrantes locales de la provincia de Herrera.

Su vida cambiaría radicalmente porque de ganar 88 centavos la hora, en los próximos meses cobraría un sueldo de 7,000.00 dólares mensuales que incluían combustible, dietas, gastos de representación y el salario.



Además, contaba con una planilla de apoyo de 4,000.00 para nombrar el personal de su confianza para su labor y si necesitaba más, podría solicitar a la administración de la Asamblea Nacional funcionarios y la institución estaba obligada a proporcionárselo.

El miembro del Partido Liberal Democrático (PLD), luego tomó posesión de su curul, fue presidente de la Comisión de Cultura y Deportes hasta que la vida le tiró las cartas del poder.

Dimitri abandonó a quienes lo ayudaron a buscar el voto, alegando que era imposible nombrarlos a todos en su planilla, posteriormente conoció a Estrella, una mulata de Santa Librada, quien se convirtió en el poder detrás del poder.

Al año de ser novio de Estrella, despidió a la mitad de su personal de la planilla para nombrar a su pareja con dos mil dólares mensuales, no asistía a las sesiones y se dedicaba a beber y parrandear.



No solo quedó conforme con Estrella, frecuentó a otras chicas de Cerro Batea, faltaba las reuniones de las comisiones de trabajo de la institución para encontrarse con mujeres.

A los tres años de ser elegido legislador, Dimitri había preñado a tres mujeres del barrio, casi todas al mismo tiempo, su secretaria era su amante, el dinero empezó a escasear y no seguía los lineamientos de su partido.

El castillo de naipes del imberbe y novato político se desmoronaba, sin embargo, seguía cazando empleadas administrativas y de otras zonas de la capital panameña.

Comenzaba la época preelectoral, le dieron una segunda oportunidad para buscar la reelección, sin embargo, el día de la votación no logró más que 400 sufragios.

Sus electores le dieron raya, se quedó sin dinero cuando culminó su período y terminó vendiendo legumbres en el carro que un día usó para recoger féminas con el fin de llevarlas a hotel para tener sexo.

 Fotografía de Wikipedia y Wendy Wei de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

Carta para Betty

En numerosas ocasiones me pregunto qué hice para que me pagaras de la forma en que lo hiciste, ya que te traté como una princesa de castillo, construido de marfil, oro, plata y perlas en cada torre.

Durante 20 años transcurrieron numerosos acontecimientos, te casaste tres veces, me mantenías cerca a ti como el malvado que le entrega al gallo poco a poco maíz para someterlo al hambre, en mi caso de amor.



Siempre hubo una excusa por el cual no podías estar conmigo, inventos, embustes, mentiras o historias que creí como si fuese un adolescente enamorado por primera vez.

Una de ellas fue de que prácticamente tu familia te obligó a casarte porque carecían de medios económicos para tu manutención, de idiota te creí cada una de tus sílabas y olvidé que existe la palabra trabajo.

Tras ocho años sin tener noticias tuyas, la vida nos hizo vernos en ese centro comercial en Paitilla, mis pupilas casi revientan, mientras que en mi corazón se tornó como una batería musical porque llovieron los recuerdos.

En ese momento me contaste que te divorciaste, tras dos años te volviste a matrimoniar con un compañero de la universidad, ni me llamaste o localizaste con el fin de informarme de esa excelente buena nueva de tu separación.

Vaya excusa que no tenías los medios, cuando ahora existe el celular, las aplicaciones y los correos electrónicos.



El tiempo no pasa en vano porque cuatro décadas pasaron por tu piel de miel, tus ojos avellana, es notorio la nieve en tu raíz y si no lo crees, entiende que el peróxido tiene una existencia corta.

Igual yo, ya no soy el mismo que levantaba pesas, corría y nadaba, un accidente me hizo cojear de mi pie izquierdo, pero sigo vivo y con muchas fuerzas para escribir esta carta.

