Cristóbal se levantó más temprano de lo normal esa madrugada para arreglarse con el fin de ir a su trabajo en traje de calle, color azul, camisa blanca, bien almidonada, corbata turquesa y zapatos negros muy lustrados.
Hubo cambio de gobierno, fue nombrado en la administración anterior, pero se
le subió el poder a la cabeza, era gritón, mandón, déspota, acosador de sus subalternas
y cualquier dama que se pusiera enfrente en el Ministerio de Agricultura.
Un torrencial aguacero cayó esa madrugada, su pieza estaba en desorden,
sábanas tiradas, calzoncillos y medias hasta en la ventana, las telarañas era
cuadros de Leonardo da Vinci pegados a la pared y había un crucifijo de madera lleno
de polvo.
Utilizó la máquina de afeitar desechable para cambiar su aspecto a un varón
pulcro, se cepilló afanosamente sus dientes, usó hilo dental para eliminar
cualquier residuo alimentario y se bañó en perfume Kenzo, comprado del fondo de
los viáticos constantes a los viajes que ni asistía y sí cobraba.
La habitación era mediana, con una cama ortopédica para aliviar sus dolores
lumbares, una mesita de noche con una lámpara polvorienta, cortinas con meses
que no conocían la lavadora, una pila de libros que nunca leía y un ventilador
chillón para neutralizar el calor nocturno.
Abanicaba la esperanza de salvar sus 2,500.00 dólares mensuales de salario más 1,500.00
de gastos de representación como asistente de Informática con las nuevas
autoridades, aunque en la cadena de mando, ostentaba más poder que el mismo
director anterior.
La situación se alteró con la transición, ya no gritaba, estaba pecho a tierra,
hablaba bajito, saludaba a gente que nunca le dijo ni los buenos días o se
convirtió en un ángel caído del cielo.
No había espacio para todo o nada, demasiadas deudas, un carro nuevo, tarjetas
de crédito hasta el máximo sin poder usar porque llegó hasta el límite que el
banco le concedió.
A las cinco de la madrugada Cristóbal se montó en su carro, se dirigió
desde Las Cumbres hasta la capital panameña porque el nuevo ministro lo citó a
su despacho para tomar un café y platicar sobre nuevos proyectos.
Iba feliz el masculino, durante un tiempo volvería a renacer su carácter
déspota y perverso, así que solo era cuestión de semanas comportarse como un
hombre solidario con sus compañeros del ministerio.
Se estacionó, saludó al miembro de la seguridad, quien se sorprendió porque
en cinco años nunca le habló, tomó el ascensor, llegó a su departamento y se
dirigió hacia el despacho superior para la cita.
Sin embargo, al presentarse la secretaria le informó que la directora de
Recursos Humanos debía platicar con él, a lo que se dirigió allí y cuando
estaba sentado en espera, una secretaria le entregó un sobre.
Era la carta de despido, ya las nuevas autoridades tenían todo el expediente
de su malevo comportamiento, podía solicitar una reconsideración, pero nada
cambiaría porque al final estaría botado.
Fotografía de MBA Product Photography y Ken Tomita de Pexels no relacionadas
con la historia.
Muy bien que lo botaron por malo y abusador.
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