Madura y roba corazones

 Hace diez años fui gerente en un almacén de perfumes en el aeropuerto internacional de Tocumen, atendía a turistas mexicanos cuando ingresaron al local dos mujeres.

Madre e hija, la primera de unos cuarenta y tres años, mientras que la segunda aparentaba no más de veintidós, pero me impresionó la hermosura de la señora por su porte y elegancia.

Vestía con jeans azul, una camiseta blanca, unas zapatillas del mismo color, con lindo cuerpo, no mayor de 1.70 metros, abundante cabellera parda, ojos oscuros, de nevada piel y sonrisa que me enamoró a primera vista.



Si laboras en cualquier terminal aérea del mundo ves distintas nacionalidades, costumbres, culturas, acentos y gente con deseos de charlar, apenas se bajan del avión.

Las mujeres eran Ana e Michel, ciudadanas chilenas, vinieron a conocer el Canal de Panamá, lugares exóticos como parques nacionales, las playas y dar su vuelta en los centros comerciales de la capital.

Por su acento las reconocí, los mexicanos se marcharon con sus perfumes, Coralia, la dependiente del local, las atendería, pero la sostuve para que me dejara a mí ese fabuloso trabajo.

Sentí su perfume, la dulzura de su voz me embobó, me encontraba recién divorciado a mis treinta y cinco años, no quería volver a casarme, sin embargo, al tener a Ana frente a mí, el discurso de eterno soltero se derrumbó.

Algo extraordinario le tomé la mano sin agarrarla, la besé con tanta intensidad, acaricié sus cabellos largos, sedosos y finos con mi imaginación e hicimos el amor en el paraíso de mi cerebro.



Michel se fue donde Coralia, mientras platicaban, gagueaba al responder las preguntas de la señora madura y relacionada con los precios de los perfumes árabes y franceses.

La dama comentó que desde hacía tres años planificaron venir al istmo por un video que vieron sobre la vía interoceánica, sus playas y los parques nacionales porque amaba la naturaleza.

Me imaginé que era casada, pero no pregunté, tampoco me atreví, una mujer de esa talla sería correteada en cualquier rincón del globo terráqueo, además es prohibido ese tipo de contactos con los clientes, de lo contrario te despiden.

Las féminas compraron doscientos dólares en perfume y se marcharon, la señora pagó con una tarjeta de débito y le cobré casi balbuceando.

Obvio que se dio cuenta que quedé flechado por mi conducta, sin embargo, ella fue la única madura y roba corazones de quien me enamoré antes de renunciar a la perfumería.

Fotografías de Albert Rafael y Wikipedia no relacionadas con la historia.

 

 

El abogado sin clientes

Luis Carlos Canario se rascaba la cabeza en su elegante oficina, ubicada en un edificio de Marbella, Panamá, donde gestionaba los negocios de su firma forense Canario y Asociados.

Miró su reloj Cartier de pulsera, luego el de piso para corroborar si coincidían en el tiempo que acordó reunirse con un ciudadano de Países Bajos que contrataría sus servicios en un litigio judicial civil por unas tierras.

Los primeros diez días del mes de enero de 2018, nadie llamó, fue a su despacho o a través de sus redes sociales consultó sobre casos penales, civiles, contenciosos administrativos, de familia o marítimos.



Unos seis letrados del Derecho laboraban en esa firma, dos secretarias, tres pasantes y un conductor, en cinco días debía cancelar la primera quincena de 2019 y ni una sola moneda de centavo ingresó.

Canario es un respetado abogado, pero un pésimo administrador, los últimos setenta mil dólares que entraron a las arcas, fue el 18 de diciembre, monto que usó en el abono de tarjetas, pagos a sus empleados e irse con su mujer Budapest a tocar la nieve.

Su idea era conocer la antigua ciudad de Buda y Pest, el puente con los históricos zapatos que simbolizan las víctimas del nazismo hebreas húngaras y darse su vuelta por la ópera.

No obstante, no solo había que cancelar los gastos de la firma, su pomposa vivienda en San Francisco, las tarjetas de crédito de su mujer, la cuota del club social y dos automóviles todoterreno.