¿Por qué me hiciste creer que me amabas cuando no era cierto? ¿Cuántos engaños a mi persona Betty?

Fui un idiota, un pendejo, un tonto, un ahuevado y cretino al creer tus kilométricas historias, luego me enteré de que distribuías lo que la naturaleza te regaló al nacer, como si fuesen dulces en una urbanización.

La vida  es un sube y baja, sin embargo, tuve mucha depresión contigo, pero al fin las superé y tengo mi hijo, no obstante, por tu maldad patológica te castigó el destino y eres estéril.

Arcadio

28 de abril de 2019

Fotografías de Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.


El pendejo de Casey's Bar

 A Carlos Blackman lo enviaron a jugar balompié a La Liga Deportiva Alajuelense, con un billetón, le dieron un carro y que eligiera una propiedad dónde vivir y el caballero escogió una, ubicada en San Pedro de Poás.

Existía una diferencia abismal entre el lugar elegido y su natal, Río Abajo, en Panamá, pero el deportista estaba feliz de su nuevo trabajo y hogar, soñaba con ser una estrella en tierras costarricenses.

Casi dos metros de estatura, ojos oscuros, cabello afro y piel muy oscura, Carlos llamó la atención de inmediato cuando arrendó una vivienda de dos plantas, ubicada en El Mesón.

Hizo amigos, tenía una vecina suya que lo amaba, hija de un limonense, con josefina, mestiza, pero el caballero no le interesaban las damas de su color de piel, quería blancas, específicamente rubias o machas como les llaman los ticos.



Dicen por ahí que carne blanca es la perdición del negro, al futbolista le caía como anillo al dedo, además solo contaba con 21 años, así que era un inmaduro en todo su esplendor.

Una de esas noches de jueves, Carlos se fue con unos amigos a beberse unos tragos, comer y ver qué chica cazaba, así que el grupo se fue a San Rafael para ingresar al restaurante Casey´s Bar.

Al caballero le gustó la decoración del local, mucha madera laqueada, las mesas, el baro y un guitarrista que interpretaba fabulosa música.

Frente a Carlos había dos chicas, una de piel canela y otra rubia, la segunda vestida con una falda de cuero roja, unas botas hasta las rodillas, una blusa que casi revienta por el tamaño de sus pechos y grandes ojos verdes.

Quedó loquito con la dama, empezó a enviarle rondas de cerveza a las chicas, mientras que uno de los compañeros le advirtió que jugara vivo porque en ese lugar no llegan mujeres solteras sino parejas.



Carlos respondió que las damas estaban solas desde hacía una hora, por lo que continuó enviando cervezas y alimentos a las jóvenes, siendo la rubia quién solo sonreía y lo saludaba desde su mesa.

Pasaron tres horas e  ingresaron al local dos hombres, tipo metaleros y se dirigieron directamente a la mesa donde se encontraban las féminas, el hombre de menor estatura, le dio un beso a la rubia como de treinta segundos.

Todos miraron a Carlos, quien bajó la cabeza en señal de derrota porque hizo el papel de pendejo, gastó su dinero, las damas aceptaron todo y nunca le dijeron que tenían pareja.

Desde esa noche sus compañeros bautizaron a Carlos con el apodo el pendejo de Casey’s Bar.

Imagen propiedad de Casey’s Bar.

 

El misterioso coyote

En 1808, antes de que California y otros estados del norte le fueran robados a México, por Estados Unidos, mediante el tratado Guadalupe-Hidalgo, en Los Ángeles vivía, un mestizo identificado como Californio, mitad español y mitad nativo.

Californio se dedicaba a curar, con hierbas, plantas, sangre de coyotes y oraciones a los enfermos, mientras le iba bien en su viejo rancho, hasta que llevaron con una fiebre alta a Loanna Francois de la Vega-Santizo, la esposa de un colono español afincado en el norte de México, llamado Pedro.

