Los noventa minutos de Mía Lucrecia

Mía Lucrecia se levantó ese lunes tres horas antes de su audición en la publicitaria donde competiría para hacer un comercial y con la posibilidad de abrirle una carrera de modelo.

La joven de 19, estudiaba la carrera de Producción de Cine y Televisión en la Universidad de Panamá, muy humilde, hija de un zapatero y una extrabajadora manual en un restaurante de la capital.

Mía Lucrecia pidió un vestido azul prestado, Aranda, su mejor amiga de clases le dio  su maquillaje, el dinero escaseaba y de a milagro en ocasiones se desayunaba panqueques en su morada de viejas maderas y hojas de calaminas mordidas por el tiempo.



En su habitación había una cama, una mesita armada con una caja de jugos y una tabla que lo transformaba en mesa, un banco de plástico, un bombillo, las paredes estaban sin repellar, una ventana ornamental y cortinas para evitar a los mirones.

La atractiva estudiante pintó sus labios con rosa mate, sombras parecida a su piel, se delineó con los ojos con color negro, se sacó las cejas para impresionar más y cepilló sus pardos cabellos.

Era necesario ese contrato, su madre era pensionada, un accidente en la escalera en el centro comercial donde estaba el restaurante fue el motivo de una lesión columnar que la dejó en silla de ruedas hasta que dejara de respirar.

La pensión era mínima, y a pesar de que ya casi no hay zapateros, los ingresos eran reducidos para una familia de cuatro hijos, además de la pareja.

Mía Lucrecia desayunó dos tortillas, café y un huevo cocinado en agua, al terminar, cepilló sus dientes, besó a sus padres, quienes no solo le desearon que fuese escogida, sino que oraban a cualquier dios de este mundo para que ganara la competencia.



El trayecto era corto, como media hora desde su residencia en autobús hasta donde se encontraba la empresa, así que la señorita caminó a la parada, saludó a sus vecinos esa mañana oscura de octubre, con truenos, mucha brisa y esperanza de un mejor futuro.

Abordó el servicio público de transporte, observaba a la gente con toneladas de sueño y bostezando, de todo un poco en la buseta. Mía Lucrecia se encontraba, en la cuarta fila y en la ventanilla derecha del Metro Bus.

Durante diez minutos todo, normal, el autobús hizo una parada en un comercio, había intercambio de turno de dos vigilantes, a uno se le cayó el arma de fuego, se disparó, la bala entró por el vidrio del automotor e impactó en la frente de Mía Lucrecia.

La joven murió al instante, la distancia era corta, el responsable fue un periodista y migrante venezolano, sin permiso para trabajar, recién llegado al país, a quien le urgía conseguir dinero para enviar a su familia, así que tomó la labor de guarda de seguridad sin preparación alguna.

Mía Lucrecia no llegó a la audición, pero la noticia revolvió una nación creada por migrantes y con un problema masivo sin resolver.

Fotos de Genaro Servín y Cottonbro Studio no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

Eterna esperanza

Sigfrido compró una combinación de lotto con la esperanza de salir de la pobreza a sus casi sesenta y tres años, tras laborar décadas, viudo desde los cuarenta y de criar solo a sus dos hijos varones más una mujer.

El antiguo plomero tampoco se moría de hambre mientras agachó el lomo, sin embargo, tomen en consideración que tres chiquillos representan tres pares de zapatos para el colegio, camisas, pantalones, faldas, ropa interior, los libros y útiles escolares.

Luego de retirarse, era obvio que la paga no era lo mismo porque en Panamá solo se jubila con el sesenta por ciento del salario, monto calculado en una extraña tabla de pago que incluye veinte años de cuotas obrero-patronales y otras complicadas fórmulas.



Sin embargo, los seiscientos veinte dólares al mes era una jugosa suma, comparado con lo que reciben la mayoría de los jubilados y pensionados en el istmo, no obstante, Sigfrido nunca perdió la esperanza.

Tan grande era su fe como las grandes extensiones de tierra donde empezó a laborar con su padre en las partes altas de Chiriquí hasta que la familia emigró a la ciudad de Panamá.

El jubilado tenía problemas de visión, encendió el televisor para escuchar el sorteo y solo logró alcanza cuatro pares, de los que acertó y brincó de un solo pie por su suerte.

Cincuenta dólares no caían mal para un retirado, quien por su edad recorría a cada momento los hospitales, clínicas y policlínicas de la Caja del Seguro Social porque en el sexto piso de la vida, los achaques llueven como en octubre.