Canario bebió su café, en la universidad le enseñaron los mejores profesores de leyes, pero no manejar el dinero que entra porque todo abogado sabe que en un mes ingresan varios clientes a solicitar servicios y otros solo los empleados.

Se levantó de su silla de cuero, se desplazó al balcón, contempló los rascacielos de la capital panameña, la imponente bahía de Panamá y el embotellamiento de los barcos que esperan turno para cruzar el Canal.

Se quitó el saco Zara, miró sus zapatos Florsheim, se ajustó su corbata, sacó un paquete de cigarrillos, se lo llevó a sus labios, lo encendió y pensó que un mejor futuro vendría.

Frunce el ceño y discurrió en voz alta.

—¿Cuándo llegará ese señor de Países Bajos?, se preguntó.

Suena el timbre, el abogado apaga el cigarrillo y va a la puerta, pero es un pasante que retorna de la Corte Suprema de Justicia.

Ahora su única opción es esperar y en el futuro administrar mejor el dinero.

Fotografías de Pavel Danilyuk de Pexels y archivo no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

La tica bien rica

No me encerraría las cuatro noches en el hotel Talamanca, en San José, así que me recomendaron antes del viaje que me diese mi vuelta por la discoteca Planet Mall, ubicada en San Pedro de Monte de Oca, en el año 2000.

El segundo día de mi periplo por tierras costarricenses fue jueves, por lo que me vestí, llevé mi abrigo para cubrirme del clima nocturno y tomé un taxi que me trasladó hasta el antro.

Pagué el ingreso, me llamó la atención los adornos, luces, el tamaño del lugar y la inmensa pista, aunque la discoteca estaba casi vacía, solo un grupo de mujeres en varias mesas y me senté en una de ellas.



Ordené una Imperial, pedí que me abrieran una cuenta, el mesero solicitó una tarjeta de crédito, metí mi mano derecha al bolsillo, saqué quinientos dólares en billetes de a veinte y se los mostré.

—Aquí está mi tarjeta—, respondí, el caballero, peló los ojos, se marchó y al poco tiempo trajo la cerveza.

Muy aburrido el ambiente hasta que llegaron cuatro mujeres, se sentaron frente a mi mesa, una rubia que no dejaba de mirarme, otra blanca pelinegra, una mulata y la más pequeña como media asiática.

La fula o macha (así le llaman los ticos a las rubias) me dijo que las acompañara, eso hice, platicamos, les conté que soy abogado y fui a ver a la familia de un cliente preso en Panamá.

Mis ojos no se despegaban de la dama de piel espuma y cabello azabache, cuyo nombre era Paola, bastante proporcionada de carne, la invité a bailar, miró a sus amigas y aceptó.

La pasamos muy bien, al rato llegó un médico cubano radicado en Costa Rica, y se prendió la fiesta en el antro, tanto que como iba a cerrar nos fuimos a Infinito en el centro comercial El Pueblo.



Una fabulosa noche de besos, abrazos, caricias, miradas de amor y, al día siguiente, la niña amaneció conmigo en la habitación del hotel. No fue tan tímida como pensé.

Al fin y al cabo, me marchaba en dos días, decidí quedarme hasta el domingo para disfrutar con mi costarricense porque solo se vive una vez y mañana nadie lo tiene asegurado.

La tica me contó que por primera vez se acostaba con alguien recién conocido, que le gusté mucho y se arriesgó, pero que no pensara que era una puta.

Me daba igual, nunca pasó por mi mente eso y llegó el momento de regresar a Panamá, la mujer fue con su hermana al aeropuerto Juan Santamaría para despedirme, lo que me sorprendió.

Varias veces viajé a Costa Rica, ya Paola contaba con pareja, nos reunimos en lugares públicos para evitar problemas con su novio, aunque quería que se repitiera el asunto no lo propuse.

Aún tengo excelentes recuerdos de la tica bien rica.

Fotografías de Dante Muñoz y Mart Production de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

El bizcocho de mi hija

Una tarde dominical mientras preparaba un pastel de pollo mi hija Zulemita trajo a casa su novio Francisco, un compañero de clases de la universidad donde ambos estudiaban medicina.

El chico bastante apuesto, de mediana estatura, piel canela, ojos marrones, delgado y muy sencillo al vestir, además me di cuenta de que el hombre contaba con dotes de sabiduría.

