Azucena, la barranquillera

Acaba de llegar de Darién, luego de una gira en el salón donde estudio Ingeniería Forestal y mientas abría la puerta de mi casa en Vacamonte, vi a una joven que regaba el jardín.

Toda una diva, de piel canela, delgada, buen trasero, ojos oscuros, cabellera inmensa, lo que me dejó impresionado, la dama me saludó y se lo devolví.

Quedé flechado con mi vecina, no tenía ni la menor idea de su identidad, tengo dos años de vivir en esta urbanización llamada La Hacienda, nunca estoy en casa, sin embargo, el recién descubrimiento me obligaría a lidiar más con mis padres.



La mujer de pelo alisado me enloquecía, por lo que averigüé que era barranquillera, enfermera, de 24 años, la situación económica de su país la obligó a emigrar a Panamá y trabajaba como mucama de una pareja de jubilados estadounidenses.

Fui con todas mis armas, me dijo que su nombre era Azucena, hacía ejercicios a las cinco de la madrugada, así que decidí acompañarla a trotar a esa hora con el fin de acompañarla y ya ustedes saben que otro fin.

No fue fácil conquistarla, pues una decepción la hizo colocarse un escudo en su corazón para no enamorarse o tener pareja, sin embargo, a los seis meses me dio el sí para ser su novia y sus jefes no se oponían.

Mis padres me advirtieron que me cuidara para no incrementar el censo, pero eso no me interesaba, sino estar con Azucena, la barranquillera y empecé a colarme en la casa donde laboraba mientras sus patrones dormían cuando el sol descansaba.

Esas noches eran suculentas, no tengo palabras para decir cómo hacía el amor con mi novia, al principio usaba preservativos, aunque no me agradaba la idea, fue por condición de Azucena.



Mis vecinos me respetaban por la conquista, debía ser cauteloso, reservado de nuestra relación porque mi novia era muy introvertida, pero seguíamos con el sexo todos los días, menos cuando la bandera roja se elevaba.

Entretanto, una noche lluviosa, los jefes de mi pareja se fueron a Boquete, ella se quedó sola, logré colarme como siempre, fue tiro y tiro, sexo fuerte, duro y sin preservativo y pasó lo que no debió ocurrir.

Pasaron dos meses, Azucena se comunicó conmigo para decirme que el período no le llegó, me imaginé que es algo normal y mi novia estaba preñada de esa noche lluviosa, con viento fuerte y truenos que alumbraban la oscuridad.

Mis papás pegaron el grito al cielo al enterarse de que serían abuelos, no obstante, cambié mi turno de estudios en la noche, empecé a trabajar, Azucena cruzaba a laborar donde los norteamericanos y todos felices.

Le daré estabilidad a mi novia con un matrimonio, no me arrepiento de nada, lo que hicimos fue con ganas y mucho amor, aunque algunos digan lo contrario, soy feliz con Azucena, la barranquillera.

Fotografía de Fernanda Costa y Freestock Organization no relacionadas con la historia.

 

El precio del amor

Antes de ser detenida Sarah se encontraba todos los viernes después de clases con Ryan, su estudiante de matemáticas en Yorktown High School, en Arlington, Virginia, en la casa de su alumno.

Una relación clandestina, ella de 28 años y él de 16, aunque el aspecto corporal del jugador de fútbol era atlético, con tórax gigantesco, bíceps elevados y piernas de luchador.

Ese viernes, Sarah, se fue al baño, se cambió de ropa, se colocó un hilo dental, un pantalón vaquero, se peinó su alisado cabello, negro y se pintó sus labios de color rosa mate que resaltaban el color de piel de la descendiente de esclavos de Ghana.



En una ciudad ultraconservadora, donde aún prevalecen las ideas de supremacistas blancos, es la tierra perfecta para sembrar la semilla de Ku Kux Klan y se cosechar numerosos resentidos sociales racistas.

El adolescente estaba muy orgulloso de nadar en las montañas de ébano de la dama, con trasero voluptuoso y labios gruesos que besaba muy intensamente cuando se arrastraban entre las sábanas de sedas.

No se escuchaban gemidos, lo hacían casi en silencio, sin embargo, el sexo era duro, fuerte, en todas partes de la casa y con inmensas ganas como si ambos fuesen condenados a muerte.

La pareja fumaba marihuana y bebía cerveza, aprovechando que los padres del menor se iban los fines de semana a Carolina del Sur por asuntos laborales, así que bingo para los tortolitos.

