El cuarto 16

Todos los camioneros, civiles o funcionarios públicos evitaban hospedarse en la habitación número 16 del hotel Pasamontañas, ubicado en el límite de las provincias de Chiriquí y Veraguas, en Panamá.

Algunas historias de terror se escuchaban entre los conductores de carga, principalmente los centroamericanos, sobre avistamientos de un espíritu de una chica vestida de negro, con botas y un paraguas, en ese cuarto.

La fama del ente fue tan grande que en el istmo Centroamericano y hasta Tapachula, México, se corrió la bola de que no pernoctaran en esa pieza porque corrían el peligro de ver el fantasma de la mujer.

Y es que la cosa era tan seria porque algunos confesaron que el espíritu les solicitaba abandonar el cuarto, debido a que era su morada, se habló del asesinato de una dama hacía 20 años, recién estaba inaugurado el comercio.



Sin embargo, para el camionero hondureño Aníbal Correa, todo era una falacia de conductores cobardes y supersticiosos, además argumentaba que cuando las personas mueren no vuelven.

Como no había evidencia, Aníbal fanfarroneaba con otros compañeros en el restaurante Chespiritos, en Cerro de la Muerte, Cartago, Costa Rica, y les indicó que él sí alquilaría la pieza.

Sus amigos le advirtieron que mejor durmiera en la mula como lo hacen sus compañeros y no jugase con fuego porque podría quemarse y le ardería, pero Aníbal no obedeció.

Cuando entró por Paso Canoas hacia Panamá, el conductor iba reído y desafiante, manejó hasta llegar al hotel Pasamontañas y solicitó el cuarto número 16.

La dependiente no dijo nada, solo lo registró y el caballero valiente se marchó hasta la pieza, vio un rato la televisión, apagó las luces y antes de arroparse se le apareció la figura.



—Este es mi lugar de descanso, así que solicito con todo respeto que se vaya—

Aníbal la miró desafiante, le tiró un beso, la observó de arriba abajo, la dama lucia largos cabellos, ojos pardos y blanca como la nieve.

—No tengo por qué obedecerte, solo eres un fantasma o un supuesto espíritu estúpido—

La mujer volvió a pedir que se marchara, el varón no obedeció.

—No tengo más remedio que actuar—, dijo ella.

Abrió sus manos, salió un círculo de luz fluorescente azul, lo arrojó hacia donde Aníbal, la bola se la tragó y entró al cuerpo del espíritu.

Dos días después, cuando la policía abrió la puerta, solo encontraron las pertenencias de Aníbal y no se supo nada de él.

Fotografía de Turkan Bakirli  y Eduardo 19909 de Pexels no relacionados con la historia.

Galletas malditas

Los padres de Adelita recibieron un duro golpe cuando el médico les notificó que su hija de seis años falleció de un infarto producido por una sustancia que aún se analizaba en los laboratorios de la Caja del Seguro Social de Panamá.

Manuel y Alexandra estaban desconsolados por la tragedia y era obvio porque se supone que los hijos sepultan a los padres y no al revés.

A los tres días, el galeno Iván Pérez, les mostró los resultados de los exámenes y arrojó que dentro del cuerpo del infante había restos de cocaína, lo que los dejó sorprendidos por la conclusión.



Creyeron que se trató de un error, sin embargo, el galeno les confirmó que se hicieron tres pruebas, ninguno consumía drogas y lo único externo que la víctima ingirió fue un paquete de galletas que Manuel trajo del trabajo.

Días después, el entristecido padre entregó a los investigadores varias galletas que él y otros compañeros de trabajo hurtaron de la bodega donde laboraban, mercadería propiedad del búlgaro Lazar Nikolova, quien reexportaba alimentos a su país y Hungría.

Los funcionarios de instrucción y la policía requisaron el local donde hallaron dos contenedores repletos de galletas, jugos y confetis reempacados, algunos de ellos dieron como resultado droga mezclada con galletas y pastillas dulces.

El extranjero fue detenido, se descubrió la existencia de una organización internacional formada por colombianos, búlgaros, húngaros y un panameño que comerciaban droga a Europa del Este, mezclada con golosinas.



La habilidad de Manuel y sus compañeros de hurtar galletas para sus hijos, le costó la vida a Adelita, mientras que el búlgaro reclamaba su inocencia ante la Fiscalía Primera de Drogas bajo el argumento de que el responsable de la mercancía era un ruso identificado como Viktor Magomedov.