Al día siguiente Sigfrido despertó como a las seis y media, una mañana radiante, con brisa emocionante que hacía palpitar su corazón de felicidad, sonreía mientras se afeitaba, se bañó y desayunó café, huevo cocinado en agua y café negro.



Se puso un pantalón diablo fuerte, una guayabera blanca,  zapatos negros, salió de su casa y abordó un taxi rumbo a la regional de Vista Alegre de la Lotería Nacional de Beneficencia.

La fila no era larga, a la media hora ingresó, le entregó el comprobante del número adquirido a la cajera, ella lo colocó en el código de barra, lo felicitó y le dijo al caballero que esperara un momento.

Sigfrido sorprendió al ver al director regional que le extendía la mano para felicitarlo, cuando el jubilado preguntó la razón, el funcionario público le respondió que había acertado los seis pares o se ganó el acumulado de 674,922.78 dólares.

Pasados unos minutos la sonrisa se transformó en rostro de terror, Sigfrido se colocó su mano derecha en el corazón, la impresión de la noticia le provocó un infarto, cayó y su cuerpo quedó en el suelo frente a todos.

Allí terminó la eterna esperanza.

Fotografía cortesía de la Lotería Nacional de Beneficencia de Panamá y archivo no relacionados con la historia.

 

 

 

 

'Yo tengo más carne que tú'

Cuando estaba en noveno grado en el Instituto Bolívar (donde hoy está el Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá) había una chica de séptimo caída de la mata conmigo, identificada como Esther, sin embargo, mi corazón pertenecía a una santeña llamada Lucrecia.

Esther vivía en el populoso barrio de San Felipe, visitaba con su madre a una vecina de la casa de mampostería, donde yo residía con mi familia, los cuartos eran pequeños, pero con privacidad de que no te husmearan cuando ibas al baño como las viviendas de inquilinato.

Adoraba a Lucrecia, me iba los fines de semana solo a verla desde lejos porque los padres la tenían tapada, así que solo entre momentos libres o fugas de las clases los tórtolos nos jurábamos amor.



Mientras que los días escolares escuchaba las pisadas fuertes de Esther cuando corría solo a verme, me reía de lo que ocurría, un chiquillo de quince años no cuenta con la suficiente madurez para saber lo que quiere.

Le dije en una ocasión a Esther que tenía novia, que estaba enamorado de mi pareja y no insistiera porque no era varón de dos mujeres, sino de una, aunque la recién entrada a la adolescencia no aceptaba.

No obstante, la rubia de ojos verdes insistía, tanto que se encontró una vez con Lucrecia y le preguntó si éramos novios, lo que sorprendió a mi media naranja porque todo el colegio lo sabía.

Me resistía a tratar mal a Esther hasta que una tarde perdí la dulzura que me caracteriza, le grité algunas cosas que la hirieron en el fondo, no solo de su corazón, sino de su alma y  que la dejaron con un diluvio en su faz.



Mi compañero Tello, hoy abogado, me manifestó que fui demasiado de duro y nunca debí actuar así porque era una dama, sin embargo, era tarde, la embarré y la escuálida señorita no me habló más.

Pasaron seis años, estaba en una concentración política, cuando mi pasiero Toto me dijo que una mujer me observaba, miré y estaba ella Esther, totalmente cambiada, con un cuerpazo de guitarra, su cabello ensortijado, vestida toda de blanco y una fabulosa sonrisa.

Obvio que me reconoció, la saludé de lejos, me lo devolvió y decidí atacar, fui donde estaba, me presentó unas amigas y charlamos un rato hasta que le pedí su número de teléfono.

—El número de teléfono es el futuro. Hay algo que no olvido nunca cuando me gritaste que yo tengo más carne que tú. Eso me dolió—, respondió.

Lo arruiné todo, esa frase quedó en su pensamiento, metí la pata, la cagué, aceptó mis disculpas, pero dijo que eso no se traduciría en una futura cita porque tenía novio.

Cosas de la vida, si uno supiese lo que pasará mañana cuando abre la boca, jamás habría mencionado la famosa frase yo tengo más carne que tú.

A Esther el mundo se la tragó porque jamás la volví a ver.

Imagen de Cottonbro Studio y del Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá no relacionados con la historia.

 

 

 

 

Joss, mi fabulosa editora

No recuerdo quién me recomendó a Joss Curwen, solo sé que fue un escritor me dio excelentes referencias y que era joven, aunque dudé en un momento por su edad al ver su fotografía en las redes sociales.