Sarah aún no sabía que tenía un mes de embarazo, su novio furtivo disparaba las balas adentro, desde el primer avance no conocían el látex ni otros métodos para no incrementar el censo en Virginia.



Pero todo tiene su precio, Allison, era compañera de Ryan, sospechaba de la ilegal relación, el varón la esquivaba siempre que ella lo invitaba a salir y descargó el desprecio con venganza.

Fue Allison quien siguió a la pareja durante tres viernes seguidos y el día que capturaron a la maestra, avisó a la policía de un amorío clandestino entre un estudiante y su maestra.

Consiguieron la orden de un juez, ni siquiera llamaron a la puerta y usaron un ariete con el propósito de irrumpir, lo hicieron, recorrieron la vivienda y llegaron hasta la recámara cuando los novios se vestían.

Sarah fue detenida, fichada, hubo un escándalo en el colegio y la ciudad, los periódicos y redes sociales publicaron la noticia.

Ahora la maestra está libre bajo fianza, sin embargo, le espera una sentencia de entre dos a veinte años de cárcel, lo que deberá pagar por el precio del amor.

Fotografías de Mart Production y Joao Paulo de Souza Oliviera de Pexels no relacionadas con la historia. 

Traicionada por su sangre

Para su retorno a Panamá Clotilde se vistió con una nagua, color celeste y con bordes triangulares rojos, azul, amarillo y verde, zapatos negros y bajos, lo que le daba vistosidad a la mujer caucásica de 56 años, en el aeropuerto Intercontinental George Bush de Texas.

Diez años fueron suficientes para la migrante, dejó sus dos hijos de 23 y19 años, más que todo por razones aventureras que por dinero, ya que en su país natal contaba con un trabajo, pero su sueño fue vivir en Estados Unidos y lo cumplió.

Esa mañana se hizo un peinado tipo Cleopatra, se colocó carmín rojo mate, polvos y con el retoque se restó diez años, así que robaba una que otra mirada de los anglosajones que se desplazaban en la terminal aérea.



Aunque no quería regresar, su hija la presionaba para que viese a sus nietos, sin embargo, el fondo la descendiente solo buscaba ahorrar dinero y contratar gratis una nana para los chavalos de ocho y seis años.

Clotilde se fue a la cafetería de la terminal aérea, compró un submarino que no era otra cosa que pan flauta con queso y un café que le restó doce dólares a su efectivo que tría consigo.

Le llamaba lo gigantesco del aeropuerto y que para trasladarse había que tomar unos vagones tipo metro, no era como el de Los Ángeles donde se desplazaban en autobús una vez se aterrizaba.

Mucha esperanza, aunque su hijo se tornaba un poco parco con la autora de sus días, debido a que la señora siempre le quitó al varón para entregarle comodidades a su hija mujer.

No había rencor del caballero, pero le daba igual porque la comunicación con su mamá fue casi nula, se dio cuenta, desde niño, que era casi un cero a la izquierda y de vez en cuando mendigaba algo de atención hasta que se hizo hombre.



La señora no debía tener problemas de dinero, no gastó en vivienda, ni alimentos en esos diez años, era nana de una pareja de tejanos, mientras que los fines de semana se quedaba en la casa de unos mormones yanquis que la adoraban por su buena mano en la cocina.

Cada mes le enviaba a su hija 300 dólares con el fin de que lo depositara en una cuenta bancaria para su retorno, así con la jubilación a la que tenía derecho por cumplir con sus cuotas, podría vivir tranquila.

La señora llegó, la recibieron, comida, música, lágrimas, baile, recuerdos y numerosas historias hasta que se fueron los invitados, quedaron madre e hija en casa y se durmieron.

Al día siguiente Clotilde pidió la cuenta bancaria para depositar 4,000.00 dólares que trajo en efectivo, su hija se puso nerviosa y tras una discusión le confesó que se gastó la plata en viajes, ropa, alimentos, vanidades y otras cosas.

Se borró la esperanza porque su propia hija le robó 36,000.00 dólares y así la perdonó por ser su única hija.

Fotografías de Karolina Koboompics y Vicent Albos de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

A patadas

Valery, de 16 años, fue advertida por su padre Adrián que dejara de frecuentar a Jorge porque el caballero contaba con 21 años, su experiencia era grande y la adolescente jamás tuvo novio.

La dama, a pesar de su corta edad, aparentaba los mismos años que su pretendiente porque el cuerpo escultural de la niña, su oscura cabellera y ojos verdes impactaban a cualquier varón.