Se remitió una asistencia judicial a Rusia, seis meses después respondieron que el nombre es muy común en el país y tomaría años encontrar al señalado por Lazar, si es que en realidad existía.

Manuel se culpa de su incorrecta acción, también sus camaradas, un pequeño hurto fue como una mentira blanca, pero en realidad el hurto es un delito y una mentira es mentira.

Ahora la pareja destruida espera el juicio de Lazar, acusado de tráfico internacional de drogas y asesinato.

Imagen de las galletas cortesía de Lisa Fotios y el edificio Avesa del Ministerio Público de Panamá no relacionadas con la historia ficticia.


Identidad desconocida

Lourdes Galindo no paraba de llorar cuando la policía detuvo a su marido, el turco Emre Demir, a pedido de extradición de la República de Turquía, sindicado por supuestamente formar parte de una banda de ladrones de arte y secuestradores.

La dama no comprendía que el padre de su hijo Emre Demir Galindo, de dos años, estaría en la cárcel y sería duro porque el extranjero adoraba a su descendiente.

El caballero estaba en la lista de la Policía Internacional (Interpol) solicitado para que respondiera los delitos que presuntamente cometió, sin embargo, para su mujer era una santa paloma, un buen padre, comerciante y miembro del Club Unión de la alta clase panameña.



Aunque la familia de Lourdes no aceptaba al varón, a ella no le interesó, se divorció de su esposo y se casó por lo civil con Emre, lo que no fue visto por los socios del club, pero a la mujer no le paraba bola a los comentarios.

Contrató los servicios de un abogado penalista muy famoso, quien, al ver el expediente, le notificó de inmediato que su cliente no era tal persona porque su real nombre era Onan Yildiz, estaba plenamente identificado y sus huellas dactilares lo verificaron.

El edificio de cien pisos que construyó Lourdes se derrumbó, engañada, criticada, mancillada, su familia tenía razón por que se casó con un desconocido extranjero, se dejó llevar por las facciones pronunciadas, ojos verdes, blanca piel y figura de luchador de su marido.

Cuando Lourdes le preguntó a su esposo en la cárcel la razón del engaño, el turco lloró, nunca pensó enamorarse de verdad, lo estaba, no obstante, su pasado pesaba demasiado y confesar todo equivaldría a perder todo.

Una vida destruida, un divorcio, ahora su hijo tendría un padre en la cárcel porque la sentencia que le esperaba a Onan era de 15 años como mínimo, sus compinches fueron atrapados en Moscú, Paris, Berlín y Nueva York.



La banda fue desmantelada, el cuantioso botín era de millones de euros y se devolvió abundante, pinturas, esculturas, joyas y piedras preciosas.

Ahora Lourdes no sabía qué hacer, no asistía al Club Unión para no ser blanco de miradas burlescas, comidillas y bolas de corrillos de la clase dominante panameña.

Tras noventa días de luchar judicialmente contra la extradición, la Corte Suprema de Justicia dictaminó viable enviarlo a Ankara.

Lourdes con su pequeño fueron hasta el aeropuerto, donde una batería de periodistas intentaba entrevistar al turco para que explicara sus actos.

El avión despegó hacia Madrid y posteriormente lo haría ena Turquía, en el aparato iba un delincuente arrepentido y enamorado, aunque era demasiado tarde porque debía pagar su deuda con la sociedad y al final Lourdes se casó con un hombre con identidad desconocida.

Fotografía de Wikipedia y Michel Calcedo de Pexels no relacionadas con la historia ficticia.

 

 

 

 

 



 

 

 

'Ladrillo Roto'

 

En Villas del Prado, Bogotá, había un caballero que le apodaban Ladrillo Roto, aunque su nombre de pila era Javier Luis Escobar, de 28 años, nativo de Cartagena de Indias, conocido jugador de cartas, bebedor de aguardiente, mujeriego y quien estuvo varias veces en la cárcel por estafa.

Javier tenía una impresionante labia para conquistar mujeres, su físico le ayudaba mucho porque el costeño gozaba de una contextura atlética, piel canela, cabello negro ensortijado y ojos pardos muy profundos.

A este señor, los hombres comprometidos lo vigilaban muy de cerca para que no se goloseara a sus parejas, mientras que las damas se babeaban cuando hacía ejercicios mañaneros en la Autopista Norte.



Un día llegó a residir al barrio Teresa, una dama de 21 años, madre de una niña, casada con Ruperto, de 34 años, ambos provenían de Moniquirá, departamento de Boyacá, quienes llegaron a la capital colombiana en busca de una mejor vida.