Mi primera conversación con ella fue agradable, me di cuenta de inmediato que era la persona que necesitaba porque antes trabajé solo con corrector y no es lo mismo un corrector-editor.

Los escritores plasmamos nuestras ideas, pensamientos, acciones, reacciones y otras aristas, no vemos nuestros errores, nos equivocamos con frecuencia, sin embargo, muchas veces creemos que la botamos con una epopeya que estará en la lista de las más vendidas.



Fui sorprendido con la labor de Joss, su juventud no guarda ninguna relación con su experiencia como correctora-editora, me escribía para que le explicara determinados párrafos o que algo no encajaba.

En ocasiones le decía, bórrelo, cierto que no es importante, me sugirió que terminara un capítulo en una parte y empezara otro, aceptaba muy feliz.

Precisamente es lo que requerimos los escritores, alguien que nos guíe en el camino del mundo del lector, el egocentrismo no lleva a ninguna parte, sino a la pared donde nos estrellaremos.

Ojalá que trabajara más con Joss, mi única queja es que tiene demasiados clientes, yo muchas obras y es imposible que lo haga solo para mí.

Por eso y muchas razones, les recomiendo a los escritores que laboren con Joss, sabe dónde empezar y terminar.

Fue fabuloso el contacto con ella, pero este no es el final, sino el principio de una relación escritor y editora.

 

La vida no es igual

Máximo Alcántara regresó, en febrero de 1976, desde Miami a Panamá, los militares le permitieron entrar por asuntos humanitarios porque su madre padecía un cáncer en el colon y le permitieron estar en su fase terminal.

El joven fue uno de los primeros universitarios en protestar contra el golpe de Estado que derrocó a Arnulfo Arias Madrid, la noche del 11 de octubre de 1968, se enlistó con los guerrilleros que combatieron en Cerro Azul, con nula posibilidad de triunfar.

Fue herido en la pierna derecha, llevado al hospital y posteriormente enviado en avión a Estados Unidos, como muchos ministros o funcionarios del gobierno de Arias que los militares no los querían en la nación.



Máximo se escribía con su novia Venus, compañera de clases de la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá, pero tras dos años perdió el contacto con la dama, así que decidió darle la sorpresa.

El joven era vigilado por la inteligencia del G-2 para evitar reuniones de insurrecciones contra la dictadura, convertida ahora en un gobierno populista de centro-izquierda y de comunistas trasnochados bajo un falso nacionalismo.

Se encontró con un país cambiado, había carreteras, estabilidad económica, más hospitales, centros de salud, carreteras, viviendas y una bonanza financiera que la antigua oligarquía gobernante nunca ofreció a sus ciudadanos.

El caballero fue a ver a su madre, intentó no llorar para que no se afectara, estuvo dos días en su casa, la llevó a varios lugares en silla de ruedas, no obstante, se encontró con realidades diferentes de las que vivía antes de irse al exilio.

Sus hermanos laboraban en distintos ministerios, rompieron su promesa de ser fiel a la democracia, su ego revolucionario cayó porque se dio cuenta de que el hambre derrota cualquier ideología.

La carencia de activo circulante priva de muchas cosas, sus parientes cayeron en la trampa de aceptar cargos públicos bajo el argumento de hacerlo por el país y por el manto del progreso.





Entristecido, Máximo fue a la antigua casa donde vivía Venus, se encontró al sorprendido antiguo suegro, quien le informo que su hija laboraba en el Instituto de Electricidad como jefa de Contabilidad.

Otro duro golpe a su alma insurrecta, decidió ir a darle la sorpresa, llegó hasta el lugar, eran casi las cuatro de la tarde cuando se encontró a Venus con un caballero y una parejita.

Su exnovia se casó, hizo su vida, imposible esperar a un hombre expatriado con la esperanza de formar una familia, dejó de escribirle e hizo un giro en sus planes con un teniente de la Guardia Nacional.

Ella no lo vio, Máximo fue a casa de su madre, lloró, estuvo con la autora de sus días durante los treinta días que los militares le autorizaron, una semana antes la señora falleció y el mismo día del sepelio, el joven retornó a Miami.

Poco podía hacer, los tiempos cambian y las personas también porque la vida no es igual hoy que ayer.

Fotografías de Panamá Vieja Escuela y el diario Crítica no relacionadas con el relato.

 

 

 

El aventurero alemán

 Oskar Fischer al bajarse del avión en Buenos Aires, iniciaba su aventura por toda América, compró una motocicleta, llevaba pesos argentinos, un montón de tarjetas de débito y crédito, una pequeña maleta, dio vueltas dos días por la capital del país sudamericano y se fue por carretera hacia Chile.