Quizás sería el varón perfecto para mi alocada descendiente, quien a sus veintiún años ya tuvo cuatro novios, por lo que le advertí que el próximo que me presentara fuese el definitivo.



Me imaginé que como mi hija y yo somos blancas, le gustan los masculinos de piel oscura y el padre de Isabelita es un zambo de cabello lacio.

Ese domingo cenamos, charlamos, la pasamos excelente, Francisco me ayudó a lavar los platos y  mi descendiente, como muy perezosa que es, jugaba en el sofá con su teléfono móvil. 

Pero, como nada es perfecto, observé que el novio de mi hija miraba mucho mi trasero y mis senos, aunque me hice la loca, no buscaba crear conflictos, lo tomé como algo normal que un joven mira una mujer de cuarenta y cinco años.

Transcurrieron tres meses la pareja seguía junta, sin embargo, en cada visita Francisco no me quitaba la vista de encima, lo que generó reclamos de Zulemita y pidió que me vistiera con ropa holgada.

Mi respuesta fue que estaba en mi casa, no utilizaba prendas de vestir provocativas y ella debía poner orden con su novio.

A la semana de esa conversación, Francisco se presentó con un ramo de girasoles en mi casa, confesó su amor por mí y explicó que desde el primer momento que me vio quedó flechado.



Lo que nunca pensó el romeo fue que Zulemita escuchó todo porque estaba en la cocina, desde la ventana ella  lo vio con las flores en la calle, decidió esconderse para bromear con él y vino la estocada.

Hubo gritos entre ellos, no intervine, Francisco se disculpó con mi hija, mientras que solo respondí que jamás me involucraría con un chico tan joven y menos si era la media naranja de mi descendiente.

El suceso nos unió más como familia, ya pasó un año, Isabelita consiguió nueva pareja y soy la novia de un profesor de ella en la universidad.

De Francisco ni idea, solo sé que abandonó la carrera de medicina y salió de Panamá rumbo a Italia, de donde emigraron sus abuelos.

Fotografías de Imagine Art realizadas con IA y Lil Arsty de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Exprimido

Ronaldo vivía en un apartamento de tres recámaras, en la calle Once y Media, en Río Abajo, heredado de su madre, no tenía esposa o mujer fija, sino un par de amigas con derecho que le soltaba los dólares a cambio de cariños.

Laboraba en una fábrica de embutidos y a su salida, conducía un taxi como hasta los diez pasados meridianos, terminada su faena se retiraba a su propiedad de soltero a descansar y al día siguiente se repetía la acción.

Una noche de octubre, de esas que las cortinas de lluvia empañan la visión a conductores y peatones, una mujer lo detuvo a la salida de un restaurante de comida rápida.



Vestida toda de negro, la fémina llamó la atención del varón, delgada, blanca, ojos miel y pechos grandes, era como una diosa para el trabajador del volante, quien la trasladó hacia la vivienda de la dama de nombre Diana.

Durante el viaje se desarrolló una plática, Diana, una madre soltera con dos hijos de distintos padres, migró desde Chiriquí en busca de una mejor vida en la capital panameña y terminó preñada.

Se ganaba el pan como mesera, residía en un cuarto de calle 14 Parque Lefevre, lo que encendió la alarma de Ronaldo, pues era casi su vecina, nunca antes la vio, pero el número de teléfono sería el futuro.

Quedaron en que la recogería al día siguiente en el mismo lugar, y así fue, el taxista se presentó al centro laboral de Diana, la llevó a cenar y compró algo para los chiquillos. El padrastro actuaba.

No pasó tanto tiempo, ella necesitaba un marido y Ronaldo una mujer, se juntaron en la propiedad heredada hasta que Diana empezó con exigencias matrimoniales.

Su argumento fue que dos embarazos en el pasado no le harían caer en otro sin un hogar asegurado, puso en cintura a Ronaldo y a los tres meses le aplicó el refrán de que, si no había anillo, tampoco fundillo.



Bajo presión el varón se casó por la civil, la situación cambió hasta seis meses después cuando Diana exigió como prueba de amor que traspasara el apartamento a su nombre.