Arrendaron un humilde cuartito, fue entonces que la vio Javier en momentos que Teresa ingresó a la cigarrería de Arturo a comprar una gaseosa, pan, fresco y otros productos.

Javier fue al ataque de inmediato, la mujer lo miró con coqueteo, pero mantuvo su distancia, sin embargo, con el pasar del tiempo ganó la confianza de la rubia, delgada y atractiva fémina ajena.

Ruperto y Teresa vivían de ventas de pinchos, empanadas y chucherías hasta que el varón obtuvo una plaza laboral como vigilante nocturno, en un edificio de Britalia Norte, así que se marchaba como a las diez de la noche para regresar a las ocho de la mañana.

El turno del esposo fue aprovechado por la pareja de infieles para hacer sus travesuras y mientras Ruperto pasaba frío en el inmueble de estrato cinco, su mujercita se revolvía entre las sábanas con el vago de Javier.



Los vecinos descubrieron las andanzas de los amantes y una señora le informó al engañado de lo acontecido, quien se escapó en tres ocasiones para corroborar que su mujer le ponía los cuernos.

 Un lunes, casi a las nueve de la noche, Ruperto se fue a laborar, pero retornó a la media hora, le quitó el teléfono móvil a su mujer, lo revisó para comprobar la cita de ese día, pero mantuvo en su poder el aparato tecnológico.

El plan no falló, Javier tocó el timbre, el hombre herido abrió la mitad de la puerta, fue entonces cuando el amante quedó blanco como un papel del susto a ver al esposo de su novia clandestina frente a él e improvisó para salvar su pellejo.

—¡Eeehh, vecino! ¿Tendrá un ladrillo que me preste porque lo necesito—?

—Claro. A las diez de la noche, con mucho gusto, se lo entrego—.

Ruperto abrió toda la puerta, le reventó en la cabeza a Javier una botella de cerveza que provocó un charco de sangre e intenso dolor.

El golpeado no acusó a Ruperto y desde entonces, cuando Javier camina por Villas del Prado, los niños le gritan Ladrillo Roto.

Imagen cortesía de Wikipedia.


Tragedia en cerro Picacho

Los alemanes Karen, Kristten y Hans, llegaron desde Múnich, Alemania a una gran aventura en Panamá, principalmente para hacer turismo ecológico, recorrer montañas, ríos, cuevas y playas.

Atraídos por las historias de su amigo Guido, quien vivió tres meses en El Valle de Antón, les contaba anécdotas de las bellezas de país centroamericano, su caluroso clima, su gente hospitalaria y la variedad de cervezas.

Estuvieron tres días en El Valle de Antón, comieron patacones con salchichas guisadas, tamales, arroz con pollo, chicharrón con empanadas de carne, bollo y abundante chicheme.



Al cuarto día partieron con un guía hacia Olá, su destino era subir el cerro Picacho que demoraba unos 40 minutos a escalar, con una parada a los 20 para descansar y luego andar hasta cima a unos 500 metros sobre el nivel del mar.

En la última parte del cerro es difícil de caminar por lo empinado del terreno, pocos centímetros de espacio para ambos pies, el equipaje era un morral pequeño con algunas galletas y dos botellas de agua.

Fue todo un éxito llegar a la cima, los germanos, con los guías panameños, tomaron videos y fotos con la ayuda de un dron que captó toda la zona verdosa que enamoró a los europeos.

Como no hay hoteles ni hostales en Olá, pensaron ir a Los Machos cuando terminaran para regresar a El Valle y pegarse otra borrachera a punta de cerveza local.

Subir era más fácil, aunque para bajar se debía hacerlo con una soga desde la punta por el pico del terreno hasta cierto punto, así que Hans enterró la clavija para asegurar la soga y evitar una tragedia.



No obstante, el instrumento debía hundirse por completo y la noche anterior llovió lo que dejó la tierra fangosa.

La primera en bajar fue Karen, quien emocionada con una cámara frontal en un casco grabó sus gritos, risas y palabras en alemán, mientras que la segunda fue Kristten que descendió sin problemas.

Hans fue el tercero, pero por el terreno afectado por el agua, la clavija se salió y el alemán rodó por el camino picoso, se golpeó las costillas, un fémur y su nuca impactó con una roca.

Su muerte fue instantánea al recibir el golpe, sus compatriotas lloraban, las cámaras de las chicas grabaron la caída y los guías impotentes bajaron tan de prisa como pudieron.