No le importaba ser el heredero de una familia pudiente en Kiel, a él no le pondrían traje de calle para laborar en el mercado financiero, nada de activos, pasivos, capitales, planillas y reuniones con ejecutivos donde solo se trataba del aburrido dinero.

Al germano, le llamaba la atención el peligro, los periplos en caminos difíciles por recorrer, selvas, mujeres de piel negra o canela, ya que en su país eran exóticas y correteadas.



No bebía, no fumaba, sin embargo, también le encantaban las damas contrarias a él, principalmente las nativas del continente americano o como le llaman algunas personas, las indias.

Paseó por Chile, Bolivia, Perú, Brasil, Ecuador y llegó hasta Colombia, donde el tapón del Darién le impedía recorrer por la falta del tramo de la Interamericana en Panamá.

Se fue hasta Turbo, de allí hasta Sapzurro en el Caribe colombiano, voló a Puerto Obaldía en Panamá y tomó un avión a la capital del país centroamericano con el propósito de seguir su aventura.

No obstante, el europeo en cada país que llegaba, hacía el amor con alguna dama, y precisamente las grababa en el clímax, no para publicarlas en redes sociales, sino como colección para alardear entre sus amigos al retornar a Alemania.

Sabía que el istmo pululaba por docenas mujeres exóticas hasta que llegó a un edificio en la Cinco de Mayo, muy famosos por ser un centro de prostitución, entró con un guía y recorrió hasta que vino una chica de Guna Yala.



Quedó impresionado con la dama de baja estatura, cabello lacio y negro, ojos pardos y cuerpo de guitarra, por lo que el germano subió con su cámara para grabar lo que siempre hacía y mientras hacía el amor su preservativo se rompió.

Todo normal, Oskar terminó y se marchó, siguió hasta México, aunque se negó a ingresar a Estados Unidos porque no le llamaban la atención las chicas anglosajonas.

Regresó a Alemania, tras presiones de su familia empezó a laborar en la empresa de la familia, se comprometió con Grettel Schmidt, pero durante los exámenes rutinarios se le detectó un mal.

El aventurero europeo era portador del VIH, su pasatiempo le costó caro, no sabía si era la panameña o cuál mujer porque con algunas tuvo sexo sin protección, lloró y casi se mata.

Grettel rompió el compromiso, y aunque Oskar vive una vida normal con medicamentos, sabe que es poco probable que forme familia porque toda mujer huye ante semejante virus.

Fotografía de Alexey Demidov y Thirdman no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

La rama de eucalipto

En el reino de Shamut inició la cacería de todo aquel que practicara la medicina botánica, conocía de astronomía, algo de ciencia, parteras y cualquiera que desafiara la orden del rey, asesorado por Metab, su consejero religioso.

Todo eso era considerado brujería, hechicería e iba contra los principios laicos del reino, sencillamente porque si alguien estaba enfermo debía ir a los médicos del rey y pagar un tributo.

La plebe no contaba con monedas de oro o plata para ello, solo poseían una vaca para leche, un par de gallinas y una oveja para sobrevivir, vender huevos o leche en el mercado de pueblo.



Además, estaban en la obligación de pagar medio fior por cada envase de leche y un fior entero por cada veinte huevos, lo que se traducía en que apenas alcanzaba para sobrevivir y los gravámenes se llevaban toda la ganancia.

Mientras tanto Shamut vivía en la opulencia, con grandes banquetes, joyas, abundante vino de manzana, de uvas y licores de granos, lo que revelaba la poca conciencia social del rey.

Las guerras también eran sostenidas con impuestos de los campesinos, quienes vivían en tierras arrendadas, lo que los empobrecía a granel.

Entretanto, una noche fría con muchas estrellas, con vientos turbios que hacían danzar las ramas de los árboles, asustaban a los lobos y espantaban a los búhos, unos guardias llegaron hasta la cabaña de Menshat.



Los soldados destruyeron casi todo, se llevaron unos manuscritos de dibujos de medicina natural como evidencia de hechicería, lo ataron y lo trasladaron hacia la prisión del castillo de Shamut.

No había juicio, eso no existía en esa época porque la ley era la palabra del rey, el decreto establecía la muerte en la horca y solo se le concedería un deseo a los sentenciados a la pena capital.

Menshat pasó una semana preso entre henos, ratas, sopa de rábano con pan mohoso, hacía sus necesidades en una esquina, el olor era terrible, pero el botánico no se rendía.

