Por qué me botaron del trabajo

 

Hace tres años inicié labores como vendedor de teléfonos celulares, en una tienda en Calidonia, Panamá, el salario no era gran cosa, aunque los necesitaba para pagar parte de mis estudios de licenciatura en español.

Mi astucia y mucha lectura me hizo ser un empírico con los móviles, su función, activarlos si estaban bloqueados, repararlos y cualquier problema que tuviese un aparato lo arreglaba.

Esa fue mi carta de presentación, lo que le encantó al dueño del negocio, Juan Chang, quien me contrató en un local de cien metros cuadrados donde también laboraban tres chicas.



Lorena, Amanda e Isabel, todas migrantes venezolanas, atractivas y como un imán para atraer clientes, principalmente los hombres, Chang me trajo con el propósito que atendiera a las damas.

Lorena era de piel trigueña, Amanda mitad nativa y blanca, mientras que Isabel era como un gran manto de nieve, quien robaba mirada de los clientes masculinos y siempre le compraban los aparatos.

Pasaron tres meses, pasé la prueba, Chang feliz, en ocasiones me daba un bono semanal de veinte dólares, dependiendo de las transacciones.

En ese andar, nos fuimos de parranda las tres chicas y yo, bebimos abundante cerveza, bailamos y sentí cierto atractivo por Isabel, con sus grandes pechos, mirada pícara y figura escultural.

Al salir del local nos fuimos a una de esas pensiones de la avenida Justo Arosemena para lo que ustedes saben que ocurre entre un hombre y una mujer, tan fabuloso fue que a ambos nos gustó la travesura y seguimos el romance oculto.



Isabel nunca estaba limpia, su cartera siempre contenía dinero, a veces pagaba las cervezas, las comidas, la pensión y me tiraba la toalla, lo que me hizo discurrir que un sugar daddy era quien la financiaba.

Entretanto, una tarde Chang se fue antes, me dejó la llave para cerrar el local, trabajamos, se marcharon las compañeras y me quedé con Isabel con extremas muestras de cariño que nos dejó desnudos a los dos.

Ni siquiera nos dimos cuenta de que abrieron la puerta pequeña trasera, tampoco los pasos y posteriormente estaba Chang, sorprendido de vernos mientras hacíamos el amor.

Esa misma noche, el comerciante chino me despidió del trabajo, era el sugar daddy de Isabel, el asiático ronda por los 55 años, Lorena 21 y yo 24, así que poco podía hacer.

Isabel estuvo un mes más laborando, luego la botaron y su reemplazo como pollita fue Lorena porque a Chang le encanta el colágeno, mientras que Isabel y yo ahora vivimos juntos.

Fotografía de Edward Eyer y Matías Reding de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

Hasta por la nariz

Desde pequeño Tincito se notaba que sería un glotón de primera categoría porque pedía siempre de más, hecho que se corroboraba mientras incrementaba su tamaño y así su estómago.

Vivía con sus padres y dos hermanas en el popular barrio de San Antonio, La Chorrera, Panamá, mientras que cerca de la familia residía un marinero jubilado italiano llamado Gino de Luca, quien le encantaba preparar las pastas de su país y enviarle un platillo a Tincito.

Tanto era el gusto del muchacho por la gastronomía de Gino que en una ocasión se cayó de un árbol, se lesionó la pierna de derecha, sin embargo, usó su astucia, consiguió un palo como bastón y se iba cojeando donde el europeo.



Todo iba normal, pero en una tarde de esas de lluvia tropical con mucho viento, que dañan las torres de energía eléctrica y hacen de los árboles juguetes, María, la mamá de Tincito, tenía visitas.

Llegó la hora de la cena, la señora sirvió a sus invitados pollo, arroz, lentejas y ensalada de papas, con jugo Kool-Aid, muy famoso en los años setenta, no obstante, como siempre Tincito pidió más, su mamá respondió que no había y el chico insistió.

—Mamá es que yo nunca me lleno, siempre quiero más—, manifestó frente a la mirada inquisidora de la autora de sus días y sorpresiva de las visitas.

María no comentó nada, los invitados se fueron y la señora, le advirtió que al día siguiente arreglaría ese asunto.

Y en efecto, a la mañana siguiente mandó a su hija María Cristina a la tienda para comprar una libra de macarrones o espaguetis, una libra de arroz, una libra de carne, papas, remolacha, huevos, tres piernas de pollo, además de un pan de molde o tajado y queso tipo Cheddar.