Ya era tarde, el chico de 26 años murió en una tierra del cual se enamoró y horas antes de subir dijo en broma que si fallecía quería hacerlo en un lugar tan bello como Picacho, Olá.

Su funeral fue allí mismo, sus padres viajaron, esparcieron sus cenizas en la cima de cerro Picacho donde ahora descansa en paz.

 

La sobrina de Heriberto

A pocos días de cumplir los 55 abriles, Heriberto me presentó a su sobrina Helena, de 30 años, una linda arquitecta, aspirante a pintora, de inmensa cabellera negra, piel canela, ojos brillantes y oscuros, además de cuerpo voluptuoso.

Heriberto me la trajo para que le instruyera con mi experiencia como pintor, profesión de la cual comí durante los últimos 20 años, cuando decidí dejar mi trabajo como mecánico en un taller, cerca de la Tumba Muerto, en Panamá.

Con el pasar del tiempo mi encanto físico desapareció, mi abundante cabellera se perdió como las hojas de los árboles caídos que arrastra la suave brisa, mis dientes cambiaron al color del sol producto de mucho tabaco y mi vientre se inflaba por falta de actividad física.

Helena fue buena alumna, llegaba temprano, hacía el café, me hablaba de su antiguo esposo y actual novio, hastiada de los hombres que la confundían con un objeto sexual.



Me contaba que solo la miraban como si la tuviese en la frente, mientras que yo solo escuchaba y nada decía.

A los dos meses se apareció con unos emparerados, me invitó a la calzada de Amador a ver el atardecer, cerré la vieja puerta de mi cuarto en Río Abajo y coloqué el oxidado candado para acompañar a mi alumna.

La pasamos excelente, me preguntó mi razón por ser tan hermético, hablar poco de mí e imitar a un lobo solitario, a lo que respondí que en el cuadrilátero del tiempo me dieron tantos golpes que me dejó fuera de combate.

Al anochecer Helena tomó mi mano derecha, se me declaró, me besó y me abrazó tan intensamente que la luna sonrió, las olas se detuvieron, las estrellas brillaron más y el viento entonaba Silencio de Beethoven.

Era una locura esa relación por la abismal diferencia de 25 años, sin embargo, a mi novia no le interesaba porque vivía el momento, aprendí con ella a ser más social, dejé de fumar marihuana y beber vodka todos los días.

Las clases dieron frutos, la técnica de Helena mejoraba y también me pedía que me mudara con ella y que dejara mi viejo cuarto preñado de recuerdos juveniles, cuadros sin vender y algunas esculturas que ocupaban casi todo el espacio de la vivienda de madera invadida por las termitas.



Sabía que esa relación no tenía futuro, Heriberto dejó de hablarme cuando se enteró de que dormía con su sobrina, me acusó de aprovechador y de seducir a su pariente cuando fue al revés.

Esa noche lloré como un chiquillo, tomé mi decisión porque no había otra salida, Helena me reclamó que dejó a su novio por mí, le dije que un viejo de 55 años no iría a ninguna parte con una de 30 años.

Antes de subir a su auto, Helena gritó que me amaba y nunca me olvidaría, tenía su rostro empapado por el diluvio y se marchó.

Ella encantada por la experiencia de un hombre maduro y yo de su juventud, aunque el tren debía por obligación detener su marcha antes de llegar a la estación. 

Imágenes de Cottonbro Studios de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Cheque canguro

Yahir García era un abogado con muchos clientes y varias denuncias en el Tribunal del Honor y Disciplina del Colegio Nacional de Abogados (CNA) de Panamá, aunque se salvaba de todas las acusaciones de estafa.

Defendía carteristas, narcotraficantes, asesinos, políticos corruptos y cualquiera que le cancelara sus honorarios profesionales en efectivo, cheques, propiedades, ganados, vehículo o cualquier cosa de valor.

Para el año 2000 llegó al istmo un político sudamericano, quien pretendía escapar de la justicia de su país porque era la mano que mecía la cuna y la CIA de Estados Unidos lo abandonó por un favor que se negó hacerle.



José Kaleb, se refugió en Panamá gracias a un yate que le prestó Antonio Serena, un empresario acostumbrado a donar a varios candidatos presidenciales y del senado para luego hacer negocios.

Sin embargo, a estallar la revolución y caerse el gobierno, se supo de la jugada, Antonio huyó a tierras panameñas, pero a la semana fue capturado por las autoridades locales por un pedido de extradición.

