Desde pequeño Tincito se notaba que sería un glotón de primera categoría porque pedía siempre de más, hecho que se corroboraba mientras incrementaba su tamaño y así su estómago.
Vivía con sus padres y dos hermanas en el popular barrio de San Antonio, La
Chorrera, Panamá, mientras que cerca de la familia residía un marinero jubilado
italiano llamado Gino de Luca, quien le encantaba preparar las pastas de su
país y enviarle un platillo a Tincito.
Tanto era el gusto del muchacho por la gastronomía de Gino que en una
ocasión se cayó de un árbol, se lesionó la pierna de derecha, sin embargo, usó su
astucia, consiguió un palo como bastón y se iba cojeando donde el europeo.
Todo iba normal, pero en una tarde de esas de lluvia tropical con mucho
viento, que dañan las torres de energía eléctrica y hacen de los árboles juguetes,
María, la mamá de Tincito, tenía visitas.
Llegó la hora de la cena, la señora sirvió a sus invitados pollo, arroz,
lentejas y ensalada de papas, con jugo Kool-Aid, muy famoso en los años setenta,
no obstante, como siempre Tincito pidió más, su mamá respondió que no
había y el chico insistió.
—Mamá es que yo nunca me lleno, siempre quiero más—, manifestó frente a la
mirada inquisidora de la autora de sus días y sorpresiva de las visitas.
María no comentó nada, los invitados se fueron y la señora, le advirtió que
al día siguiente arreglaría ese asunto.
Y en efecto, a la mañana siguiente mandó a su hija María Cristina a la
tienda para comprar una libra de macarrones o espaguetis, una libra de arroz, una
libra de carne, papas, remolacha, huevos, tres piernas de pollo, además de un
pan de molde o tajado y queso tipo Cheddar.
Los muchachos creyeron que ante el banquete alguien vendría, ya que el
dinero escaseaba y la mamá preparaba abundante comida.
Terminó, la sirvió toda en varios platos, se fue a buscar una correa y
trajo a Tincito, lo sentó en una silla, el niño abrió sus ojos más de lo
normal ante semejante mesa.
—Ya es hora que se acabe esa vaina. Cómetelo todo, si te lo comes te pego y
si no te lo comes también te pego—.
—Pero es mucha comida, mamá—
—Dijiste que nunca te llenabas, ahora veremos si es cierto o no.
Tincito le metió el diente a las pastas, luego al arroz, luego pan
con queso, comió pollo y llegó el momento que su estómago no soportaba ni un soplo
de aire, volteó la vista hacia donde su madre y esta le mostró la correa.
Comía poco a poco, iba a defecar y regresaba a la mesa, pero no aguantaba,
lloraba y los macarrones se le salían por la nariz.
Al terminar, su mamá le dio una tanda de correazos para evitar la gula y aunque, aprendió la lección, ya de adulto cuando lo molestaban con la historia respondía que se lo preparan ahora que todo se lo comía.
Decía que no le pasaría lo de niño con los macarrones que se le salían hasta por la nariz, sin embargo, posteriormente del banquete nunca volvió a pedir más alimentos.
Fotografía de Gourav Sarkar y Pixabay de Pexels no relacionadas con la
historia.
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