Sergio despertó, luego de toser, sintió un olor tóxico proveniente de la planta baja del almacén que custodiaba y totalmente cerrado en la noche, como solía ocurrir con los guardas de seguridad que los dejaban dentro de los negocios y las puertas con cerrojo afuera.
Al bajar vio el humo, era la alfombra y algunas prendas de vestir femeninas,
las llamas también alcanzaban unos sombreros del negocio de ropa a bajo precio,
posteriormente pensó qué hacer.
No había extintores porque en 1988 no era obligatorio que las empresas tuvieran
uno como prevención ante los incendios, así que contaba con pocas o nulas acciones
para salvar su vida.
Ingresó a la compañía Seguridad Total S.A. con un salario de ciento ochenta
y ocho dólares mensuales, pero el patrón no le pagaba las horas extras, ni
recargos dominicales e incluso le descontaba las cuotas obrero-patronales de la
Caja del Seguro Social y no las reportaba.
Explotado como muchos la mayoría de los vigilantes privados, a sus 23 años, debía mantener a su hija, su mujer
Lola, quien vendía frituras en Tocumen, Panamá, residían en una humilde casa de 50 metros
cuadrados.
Mientras tanto, la alfombra era como regar gasolina al fuego, fabricada con
telas y neumáticos, las llamas avanzaban a la velocidad de la luz y el guarda miró que todas las ventanas estaban cerradas.
Subió al segundo piso, el humo invadió esa sección, no había ventilación,
moriría de asfixia, quizás quemado, no reconocerían su cadáver y recordó a su
bebita Lolita de nueve meses.
Miraba como las cajas de cartón de los juguetes, plástico y telas se consumían,
así que Sergio se trasladó a la tercera planta, donde estaba el depósito con gran
cantidad de cajas de cartón.
El fuego destrozaría todas esas cajas, se fijó en una esquina que había un
mazo, se fue donde estaba, subió la escalera y empezó a golpear el techo. El
cielo raso se desprendía como nevada en Moscú.
Siguió, el humo le restaba visibilidad, tosía y tosía, casi desmaya hasta
que el techo cedió por fuera, las tejas se quebraron, su rojizo color se mezcló
con el blanco del cielo raso.
Por un diminuto hueco, por su delgadez, logró abandonar el infierno, aunque
aún estaba en el techo, ya había gente que observaba, Sergio no quiso esperar a
los bomberos, así que se lanzó al pavimento y se quebró las dos piernas.
Salvó su vida, sin embargo, creó el escándalo de los guardas de seguridad que
los explotaban y encerraban en los almacenes sin protección alguna ante un eminente
incendio.
Imagen de Milton Moreira y Pixabay de Pexels no relacionados con la
historia.
Parece mentira, pero en muchos lugares aún es así
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