Los muchachos creyeron que ante el banquete alguien vendría, ya que el dinero escaseaba y la mamá preparaba abundante comida.

Terminó, la sirvió toda en varios platos, se fue a buscar una correa y trajo a Tincito, lo sentó en una silla, el niño abrió sus ojos más de lo normal ante semejante mesa.

—Ya es hora que se acabe esa vaina. Cómetelo todo, si te lo comes te pego y si no te lo comes también te pego—.

—Pero es mucha comida, mamá—

—Dijiste que nunca te llenabas, ahora veremos si es cierto o no.

Tincito le metió el diente a las pastas, luego al arroz, luego pan con queso, comió pollo y llegó el momento que su estómago no soportaba ni un soplo de aire, volteó la vista hacia donde su madre y esta le mostró la correa.

Comía poco a poco, iba a defecar y regresaba a la mesa, pero no aguantaba, lloraba y los macarrones se le salían por la nariz.

Al terminar, su mamá le dio una tanda de correazos para evitar la gula y aunque, aprendió la lección, ya de adulto cuando lo molestaban con la historia respondía que se lo preparan ahora que todo se lo comía.

Decía que no le pasaría lo de niño con los macarrones que se le salían hasta por la nariz, sin embargo, posteriormente del banquete nunca volvió a pedir más alimentos.

Fotografía de Gourav Sarkar y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

Fuga por un polvo

Cuando Pranvera Arvanitas Mumba ganó el concurso de Señorita Tirana, lloró de la alegría porque era la llave que le abriría las puertas para salir de la pobreza y el trampolín internacional a su carrera de modelo.

Albania es un país casi aislado del mundo, durante la época del socialismo, se encerró mucho más en su burbuja, sin embargo, con la caída del bloque soviético intenta abrirse paso en el globo terráqueo y los concursos de belleza eran parte de la búsqueda internacional.

El aspecto físico y la inteligencia de la ganadora era impresionante,  su abuelo materno venía de Kenia, por lo que heredó una piel no oscura, sino era como la canela, el cabello ensortijado, los ojos verdes muy brillantes provenientes de los genes de su abuela y madre.



Así que desde que el jurado la vio estaba en las primeras finalistas al concurso de belleza local, solo había que pulirla un poco más porque la jovencita provenía de un barrio pobre de Albania.

Sin embargo, al único que no le cayó bien la noticia fue a Matris, el novio y vecino de la concursante, ese triunfo representó para él que su pareja se le escaparía de las manos como agua en coladero.

La corona de Señorita Tirana fue como cien azotes al cerebro de Matris, su amor de niño, adolescente y ahora de adulto se marcharía a París con el fin de hacer carrera como modelo, ganara o no Señorita Albania.

Sin embargo, Pranvera amaba a Matris, ni siquiera se había imaginado o pensaba dejarlo, por el contrario, entre sus planes era educar y convertir a su pareja en su representante legal.

Pero como los celos es la enfermedad mortal del amor, Matris le pidió a Pranvera que se fugara de la habitación del hotel donde estaban las competidoras del concurso Señorita Albania.



La chica se negó hasta que el novio amenazó con abandonarla, era una prueba de amor, si ella realmente lo quería haría ese sacrificio, saldría de las instalaciones a escondidas para encontrarse con su pareja y tener sexo.

Con su astucia, se colocó un hiyab y unas gafas oscuras para no ser reconocida por las cámaras de seguridad, fue al encuentro con su novio, no obstante, para su mala suerte la chaperona ingresó a su habitación durante una revisión y su compañera respondió no saber dónde estaba.

Se alertó a la seguridad, vieron las cámaras,  fue reconocida por su forma de caminar y al regresar la esperaban para interrogarla.

Pranvera lloró, se disculpó, pero era tarde porque violó las reglas, no hubo tolerancia y fue expulsada del concurso Señorita Albania.

Su inexperiencia e inmadurez provocaron que la fuga por un polvo fuese demasiado costosa para su incipiente carrera de modelo.

Fotografía de Dianis Graveris y Moy Caro de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

El rey de Mastán

Los súbitos le escuchaban muy atentos ante el anuncio del rey Catán, soberano del reino de Mastán y su monarca por tercera ocasión consecutiva le anunciaba a su pueblo días prósperos.

—Emitiré un decreto para liberar a todos los prisioneros, los ladrones, condenados a muerte, no habrá más esclavitud en este reino—, resaltó y se escucharon los aplausos.