La víspera de su ejecución, se presentaron dos guardias, le preguntaron al prisionero cuál era su último deseo, Menshat pidió una rama de eucalipto, los hombres rieron, se la trajeron y se marcharon.

Menshat oró, cerró los ojos, una luz alumbró su cuerpo, con la rama dibujó una puerta, lanzó la rama al heno, ingresó por el dibujo y desapareció sin dejar rastro.

El incendio del pequeño madero provocó la entrada de varios soldados, abrieron la celda, vieron que el preso no estaba e inició la cacería humana por todo el castillo y las afueras, sin embargo, a Menshat nunca lo encontraron.

Diez años después, un residente de ese reino que regreso de Hamilten dijo haber visto a Menshat al lado del rey Kakan como su consejero en medicina botánica, no obstante, lo tildaron de loco.

Fotografía de Freepik y Pixabay de Pexels no relacionados con la historia.

 

 

Vestido y alborotado

Cristóbal se levantó más temprano de lo normal esa madrugada para arreglarse con el fin de ir a su trabajo en traje de calle, color azul, camisa blanca, bien almidonada, corbata turquesa y zapatos negros muy lustrados.

Hubo cambio de gobierno, fue nombrado en la administración anterior, pero se le subió el poder a la cabeza, era gritón, mandón, déspota, acosador de sus subalternas y cualquier dama que se pusiera enfrente en el Ministerio de Agricultura.

Un torrencial aguacero cayó esa madrugada, su pieza estaba en desorden, sábanas tiradas, calzoncillos y medias hasta en la ventana, las telarañas era cuadros de Leonardo da Vinci pegados a la pared y había un crucifijo de madera lleno de polvo.



Utilizó la máquina de afeitar desechable para cambiar su aspecto a un varón pulcro, se cepilló afanosamente sus dientes, usó hilo dental para eliminar cualquier residuo alimentario y se bañó en perfume Kenzo, comprado del fondo de los viáticos constantes a los viajes que ni asistía y sí cobraba.

La habitación era mediana, con una cama ortopédica para aliviar sus dolores lumbares, una mesita de noche con una lámpara polvorienta, cortinas con meses que no conocían la lavadora, una pila de libros que nunca leía y un ventilador chillón para neutralizar el calor nocturno.

Abanicaba la esperanza de salvar sus 2,500.00 dólares mensuales de salario más 1,500.00 de gastos de representación como asistente de Informática con las nuevas autoridades, aunque en la cadena de mando, ostentaba más poder que el mismo director anterior.

La situación se alteró con la transición, ya no gritaba, estaba pecho a tierra, hablaba bajito, saludaba a gente que nunca le dijo ni los buenos días o se convirtió en un ángel caído del cielo.



No había espacio para todo o nada, demasiadas deudas, un carro nuevo, tarjetas de crédito hasta el máximo sin poder usar porque llegó hasta el límite que el banco le concedió.

A las cinco de la madrugada Cristóbal se montó en su carro, se dirigió desde Las Cumbres hasta la capital panameña porque el nuevo ministro lo citó a su despacho para tomar un café y platicar sobre nuevos proyectos.

Iba feliz el masculino, durante un tiempo volvería a renacer su carácter déspota y perverso, así que solo era cuestión de semanas comportarse como un hombre solidario con sus compañeros del ministerio.

Se estacionó, saludó al miembro de la seguridad, quien se sorprendió porque en cinco años nunca le habló, tomó el ascensor, llegó a su departamento y se dirigió hacia el despacho superior para la cita.

Sin embargo, al presentarse la secretaria le informó que la directora de Recursos Humanos debía platicar con él, a lo que se dirigió allí y cuando estaba sentado en espera, una secretaria le entregó un sobre.

Era la carta de despido, ya las nuevas autoridades tenían todo el expediente de su malevo comportamiento, podía solicitar una reconsideración, pero nada cambiaría porque al final estaría botado.

Fotografía de MBA Product Photography y Ken Tomita de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Azucena, la barranquillera

Acaba de llegar de Darién, luego de una gira en el salón donde estudio Ingeniería Forestal y mientas abría la puerta de mi casa en Vacamonte, vi a una joven que regaba el jardín.

Toda una diva, de piel canela, delgada, buen trasero, ojos oscuros, cabellera inmensa, lo que me dejó impresionado, la dama me saludó y se lo devolví.

Quedé flechado con mi vecina, no tenía ni la menor idea de su identidad, tengo dos años de vivir en esta urbanización llamada La Hacienda, nunca estoy en casa, sin embargo, el recién descubrimiento me obligaría a lidiar más con mis padres.



