Tuve que reemplazar a un compañero enfermo de la publicitaria para una gira laboral a Las Tablas, Panamá, donde se grabaría una cuña para una cerveza y a regañadientes me desplacé a esa ciudad.
Dicen que un hombre podrá tener cien mujeres, sin embargo, solo una es la
que le marca de por vida, siempre la recuerda, aunque haya superado el dolor y
la amargura de estar enamorado y herido.
Al terminar el primer día, el grupo nos fuimos a un restaurante a cenar,
allí estaba Ana Teresa Cárdenas, mi exnovia y antigua compañera de salón de la
Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá, donde ambos
estudiábamos publicidad.
El tiempo pasó por su rostro como el mío, las arrugas se notaban, su
cabello nevado, seguía siendo hermoso, sus gruesas piernas atrapadas en el
tiempo, sus dulces manos, con las que me acarició en numerosas ocasiones se
veían tiernas y sus ojos miel me atraparon por segunda ocasión.
Pasaron ya treinta años, mi corazón volcó de nuevo, ella me abandonó sin
explicación alguna, sin embargo, yo entendí que un chombo limpio, santanero y de
origen humilde, poca oportunidad tenía con una fémina correteada por varones de
todas las clases sociales.
Nos citamos en la noche, Ana Teresa lloró en el parque Porras, se disculpó,
pero respondí que el tiempo cura las lesiones del alma, que seguía siendo
hermosa y que pasara la página de la tristeza.
Luego me llevó a su residencia, su hijo estaba en Panamá, solo tuvo uno,
graduado de médico, ella se quedó en su ciudad natal y regresó dos años después
que me dejó.
Aunque parezca increíble, ese jueves en la noche recordamos en vivo y color
los tiempos de estudiantes, nadé sobre sus pechos, la acaricié toda, gemía,
gritaba, transpiraba y había un intercambio de fluidos fuertes.
Era como estar en el paraíso, creo que nunca la olvidé totalmente, ese amor
de fuego intenso estaba escondido en lo más profundo de mi corazón, yo casado y
con tres hijos, le fui infiel a mi amada esposa.
Bueno, solo se vive una vez, terminamos y nos acurrucamos a besos, volvió a
llover sobre el rostro de Ana Teresa, recuerdo que acaricié sus rosadas
mejillas y me despedí.
No hubo intercambio de números de teléfono, mi estatus legal me impedía otro
encuentro, por respeto a mi mujer, quien es toda una dama dedicada a su familia
y marido.
Tres meses después, me telefoneó un médico, para informarme que debía darme
una noticia, era Miguel Solís Cárdenas, para notificarme que su madre, Ana Teresa,
falleció de cáncer de mama,
Ella nunca me lo dijo, quizás no quería que sintiera lástima y lloré en el
consultorio del galeno.
Por segunda ocasión, mi gran amor se marchó sin despedirse y esta vez era
para siempre.
Imagen de la dama tomada de Internet y no relacionada con la historia.
Ana Teresa fue feliz antes de irse, por última vez 💗
ResponderBorrarDuele estar enamorado y no ser correspondiendo al momento esperado. 💔
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