Todos los camioneros, civiles o funcionarios públicos evitaban hospedarse en la habitación número 16 del hotel Pasamontañas, ubicado en el límite de las provincias de Chiriquí y Veraguas, en Panamá.
Algunas historias de
terror se escuchaban entre los conductores de carga, principalmente los
centroamericanos, sobre avistamientos de un espíritu de una chica vestida de
negro, con botas y un paraguas, en ese cuarto.
La fama del ente fue tan
grande que en el istmo Centroamericano y hasta Tapachula, México, se corrió la
bola de que no pernoctaran en esa pieza porque corrían el peligro de ver el
fantasma de la mujer.
Y es que la cosa era tan
seria porque algunos confesaron que el espíritu les solicitaba abandonar el
cuarto, debido a que era su morada, se habló del asesinato de una dama hacía 20
años, recién estaba inaugurado el comercio.
Sin embargo, para el
camionero hondureño Aníbal Correa, todo era una falacia de conductores cobardes
y supersticiosos, además argumentaba que cuando las personas mueren no vuelven.
Como no había evidencia, Aníbal
fanfarroneaba con otros compañeros en el restaurante Chespiritos, en Cerro de
la Muerte, Cartago, Costa Rica, y les indicó que él sí alquilaría la pieza.
Sus amigos le advirtieron
que mejor durmiera en la mula como lo hacen sus compañeros y no jugase con
fuego porque podría quemarse y le ardería, pero Aníbal no obedeció.
Cuando entró por Paso Canoas
hacia Panamá, el conductor iba reído y desafiante, manejó hasta llegar al hotel
Pasamontañas y solicitó el cuarto número 16.
La dependiente no dijo
nada, solo lo registró y el caballero valiente se marchó hasta la pieza, vio un
rato la televisión, apagó las luces y antes de arroparse se le apareció la
figura.
—Este es mi lugar de
descanso, así que solicito con todo respeto que se vaya—
Aníbal la miró desafiante,
le tiró un beso, la observó de arriba abajo, la dama lucia largos cabellos, ojos
pardos y blanca como la nieve.
—No tengo por qué obedecerte,
solo eres un fantasma o un supuesto espíritu estúpido—
La mujer volvió a pedir
que se marchara, el varón no obedeció.
—No tengo más remedio que
actuar—, dijo ella.
Abrió sus manos, salió un
círculo de luz fluorescente azul, lo arrojó hacia donde Aníbal, la bola se la
tragó y entró al cuerpo del espíritu.
Dos días después, cuando
la policía abrió la puerta, solo encontraron las pertenencias de Aníbal y no se
supo nada de él.
Fotografía de Turkan
Bakirli y Eduardo 19909 de Pexels no
relacionados con la historia.
Como existe lo bueno, existe lo malo 🤯
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