La mujer de pelo alisado me enloquecía, por lo que averigüé que era barranquillera, enfermera, de 24 años, la situación económica de su país la obligó a emigrar a Panamá y trabajaba como mucama de una pareja de jubilados estadounidenses.

Fui con todas mis armas, me dijo que su nombre era Azucena, hacía ejercicios a las cinco de la madrugada, así que decidí acompañarla a trotar a esa hora con el fin de acompañarla y ya ustedes saben que otro fin.

No fue fácil conquistarla, pues una decepción la hizo colocarse un escudo en su corazón para no enamorarse o tener pareja, sin embargo, a los seis meses me dio el sí para ser su novia y sus jefes no se oponían.

Mis padres me advirtieron que me cuidara para no incrementar el censo, pero eso no me interesaba, sino estar con Azucena, la barranquillera y empecé a colarme en la casa donde laboraba mientras sus patrones dormían cuando el sol descansaba.

Esas noches eran suculentas, no tengo palabras para decir cómo hacía el amor con mi novia, al principio usaba preservativos, aunque no me agradaba la idea, fue por condición de Azucena.



Mis vecinos me respetaban por la conquista, debía ser cauteloso, reservado de nuestra relación porque mi novia era muy introvertida, pero seguíamos con el sexo todos los días, menos cuando la bandera roja se elevaba.

Entretanto, una noche lluviosa, los jefes de mi pareja se fueron a Boquete, ella se quedó sola, logré colarme como siempre, fue tiro y tiro, sexo fuerte, duro y sin preservativo y pasó lo que no debió ocurrir.

Pasaron dos meses, Azucena se comunicó conmigo para decirme que el período no le llegó, me imaginé que es algo normal y mi novia estaba preñada de esa noche lluviosa, con viento fuerte y truenos que alumbraban la oscuridad.

Mis papás pegaron el grito al cielo al enterarse de que serían abuelos, no obstante, cambié mi turno de estudios en la noche, empecé a trabajar, Azucena cruzaba a laborar donde los norteamericanos y todos felices.

Le daré estabilidad a mi novia con un matrimonio, no me arrepiento de nada, lo que hicimos fue con ganas y mucho amor, aunque algunos digan lo contrario, soy feliz con Azucena, la barranquillera.

Fotografía de Fernanda Costa y Freestock Organization no relacionadas con la historia.

 

El precio del amor

Antes de ser detenida Sarah se encontraba todos los viernes después de clases con Ryan, su estudiante de matemáticas en Yorktown High School, en Arlington, Virginia, en la casa de su alumno.

Una relación clandestina, ella de 28 años y él de 16, aunque el aspecto corporal del jugador de fútbol era atlético, con tórax gigantesco, bíceps elevados y piernas de luchador.

Ese viernes, Sarah, se fue al baño, se cambió de ropa, se colocó un hilo dental, un pantalón vaquero, se peinó su alisado cabello, negro y se pintó sus labios de color rosa mate que resaltaban el color de piel de la descendiente de esclavos de Ghana.



En una ciudad ultraconservadora, donde aún prevalecen las ideas de supremacistas blancos, es la tierra perfecta para sembrar la semilla de Ku Kux Klan y se cosechar numerosos resentidos sociales racistas.

El adolescente estaba muy orgulloso de nadar en las montañas de ébano de la dama, con trasero voluptuoso y labios gruesos que besaba muy intensamente cuando se arrastraban entre las sábanas de sedas.

No se escuchaban gemidos, lo hacían casi en silencio, sin embargo, el sexo era duro, fuerte, en todas partes de la casa y con inmensas ganas como si ambos fuesen condenados a muerte.

La pareja fumaba marihuana y bebía cerveza, aprovechando que los padres del menor se iban los fines de semana a Carolina del Sur por asuntos laborales, así que bingo para los tortolitos.

Sarah aún no sabía que tenía un mes de embarazo, su novio furtivo disparaba las balas adentro, desde el primer avance no conocían el látex ni otros métodos para no incrementar el censo en Virginia.



Pero todo tiene su precio, Allison, era compañera de Ryan, sospechaba de la ilegal relación, el varón la esquivaba siempre que ella lo invitaba a salir y descargó el desprecio con venganza.

Fue Allison quien siguió a la pareja durante tres viernes seguidos y el día que capturaron a la maestra, avisó a la policía de un amorío clandestino entre un estudiante y su maestra.

Consiguieron la orden de un juez, ni siquiera llamaron a la puerta y usaron un ariete con el propósito de irrumpir, lo hicieron, recorrieron la vivienda y llegaron hasta la recámara cuando los novios se vestían.