El hombre se negó, hubo discusiones, la fémina argumentó que alguno de sus hermanos podría quitárselo, también que le cediera el certificado de operación del taxi y el carro.

Ronaldo no tuvo más remedio que obedecer, puso a nombre de su esposa sus tres únicos bienes, la mujer bajó la guardia y empezaron de nuevo los conflictos por llegar tarde de trabajar.

Diana lo acusó de violencia doméstica, la policía se presentó, se llevaron preso a Ronaldo, estuvo cuatro días enjaulado hasta que su tío pagó la fianza y le notificaron de una demanda de divorcio.

Lo dejó sin apartamento, sin cupo y el taxi. Quedó exprimido.

Fotografía de Imagen Art creada con IA y Luis Quintero de Pexels no relacionadas con la historia

 

 

 

 

 


 [U1]

Maldito por sus antepasados

A Orestes Castillero lo buscaban vecinos y extraños en Las Minas, Panamá, su fama de clarividente se regó por toda la región de Azuero y algunos decían que solo era un brujo.

Sin pedirlo llevaba esa magia de saber y ver sucesos antes de que sucedieran, en ocasiones la policía lo citaba con el propósito de resolver alguno que otro delito.

Pero, también la mente de Orestes fallaba, aunque en un porcentaje menor de lo que acertaba, sus visiones fueron objeto de dudas en algunos casos por defensores de oficio y pagados.



Soñar fue su bendición, el amor su maldición, siempre que conocía a una dama, por distintas razones se separaban, pobres, de clase media y adineradas, había algo que le impedía unirse al sexo contrario y formar una familia.

En 1976 le advirtió al profesor de educación física del colegio del pueblo que no llevara los chicos a competir al río porque habría una tragedia y el docente lo tildó de loco.

A la semana, unos veinte alumnos se fueron al afluente hacer una competencia de buceo, los sorprendió una cabeza de agua, Patricio, el profesor ingresó al río para salvar a sus alumnos y lo arrastró la corriente.

Tres días después encontraron su cuerpo, lo que se tradujo en que Orestes se convirtió casi en un dios, no obstante, vivía en la pobreza, en una casa de quincha, sin luz y un pozo a dos kilómetros de distancia.

Con el tiempo el hombre blanco, delgado, ojos verdes, con mirada perdida, barba sal y pimienta, empezó a envejecer, a los treinta y cinco años, ya parecía de sesenta y desconocía las razones.

Los médicos no encontraron la fuente de su desgaste físico y mental, hasta que en un día llegó una mujer rumana a Las Minas que compraría unas tierras, identificada como Andrada Iliescu.

Andrada vio a Orestes, en el mercado del pueblo, empezó a llorar lágrimas de sangre, los clientes se dieron cuenta, la mujer no hablaba español y retrocedía porque no quería estar cerca del clarividente.



Lorena, la traductora la extranjera preguntó que acontecía.

Una sorprendente respuesta de la europea en su lengua, fue de que Orestes no era otra cosa que la encarnación de un moroi, un muerto que extrae energía de los vivos para sobrevivir en Rumania.

Se la llevaron del mercado al médico, se dictaminó un derrame ocular por estrés, aunque todos vieron que la dama tuvo un ataque de pánico y regresó a su país.

A la semana Orestes se dirigió hacia el pozo a buscar agua, pero allí nadie lo vio, solo estaban sus cutarras, machete, sobrero y la ropa.

Su cuerpo no fue hallado ni lo volvieron a ver.

Fotografía de Thirdman y Artur Roman de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

No siempre el dinero sirve

Alexa Matamoros llegó a trabajar al supermercado donde yo me ganaba la vida como gerente hace cinco años, la mujer ingresó primero en la carnicería y luego la trasladaron a la caja por su físico.

Muy inteligente, jovial, con figura que vuelve loco a cualquier caballero, una tersa piel canela y ojos miel que atraían como un imán de tamaño de la luna, así que decidí atacar con todo lo que estaba a mi alcance.

La dama, siempre sonría, nunca se le vio molesta, pero lo que desconocía era que desde el supervisor hasta los empacadores pensó lo mismo que yo, conquistarla, como suele ocurrir cuando una soltera o con marido es nueva en una empresa.