Miradas perdidas, otras con atención sorprendidas, por lo que nunca pensaron que sucedería en Mastán.

—Haré una reforma agraria para que los campesinos tengan sus propias tierras, no quiero que sean explotados por los latifundistas, quien se oponga irá directamente el morro porque mi pueblo necesita días mejores.



—Viva el rey—, gritó una señora.

—Aún no termino—, respondió Catán.

El soberano apreciaba una gigantesca pradera, adornada con un espumoso cielo azul, con brisa que se sentía deliciosa, casi como la miel en los labios de un pordiosero que no probó alimento en días.

Lo soldados vigilaban a su jefe, todos de gran estatura, lucían su costosa y brillosa armadura, solo se veían los ojos de los infantes porque los cascos impedían la visión del resto de la cabeza.

—Los médicos de mi corte recorrerán todos los rincones para atender a los enfermos, se les curará y llevará a un lugar para que no sufran en sus destrozadas chozas.

Volvieron los aplausos, un hombre vitoreaba al rey, mientras el resto lo seguía con gritos de alegría.



—No habrá pago de impuestos, realizaré mejoras a este castillo, las carreteras y se construirán más pozos con el fin de que haya acceso a todos los habitantes de Mastán—, indicó.

El público se sorprendía ante esto porque los desposeídos nunca tuvieron este beneficio y solo era para los miembros de la nobleza del reino de Mastán, así que fue un anuncio que impactó.

—Distribuiré la riqueza de los nobles entre ustedes como caballos, vacas, gallinas y construiré carretas para un futuro asegurado—, apuntó Catán, seguido nuevamente de aplausos de su inmenso reino.

Sin embargo, tres hombres vestidos de blanco, interrumpieron el discurso y se acercaron a Catán.

—Ya está bueno, es hora de irse a dormir Catán, pero antes te daremos tu Celexa que te recetó el psiquiatra. Vas por buen camino en tu tratamiento—, manifestó el enfermero del Sanatorio Mental Antonio Mastán.

Fotografía de Camargo Anthony y Deposit Photos no relacionadas con la historia.

 

El estrangulador de Calidonia y el juez

A Gordón López lo detuvieron en casa de su madre, un ejército de policías con un despliegue impresionante de seis patrullas, dos helicópteros, cámaras de video y armas de grueso calibre.

Un video lo captó en el momento que estrangulaba en una esquina a una bailarina exótica al salir de un bar nudista, ubicado en Calidonia, la ciudad de Panamá.

Identificado el criminal, le dieron seguimiento, los gritos de su madre reventaban cualquier odio, a Gordón le dieron una puñera porque el odio era inmenso y sobre él pesaban la sospecha de matar otras cuatro damas de forma similar.



Media docena de policías tuvieron que neutralizarlo, usaron la pistola de descarga eléctrica y bastante tolete porque imposible atrapar a un hombre fortachón de casi dos metros de altura.

Tras ser detenido, a punta de palo que le dejaron la cabeza rota, lo llevaron a Medicina Legal donde le suturaron varios puntos en el cráneo, el gobierno anunció su captura y venía la otra parte.

Los medios de comunicación se dieron banquete con diversas publicaciones, no obstante, los psiquiatras recomendaron no procesarlo judicialmente porque Gordón padecía de alteración psíquica.

No era responsable de sus pensamientos, sentimientos, estados de ánimo y su comportamiento, aunque para el juez que llevó el caso el criminal podía ser enjuiciarlo por los crímenes cometidos.



La razón principal del juez John Rodríguez es que aspiraba a ser magistrado del tribunal de apelaciones, una condena dura a un tipo como ese ganaría simpatía de los medios de comunicación e influiría en la decisión de la comisión que nombraba los cargos superiores del Órgano Judicial.

Rodríguez se convirtió en toda una celebridad, alabado por los medios por atreverse a hacer lo imposible, lo trataron casi como un dios o artista del séptimo arte.

Gordón fue condenado a 30 años de prisión por el asesinato de la bailarina, lo internaron en la gran Joya, donde los presos lo evitaban porque alguien con ese dictamen mental en menos de cinco segundos se transforma de ángel a demonio.

Al afectado mental, en la primera semana le fue bien, pero la segunda, asesinó a su compañero de celda, a otro preso en el gimnasio y uno en la cocina, ninguno recluso quiso intervenir porque solo querían salvar su vida.

