No juegues con los demonios

Mi abuelito paterno era chamán, en la comarca Emberá-Wounáan, Panamá, de niño espiaba sus rituales, pero un día me advirtió que no lo siguiera y no convocara a espíritus extraños porque jamás regresarían a su mundo.

Siempre fui un niño enfermizo, mis padres me llevaban al hospital con distintas afectaciones, me curaba y recaía, sin embargo, a los doce años ya sabía al pie de la letra los rituales de mi abuelo que murió cuando tenía diez años.

Como no me curaba, decidí escaparme, llevar los adornos de mi abuelito, y decidí que llamaría a Tutruika, el dios oscuro que rige el mundo de hombres grises, inmortales y sin nalgas.



Quemé las hierbas, me coloqué las cadenas, hice las oraciones, convoqué varias veces a Tutruika, sin embargo, solo respondió la brisa que movía las hojas de los árboles y la yerba. Pensé que él me ayudaría con mis enfermedades.

Regresé decepcionado, coloqué todo de lo mi abuelo en su lugar y dormí a pierna suelta, el ritual fue un fracaso total, luego pasaron los años, mi salud mejoró algo, me recibí de bachillerato en ciencias y marché a la ciudad de Panamá a estudiar Medicina con una beca ganada.

Fue un cambio radical de una selva tradicional a una de cemento, mientras que con mis compañeros me sentía algo tímido hasta que empezó hablarme Lubianka Solís.

Era una chica chitreana, rubia, ojos azules, delgada, muy linda y con algo que me atraía, no obstante, imposible que la hija de una reconocida pareja de galenos de Herrera se fijara en un humilde indígena emberá.

Sus padres eran de origen pobre, estudiaron en Cuba, allí aprendieron y practicaron las religiones africanas y rituales que ni quiero mencionar.

Recordé un día mi travesura de niño, estuve a punto de contarle todo a Lubianka, aunque algo me hizo que cerrara mi boca para no agravar la amistad de la hermosa jovencita con piel láctea.



Todo siguió normal hasta el segundo año, mi amiga me invitó un fin de semana a una casa de playa a una fiesta, acepté ir, sin embargo, cuando llegamos a la lujosa vivienda no había nadie.

Lubianka respondió que llegarían después, hicimos una fogata, luego trajo una cruz de madera, la encendió, unió las palmas de sus manos y rezó una oración en emberá, lo que me dejó asustado, posteriormente se despojó de sus ropas.

Quedé de inmediato excitado, sus grandes tetas al aire, sus cabellos movidos por el viento, esas piernas largas, blancas y su largo túnel del amor, me hicieron sentir en otro mundo, me hizo señas que fuera donde ella y lo hice.

Era lo mejor que me pasó, sus carnosos labios unidos con los míos, esos dedos de fuego recorrían mi canela piel, acariciaba sus pechos y nalgas, luego hicimos el amor y me arrojó en la arena.

La mujer se transformó en una indígena, alta, sin nalgas, ojos grises, cachos de carnero, colmillos de lobo y alas de águila.

—Soy Tutruika. ¿Para qué me llamaste hace siete años?

Corrí desnudo, me vestí y cuando me iba estaba Lubianka en la cocina, quedé mudo y por un momento pensé que enloquecí.

Lubianka me dijo que estuviera tranquilo, que dentro de ella vivía Tutruika y que siempre me acompañaría porque los demonios que son convocados no regresan a su mundo.

Perdón, olvidé mi nombre, soy Anselmo Bacorizo, y quedé atrapado entre  Lubianka y Tutruika de por vida.

Fotografías de Moisés Fonseca y ByChelo de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

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