Fue toda una odisea, durante su tiempo de almuerzo le llovían las invitaciones, gaseosas, dulces, chocolates, postres y cualquier otro manjar con el fin de que la fémina se sintiera a gusto.

Por mi parte, le envié una caja de música, rosas, girasoles y violetas, sin embargo, Alexa no daba su brazo a torcer, a ninguno de los compañeros le seguía el juego porque todo lo que le regalaban lo devolvía.

Mi condición de máximo jefe en el supermercado no funcionó, tampoco el romanticismo que mi abuelo me enseñó para conquistar damas, Alexa contaba con 25 años, mi misma edad y algo pasaba que debía averiguar.

Investigué en sus redes sociales, no había fotografías de ella, solo una de perfil y con pocas amistades.

Casi una desconocida, mientras que en la compañía se diseminaron rumores de un posible lesbianismo, chisme que nunca creí, quizás la mujer de cabellos rizados prefería mantener en secreto su vida privada y no revelar quién robaba su corazón.



A los cuatro meses tiré la toalla, un sábado me invitaron a un recital de poesía, una amiga escritora, fue en el parque Andrés Bello, en Panamá, al salir del trabajo me presenté y llegó la bomba.

La primera persona que divisé de lejos fue a Alexa, tomada de la mano con Carlos Taquino Sánchez, un reconocido poeta y escritor de relatos, de 55 años, el hombre dueño del alma de mi Alexa, adicto al tabaco, pelo largo y bohemio.

Taquino no era un tipo con dinero, sino un limpio como muchos literatos, sin embargo,  su pensamiento, corazón, alma y narrativa logró romper el cerco sentimental Alexa usaba para protegerse de los buitres masculinos y le dio el sí al artista.

Soy un caballero, fui y saludé a Alexa, me presentó al hombre culto como su marido, los felicité a ambos y la pasamos muy bien esa noche.

A los seis meses conseguí pareja, ahora Alexa, Taquino, mi novia y yo, nos reunimos cada sábado a beber vino y recitar poesía, pero les aclaro que mi fiebre por la cajera pasó.

El destino me enseñó que el dinero y el poder no siempre sirven.

Fotografías de KoolShooters  y Fauxels de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

El muerto detrás de la puerta

Los policías de la Dirección de Investigación Judicial (DIJ) buscan por una inmensa propiedad en Darién, Panamá, el cuerpo de un líder guerrillero colombiano, de quien se sospechaba fue asesinado por sus camaradas.

Alberto Perea, conocido como el comandante Quibdó, viajó hasta el istmo para conversar con los paramilitares de derecha con el fin de realizar una tregua en la selva colombiana, pero desapareció sin dejar rastro.

El Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) proporcionó la información a su contraparte panameña, se allanó la quinta y al menos veinte agentes realizaron la diligencia.



Los recibieron primero a plomazos, el resultado fue de tres guerrilleros muertos, un miembro de la DIJ herido, seis insurgentes detenidos, mientras que cada rincón fue inspeccionado por la policía istmeña.

Imperó la ley del silencio, en boca cerrada no entran moscas, primero muerto que decir el lugar donde sepultaron a Perea, las presiones y amenazas no funcionaron con los guerrilleros.

Si no le temen a una bala o alguna enfermedad de esas que abundan en el monte, menos sienten terror a unas palabras de policías vestidos de civil y con chalecos distintivos.

Son tipos acostumbrados a ver cadáveres y disparar ráfagas, luego almuerzan de forma tranquila frente a la tumba que acaban de cavar.

Mientras que Josefino García, integrante de la DIJ, intenta con sus pardos ojos hallar el lugar, nada donde está el ganado, tampoco en los caballos y se peinaba la tierra con la finalidad de ver si fue removida.



García saca un paquete de cigarrillos, se sienta debajo de un coposo árbol, piensa, sobre el escondite, a lo lejos mira el área social, apaga el vicio y corre a inspeccionar el lugar.

Había una puerta nueva, le colocan luminol, rastros de sangre y detrás una pared recién pintada de rojo, lo que causó sospechas del novato agente, pide un mazo, luego caen los golpes.

Su jefe le dice que se detenga, destrozará el cuerpo con la herramienta de construcción.