Su marido se encontraba de viaje en el Rancho Tía Juana (hoy Tijuana) para convencer a los monjes sobre la necesidad de poblar la misión con colonos, así que no tenía idea de lo que le sucedía a su francesa esposa.



Californio quedó enloquecido con los ojos verdes de la europea, las criadas y el escudero le dieron una bolsa con 20 monedas de oro para que alejara del demonio a Loanna, así que preparó su poción y durante seis días la mujer estuvo en cama hasta que se curó.

Para aquella época los viajes eran largos, en carreta, con un clima árido y seco en el día y friolento en las noches, por lo que Californio se hizo acompañar de tres nativos más para llevar a Loanna a la propiedad de la mujer, ubicado en San Diego.

Ella agradecida, le dio un documento en la que se comprometía a concederle 10 mil hectáreas con ganado para trabajarlo, sin embargo, el hombre no le interesaba el dinero sino la dama ajena.

Al regresar su casa vieja y destartalada en Los Ángeles, empezó a probar pomadas y pociones para convertirse en un hombre blanco, de ojos azules o verdes, alto, fortachón y así conquistar a Loanna.

Estaba obsesionado con la francesa de 24 años, él apenas contaba con 19, aunque para el amor no hay edad, argumentaba Californio.



Una noche de luna llena, preparó una poción con hierbas, agua de río y de cactus, carne disecada y molida de coyote, sangre del mismo animal, sal, azúcar, vino, ron, polvo de frijol y plumas disecadas y molidas de cuervo.

Cuando apuntaba el satélite de la tierra en el poblado, Californio bebió toda la poción que dejó su rostro arrugado por el mal sabor.

Pasado unos cinco minutos, sintió convulsiones, sus manos temblaron, empezó a sudar, fijó su vista en sus dedos, se volvían garras, los dientes cambiaron, sus labios se alteraron, le salieron colmillos y su piel se endurecía.

Corrió hacia la tinaja de agua con el fin de observar su rostro, sus ojos eran más grandes, luego cayó al suelo y sus manos se convirtieron en patas.

El curandero se transformó en un coyote, su aullido se escuchó a casi tres kilómetros de donde estaba el rancho y dos indios vieron al animal salir de la casa de Californio.

Nunca se supo más del caballero, pero por el rancho de la francesa Loanna y su marido Pedro, un coyote siempre rondaba, nunca lo intentaron cazar hasta que un grupo de soldados estadounidenses lo mataron a balazos cuando ocuparon las Californias.

Imagen del coyote de Esteban Arango de Pexels y mapas de México no relacionadas con la historia.

Cara de ángel y mente de asesina

 La llegada de Anastasia al apartamento de su prima Thelma al Hatillo, en Caracas, cambió radicalmente la vida de las parientes y Perturo, el esposo de la segunda, un ingeniero petrolero oriundo de Puerto La Cruz.

Las damas eran gochas, Thelma se marchó desde Mérida a trabajar a la capital del país, atraída por la prosperidad, el deseo de casarse con un caraqueño y vivir los peligros de las grandes urbes.

Tres años después, Anastasia se unió a su pariente sin imaginarse que su traslado representaría un saco de sorpresas porque Perturo, era un hombre tímido en toda su expresión, poco hablaba y se pasaba encerrado en la habitación nupcial para evitar problemas.



Tres son multitud, cuando una mujer atractiva, soltera e inteligente entra al círculo de un matrimonio burbuja, los peligros son inmensos y aunque intentes torear la situación, la única solución es escapar.

Una de esas noches en que Thelma laboraba en la radioemisora como periodista, su marido salió de la pieza hacia la cocina, fue cuando vio a Anastasia con una pantaloneta cachetera, una blusa que apenas cubría su tórax y sobresalían los rosados pezones.

Fue atracción de inmediato, ella sonrió, el caballero se disculpó bajo el argumento que no sabía que la prima de su esposa estaba allí, desde hacía rato se tenían ganas y solo faltaba una casualidad que los empatara.

