Los súbitos le escuchaban muy atentos ante el anuncio del rey Catán, soberano del reino de Mastán y su monarca por tercera ocasión consecutiva le anunciaba a su pueblo días prósperos.
—Emitiré un decreto para liberar a todos los prisioneros, los ladrones,
condenados a muerte, no habrá más esclavitud en este reino—, resaltó y se escucharon
los aplausos.
Miradas perdidas, otras con atención sorprendidas, por lo que nunca
pensaron que sucedería en Mastán.
—Haré una reforma agraria para que los campesinos tengan sus propias
tierras, no quiero que sean explotados por los latifundistas, quien se oponga irá
directamente el morro porque mi pueblo necesita días mejores.
—Viva el rey—, gritó una señora.
—Aún no termino—, respondió Catán.
El soberano apreciaba una gigantesca pradera, adornada con un espumoso cielo
azul, con brisa que se sentía deliciosa, casi como la miel en los labios de un
pordiosero que no probó alimento en días.
Lo soldados vigilaban a su jefe, todos de gran estatura, lucían su costosa
y brillosa armadura, solo se veían los ojos de los infantes porque los cascos
impedían la visión del resto de la cabeza.
—Los médicos de mi corte recorrerán todos los rincones para atender a los
enfermos, se les curará y llevará a un lugar para que no sufran en sus
destrozadas chozas.
Volvieron los aplausos, un hombre vitoreaba al rey, mientras el resto lo
seguía con gritos de alegría.
—No habrá pago de impuestos, realizaré mejoras a este castillo, las carreteras y se construirán más pozos con el fin de que haya acceso a todos los habitantes
de Mastán—, indicó.
El público se sorprendía ante esto porque los desposeídos nunca tuvieron este beneficio y solo era para los miembros de la nobleza del reino de Mastán, así que fue un
anuncio que impactó.
—Distribuiré la riqueza de los nobles entre ustedes como caballos, vacas,
gallinas y construiré carretas para un futuro asegurado—, apuntó Catán, seguido nuevamente de
aplausos de su inmenso reino.
Sin embargo, tres hombres vestidos de blanco, interrumpieron el discurso y
se acercaron a Catán.
—Ya está bueno, es hora de irse a dormir Catán, pero antes te daremos tu
Celexa que te recetó el psiquiatra. Vas por buen camino en tu tratamiento—,
manifestó el enfermero del Sanatorio Mental Antonio Mastán.
Fotografía de Camargo Anthony y Deposit Photos no relacionadas con la
historia.
Es evidente que ningún rey en su sano juicio decretaría cosas buenas para su pueblo.
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