Es un trabajo de antropólogos, se busca un equipo menos demoledor, se raspa suave, poco a poco y se ven los dedos de uno de los pies mezclado con cemento.

El muerto estaba detrás de la puerta.

La orden de liquidarlo se originó en el Estado mayor de la insurgencia porque no deseaban conversar con el enemigo.

Fotografía de Berendey Ivanov y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

No juegues con los demonios

Mi abuelito paterno era chamán, en la comarca Emberá-Wounáan, Panamá, de niño espiaba sus rituales, pero un día me advirtió que no lo siguiera y no convocara a espíritus extraños porque jamás regresarían a su mundo.

Siempre fui un niño enfermizo, mis padres me llevaban al hospital con distintas afectaciones, me curaba y recaía, sin embargo, a los doce años ya sabía al pie de la letra los rituales de mi abuelo que murió cuando tenía diez años.

Como no me curaba, decidí escaparme, llevar los adornos de mi abuelito, y decidí que llamaría a Tutruika, el dios oscuro que rige el mundo de hombres grises, inmortales y sin nalgas.



Quemé las hierbas, me coloqué las cadenas, hice las oraciones, convoqué varias veces a Tutruika, sin embargo, solo respondió la brisa que movía las hojas de los árboles y la yerba. Pensé que él me ayudaría con mis enfermedades.

Regresé decepcionado, coloqué todo de lo mi abuelo en su lugar y dormí a pierna suelta, el ritual fue un fracaso total, luego pasaron los años, mi salud mejoró algo, me recibí de bachillerato en ciencias y marché a la ciudad de Panamá a estudiar Medicina con una beca ganada.

Fue un cambio radical de una selva tradicional a una de cemento, mientras que con mis compañeros me sentía algo tímido hasta que empezó hablarme Lubianka Solís.

Era una chica chitreana, rubia, ojos azules, delgada, muy linda y con algo que me atraía, no obstante, imposible que la hija de una reconocida pareja de galenos de Herrera se fijara en un humilde indígena emberá.

Sus padres eran de origen pobre, estudiaron en Cuba, allí aprendieron y practicaron las religiones africanas y rituales que ni quiero mencionar.

Recordé un día mi travesura de niño, estuve a punto de contarle todo a Lubianka, aunque algo me hizo que cerrara mi boca para no agravar la amistad de la hermosa jovencita con piel láctea.



Todo siguió normal hasta el segundo año, mi amiga me invitó un fin de semana a una casa de playa a una fiesta, acepté ir, sin embargo, cuando llegamos a la lujosa vivienda no había nadie.

Lubianka respondió que llegarían después, hicimos una fogata, luego trajo una cruz de madera, la encendió, unió las palmas de sus manos y rezó una oración en emberá, lo que me dejó asustado, posteriormente se despojó de sus ropas.

Quedé de inmediato excitado, sus grandes tetas al aire, sus cabellos movidos por el viento, esas piernas largas, blancas y su largo túnel del amor, me hicieron sentir en otro mundo, me hizo señas que fuera donde ella y lo hice.

Era lo mejor que me pasó, sus carnosos labios unidos con los míos, esos dedos de fuego recorrían mi canela piel, acariciaba sus pechos y nalgas, luego hicimos el amor y me arrojó en la arena.

La mujer se transformó en una indígena, alta, sin nalgas, ojos grises, cachos de carnero, colmillos de lobo y alas de águila.

—Soy Tutruika. ¿Para qué me llamaste hace siete años?

Corrí desnudo, me vestí y cuando me iba estaba Lubianka en la cocina, quedé mudo y por un momento pensé que enloquecí.

Lubianka me dijo que estuviera tranquilo, que dentro de ella vivía Tutruika y que siempre me acompañaría porque los demonios que son convocados no regresan a su mundo.

Perdón, olvidé mi nombre, soy Anselmo Bacorizo, y quedé atrapado entre  Lubianka y Tutruika de por vida.

Fotografías de Moisés Fonseca y ByChelo de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

Fuga en la isla de Coiba

Antes de que la isla panameña de Coiba fuera cerrada como prisión en el 2004, en los años ochenta, tres detenidos de alto calibre lograron una evasión casi perfecta, su imaginación y astucia no tuvo límites en lo que se refiere a inteligencia humana.