Por accidente Anastasia dejó caer la taza de café, los dos se agacharon para agarrar los restos quebrados, sus miradas se toparon y con los labios cercanos se dieron un intenso beso.

Perturo, era tímido, no pendejo, así que la subió a la mesa de la cocina, luego de que su lengua viajara por la espalda y senos de la mujer, la ametralladora disparó todas las balas del cartucho hasta que quedó vació.



Los tórtolos clandestinos sentían remordimiento, no obstante, sus citas furtivas no se detenían, tanto que para no crear más problemas Anastasia decidió marcharse, pero su prima se negó.

La mujer engañada sabía todo porque con sus celos ocultos clonó la aplicación de WhatsApp de su marido, así que cada detalle, versos, palabritas o mensajes entre los novios ocultos era conocido al instante.

No reclamó, pero en sus ojos verdes llovió en muchas semanas hasta que planificó la venganza al agregar clorox y miel de abeja en el café Perturo y Anastasia durante cuatro meses.

Sin embargo, una cámara oculta colocada por Perturo corroboró que su mujer los envenenaba poco a poco para cobrar la deuda de la infidelidad, la denunciaron porque sentía el sabor del químico en la bebida y fue arrestada.

Furiosa, Thelma confesó todo ante la policía porque una mujer engañada posee cara de ángel y mente de asesina.

Fotografía de Jason Villanueva y Matheus Ferrero de Pexels no relacionadas con el relato.

Doble disparo

Ya tenía afinada la estrategia Escrutinio Solís para conquistar a Nereida, su compañera de la firma de abogados donde el caballero laboraba como pasante, mientras cursaba su último año en leyes.

Nereida, contaba con 35 años, dos hijos, divorciada, le encantó el aspecto físico del pasante de 23 años, de piel canela, alto y figura atlética, así que se veían a escondidas fuera del centro laboral.

La dama satisfacía su apetito sexual con el imberbe, quien también gozaba de una fémina doce años mayor que él, sin embargo, para el sexo no hay edad, siempre y cuando la pareja tenga derecho al sufragio.



Aunque se intente ocultar una relación en el trabajo, las miradas son una especie de diálogo, los enamorados platicaban con sus pupilas, lo que los convirtió en epicentro de chismes y bolas de corrillo en la oficina.

Pero, Dalma Soledad, de 21 años, recepcionista de la firma forense García y García, también andaba de amores con Escrutinio, lo que generaba que el varón hiciera maromas para reunirse con la jovencita sin que Nereida se diese cuenta o los compañeros.

Entre una y otra dificultad se desempeñaba el don Juan hasta que un cometa que llevaba Dalma Soledad pronto volaría y cuando su vientre empezó a crecer muchos se preguntaron en la firma quién sería el desconocido padre.

La mujer lo ocultó, mientras que Nereida empezó a sospechar de la recepcionista, por el cruce de miradas que la jovencita protagonizaba con el pasante.

Unas semanas después, Nereida estaba en el supermercado con una amiga cuando se desmayó, la llevaron a una clínica y recibió la fabulosa noticia de que en ocho meses sería madre por tercera vez.



Doble disparo el de Escrutinio, porque no había dudas que era el padre de las dos criaturas que vendrían a este mundo plagado de guerras, conflictos y pobreza.

El tipo tragó saliva cuando su amante veterana le notificó sobre su estado de gravidez y su rostro cambió de piel canela a blanco porque preñó a dos mujeres casi al mismo tiempo.

Ni siquiera laborar en otro lugar los fines de semana le alcanzaba para la manutención de Dalma Soledad, quien tenía problemas durante su gestación y le dictaminaron reposo.

Antes de marcharse a su casa, la futura madre le reclamó a su Romeo que el dinero no era suficiente, el tipo se puso nervioso porque detrás Dalma Soledad estaba Nereida y escuchó todo.

