'Ladrillo Roto'

 

En Villas del Prado, Bogotá, había un caballero que le apodaban Ladrillo Roto, aunque su nombre de pila era Javier Luis Escobar, de 28 años, nativo de Cartagena de Indias, conocido jugador de cartas, bebedor de aguardiente, mujeriego y quien estuvo varias veces en la cárcel por estafa.

Javier tenía una impresionante labia para conquistar mujeres, su físico le ayudaba mucho porque el costeño gozaba de una contextura atlética, piel canela, cabello negro ensortijado y ojos pardos muy profundos.

A este señor, los hombres comprometidos lo vigilaban muy de cerca para que no se goloseara a sus parejas, mientras que las damas se babeaban cuando hacía ejercicios mañaneros en la Autopista Norte.



Un día llegó a residir al barrio Teresa, una dama de 21 años, madre de una niña, casada con Ruperto, de 34 años, ambos provenían de Moniquirá, departamento de Boyacá, quienes llegaron a la capital colombiana en busca de una mejor vida.

Arrendaron un humilde cuartito, fue entonces que la vio Javier en momentos que Teresa ingresó a la cigarrería de Arturo a comprar una gaseosa, pan, fresco y otros productos.

Javier fue al ataque de inmediato, la mujer lo miró con coqueteo, pero mantuvo su distancia, sin embargo, con el pasar del tiempo ganó la confianza de la rubia, delgada y atractiva fémina ajena.

Ruperto y Teresa vivían de ventas de pinchos, empanadas y chucherías hasta que el varón obtuvo una plaza laboral como vigilante nocturno, en un edificio de Britalia Norte, así que se marchaba como a las diez de la noche para regresar a las ocho de la mañana.

El turno del esposo fue aprovechado por la pareja de infieles para hacer sus travesuras y mientras Ruperto pasaba frío en el inmueble de estrato cinco, su mujercita se revolvía entre las sábanas con el vago de Javier.



Los vecinos descubrieron las andanzas de los amantes y una señora le informó al engañado de lo acontecido, quien se escapó en tres ocasiones para corroborar que su mujer le ponía los cuernos.

 Un lunes, casi a las nueve de la noche, Ruperto se fue a laborar, pero retornó a la media hora, le quitó el teléfono móvil a su mujer, lo revisó para comprobar la cita de ese día, pero mantuvo en su poder el aparato tecnológico.

El plan no falló, Javier tocó el timbre, el hombre herido abrió la mitad de la puerta, fue entonces cuando el amante quedó blanco como un papel del susto a ver al esposo de su novia clandestina frente a él e improvisó para salvar su pellejo.

—¡Eeehh, vecino! ¿Tendrá un ladrillo que me preste porque lo necesito—?

—Claro. A las diez de la noche, con mucho gusto, se lo entrego—.

Ruperto abrió toda la puerta, le reventó en la cabeza a Javier una botella de cerveza que provocó un charco de sangre e intenso dolor.

El golpeado no acusó a Ruperto y desde entonces, cuando Javier camina por Villas del Prado, los niños le gritan Ladrillo Roto.

Imagen cortesía de Wikipedia.


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