Hace tres años inicié labores como vendedor de teléfonos celulares, en una tienda en Calidonia, Panamá, el salario no era gran cosa, aunque los necesitaba para pagar parte de mis estudios de licenciatura en español.
Mi astucia y mucha lectura me hizo ser un empírico con los móviles, su función,
activarlos si estaban bloqueados, repararlos y cualquier problema que tuviese
un aparato lo arreglaba.
Esa fue mi carta de presentación, lo que le encantó al dueño del negocio, Juan
Chang, quien me contrató en un local de cien metros cuadrados donde también
laboraban tres chicas.
Lorena, Amanda e Isabel, todas migrantes venezolanas, atractivas y como un
imán para atraer clientes, principalmente los hombres, Chang me trajo con el propósito
que atendiera a las damas.
Lorena era de piel trigueña, Amanda mitad nativa y blanca, mientras que
Isabel era como un gran manto de nieve, quien robaba mirada de los clientes
masculinos y siempre le compraban los aparatos.
Pasaron tres meses, pasé la prueba, Chang feliz, en ocasiones me daba un
bono semanal de veinte dólares, dependiendo de las transacciones.
En ese andar, nos fuimos de parranda las tres chicas y yo, bebimos abundante
cerveza, bailamos y sentí cierto atractivo por Isabel, con sus grandes pechos,
mirada pícara y figura escultural.
Al salir del local nos fuimos a una de esas pensiones de la avenida Justo
Arosemena para lo que ustedes saben que ocurre entre un hombre y una mujer,
tan fabuloso fue que a ambos nos gustó la travesura y seguimos el romance oculto.
Isabel nunca estaba limpia, su cartera siempre contenía dinero, a veces
pagaba las cervezas, las comidas, la pensión y me tiraba la toalla, lo que me
hizo discurrir que un sugar daddy era quien la financiaba.
Entretanto, una tarde Chang se fue antes, me dejó la llave para cerrar el
local, trabajamos, se marcharon las compañeras y me quedé con Isabel con
extremas muestras de cariño que nos dejó desnudos a los dos.
Ni siquiera nos dimos cuenta de que abrieron la puerta pequeña trasera, tampoco
los pasos y posteriormente estaba Chang, sorprendido de vernos mientras
hacíamos el amor.
Esa misma noche, el comerciante chino me despidió del trabajo, era el sugar
daddy de Isabel, el asiático ronda por los 55 años, Lorena 21 y yo 24, así que poco
podía hacer.
Isabel estuvo un mes más laborando, luego la botaron y su reemplazo como
pollita fue Lorena porque a Chang le encanta el colágeno, mientras que Isabel y
yo ahora vivimos juntos.
Fotografía de Edward Eyer y Matías Reding de Pexels no relacionadas con la
historia.