La primera vez que vi a Lucy Loo, fue cuando llevé unos trajes de calle para lavar y planchar en seco, en un negocio de lavandería en calle Tercera Vacamonte y me dejó impresionado.
Me regaló una fabulosa sonrisa, con sus ojos jalados, cabello negro y
largo, piel tersa como la de un recién nacido, delgada, pechos gigantescos y caminado
de modelo de pasarela.
Tampoco debía confundir una atención cortés y amable con la coquetería, era
un cliente, así que un trato excelente es la carta abierta para el retorno,
aunque me hice frecuente visitante de la lavandería solo para ver a Lucy.
Dicen por ahí que los chinos, no solo los de Panamá, sino de otras partes
del mundo, son muy ultraconservadores, los varones son quienes más se mezclan
con otras razas que las mujeres.
La peor diligencia es la que no se hace, así que decidí atacar con todas
las armas que un varón puede usar con el fin de seducir a una dama de una
cultura y costumbre muy distinta a la suya.
Sin embargo, Lucy me la puso dura, me dijo que era casada, no hablaba mucho
porque su abuela estaba con ella siempre de chaperona, dizque atendiendo el
comercio, aunque en el fondo creía que su labor fue la de espantar tiburones
masculinos como yo.
Tardé un año en insistir para que aceptara salir conmigo al cine, mi día de
suerte fue cuando la encontré planchando unas camisas en esa tormentosa máquina
industrial a vapor.
Lo que me enteré el día de la cita fue de que era clandestina, la familia
le tenía un prometido, Lucy no quería casarse con alguien que nunca vio, ella
nació en Panamá, por lo tanto, decidió cambiar su vida.
Pasó el tiempo y la boda de mi oriental era en junio, nos encontrábamos en
abril, así que ambos craneamos un plan que no debía fallar, una espectacular
fuga familiar y con alto costo porque sus padres no me aceptarían nunca por no ser chino.
Mis amigos me aconsejaron que era poco tiempo para hacer algo tan arriesgado,
no obstante, no me importó, amaba a Lucy y no claudicaría en ayudarla a ser mi esposa.
Dos semanas antes de la boda, Lucy se fue de la lavandería a realizar una diligencia, solo llevaba la ropa puesta o un jean azul, unas zapatillas
blancas y camiseta azul, yo la esperaba en Albrook, alquilé un pequeño
apartamento en vía Argentina, donde apenas cabíamos.
Eso fue hace 20 años, la familia de mi ahora esposa la enterró de sus
vidas, tenemos tres hijos, Lucy abrió su restaurante con la ayuda de la
colonia china-panameña, mientras que yo laboro como ingeniero industrial.
Fue el clásico amor a primera vista entre Lucy y yo, a los veintiún años no
la jugamos, ella con muchos deseos de seguir adelante, algo que conseguimos en
nuestro matrimonio con sus altas y bajas.
Mi mujer nunca pierde las esperanzas de que su familia conozca a sus nietos mestizos.
Foto de MC Productions y Lalesh Aldarwish de Pexels no relacionadas con la
historia.
Dio y dio hasta que se cogió a la China
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