Sarah fue detenida, fichada, hubo un escándalo en el colegio y la ciudad, los periódicos y redes sociales publicaron la noticia.

Ahora la maestra está libre bajo fianza, sin embargo, le espera una sentencia de entre dos a veinte años de cárcel, lo que deberá pagar por el precio del amor.

Fotografías de Mart Production y Joao Paulo de Souza Oliviera de Pexels no relacionadas con la historia. 

Traicionada por su sangre

Para su retorno a Panamá Clotilde se vistió con una nagua, color celeste y con bordes triangulares rojos, azul, amarillo y verde, zapatos negros y bajos, lo que le daba vistosidad a la mujer caucásica de 56 años, en el aeropuerto Intercontinental George Bush de Texas.

Diez años fueron suficientes para la migrante, dejó sus dos hijos de 23 y19 años, más que todo por razones aventureras que por dinero, ya que en su país natal contaba con un trabajo, pero su sueño fue vivir en Estados Unidos y lo cumplió.

Esa mañana se hizo un peinado tipo Cleopatra, se colocó carmín rojo mate, polvos y con el retoque se restó diez años, así que robaba una que otra mirada de los anglosajones que se desplazaban en la terminal aérea.



Aunque no quería regresar, su hija la presionaba para que viese a sus nietos, sin embargo, el fondo la descendiente solo buscaba ahorrar dinero y contratar gratis una nana para los chavalos de ocho y seis años.

Clotilde se fue a la cafetería de la terminal aérea, compró un submarino que no era otra cosa que pan flauta con queso y un café que le restó doce dólares a su efectivo que tría consigo.

Le llamaba lo gigantesco del aeropuerto y que para trasladarse había que tomar unos vagones tipo metro, no era como el de Los Ángeles donde se desplazaban en autobús una vez se aterrizaba.

Mucha esperanza, aunque su hijo se tornaba un poco parco con la autora de sus días, debido a que la señora siempre le quitó al varón para entregarle comodidades a su hija mujer.

No había rencor del caballero, pero le daba igual porque la comunicación con su mamá fue casi nula, se dio cuenta, desde niño, que era casi un cero a la izquierda y de vez en cuando mendigaba algo de atención hasta que se hizo hombre.



La señora no debía tener problemas de dinero, no gastó en vivienda, ni alimentos en esos diez años, era nana de una pareja de tejanos, mientras que los fines de semana se quedaba en la casa de unos mormones yanquis que la adoraban por su buena mano en la cocina.

Cada mes le enviaba a su hija 300 dólares con el fin de que lo depositara en una cuenta bancaria para su retorno, así con la jubilación a la que tenía derecho por cumplir con sus cuotas, podría vivir tranquila.

La señora llegó, la recibieron, comida, música, lágrimas, baile, recuerdos y numerosas historias hasta que se fueron los invitados, quedaron madre e hija en casa y se durmieron.

Al día siguiente Clotilde pidió la cuenta bancaria para depositar 4,000.00 dólares que trajo en efectivo, su hija se puso nerviosa y tras una discusión le confesó que se gastó la plata en viajes, ropa, alimentos, vanidades y otras cosas.

Se borró la esperanza porque su propia hija le robó 36,000.00 dólares y así la perdonó por ser su única hija.

Fotografías de Karolina Koboompics y Vicent Albos de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

A patadas

Valery, de 16 años, fue advertida por su padre Adrián que dejara de frecuentar a Jorge porque el caballero contaba con 21 años, su experiencia era grande y la adolescente jamás tuvo novio.

La dama, a pesar de su corta edad, aparentaba los mismos años que su pretendiente porque el cuerpo escultural de la niña, su oscura cabellera y ojos verdes impactaban a cualquier varón.

Adrián era propietario de una Soda en Colima, Costa Rica y una pequeña panadería, un hombre trabajador y odiaba a Jorge por ser un bueno para nada, estuvo seis meses internado en La Reforma por hurto en una vivienda.



Todo menos que su hija se empatara con un ladrón y consumidor de marihuana, además la chica no terminaba el liceo, así que el viudo autor de los días de la adolescente planificaba enviarla donde una hermana que residía en Canadá desde finales de los años ochenta.

Sin embargo, los esfuerzos del padre fracasaron en su totalidad, la inmadurez de Valery generaba encuentros clandestinos con Jorge, a la salida del colegio y en casa de una amiga en común.