Un rancho ardió en la firma de abogados, las dos mujeres descubrieron que el semental las engañó y los compañeros de la oficina tuvieron que intervenir antes de que ocurriera una desgracia.

Quedó solo y ahora se rasca la cabeza porque debe mantener dos hijos.

Imagen de Cottonbro Studio y Mikhail Nilov de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

Sin vaselina

Plingaló Fernández planificó todo para estafar a unos inversionistas franceses que llegaron a Panamá con el fin de hacer dinero en bienes y raíces, aprovechando que los costos de los bienes inmuebles es menor que en Europa.

La idea era tumbarle 500,000.00 dólares en un proyecto de construcción de un edificio de 40 apartamentos, cuyo costo por unidad era de 250,000.00, los cebó con la idea que los europeos invirtieran tres millones y él inyectaría uno al proyecto y el resto con préstamos bancarios.

Francois y Andrea, se reunieron con Plingaló en unas oficinas temporales que el istmeño arrendó durante unos meses a nombre de otra persona, le colocó el letrero de Inversiones Fernández S.A. y contrató un grupo de personas eventuales con el fin de aparentar ser una compañía consolidada.



Plingaló mostró los planos a los inversionistas, tras tres horas de conversaciones, se fueron al terreno en Parque Lefevre y los extranjeros quedaron impresionados que en una zona tan cerca de la ciudad de Panamá hubiese lotes baldíos de ese tamaño.

Quedaron en abrir una cuenta bancaria para depositar un capital semilla, posteriormente con todo aprobado por el Municipio de Panamá y el resto de las autoridades y pedirían un crédito para construir.

Francois y Andrea, sonrieron, se fueron al banco, con sus pasaportes estamparon su firma, también el istmeño y pactaron que cada uno transferiría 250,000.00 como capital semilla.

Muy picarón, Plingaló transfirió un dinero que dos estadounidenses le entregaron para propiedades del edificio, claro era poco lo que le dieron, pero cuando los franceses depositaran se voltearía con la plata, le devolvería al yanqui su dinero y desaparecería.

Estaba seguro de que los europeos confiarían en el panameño, colocarían el monto y él se esfumaría como un fantasma en medio de la noche.



Sin embargo, pasaron cuatro días y los foráneos ni depositaban, ni transferían la suma acordada, por lo que Plingaló los llamó, pero ninguno respondió las llamadas, ni mensajes por redes sociales. 

La cuenta que los tres abrieron fue cerrada y la suma extraída.

Bien cabreado, tomó su Mercedes-Benz arrendado, se digirió hacia la vía conocida como Tumba Muerto, llegó hasta un centro comercial de dos plantas, tomó el ascensor y al abrir la puerta del aparato en frente quedaban las oficinas de los franceses.

Sus ojos reventaban al ver un letrero que decía Se alquila, se fue donde la administradora del centro comercial, quien le dijo que largaron a los extranjeros por falta de pago.

Plingaló fue estafado, le robaron los huevos al águila y se la pasaron sin vaselina porque siempre el que quiere ser vivo llega otro y se la aplica.

Imágenes de Pexels no relacionadas con la historia. 

 

El soplo de Bhergovich

Antes de que colocaran las cámaras de seguridad en la Ciudad de Panamá, Excusio Bhergovich pululaba por las calles de Calidonia, pidiendo reales para comprar una pachita o pacha de ron.

Excusio era un alcohólico de esos que abundan por el popular barrio panameño que se drogan o emborrachan, duermen en la calle, arropado con papel periódico o cajas de cartón, desayunan lo que encuentran en la basura o si algún parroquiano le regala dinero para un café.

Un domingo de junio del año 2000, vio un lujoso vehículo, en la avenida Justo Arosemena, descargando a la una de la madrugada, unos paquetes forrados de negro, pensó que eran ladrones y avisó a la primera patrulla que vio.



El sargento Pablo Garrido, lo amenazó con llevarlo al calabozo, sin embargo, Excusio insistió y le proporcionó el número de matrícula que memorizó, a pesar de estar medio ebrio.