Cuando se conoció la noticia, hubo escándalo, el jefe de Medicina Legal acusó al juez de buscar y rebuscar publicidad para un ascenso, sabía del dictamen y lo ignoró porque no quería ser linchado por los medios de comunicación.

Luego de la revuelta, Rodríguez dimitió para no seguir siendo atacado por los mismos medios que lo adularon en el pasado.

Su error judicial fue muy caro porque, aunque eran internos, los delitos en que incurrieron eran menores.

Fotografía de Ron Lach y Los Muertos Crew no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

Escape de la muerte

Sergio despertó, luego de toser, sintió un olor tóxico proveniente de la planta baja del almacén que custodiaba y totalmente cerrado en la noche, como solía ocurrir con los guardas de seguridad que los dejaban dentro de los negocios y las puertas con cerrojo afuera.

Al bajar vio el humo, era la alfombra y algunas prendas de vestir femeninas, las llamas también alcanzaban unos sombreros del negocio de ropa a bajo precio, posteriormente pensó qué hacer.



No había extintores porque en 1988 no era obligatorio que las empresas tuvieran uno como prevención ante los incendios, así que contaba con pocas o nulas acciones para salvar su vida.

Ingresó a la compañía Seguridad Total S.A. con un salario de ciento ochenta y ocho dólares mensuales, pero el patrón no le pagaba las horas extras, ni recargos dominicales e incluso le descontaba las cuotas obrero-patronales de la Caja del Seguro Social y no las reportaba.

Explotado como muchos la mayoría de los vigilantes privados, a sus 23 años, debía mantener a su hija, su mujer Lola,  quien vendía frituras en Tocumen, Panamá, residían en una humilde casa de 50 metros cuadrados.

Mientras tanto, la alfombra era como regar gasolina al fuego, fabricada con telas y neumáticos, las llamas avanzaban a la velocidad de la luz y el guarda miró que todas las ventanas estaban cerradas.



Subió al segundo piso, el humo invadió esa sección, no había ventilación, moriría de asfixia, quizás quemado, no reconocerían su cadáver y recordó a su bebita Lolita de nueve meses.

Miraba como las cajas de cartón de los juguetes, plástico y telas se consumían, así que Sergio se trasladó a la tercera planta, donde estaba el depósito con gran cantidad de cajas de cartón.

El fuego destrozaría todas esas cajas, se fijó en una esquina que había un mazo, se fue donde estaba, subió la escalera y empezó a golpear el techo.  El cielo raso se desprendía como nevada en Moscú.

Siguió, el humo le restaba visibilidad, tosía y tosía, casi desmaya hasta que el techo cedió por fuera, las tejas se quebraron, su rojizo color se mezcló con el blanco del cielo raso.

Por un diminuto hueco, por su delgadez, logró abandonar el infierno, aunque aún estaba en el techo, ya había gente que observaba, Sergio no quiso esperar a los bomberos, así que se lanzó al pavimento y se quebró las dos piernas.

Salvó su vida, sin embargo, creó el escándalo de los guardas de seguridad que los explotaban y encerraban en los almacenes sin protección alguna ante un eminente incendio.

Imagen de Milton Moreira y Pixabay de Pexels no relacionados con la historia.

Por amor a Beth

George Patton y Charlie Chaplin eran dos adolescentes de dieciséis años que se disputaban el amor de Elizabeth Arias Boyd, de quince abriles, a pesar de que eran primos, residían en la misma casa y toda su vida se criaron juntos.

Los tres eran de la etnia guna, así que los vecinos no se sorprendieron por los nombres con el que los registraron en el Tribunal Electoral porque para esa etnia eso no interesa y es que en su comunidad cuentan con sus identidades en su lengua materna.

Beth, como le llamaban en casa, tenía rasgos hermosos, de baja estatura, sonrisa angelical, pero de carácter fuerte, no le llamaba la atención sus paisanos, siempre decía que al llegar el momento de casarse lo haría con un latino.



Entretanto, dentro de la casa en Veracruz, Panamá Oeste, donde residían como quince familiares de George y Charlie, como suele suceder por tradición en la que son numerosos miembros, los regaños no paraban.

En ocasiones los primos jugaban videos o balompié, se iban a la playa a vender helados o rebuscarse algunos reales, todo con el fin de entregarle algún regalo a lo que ellos aspiraban que fuese su media naranja.