Adrián era propietario de una Soda en Colima, Costa Rica y una pequeña panadería, un hombre trabajador y odiaba a Jorge por ser un bueno para nada, estuvo seis meses internado en La Reforma por hurto en una vivienda.



Todo menos que su hija se empatara con un ladrón y consumidor de marihuana, además la chica no terminaba el liceo, así que el viudo autor de los días de la adolescente planificaba enviarla donde una hermana que residía en Canadá desde finales de los años ochenta.

Sin embargo, los esfuerzos del padre fracasaron en su totalidad, la inmadurez de Valery generaba encuentros clandestinos con Jorge, a la salida del colegio y en casa de una amiga en común.

En esa vivienda ocurrió de todo entre la pareja, desde intercambio de fluidos hasta relaciones sexuales, acciones que Adrián desconocía y que mejor ni se enterara porque nadie sabría su reacción.

Siempre hay alguien que sopla las citas y en este caso, una vecina le informó al padre soltero que su amada hija se veía a escondidas con su Romeo en una vivienda en el peligroso barrio de León XIII.



Nadie en el cantón de Tibás se imaginaría los acontecimientos, la información que la mujer le dio a Adrián era como entregar una bomba a un guerrillero extremista.

Al día siguiente, Adrián se dirigió hacia el liceo donde asistía su hija, se estacionó a cierta distancia, le siguió los pasos a Valery, observó el encuentro con su novio mayor y se fueron en un taxi.

Fue detrás del autor de alquiler, cuando los pasajeros se bajaban el enfurecido padre interceptó el vehículo, sin confesar su odio, le metió un derechazo a Jorge, quien estaba en desventaja por ser un escuálido frente al fortachón de su suegro y quedó en el pavimento.

No hubo tregua con el contrincante, una lluvia de patadas reventó los órganos internos del jovencito y la novia intentaba calmar a su papá, sin embargo, no reaccionaba.

Solo los miembros de la Fuerza Pública con pistola en mano lograron detener a embrutecido hombre, quien mató a su yerno a patadas por ser el novio oculto de su hija sin su permiso.

La desobediencia de la adolescente y la intolerancia de un papá crearon una desgracia entre las dos familias.

Fotografía cortesía de la Fuerza Pública de Costa Rica de Twitter y Fígaro Ábrego no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

La venganza varonil

Cuando Rogelio fue a llevar su móvil porque necesitaba reparaciones lo atendió un caballero que, al ver el aparato, se tornó agresivo con el cliente, algo extraño de alguien que recién abrió su negocio de compra, venta y reparación de móviles.

Rogelio vivía en Parque Lefevre, en un cuarto estudio con Joanna una migrante portuguesa de 28 años, quien laboraba como mesera en un restaurante en calle 50, donde los clientes andaban en autos lujosos.

Mientras que el hombre que atendió a Rogelio en la tienda de celulares era identificado como José Carlos, de 35 años, quien antes trabajó como vendedor de móviles en una de las empresas operadoras del sistema.



Fue liquidado, tras diez años de servicio y con el dinero de las prestaciones decidió laborar para él, sin embargo, en ese local fue donde atendió a una dama extranjera que llevó su móvil y al final del camino terminó siendo su novia.

Una ruleta rusa, al José Carlos ver la fotografía usada como protector de pantalla de Rogelio, se impactó al observar a Joanna abrazada con el cliente, lo que se traducía en que la dama jugaba sucio a ambos.

No tenía idea desde cuándo la europea le era infiel a los dos caballeros, quizás porque en ese continente la gente es más liberal, no obstante, los varones estaban enamorados de la fémina pelirroja.

El peligro era que Rogelio era en extremadamente celoso, José Carlos lo desconocía y planeó citar a su novia el mismo día que Rogelio recogería el teléfono celular y con el fin de que ardiera Troya.



Joanna era fría, calculadora, no cariñosa y solo le interesaba escalar en esta tormentosa vida, no le interesaba a si dañaba a sus parejas o compañeros de labores o cualquiera que pudiese usar para su norte.

El asunto fue que ese día del encuentro, eran las nueve de la mañana, Rogelio llegó a buscar su móvil, José Carlos entró al depósito para buscar el teléfono y dar tiempo para que su novia llegase.

Al presentarse Joanna, se asustó al ver a sus dos parejas en el mismo negocio, quiso retroceder, José Carlos entregó el móvil al cliente y este al ver la fotografía protectora de pantalla miró con odio a su mujer.