Maud, el hermano de Antonio, arribó a Panamá para contratar los servicios profesionales de Yahir, quien le metió un sablazo de 30 mil dólares para evitar que el comerciante fuera extraditado.

Tras cuatro meses de subir y bajar escaleras y presentar recursos judiciales, los nueve magistrados de la Corte Suprema de Justicia de Panamá (CSJ) declararon viable la extradición de Antonio, mientras este permanecía en una celda de la desaparecida Policía Técnica Judicial (PTJ).

La última jugada de Yahir fue pedir a Maud, 50 mil dólares para sobornos y usar un último recurso legal, aunque el extranjero es abogado y conocía de antemano que nada se podía hacer.



Maud emitió un cheque por esa cantidad y esa misma noche tomó un vuelo hacia Recife, Brasil, donde no hay ley de extradición.

Yahir muerto de la risa porque obtuvo la jugosa cantidad de 80 mil dólares, no había posibilidades de detener la solicitud internacional porque detrás de ese caso estaba el imperio y pocos países de América los tienen bien puestos para desafiarlos.

Se fue el banco como a las once de la mañana a cambiar el cheque, pero la cajera le dijo que esperara, al retornar le informó que no había suficientes fondos que respaldara el documento comercial.

Le robaron los huevos al águila y le metieron un cheque canguro al caballero listo, aunque nada pudo hacer.

Imágenes cortesía de Cottonbro Studio y Burst no relacionadas con la historia.

La paraguaya

Antes de cumplir los 25 años, terminaba la carrera de Diseño Gráfico en la Universidad de Panamá, laboraba medio tiempo en un diario de circulación nacional y al salir de clases me iba directamente a las discotecas.

No bebo una sola gota del alcohol, pero me encantaba cazar chicas con compañeros de la facultad, amigos o sencillamente solo.

Una de esas noches, a mi camarada Rogelio lo vi conversando con una muchacha de unos 28 años, era un martes en la discoteca Bacchus, como a las once de la noche, lo saludé de lejos para no interrumpir y me quedé con mis amigos.

A los veinte minutos Rogelio me hizo señas para que fuera donde estaba, lo hice, me presentó a la nena de nombre Karen, de hermosos ojos pardos, blanca piel, cabellera azabache, delgada y con inmensos senos.



Platicamos un rato, mi pasiero desapareció y me quedé platicando con la dama, mientras ella bebía ron con cola, yo sencillamente ingería ginger con hielo.

Me di cuenta de inmediato que la atraía, estaba de vacaciones durante dos semanas con su tía, residente en el área revertida, Karen bailaba muy bien el trance, pero no el merengue y más o menos le enseñé.

El asunto fue que terminamos en besos, caricias y abrazos, y al final del camino en una de esas pensiones de la avenida Justo Arosemena.

Intercambiamos teléfono, nos citamos el miércoles para comer hamburguesas rancheras y caminar por la vía Argentina y nos fuimos al cine.

A Karen le quedaban solamente cuatro días, fueron tan intensos en nuestro corto romance sexual que la mujer era toda una máquina de posiciones y gemidos.

Como toda historia tiene final, no fui a despedirla al aeropuerto, un gusanillo interno me dijo que algo ocurría que, no sabía, sin embargo, como fue una relación pasajera no le tomé importancia.

Pasó un mes desde que Karen retornó a Asunción, me encontré en una pizzería a Rogelio con su novia alemana, me saludó muy efusivamente y sonreía.

Pasamos un rato alegre, pero antes de marcharnos mi amigo me preguntó si sabía de Karen, respondí que nada porque Paraguay se la tragó y él sonrío.



—Mira la edición digital del diario ABC de ayer—, resaltó.

Al retirarme no aguanté la curiosidad, entré a un centro de navegación que en Panamá llaman café internet y que no tienen nada de café porque nunca lo dan ni lo venden.

No fue mi sorpresa ver el diario, estaba en la portada del periódico Karen con su esposo, la fémina era una famosa actriz de teatro y casada desde los 21 abriles con un caballero de 35 años.

Realmente no me sentí utilizado sexualmente, aunque sí lo fui, las mujeres también tienen derecho a su cana al aire y en esta ocasión me correspondió ser el voluntario sin saberlo.

Fotografía de la pareja de Eugenia Remark de Pexels no relacionadas con la historia.

El doblón de Aquiles

Aquiles del Cid llevaba consigo el doblón que le robó a un pirata inglés durante la batalla de la toma de Panamá, el 28 de enero de 1671, por Henry Morgan y su banda.