En Veracruz había una bola de corrillo de que Beth estaba enamorada de Arthur, un santeño blanco y ojos miel, de 16 años, cuyos padres eran propietarios de una fonda muy famosa por sus tamales de olla.

Nadie los vio juntos, así que por el momento todo era un bochinche, mientras que los Romeo atacaban a su presa constantemente, sin embargo, la adolescente los rechazaba y los esquivaba.



El rumor no detenía los conflictos entre los parientes hasta que George retó a Charlie a una pelea en el cuadro de balompié, un domingo cuando se desarrollaba una liga y su amada Beth, los vería.

Quien triunfara se quedaría con el amor de la chica y no discutieron más, no obstante, la palabra duelo llegó hasta los oídos de la adolescente quien intentó detener la disputa sin conseguirlo.

El día de la pelea, los chicos se colocaron como boxeadores, George tiró el primer golpe, fue esquivado por Charlie, quien lanzó un derechazo, pero falló, luego el primero le metió un mata puerco que impactó en el rostro del segundo, este lo devolvió y golpeó el mentón de George.

Los chicos se golpeaban, nadie intervino hasta que se dieron cuenta de que Beth veía todo, tomada de mano con Arthur, lo que detuvo el popular encuentro boxístico y sorprendió a ambos adolescentes de que por gusto se daban trompadas.

Beth disfrutaba de la actividad deportiva y se besaba con Arthur.

Para rematar, los padres de los boxeadores se presentaron con correa en mano para darle una limpia a los muchachos porque tanta chiquilla linda que había en Veracruz y ellos se daban puñete por una que solo le gustaban los latinos.

Fotografía de la Junta Comunal de Veracruz y Pexels no relacionadas con la historia.

 

Las cariñosas de Akatan

El reino estaba punto de irse a la guerra con sus enemigos de Turlek, ya que por siglos rivalizaron por riquezas, territorios e imponer su poder sobre el otro, sin embargo, Akatan se encontraba débil.

Su adversario era mucho más fuerte, así que el rey de Akatan, Julikth, llamó a los magos Tafer, Mafin y Halam con el fin de acabar con el adversario y cada uno respondió que traería una propuesta al día siguiente para que el monarca eligiera.

No obstante, los espías de Turlek, descubrieron el plan, atacaron a su rival, el castillo de Akatan era asediado por los arqueros, quienes disparaban nubes de flechas que neutralizaban a los defensores del lugar.



Julikth convocó a los tres magos, Tafer le entregó una poción mágica para colocar en los aceites de los arqueros defensores, así que cuando las flechas volaran cerca del enemigo envenenara a los guerreros de Turlek, pero no funcionó porque no había suficiente fórmula.

Desesperado Julikth, le preguntó a Mafin qué inventó para la victoria, el mago manifestó que un polvo que hacía invisibles a sus soldados, se lo tragaban, no serían vistos, no obstante, al probar la poción no cubría las armaduras de la infantería. Tampoco servía.

Enfurecido Julikth le gritó a los tres magos que no si no encontraban una solución al problema, él mismo les atravesaría su espada de casi cinco kilos de peso.



Halam le dijo que liberara a las doscientas prostitutas presas por la campaña moral del reino contra ellas, que apagara todas las llamas que alumbraban el reino y arrojara los barriles de vino al enemigo.

El monarca dudó en un momento, dio la orden, salieron las carretas con el vino, algunas prostitutas manejándolas, lo que confundió a los soldados enemigos y pensaron que era la antesala a la rendición.

Bebieron todo el vino, bailaron con las prostitutas, las besaban, manoseaban y gritaban de alegría hasta que los quinientos soldados y arqueros quedaron totalmente borrachos.

Esto fue aprovechado por los trescientos defensores de Akatan, que introdujeron sus espadas en los musculosos pechos de los soldados, sin darse cuenta de que eran asesinados por sus rivales.

Fue una noche fría con abundante nieve que se tiño de rojo por la sangre de los ebrios infantes muertos, pocas estrellas y ruda brisa  que levantó los cascos de los soldados caídos.

Agradecido, Julikth, nombró a Halam como ministro de guerra, Tafer y Mafin, siguieron con sus prácticas de magia, el rey rival Borlov casó a su hija con el hijo de Julikth e hicieron una alianza sólida que duró siglos.

Las guerras no siempre las ganan los soldados porque las mujeres también pesan en el campo militar.