Juan, Anastasio y Felipe, demoraron cinco meses en cavar un túnel que los llevaría hasta cerca de playa y posteriormente ingresarían en el barco que llevaba provisiones y medicinas a la isla.

Los tres eran asaltantes de bancos y asesinos, se inspiraron en la película El Expreso de Medianoche con el fin de escapar del infernal centro penitenciario, donde numerosos criminales que cumplían sus penas salían peor de que cuando entraron.



Mucho trabajo en secreto, cumplieron su empresa, sin que ni sus compañeros se diesen cuenta o los policías, dispuestos a abrir fuego con sus carabinas, descubriesen el túnel.

No había marcha atrás, era de vida o muerte, la orden que tenía la Guardia Nacional (GN) era la de tirar a matar si algún recluso osaba en escapar, así que la pena capital estaba dictada a los evasores.

El día de la fuga, una tormenta tropical se desató, lo que agravó el terreno, dentro de la ruta de escape por las filtraciones de agua, ninguno era ingeniero civil y pronosticaron esa novedad, pero ingresaron y a duras penas andar.

Los tres antisociales, empapados en sudor, en silencio y con el corazón en la boca buscaban su anhelada ruta hacia la libertad, luego consiguieron salir casi a las cinco de la madrugada, sin embargo, el barco no estaba.



El furioso clima obligó al capitán a posponer la salida, en la mañana habría conteo de presos, serían descubiertos de inmediato e iniciaría la cacería humana en la hermosa isla.

Tampoco había balsa para fugarse, ni remos para empujar a la rudimentaria embarcación, amaneció y una ronda los vio en la playa, no dio voz de alto, pero uno de ellos tomó su carabina y abrió fuego.

Anastasio cayó muerto frente a los pies de Felipe, decidieron separarse, posteriormente llegaron más guardias, el sonido de los tiros despertó las aves y la tranquilidad de la zona solo interrumpida antes por el golpe de las olas.

Juan gritó que se entregaría, que no lo mataran, no obstante, Felipe logró ingresar a la playa, se metió a nadar, las balas imitaban a un silenciador al entrar al agua, pero ninguna le dio.

Lo primero que hizo la policía fue darle una paliza a Juan por intentar escapar, el mayor jefe de la prisión dijo que dejaran a Felipe como desayuno para los tiburones.

A Juan lo sentenciaron a cinco años de prisión por el delito de evasión más los cuatro que le faltaba, purgaría nueve años en la cárcel, pero de Felipe nunca hubo noticias si fue rescatado por un barco o se lo comieron los tiburones.

Imagen de Dreamstime y David McElwee de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

  

El asesinato de la soldadesca yanqui que quedó impune

A Miguel de la Rosa le avisaron que un comando paramilitar secuestró a varios ejecutivos estadounidenses en el Hotel Smith y que soldados yanquis estaban afuera para asaltar la zona y rescatarlos, ese 21 de diciembre de 1989, durante la invasión de Estados Unidos a Panamá.

Su mujer gritó de miedo, prefería que lo despidieran de su plaza laboral antes de correr peligro, la bala no conoce ni pregunta en cuál cuerpo entrar, sino que ingresa directamente a la anatomía de cualquier persona que esté en su dirección.

El hombre discutió con su esposa y se fue bajo el argumento que es su trabajo y las operaciones militares se registran.



Era de madrugada, no tuvo oportunidad de enviar los rollos de las películas a la agencia de noticias rusa Tass donde laboraba como corresponsal, así que pensaban remitirlos en la mañana, luego de marcharse del hotel Smith.

Horas antes captó imágenes de civiles muertos, aunque se desconocía si fueron ultimados por el US Army o las Fuerzas de Defensa de Panamá, eso tampoco no era necesario saberlo en ese momento sino las fotografías.

Miguel llegó cerca al hotel, se instaló en determinada distancia de los militares extranjeros, divisó el centro de convenciones Atlapa, varios tanques de guerra, vehículos artillados Hummer, un helicóptero sobrevolaba la zona y montón de militares de Estados Unidos

Fue su mala suerte, entre los soldados había teniente que vio cuando Miguel tomó las fotografías de los muertos en El Chorrillo, era un francotirador, apuntó su fusil y disparó directo a la frente del comunicador social.