Mató al ladrón de mar, pero el premio llevaba un accésit.

El soldado español logró vivir, desde ese entonces, la colonia, la época de la Gran Colombia, la República de Nueva Granada, la separación de Panamá de Colombia, las dos guerras mundiales, las de Corea, Vietnam y otros acontecimientos.

El segundo premio era una vida eterna sin envejecer, no tener hijos y no encontrar una solución para morir, ya que Aquiles se volvió inmortal, conquistó muchas mujeres y la felicidad no existía.

Intentaba desde hace siglos la forma de quitarse la vida, se lanzó desde varios puentes, se apuñalaba, pero no se hería, se envenenó unas 30 veces, no obstante, vomitaba y nada de fallecer.

Era imposible ayudarlo, trató de regalar el doblón, lo entregó a más de 100 personas, sin embargo, al introducir sus manos en cualquiera de los bolsillos, la moneda regresaba por arte de magia.



La única forma de hallar el tan anhelado descanso era que la moneda encontrara otro dueño, lo que no sabía el exsoldado español porque el pirata inglés la robó y lanzó la maldición que si alguien lo despojaba de su tesoro penaría por siglos.

Dio vueltas al mundo como 30 veces en busca de la muerte, se lanzó de un barco en Cabo de Hornos, en Nueva Esperanza, se desnudó en la Antártida y se radicó en Londres y Berlín durante la II Guerra Mundial para ser achicharrado por los bombardeos aéreos.

Cansado, fatigado, el dinero no le faltaba, tampoco las mujeres, pero cuando estaba por casarse, un demonio invadía su cuerpo y las abandonaba para irse a otro país.

Ni siquiera falleció durante los lanzamientos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.

Ni la magia negra, la blanca o religión alguna lo llevaba a cumplir su deseo.



El 14 de febrero del año 2000, conoció a Lorna García, estuvo dos meses de novio con ella, el blanco, de ojos azules y rubio militar, enloqueció con la dama de piel canela.

Posteriormente que transcurrieron 364 años, se enamoró por primera vez, cuando robó la moneda, tenía 20 años y ahora no deseaba morir sino vivir.

Al mes de conocer a Lorna, salía de un bar, tomó un taxi con dos personas, el conductor lo llevó a un lugar solitario, lo apuñalaron para robarle e incluso el doblón.

De inmediato su cuerpo se desvaneció y su novia nunca supo de él.

Imagen del doblón español cortesía de Dreamstime no relacionadas con la historia.

Los piroshkis de Oleg

Oleg Petrov llegó a Panamá en octubre de 1989, justo antes de la caída de la Unión Soviética, traído por unos paisanos suyos establecidos en el Cangrejo, donde abrieron una panadería.

Martha y Viktor, odiaban el comunismo, eran capitalistas, salieron de Leningrado (hoy San Peterbursgo), se afincaron primero en Bogotá y se radicaron finalmente en la ciudad de Panamá.

Necesitaban un pastelero y Oleg era la persona correcta, por lo que tras muchas dificultades lo trajeron bajo la promesa de una mejor vida que no ofrece el socialismo, dinero, autos y jugosas cuentas bancarias.

El chico de 24 años aceptó y aterrizó en un país convulsionado por la crisis política panameña y las sanciones estadounidenses a Panamá.



Los sueños del pastelero ruso se desvanecieron cuando lo instalaron en un pequeño cuarto de la panadería, con un ventilador, dormía en cajas de cartón y le dieron una pequeña televisión para que aprendiera español.

Debía, en primera instancia, pagar los 5 mil dólares que costó el trámite y su viaje desde Moscú a Panamá, le asignaron un salario de 200 dólares mensuales, del cual le descontaban 50 dólares para cancelar la deuda.

Era un esclavo y mientras pasaba el tiempo, el soviético aprendía el castellano y se consiguió de novia, una chiricana de piel canela que laboraba como doméstica en uno de los apartamentos lujosos de esa zona

Mónica fue el paño de lágrimas de Oleg, le contaba cómo era explotado laboralmente por sus patrones, a quienes consideraba sus amigos y paisanos rusos, pero para el empresario no hay amigos, sino máquinas humanas.

Cabreado, empezó al preparar Piroshki para sus jefes, sin embargo, les colocó pequeñas cantidades de plomo para envenenarlos poco a poco, en venganza por el engaño de que fue víctima y el trato casi animal que le daban.