Garrido avisó por radio, a los diez minutos respondieron que el carro fue reportado como hurtado en San Francisco, se dio la alerta y el automotor fue ubicado en una bodega en Diablo, Ancón.

Dos colombianos estaban a bordo, la policía les dio la voz de alto, intentaron huir, no pudieron e inició el intercambio de disparos, un narcotraficante murió y el otro resultó herido.

Cuando los agentes del orden público abrieron la cajuela del vehículo encontraron droga y en la bodega un precioso hallazgo de tres toneladas de cocaína.

El herido fue llevado al hospital, quien cantó que en dos días zarparía un barco de Buenaventura, Colombia, preñado en mercancía ilegal, se avisó a las autoridades colombianas y pescaron a los responsables.

La DEA participó de la operación, se sorprendió del decomiso, averiguaron y García respondió que el dato lo dio un indigente de Calidonia, los agentes antidrogas lo buscaron con funcionarios del Ministerio Público.



Excusio casi se caga del miedo al ver personas del gobierno que era requerido, le anunciaron que no era para nada malo, sino para agradecerle porque el soplo dio con la incautación de millones de dólares en cocaína.

Uno de los agentes de origen cubano, muy sonriente, le comentó que sería premiado con mucho dinero, no obstante, la DEA puso como condición que se rehabilitara del alcohol y la marihuana.

La borrachera se le quitó a Excusio, quien fue llevado a un centro de rehabilitación al día siguiente, con escoltas y sus compañeros piedreros pensaron que fue detenido.

Al año y medio de recibir el tratamiento, Excusio fue recogido por agentes de la DEA, lo llevaron a la embajada de Estados Unidos, estaba cambiado en su totalidad por la rehabilitación.

Le entregaron un cheque de 450,000.00 dólares, el hombre lloró al ver el documento y los agentes le estrecharon la mano.

—Si caes de nuevo en la droga, nada podemos hacer, señor—, resaltó el agente de origen cubano.

La vida de Excusio cambió en una noche de borrachera, como las muchas que se pegó antes de dar el soplo.

Imagen cortesía de la Policía Nacional y la DEA no relacionadas con la historia.

 

 

 

  


Margarita y Thayer

 Como un ladrón que ingresa en silencio al palacio, Margarita se colaba constantemente al cuchitril de Thayer con el propósito de hacer travesuras, a pesar de que las circunstancias no bendijeron al caballero.

La dama, de 21 años, tenía una hija de cinco años, que procreó con un compañero de salón en el desaparecido plantel Práctica de Contabilidad y Comercio, ubicado en la Avenida A, de la ciudad de Panamá.

Thayer, era un veterano, pensionado desde los 29 años, ya que un accidente laboral en una planta de químicos lo dejó desde los 28 años con discapacidad visual, sin embargo, aprendió a desarrollar el sistema auditivo de forma impresionante.

Ahora con 51 años, blanco, delgado, residía en uno de los cuartos de la calle E, corregimiento de Santa Ana, donde las aguas oscuras mezcladas desprendidas de los tronos desataban una hediondez inaguantable.



Pero los vecinos del viejo caserón de madera eran felices en medio de grandes carencias, promesas de mejor futuro de los militares y civiles que gobernaban en la época de la guerra fría, donde la izquierda y la derecha luchaban por imponerse.

Margarita era una diva, delgada, grandes senos, ojos miel, cabello corto lacio, castaño claro y nalgas pronunciadas, acariciadas por numerosos varones del barrio porque la fémina se subastaba porque su hija debía alimentarse.

En los guetos del mundo cualquier cosa puede pasar, por lo que el romance entre Thayer y Margarita, lo ocultaban con el propósito de no escandalizar el empobrecido barrio ni inflar bolas de corrillos de viejas sin marido a quien joder.

