A Carlos Blackman lo enviaron a jugar balompié a La Liga Deportiva Alajuelense, con un billetón, le dieron un carro y que eligiera una propiedad dónde vivir y el caballero escogió una, ubicada en San Pedro de Poás.
Existía una diferencia abismal entre el lugar elegido y su natal, Río
Abajo, en Panamá, pero el deportista estaba feliz de su nuevo trabajo y hogar, soñaba
con ser una estrella en tierras costarricenses.
Casi dos metros de estatura, ojos oscuros, cabello afro y piel muy oscura,
Carlos llamó la atención de inmediato cuando arrendó una vivienda de dos plantas,
ubicada en El Mesón.
Hizo amigos, tenía una vecina suya que lo amaba, hija de un limonense, con josefina,
mestiza, pero el caballero no le interesaban las damas de su color de piel,
quería blancas, específicamente rubias o machas como les llaman los ticos.
Dicen por ahí que carne blanca es la perdición del negro, al futbolista le
caía como anillo al dedo, además solo contaba con 21 años, así que era un
inmaduro en todo su esplendor.
Una de esas noches de jueves, Carlos se fue con unos amigos a beberse unos
tragos, comer y ver qué chica cazaba, así que el grupo se fue a San Rafael para
ingresar al restaurante Casey´s Bar.
Al caballero le gustó la decoración del local, mucha madera laqueada, las mesas,
el baro y un guitarrista que interpretaba fabulosa música.
Frente a Carlos había dos chicas, una de piel canela y otra rubia, la
segunda vestida con una falda de cuero roja, unas botas hasta las rodillas, una
blusa que casi revienta por el tamaño de sus pechos y grandes ojos verdes.
Quedó loquito con la dama, empezó a enviarle rondas de cerveza a las chicas,
mientras que uno de los compañeros le advirtió que jugara vivo porque en ese
lugar no llegan mujeres solteras sino parejas.
Carlos respondió que las damas estaban solas desde hacía una hora, por lo
que continuó enviando cervezas y alimentos a las jóvenes, siendo la rubia quién
solo sonreía y lo saludaba desde su mesa.
Pasaron tres horas e ingresaron al local dos hombres, tipo metaleros y se
dirigieron directamente a la mesa donde se encontraban las féminas, el hombre
de menor estatura, le dio un beso a la rubia como de treinta segundos.
Todos miraron a Carlos, quien bajó la cabeza en señal de derrota porque
hizo el papel de pendejo, gastó su dinero, las damas aceptaron todo y nunca le
dijeron que tenían pareja.
Desde esa noche sus compañeros bautizaron a Carlos con el apodo el pendejo
de Casey’s Bar.
Imagen propiedad de Casey’s Bar.
Pobre Carlos 😯
ResponderBorrarAprovecharon las mujeres toda la generosidad de Carlos 😅 y terminó en brazos del otro. Que decepción 🤣😂😄, siga conquistando a lo pendejo.
ResponderBorrar