Fotografía de Francesco Paggiaro y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Los noventa minutos de Mía Lucrecia

Mía Lucrecia se levantó ese lunes tres horas antes de su audición en la publicitaria donde competiría para hacer un comercial y con la posibilidad de abrirle una carrera de modelo.

La joven de 19, estudiaba la carrera de Producción de Cine y Televisión en la Universidad de Panamá, muy humilde, hija de un zapatero y una extrabajadora manual en un restaurante de la capital.

Mía Lucrecia pidió un vestido azul prestado, Aranda, su mejor amiga de clases le dio  su maquillaje, el dinero escaseaba y de a milagro en ocasiones se desayunaba panqueques en su morada de viejas maderas y hojas de calaminas mordidas por el tiempo.



En su habitación había una cama, una mesita armada con una caja de jugos y una tabla que lo transformaba en mesa, un banco de plástico, un bombillo, las paredes estaban sin repellar, una ventana ornamental y cortinas para evitar a los mirones.

La atractiva estudiante pintó sus labios con rosa mate, sombras parecida a su piel, se delineó con los ojos con color negro, se sacó las cejas para impresionar más y cepilló sus pardos cabellos.

Era necesario ese contrato, su madre era pensionada, un accidente en la escalera en el centro comercial donde estaba el restaurante fue el motivo de una lesión columnar que la dejó en silla de ruedas hasta que dejara de respirar.

La pensión era mínima, y a pesar de que ya casi no hay zapateros, los ingresos eran reducidos para una familia de cuatro hijos, además de la pareja.

Mía Lucrecia desayunó dos tortillas, café y un huevo cocinado en agua, al terminar, cepilló sus dientes, besó a sus padres, quienes no solo le desearon que fuese escogida, sino que oraban a cualquier dios de este mundo para que ganara la competencia.



El trayecto era corto, como media hora desde su residencia en autobús hasta donde se encontraba la empresa, así que la señorita caminó a la parada, saludó a sus vecinos esa mañana oscura de octubre, con truenos, mucha brisa y esperanza de un mejor futuro.

Abordó el servicio público de transporte, observaba a la gente con toneladas de sueño y bostezando, de todo un poco en la buseta. Mía Lucrecia se encontraba, en la cuarta fila y en la ventanilla derecha del Metro Bus.

Durante diez minutos todo, normal, el autobús hizo una parada en un comercio, había intercambio de turno de dos vigilantes, a uno se le cayó el arma de fuego, se disparó, la bala entró por el vidrio del automotor e impactó en la frente de Mía Lucrecia.

La joven murió al instante, la distancia era corta, el responsable fue un periodista y migrante venezolano, sin permiso para trabajar, recién llegado al país, a quien le urgía conseguir dinero para enviar a su familia, así que tomó la labor de guarda de seguridad sin preparación alguna.

Mía Lucrecia no llegó a la audición, pero la noticia revolvió una nación creada por migrantes y con un problema masivo sin resolver.

Fotos de Genaro Servín y Cottonbro Studio no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

Eterna esperanza

Sigfrido compró una combinación de lotto con la esperanza de salir de la pobreza a sus casi sesenta y tres años, tras laborar décadas, viudo desde los cuarenta y de criar solo a sus dos hijos varones más una mujer.

El antiguo plomero tampoco se moría de hambre mientras agachó el lomo, sin embargo, tomen en consideración que tres chiquillos representan tres pares de zapatos para el colegio, camisas, pantalones, faldas, ropa interior, los libros y útiles escolares.

Luego de retirarse, era obvio que la paga no era lo mismo porque en Panamá solo se jubila con el sesenta por ciento del salario, monto calculado en una extraña tabla de pago que incluye veinte años de cuotas obrero-patronales y otras complicadas fórmulas.



Sin embargo, los seiscientos veinte dólares al mes era una jugosa suma, comparado con lo que reciben la mayoría de los jubilados y pensionados en el istmo, no obstante, Sigfrido nunca perdió la esperanza.

Tan grande era su fe como las grandes extensiones de tierra donde empezó a laborar con su padre en las partes altas de Chiriquí hasta que la familia emigró a la ciudad de Panamá.

El jubilado tenía problemas de visión, encendió el televisor para escuchar el sorteo y solo logró alcanza cuatro pares, de los que acertó y brincó de un solo pie por su suerte.

Cincuenta dólares no caían mal para un retirado, quien por su edad recorría a cada momento los hospitales, clínicas y policlínicas de la Caja del Seguro Social porque en el sexto piso de la vida, los achaques llueven como en octubre.