Una diferencia de edad abismal, 30 años no se fuman en pipa, no obstante, cuando el poderoso don dinero habla, todos miran hacia otro lado, pero para Thayer era imposible ver, aunque sí el sentir las carnes entre sus blancos dedos.



Los encuentros sexuales se frecuentaron hasta que el vientre de la codiciada dama elevó su volumen, su madre pegó el grito al cielo y al enterarse del padre de la criatura casi le da un infarto.

Un reclamo público, con gritos e insultos, de la enfurecida madre al veterano caballero fue similar a publicar una noticia en la primera plana o portada de un diario.

A los pocos minutos desde el marinero chileno exiliado del piso de arriba hasta las machiguas que vendían canyac, conocieron la novedad.

La pareja portaba su cédula, no había ilegalidad, Altagracia, sería abuela por segunda vez, mientras que por más que acusara de aprovechador a Thayer este gozó con Margarita porque es un hombre, tiene rifle y cuando apunta sencillamente dispara.

Fotos de archivo y Daniel Reche de Pexels no relacionadas con la historia.

El Perro Atómico

La lista de las mujeres que se acostaron con Fulgencio era tan larga que alardeaba de ella, de todo tipo que llevó a la cama, nativas, rubias, negras, mestizas, de 21 hasta 50 años, el elegante caballero fanfarroneaba frente a sus amigos.

Por dinero no se preocupaba, su familia mantenía millones en cuentas bancarias, negocios y acciones en empresas, pero a Fulgencio no le gustaba trabajar y la vez que lo hizo en  la fábrica donde su papá era el mayor accionista, perdió 25,000.00 dólares por una mala compra.

Su padre prefirió darle una mensualidad de 10,000.00 dólares para que se diera todos los gustos, no pagaba alquiler y los servicios eran cancelados por la familia, así que el varón se dedicaba a conquistar damas.



Dentro de su clase social era reconocido como el Perro Atómico o un don Juan en toda su expresión, así que ninguna chica aceptaba su invitación de salir, solamente platicaban con él en el club donde los ricos hacían sus parrandas.

Su única opción era la de irse a los bares o discotecas de clase media, o de pueblo para levantar féminas, quienes se enredaban en la telaraña del caballero al verlo conducir su lujoso Jaguar con todas las extras.

Odiaba viajar al exterior por temor a los aviones, su país favorito para llevar a cabo periplos era Costa Rica, debido a que el vehículo que manejaba no se caería.

Durante uno de esos viajes desde Panamá, se fue a la discoteca Infinito, allí conoció a una holandesa que dijo llamarse Karen, con quien estuvo una semana en el hotel donde se hospedaba en Alajuela y que incluía un casino.

Todas las noches bajaban a jugar máquinas tragamonedas, luego bebían güisqui y hacían el amor.

La mujer era quien mandaba, le ordenaba las posiciones, lo besaba con intensidad con un sexo duro y fuerte, algo que nunca experimentó el istmeño y que lo dejó realmente loquito.



Antes de que la mujer regresara a su país, Fulgencio se quitó el preservativo, se arrastraron por toda la habitación como si estuviesen en un conflicto armado y fuese la última vez que se viesen.

Tan enculado estaba el panameño que eyaculó dentro de la dama con el propósito de embarazarla y que posteriormente ella lo buscara, sin embargo,  la mujer solamente sonrió con el acto del varón.

Ambos regresaron a sus países, Karen no lo contactó, ni lo aceptaba en sus redes sociales y solamente se enteraba de ella en Facebook porque su perfil era público en inglés.

Durante dos años todo estuvo igual hasta que vio un video de la chica que anunciaba que desde hacía cinco años vivía con el virus de VIH, lo que dejó aterrado a Fulgencio porque recordó que tuvo sexo sin protección con la europea.

A la semana un examen en uno de los hospitales más costosos de Panamá le diagnosticó el virus y aterradora noticia de que tenía Sida.

Fotos de Amornthep Srina y Loc Dang de Pexels no relacionadas con el relato.