El resto de los periodistas preñados de terror, huyeron, algunos tomaron una imagen de Miguel en suelo fallecido, fotografía que le dio la vuelta al mundo y la única prueba de que fue asesinado por una bala yanqui.



Los militares norteamericanos revisaron al cuerpo de Miguel, lo despojaron de todos los rollos de película y su cámara, posteriormente se la entregaron al desconocido teniente.

Aunque el gobierno de Estados Unidos reconoció ser el responsable de su muerte, su familia sigue luchando 35 años después para que el asesino pague con cárcel por matar a un civil, cuya arma fue su cámara fotográfica.

Aristela, su viuda, nunca ha descansado en que se haga justicia por el homicidio de su marido y que ese teniente sea encarcelado por matar a un civil, palabras que manifestó a un diario español que la entrevistó.

(Historia inspirada en el asesinato del fotógrafo español Juantxu Rodríguez,   muerto por soldados estadounidenses en Panamá durante la invasión. Ningún militar de EE. UU. fue juzgado por el homicidio).

Fotografías cortesía de Wikipedia.

 

 

La chinita de la lavandería

La primera vez que vi a Lucy Loo, fue cuando llevé unos trajes de calle para lavar y planchar en seco, en un negocio de lavandería en calle Tercera Vacamonte y me dejó impresionado.

Me regaló una fabulosa sonrisa, con sus ojos jalados, cabello negro y largo, piel tersa como la de un recién nacido, delgada, pechos gigantescos y caminado de modelo de pasarela.

Tampoco debía confundir una atención cortés y amable con la coquetería, era un cliente, así que un trato excelente es la carta abierta para el retorno, aunque me hice frecuente visitante de la lavandería solo para ver a Lucy.



Dicen por ahí que los chinos, no solo los de Panamá, sino de otras partes del mundo, son muy ultraconservadores, los varones son quienes más se mezclan con otras razas que las mujeres.

La peor diligencia es la que no se hace, así que decidí atacar con todas las armas que un varón puede usar con el fin de seducir a una dama de una cultura y costumbre muy distinta a la suya.

Sin embargo, Lucy me la puso dura, me dijo que era casada, no hablaba mucho porque su abuela estaba con ella siempre de chaperona, dizque atendiendo el comercio, aunque en el fondo creía que su labor fue la de espantar tiburones masculinos como yo.

Tardé un año en insistir para que aceptara salir conmigo al cine, mi día de suerte fue cuando la encontré planchando unas camisas en esa tormentosa máquina industrial a vapor.

Lo que me enteré el día de la cita fue de que era clandestina, la familia le tenía un prometido, Lucy no quería casarse con alguien que nunca vio, ella nació en Panamá, por lo tanto, decidió cambiar su vida.

Pasó el tiempo y la boda de mi oriental era en junio, nos encontrábamos en abril, así que ambos craneamos un plan que no debía fallar, una espectacular fuga familiar y con alto costo porque sus padres no me aceptarían nunca por no ser chino.



Mis amigos me aconsejaron que era poco tiempo para hacer algo tan arriesgado, no obstante, no me importó, amaba a Lucy y no claudicaría en ayudarla a ser mi esposa.

Dos semanas antes de la boda, Lucy se fue de la lavandería a realizar una diligencia, solo llevaba la ropa puesta o un jean azul, unas zapatillas blancas y camiseta azul, yo la esperaba en Albrook, alquilé un pequeño apartamento en vía Argentina, donde apenas cabíamos.

Eso fue hace 20 años, la familia de mi ahora esposa la enterró de sus vidas, tenemos tres hijos, Lucy abrió su restaurante con la ayuda de la colonia china-panameña, mientras que yo laboro como ingeniero industrial.

Fue el clásico amor a primera vista entre Lucy y yo, a los veintiún años no la jugamos, ella con muchos deseos de seguir adelante, algo que conseguimos en nuestro matrimonio con sus altas y bajas.

Mi mujer nunca pierde las esperanzas de que su familia conozca a sus nietos mestizos.

Foto de MC Productions y Lalesh Aldarwish de Pexels no relacionadas con la historia.