Al día siguiente Sigfrido despertó como a las seis y media, una mañana radiante, con brisa emocionante que hacía palpitar su corazón de felicidad, sonreía mientras se afeitaba, se bañó y desayunó café, huevo cocinado en agua y café negro.



Se puso un pantalón diablo fuerte, una guayabera blanca,  zapatos negros, salió de su casa y abordó un taxi rumbo a la regional de Vista Alegre de la Lotería Nacional de Beneficencia.

La fila no era larga, a la media hora ingresó, le entregó el comprobante del número adquirido a la cajera, ella lo colocó en el código de barra, lo felicitó y le dijo al caballero que esperara un momento.

Sigfrido sorprendió al ver al director regional que le extendía la mano para felicitarlo, cuando el jubilado preguntó la razón, el funcionario público le respondió que había acertado los seis pares o se ganó el acumulado de 674,922.78 dólares.

Pasados unos minutos la sonrisa se transformó en rostro de terror, Sigfrido se colocó su mano derecha en el corazón, la impresión de la noticia le provocó un infarto, cayó y su cuerpo quedó en el suelo frente a todos.

Allí terminó la eterna esperanza.

Fotografía cortesía de la Lotería Nacional de Beneficencia de Panamá y archivo no relacionados con la historia.

 

 

 

 

'Yo tengo más carne que tú'

Cuando estaba en noveno grado en el Instituto Bolívar (donde hoy está el Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá) había una chica de séptimo caída de la mata conmigo, identificada como Esther, sin embargo, mi corazón pertenecía a una santeña llamada Lucrecia.

Esther vivía en el populoso barrio de San Felipe, visitaba con su madre a una vecina de la casa de mampostería, donde yo residía con mi familia, los cuartos eran pequeños, pero con privacidad de que no te husmearan cuando ibas al baño como las viviendas de inquilinato.

Adoraba a Lucrecia, me iba los fines de semana solo a verla desde lejos porque los padres la tenían tapada, así que solo entre momentos libres o fugas de las clases los tórtolos nos jurábamos amor.



Mientras que los días escolares escuchaba las pisadas fuertes de Esther cuando corría solo a verme, me reía de lo que ocurría, un chiquillo de quince años no cuenta con la suficiente madurez para saber lo que quiere.

Le dije en una ocasión a Esther que tenía novia, que estaba enamorado de mi pareja y no insistiera porque no era varón de dos mujeres, sino de una, aunque la recién entrada a la adolescencia no aceptaba.

No obstante, la rubia de ojos verdes insistía, tanto que se encontró una vez con Lucrecia y le preguntó si éramos novios, lo que sorprendió a mi media naranja porque todo el colegio lo sabía.

Me resistía a tratar mal a Esther hasta que una tarde perdí la dulzura que me caracteriza, le grité algunas cosas que la hirieron en el fondo, no solo de su corazón, sino de su alma y  que la dejaron con un diluvio en su faz.



Mi compañero Tello, hoy abogado, me manifestó que fui demasiado de duro y nunca debí actuar así porque era una dama, sin embargo, era tarde, la embarré y la escuálida señorita no me habló más.

Pasaron seis años, estaba en una concentración política, cuando mi pasiero Toto me dijo que una mujer me observaba, miré y estaba ella Esther, totalmente cambiada, con un cuerpazo de guitarra, su cabello ensortijado, vestida toda de blanco y una fabulosa sonrisa.

Obvio que me reconoció, la saludé de lejos, me lo devolvió y decidí atacar, fui donde estaba, me presentó unas amigas y charlamos un rato hasta que le pedí su número de teléfono.

—El número de teléfono es el futuro. Hay algo que no olvido nunca cuando me gritaste que yo tengo más carne que tú. Eso me dolió—, respondió.

Lo arruiné todo, esa frase quedó en su pensamiento, metí la pata, la cagué, aceptó mis disculpas, pero dijo que eso no se traduciría en una futura cita porque tenía novio.

Cosas de la vida, si uno supiese lo que pasará mañana cuando abre la boca, jamás habría mencionado la famosa frase yo tengo más carne que tú.

A Esther el mundo se la tragó porque jamás la volví a ver.

Imagen de Cottonbro Studio y del Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá no relacionados con la historia.

 

 

 

 

Joss, mi fabulosa editora

No recuerdo quién me recomendó a Joss Curwen, solo sé que fue un escritor me dio excelentes referencias y que era joven, aunque dudé en un momento por su edad al ver su fotografía en las redes sociales.

