Para su retorno a Panamá Clotilde se vistió con una nagua, color celeste y con bordes triangulares rojos, azul, amarillo y verde, zapatos negros y bajos, lo que le daba vistosidad a la mujer caucásica de 56 años, en el aeropuerto Intercontinental George Bush de Texas.
Diez años fueron suficientes para la migrante, dejó sus dos hijos de 23 y19
años, más que todo por razones aventureras que por dinero, ya que en su país
natal contaba con un trabajo, pero su sueño fue vivir en Estados Unidos y lo
cumplió.
Esa mañana se hizo un peinado tipo Cleopatra, se colocó carmín rojo mate, polvos
y con el retoque se restó diez años, así que robaba una que otra mirada de los
anglosajones que se desplazaban en la terminal aérea.
Aunque no quería regresar, su hija la presionaba para que viese a sus
nietos, sin embargo, el fondo la descendiente solo buscaba ahorrar dinero y
contratar gratis una nana para los chavalos de ocho y seis años.
Clotilde se fue a la cafetería de la terminal aérea, compró un submarino
que no era otra cosa que pan flauta con queso y un café que le restó doce dólares
a su efectivo que tría consigo.
Le llamaba lo gigantesco del aeropuerto y que para trasladarse había que
tomar unos vagones tipo metro, no era como el de Los Ángeles donde se
desplazaban en autobús una vez se aterrizaba.
Mucha esperanza, aunque su hijo se tornaba un poco parco con la autora de
sus días, debido a que la señora siempre le quitó al varón para entregarle
comodidades a su hija mujer.
No había rencor del caballero, pero le daba igual porque la comunicación
con su mamá fue casi nula, se dio cuenta, desde niño, que era casi un cero a la
izquierda y de vez en cuando mendigaba algo de atención hasta que se hizo
hombre.
La señora no debía tener problemas de dinero, no gastó en vivienda, ni
alimentos en esos diez años, era nana de una pareja de tejanos, mientras que
los fines de semana se quedaba en la casa de unos mormones yanquis que la adoraban
por su buena mano en la cocina.
Cada mes le enviaba a su hija 300 dólares con el fin de que lo depositara
en una cuenta bancaria para su retorno, así con la jubilación a la que tenía
derecho por cumplir con sus cuotas, podría vivir tranquila.
La señora llegó, la recibieron, comida, música, lágrimas, baile, recuerdos
y numerosas historias hasta que se fueron los invitados, quedaron madre e hija
en casa y se durmieron.
Al día siguiente Clotilde pidió la cuenta bancaria para depositar 4,000.00 dólares que
trajo en efectivo, su hija se puso nerviosa y tras una discusión le confesó que se gastó la plata en viajes, ropa,
alimentos, vanidades y otras cosas.
Se borró la esperanza porque su propia hija le robó 36,000.00 dólares y así la perdonó por ser su única hija.
Fotografías de Karolina Koboompics y Vicent Albos de Pexels no relacionadas
con la historia.
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