El comerciante cambió la foto de su cliente por la de él abrazado con Joanna, así que, al reclamar, la mujer quedó muda y luego tartamudeaba porque era imposible explicar las razones de su infidelidad.

Rogelio sacó el arma, José Carlos le advirtió que no valía la pena pasar veinte años de prisión por una basura, sin embargo, el varón herido, le ordenó desnudarse o la rellenaba a balazos.

Joanna accedió a gritos y con lágrimas, luego la dejaron ir por Calidonia en traje de Adán y Eva, mientras era observada por todos los transeúntes, posteriormente fue detenida por la policía y al ver que su estatus migratorio estaba de ilegal la deportaron.

La venganza de José Carlos fue efectiva.

Fotografía de Cottonbro Studio y Tim Samuel de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Ladrón en traje de calle

Sentado en esa silla de madera, con su uniforme naranja, con esposas y grilletes, la cabeza agachada, observado por los comunicadores sociales, el público, el jurado y los alguaciles estaba el imputado, quien de vez en cuando subía la cabeza para ver al juez.

Toda una carrera política de 20 años tirada a la basura por la ambición de dinero, poder, sexo, autos lujosos, viajes y chicas lindas para presumir frente a sus amigos, así que se le pronosticó al exsenador del estado de Idaho no era precisamente su reelección.

Las lágrimas salían de los azules ojos de sus dos hijos, su mujer y la madre de Tony Becker, acusado de falsificar documentos de devolución de impuestos, además de hurtar las ayudas federales para ciudadanos durante la pandemia de Covid-19, en el 2020.



No era lo esperado por la Casa Blanca de sus políticos, debido a que encabezaban una campaña mundial contra la corrupción, como muchas otras que fracasaron, porque primero se debe limpiar el patio de la casa para luego hacerlo con el ajeno.

La suma robada era más de 500,000.00 de los contribuyentes estadounidenses, un gran perjuicio a las personas que se quedaron sin dinero durante la epidemia por la maldita influenza, no recibieron los montos federales asignados, pero sí le sirvieron a Becker para irse a Las Vegas, Hawái, las islas Vírgenes y otros destinos.

El antiguo político demócrata, que antes se codeaba con miembros de la alta sociedad de Boise, ahora era despreciado por las mismas personas con quienes compartió momentos de alegría y triunfo.

Tras la investigación, el FBI cargó con un automóvil BMW y otro Mercedes-Benz, ya que al político le encantaban los carros fabulosos para transportar jovencitas, aunque ni una de ellas se presentó en la sala de audiencia donde era procesado el cincuentón.



Becker levantó la cabeza, observó al fiscal lo señalaba, lo acusaba de ladrón, de robarse el futuro, la esperanza y los fondos de los contribuyentes no solo del estado, la ciudad, sino del país que con tanto trabajo se pagó.

Las rutas de escapatoria al juicio fueron cerradas, tampoco un acuerdo de pena, como lo pidió la fiscalía cuando lo detuvieron porque salió por fianza y creyó que los acusadores perderían.

—Al tío Sam, puedes dispararle, insultarlo, herirlo, acuchillarlo, pero nunca le robes los impuestos. Este señor no solo robó dinero, sino que alteró documentos para devolución de gravámenes que nunca pagó—, acusó Roger Saltini, asistente del fiscal de Idaho.

Ocho cargos de fraude eran una telaraña imposible de desatarse, el jurado lo declara culpable y el juez le dicta sentencia de 25 años de cárcel, con posibilidad de salir bajo palabra en 20 años.

Los corruptos no solo se tragan la esperanza de mexicanos, panameños, colombianos, venezolanos, cubanos, chilenos, argentinos, sino también en Estados Unidos porque la avaricia no tiene ciudadanía.

Imagen de RDNE Stock project y Pixabay  de Pexels no relacionados con el relato.

 

 

 

La dama desconocida

El público miraba con sorpresa y escuchaba muy atento las palabras de la joven de aproximadamente 25 años, luego del oficio religioso de quien en vida se llamó Sergio Gardeliano, un ingeniero mecánico de 52 años., nacido y criado en Panamá.



Todo un discurso con palabras que llegaban al corazón, a varios de los parroquianos se les salió las lágrimas cuando la dama, identificada solo como Celeste, hablaba sobre la falta que le haría el difunto a ella y su hijo de tres años.

Pero no solo era compasión de una fémina que acababa de perder a su pareja, el padre de su hijo, sino que algunos de los asistentes en la iglesia se solidarizaban con ella en momentos dificultosos y otros no sabían qué hacer.