En esa vivienda ocurrió de todo entre la pareja, desde intercambio de fluidos hasta relaciones sexuales, acciones que Adrián desconocía y que mejor ni se enterara porque nadie sabría su reacción.

Siempre hay alguien que sopla las citas y en este caso, una vecina le informó al padre soltero que su amada hija se veía a escondidas con su Romeo en una vivienda en el peligroso barrio de León XIII.



Nadie en el cantón de Tibás se imaginaría los acontecimientos, la información que la mujer le dio a Adrián era como entregar una bomba a un guerrillero extremista.

Al día siguiente, Adrián se dirigió hacia el liceo donde asistía su hija, se estacionó a cierta distancia, le siguió los pasos a Valery, observó el encuentro con su novio mayor y se fueron en un taxi.

Fue detrás del autor de alquiler, cuando los pasajeros se bajaban el enfurecido padre interceptó el vehículo, sin confesar su odio, le metió un derechazo a Jorge, quien estaba en desventaja por ser un escuálido frente al fortachón de su suegro y quedó en el pavimento.

No hubo tregua con el contrincante, una lluvia de patadas reventó los órganos internos del jovencito y la novia intentaba calmar a su papá, sin embargo, no reaccionaba.

Solo los miembros de la Fuerza Pública con pistola en mano lograron detener a embrutecido hombre, quien mató a su yerno a patadas por ser el novio oculto de su hija sin su permiso.

La desobediencia de la adolescente y la intolerancia de un papá crearon una desgracia entre las dos familias.

Fotografía cortesía de la Fuerza Pública de Costa Rica de Twitter y Fígaro Ábrego no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

La venganza varonil

Cuando Rogelio fue a llevar su móvil porque necesitaba reparaciones lo atendió un caballero que, al ver el aparato, se tornó agresivo con el cliente, algo extraño de alguien que recién abrió su negocio de compra, venta y reparación de móviles.

Rogelio vivía en Parque Lefevre, en un cuarto estudio con Joanna una migrante portuguesa de 28 años, quien laboraba como mesera en un restaurante en calle 50, donde los clientes andaban en autos lujosos.

Mientras que el hombre que atendió a Rogelio en la tienda de celulares era identificado como José Carlos, de 35 años, quien antes trabajó como vendedor de móviles en una de las empresas operadoras del sistema.



Fue liquidado, tras diez años de servicio y con el dinero de las prestaciones decidió laborar para él, sin embargo, en ese local fue donde atendió a una dama extranjera que llevó su móvil y al final del camino terminó siendo su novia.

Una ruleta rusa, al José Carlos ver la fotografía usada como protector de pantalla de Rogelio, se impactó al observar a Joanna abrazada con el cliente, lo que se traducía en que la dama jugaba sucio a ambos.

No tenía idea desde cuándo la europea le era infiel a los dos caballeros, quizás porque en ese continente la gente es más liberal, no obstante, los varones estaban enamorados de la fémina pelirroja.

El peligro era que Rogelio era en extremadamente celoso, José Carlos lo desconocía y planeó citar a su novia el mismo día que Rogelio recogería el teléfono celular y con el fin de que ardiera Troya.



Joanna era fría, calculadora, no cariñosa y solo le interesaba escalar en esta tormentosa vida, no le interesaba a si dañaba a sus parejas o compañeros de labores o cualquiera que pudiese usar para su norte.

El asunto fue que ese día del encuentro, eran las nueve de la mañana, Rogelio llegó a buscar su móvil, José Carlos entró al depósito para buscar el teléfono y dar tiempo para que su novia llegase.

Al presentarse Joanna, se asustó al ver a sus dos parejas en el mismo negocio, quiso retroceder, José Carlos entregó el móvil al cliente y este al ver la fotografía protectora de pantalla miró con odio a su mujer.

El comerciante cambió la foto de su cliente por la de él abrazado con Joanna, así que, al reclamar, la mujer quedó muda y luego tartamudeaba porque era imposible explicar las razones de su infidelidad.

Rogelio sacó el arma, José Carlos le advirtió que no valía la pena pasar veinte años de prisión por una basura, sin embargo, el varón herido, le ordenó desnudarse o la rellenaba a balazos.

Joanna accedió a gritos y con lágrimas, luego la dejaron ir por Calidonia en traje de Adán y Eva, mientras era observada por todos los transeúntes, posteriormente fue detenida por la policía y al ver que su estatus migratorio estaba de ilegal la deportaron.

La venganza de José Carlos fue efectiva.

Fotografía de Cottonbro Studio y Tim Samuel de Pexels no relacionadas con la historia.