Irina Stróyeva

Mi segundo viaje a Los Ángeles, California, fue menos tedioso que el primero porque tuve más tiempo de conocer la multicultural ciudad, también los lugares indeseables como Skid Row, lleno de personas sin hogar que nunca muestran en las películas.

La agenda para comprar repuestos de autos en la empresa para llevarlos a Panamá fue muy veloz, me atendió Charlie Lee, quien me preguntó lo que haría la noche del miércoles, respondí que no había programación y sonrió.

Me dijo que a las ocho de la noche pasaría a mi hotel para dar una vuelta a beber unos tragos y comer algo, lo que me pareció fabuloso porque en ese periplo estaba solo.



A la hora acordada Charlie fue con William y Mitchel, sus primos y nos dirigimos hacia un club que cuando vi el letrero de Larry Flint’s Hustler Club y de inmediato imaginé que era un club de seminudistas.

Entramos, ordenamos güisqui y unas picadas, el lugar muy bello, decorado con sofás rojos gigantescos de cuero, un escenario con un tubo donde las chicas bailaban, mesas y un bar con bastantes espejos.

Vi que bailaba una dama de rasgos asiáticos, pensé que era coreana o vietnamita, no parecía tan china, cuando la mujer terminó de bailar, pasó por nuestra mesa y lanzó una mirada hacia mí, devoradora.

Mis amigos, los chinos me hicieron coro, reídos y la nena, saludó al grupo e hizo señas que volvería.

Media hora, regresó vestida con un traje de baño negro, liguero color rojo, una diadema, con su cabello cobrizo teñido, unos ojos miel, delgada, con senos abultados, media 1.76 y su piel era como un manto de espuma.

Se sentó a mi lado, al presentarse me di cuenta de inmediato que su inglés no era con acento chino, sino ruso por la forma de pronunciar la letra erre, luego me confesó que Siberiana, donde residen muchos rusos de origen asiáticos.

Irina Stróyeva, no se separó de mí, de pronto llegaron otras chicas caucásicas para acompañar a mis amigos y se formó la fiesta.



Aunque me era dificultoso comprender su inglés y ella el mío, nos entendíamos a la pedrada, los besos no tienen idioma o pronunciación, menos cuando la pareja se va al hotel a bicicletear.

La rusa fue mi novia durante los tres días que me quedé hueveando en Los Ángeles, me llevó a varios lugares, nunca dejaba de sonreír y su palabra favorita era davai, davai o vamos.

Nos despedimos como unos novios verdaderos, en la mañana siguiente debía ir a LAX para retornar al istmo, mi sorpresa gigantesca fue que mi novia rusa me esperaba para trasladarle al aeropuerto.

Besos, abrazos y lágrimas de la rusa con su novio de piel canela panameño, no sé si se trató de una ilusión de la siberiana. Solo quería contarle la experiencia.

Imagen Pexels y Larry Flint’s Hulster Club no relacionadas con la historia.

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