El veneno provocó que Viktor se desmayara, su esposa lo llevó a un hospital privado donde los exámenes corroboraron un posible envenenamiento, Oleg fue detenido y llevado a la desaparecida cárcel La Modelo.

Mónica fue a visitarlo a prisión, lloraba ver a su rubio novio detrás de los barrotes, mientras que el extranjero confesó ser el autor del delito y lo hizo frente al fiscal y el juez.

Le metieron diez años de cárcel, pasó cinco en Panamá detenido y luego fue deportado, sin embargo, a los dos años Mónica se fue hasta San Petersburgo a casarse con su novio ruso.

Martha y Viktor cerraron la panadería y se marcharon a Nueva York, donde intentaron hacer lo mismo con sus paisanos, no obstante, la mafia rusa de esa ciudad no les permitió quitarles el negocio y fueron asesinados en su apartamento en Brooklyn.

Imagen de los piroshki cortesía de Polina Tankilevitch y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.

Meche y Evelyn

Volví a ver a Meche, 30 años después, en las afueras de un restaurante en Chitré, Panamá, donde fui a visitar a un amigo de la adolescencia y pasarme unos días junto con mi hija Anastasia.

La noté algo nerviosa, quizás por tanto tiempo porque tres décadas no se fuman en pipa y, aunque se notaba el transcurrir de los años de mi antigua novia universitaria, seguía hermosa.

Tampoco no puedo hablar mucho de vejez, las arrugas adornan mi rostro y la nieve pobló mi cabeza, aunque conservo toda mi abundante cabellera gruesa y lacio.

Meche esperaba a sus hijas en el estacionamiento del restaurante, la invité a almorzar para que conociera a mi hija de 15 años y quien nació cuando rondaba los 35 años, pero mi exnovia se mostró reacia.



Fue diplomática, respondió que nunca supo nada de mí desde que la dejé en lo que ambos llamábamos, el árbol de la felicidad que aún está en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá y me contó que se casó a los 23 años.

Recuerdo muy bien ese triste hecho, yo con 20 años era un chico inmaduro, solo pensaba con estar con nuevas novias, pasear e ir a discotecas, incluso los días hábiles para llegar con resaca a clases y luego a trabajar.

Ese mediodía que me encontré con Meche, hacía un calor terrible, las ramas de los árboles del parque Unión apenas se movían, el vapor se sentía desde el pavimiento y los automóviles circulaban a poca velocidad por el centro de Chitré.

Le ofrecí mis disculpas, la dama respondió que eso fue hace 30 años, llamó de su móvil a una de sus hijas para decirle que la esperaba adentro del restaurante, Anastasia estaba en una mesa porque fui a buscar unos cigarrillos al carro.



Meche quedó encantada con Anastasia, sin embargo, notaba que algo pasaba y lo desconocía, colocó su escultural figura en una silla a mi lado y de pronto ingresaron dos damas al restaurante.

Evelyn y Estela, la primera de 30 años y la segunda de 25 años, hermosas y me impresionó el físico de Evelyn casi gemela a mí, a mi hija y por el lunar peculiar en su oreja derecha.

Casi me caigo de la silla, yo tengo ese lunar en mi pecho, es parecido a un sol y Anastasia lo tiene en su oreja izquierda.

No había mucho que decir. Mi hija me preguntó si era su hermana, quedé mudo y Meche respondió que sí.

Lloré, nunca lo supe, cuando dejé a Meche, ella estaba embarazada y prefirió no decirme nada para que no estuviese con ella por la niña y se marchó a Chitré.

Todo en esta vida se sabe, conocí a mi primera hija de forma sorpresiva, mientras que Anastasia estaba feliz porque siempre quiso una hermana.

Solo quería contarles, ahora veo a Evelyn en Panamá y en Chitré.

Fotografía de Elina Fairytale de Pexels no relacionada con la historia.

La reina del MS-13

Manuela Sánchez lloraba frente al jurado de conciencia, sin embargo, no había oportunidad ni nada que la salvara de una sentencia de por vida en prisión o frente a la inyección letal, en un tribunal del sur de California.

La fémina era acusada de la muerte de cuatro adolescentes, quienes mantuvieron una riña con un miembro de la temida Mara Salvatrucha (MS-13), una peligrosa pandilla de centroamericanos, principalmente salvadoreños y hondureños en Estados Unidos.

A Manuela la llevaron sus padres al condado de Ventura, cuando tenía diez años, sus papás eran jornaleros de verduras, sin embargo, la joven prefirió tomar la vida en las peligrosas calles de Los Ángeles que la del campo.