Mi primera conversación con ella fue agradable, me di cuenta de inmediato que era la persona que necesitaba porque antes trabajé solo con corrector y no es lo mismo un corrector-editor.

Los escritores plasmamos nuestras ideas, pensamientos, acciones, reacciones y otras aristas, no vemos nuestros errores, nos equivocamos con frecuencia, sin embargo, muchas veces creemos que la botamos con una epopeya que estará en la lista de las más vendidas.



Fui sorprendido con la labor de Joss, su juventud no guarda ninguna relación con su experiencia como correctora-editora, me escribía para que le explicara determinados párrafos o que algo no encajaba.

En ocasiones le decía, bórrelo, cierto que no es importante, me sugirió que terminara un capítulo en una parte y empezara otro, aceptaba muy feliz.

Precisamente es lo que requerimos los escritores, alguien que nos guíe en el camino del mundo del lector, el egocentrismo no lleva a ninguna parte, sino a la pared donde nos estrellaremos.

Ojalá que trabajara más con Joss, mi única queja es que tiene demasiados clientes, yo muchas obras y es imposible que lo haga solo para mí.

Por eso y muchas razones, les recomiendo a los escritores que laboren con Joss, sabe dónde empezar y terminar.

Fue fabuloso el contacto con ella, pero este no es el final, sino el principio de una relación escritor y editora.

 

La vida no es igual

Máximo Alcántara regresó, en febrero de 1976, desde Miami a Panamá, los militares le permitieron entrar por asuntos humanitarios porque su madre padecía un cáncer en el colon y le permitieron estar en su fase terminal.

El joven fue uno de los primeros universitarios en protestar contra el golpe de Estado que derrocó a Arnulfo Arias Madrid, la noche del 11 de octubre de 1968, se enlistó con los guerrilleros que combatieron en Cerro Azul, con nula posibilidad de triunfar.

Fue herido en la pierna derecha, llevado al hospital y posteriormente enviado en avión a Estados Unidos, como muchos ministros o funcionarios del gobierno de Arias que los militares no los querían en la nación.



Máximo se escribía con su novia Venus, compañera de clases de la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá, pero tras dos años perdió el contacto con la dama, así que decidió darle la sorpresa.

El joven era vigilado por la inteligencia del G-2 para evitar reuniones de insurrecciones contra la dictadura, convertida ahora en un gobierno populista de centro-izquierda y de comunistas trasnochados bajo un falso nacionalismo.

Se encontró con un país cambiado, había carreteras, estabilidad económica, más hospitales, centros de salud, carreteras, viviendas y una bonanza financiera que la antigua oligarquía gobernante nunca ofreció a sus ciudadanos.

El caballero fue a ver a su madre, intentó no llorar para que no se afectara, estuvo dos días en su casa, la llevó a varios lugares en silla de ruedas, no obstante, se encontró con realidades diferentes de las que vivía antes de irse al exilio.

Sus hermanos laboraban en distintos ministerios, rompieron su promesa de ser fiel a la democracia, su ego revolucionario cayó porque se dio cuenta de que el hambre derrota cualquier ideología.

La carencia de activo circulante priva de muchas cosas, sus parientes cayeron en la trampa de aceptar cargos públicos bajo el argumento de hacerlo por el país y por el manto del progreso.





Entristecido, Máximo fue a la antigua casa donde vivía Venus, se encontró al sorprendido antiguo suegro, quien le informo que su hija laboraba en el Instituto de Electricidad como jefa de Contabilidad.

Otro duro golpe a su alma insurrecta, decidió ir a darle la sorpresa, llegó hasta el lugar, eran casi las cuatro de la tarde cuando se encontró a Venus con un caballero y una parejita.

Su exnovia se casó, hizo su vida, imposible esperar a un hombre expatriado con la esperanza de formar una familia, dejó de escribirle e hizo un giro en sus planes con un teniente de la Guardia Nacional.

Ella no lo vio, Máximo fue a casa de su madre, lloró, estuvo con la autora de sus días durante los treinta días que los militares le autorizaron, una semana antes la señora falleció y el mismo día del sepelio, el joven retornó a Miami.

Poco podía hacer, los tiempos cambian y las personas también porque la vida no es igual hoy que ayer.

Fotografías de Panamá Vieja Escuela y el diario Crítica no relacionadas con el relato.