Tuvo un novio pandillero, luego que la dejó se involucró con un paisano suyo, quien intentó sacarla de ese mundo terrible, pero la fémina nunca tuvo el interés de abandonar el círculo delincuencial, su novio José le aconsejó que no saliera de su casa esa fatal noche.



Manuela, a quien conocían en su círculo como La Diabla, no escuchó los consejos de José y se fue con los miembros del MS-13 a buscar a los cuatro chicos para ajustar cuentas.

Lograron ubicarlos, se los llevaron en una camioneta a un bosque, fueron golpeados como una piñata en fiesta y La Diabla hizo los primeros disparos, mató a dos e hirió al mismo número.

Los desgarradores gritos de las víctimas eran imposibles escuchar por estar en una zona apartada, tras ser asesinados, los delincuentes se fueron a un bar a celebrar su acción.

Tres días después, unos cazadores encontraron los cuerpos, avisaron a la policía, cuyos agentes encontraron un teléfono móvil con la conversación entre Manuela y un pandillero que se le cayó el aparato.



Como estaba fichado, las autoridades lo buscaron, lo encontraron, fue detenido, tomó la guitarra para entonar la melodía de nombres y acontecimientos.

Al ser llevada a juicio, Manuela no quiso pactar 30 años de prisión, saldría a los 55 años, no obstante, el jurado la encontró culpable, recomendó prisión de por vida, así que el juez Marc García la sentenció a 80 años más una cadena perpetua.

La Diabla morirá en prisión porque el juez se aseguró que, si ganaba una apelación para libertad condicional o bajo palabra, esperaría 30 años más para luchar contra la cadena perpetua.

José analiza las razones del comportamiento de su novia y la visita a prisión mientras decide qué hacer con su vida.

Fotografías cortesía de RDNE Stock project de Pexels no vinculadas a la historia.

 

 

 

 

Mi nueva jefa

 Nunca me imaginé que un asado en la casa de playa de mi jefe provocaría un giro radical en mi existencia, y es que en este mundo las sorpresas llueven como en época de huracanes.

Llegué al palacete de Lizandro, mi jefe, en mi carro, yo trabajaba como gerente de turno en un casino de la ciudad de Panamá, mi superior me prometía desde hacía meses un incremento salarial, pero nada.

Me cebó para que creyera en él y eso precisamente ocurrió hasta que llegó la invitación.

Soy José Luis, con 25 años, recién graduado de administración de empresas en la Universidad de Panamá (UP), desde los 22 años inicié mis labores en el casino como tallador y fui pasado a otros puestos hasta llegar a la gerencia de turno.



Para calmarme un poco, mi jefe, uno de los accionistas de la compañía, me preguntó si quería pasar un fin de semana en su casa de playa y para que hiciera una lechona rellena y asar carne porque me encanta cocinar.

Acepté, llegué el sábado al mediodía, Lizandro me mostró la habitación donde dormiría, dejé mi equipaje y de inmediato preparé el animal con miel de abeja, jugo de naranja, lima y limón, sal, mostaza, hojas de culantro, paprika y otras especies.

Los invitados llegaron temprano, me presentaron a Laila, una señora de unos 45 años, blanca, se notaba que pasó por el quirófano porque sus senos y traseros estaban intactos.

Laila quería comerme con los ojos, fue sola, a pesar de que estaba casada y con tres hijos.

A la hora se formó el baile entre los 20 invitados, comieron y bebieron vino, cervezas, ron y vodka.



Todos gozamos durante seis horas y cuando ya el alcohol hizo su trabajo, nos retiramos a descansar, pero el asunto no terminó allí porque Laila se apareció en mi habitación con un negligé rojo.

Le caí encima, nos revolcamos en la cama, no se escuchaba nada por el aire acondicionado, la fémina se colocaba en todas las posiciones como una actriz porno, me acariciaba y pensé que me devoraría vivo.

Al terminar nos dormimos y temprano en la mañana, Lizandro llamó a la puerta, pero le abrió Laila y el tipo se cabreó conmigo.

Me despidió de inmediato, sin embargo, la mujer lo desautorizó y le gritó que en la próxima junta directiva de accionistas sería removido de su cargo de vocal.

Casi caigo de nalgas al escucharla, creí que era una invitada más y resultó ser quien más acciones poseía en el casino. ¡Qué leche la mía!

Fotografías cortesía de Pixbay de Pexels.