Los rostros de la primera fila ni hablar, las mujeres con gafas oscuras y pañuelo en la cabeza se quedaban boquiabiertos con las palabras de Celeste, otras señoras ya pasadas las seis décadas, chismorreaban.

—El padre de mi hijo, mi marido, Sergio, un hombre excepcional, profundamente religioso, con valores morales altos, trabajador, nunca se peleó con nadie, no lo escuché jamás decir una palabra obscena y siempre pendiente de su familia­—, resaltó la mujer.

Cada sílaba o consonante era como agregar más leña al caldero, la llama se encendía y se cocinaba la incertidumbre, las interrogantes, sin embargo, nadie se atrevió a interrumpirla.



Hacerlo sería un acto brutal, grotesco, inmaduro, malévolo e inhumano porque la mujer estaba golpeada en la fibra más sensible de su corazón, su amor de dama y un hijo huérfano de padre.

En la primera silla del lado izquierdo, una mujer agachaba la cabeza, solo ella sabía lo que ocurría en ese momento, aparte de la muerte de Sergio, su honorabilidad y reputación quedó marcada.

Al terminar de hablar Celeste, hubo aplausos a montón, ríos de lágrimas y abrazos e incluyendo el de la dama de la primera fila o Vanessa de Gardeliano, la viuda de Sergio.

Fue de infarto para Celeste enterarse de que ese hombre que tanto habló flores estaba casado y con tres hijos. ¡Vaya sorpresa regala la vida!

Fotografía de Chikondi Gunde y David Eucaristía de Pexels no relacionadas con la historia.


La nueva novia de papá

Fui a visitar a mi viejo un fin de semana porque en esas fechas no tuve que trabajar, así que aproveché para platicar con el autor de mis días y tomarnos unos copetines.

Mi padre se puso feliz al verme, me abrazó, casi tres meses que no tenía contacto físico con él, me presentó una chica de unos 26 años, su novia, llamada Saray, blanca como la nieve, con escultural cuerpo, pechos gigantescos, trasero grande y ojos verdes.

Su manera de vestir era muy peculiar con pantalones cortos de licra, usaba hilo dental y camisetas pegadas al tórax que hacían sobresalir sus gigantescos senos, por lo que no entendía cómo mi papá no le decía nada sobre eso.



Nos dirigimos al supermercado, la gente pensaba que Saray era mi pareja y no la nueva novia de mi papá, quizás por la juventud de la fémina y los 53 años de mi viejo, un retirado mayor de la policía.

Compramos carne de cerdo, de res, de pollo, tortillas y otros alimentos para el asado, mucho para tres personas, pero a mi padre siempre le gustaron las comidas en grandes cantidades.

Bebimos cerveza y luego ron, charlamos sobre tantas cosas, mientras tanto la vista es muy necia, no dejaba de mirar con el rabito del ojo a Saray con esa vestimenta de pecado e infarto.

La chica no trabajaba, estaba ciento por ciento con mi padre, iban al gimnasio, a parques, cines, el teatro, a restaurantes e incluso a discotecas y siempre el público los miraba muy detenidamente.

Bueno, cosas de la vida, ella se tornaba algo coqueta conmigo, no quise problemas, puse mi distancia, mi viejo no se dio cuenta y al final del asunto, papá se emborrachó de tanto ron que bebimos.



Quedamos Saray y yo, limpiando, el patio, cuando terminamos llevamos a mi padre a la habitación nupcial, me quedé en la pieza de huésped viendo una película cuando alguien llamó a la puerta.

Era mi joven madrastra, envuelta en una toalla, me pedía ayuda porque el grifo del baño supuestamente estaba dañado, fui a verlo, sin embargo, al abrirlo salió un chorro de vital líquido, miré a Saray y solo sonrió.

La mujer dejó caer la toalla, ante mí todo ese monumento femenino, natural, nada de cirugías, quedé mudo y sorprendido de estar frente a una dama de ese calibre, pero prohibida.

Me agarró la cabeza, colocó mi rostro en su pecho, no obstante, retrocedí, hice gestos que no, imposible hacerle eso a mi viejo que tanto luchó para criarme.

Esa misma noche, me fui a mi casa en Colón, no sé cuándo volveré porque no quiero esas tentaciones que en el futuro puedan traer una desgracia por la nueva novia de papá.

Fotografía de Freestocks.org y Min An de Pexels no relacionadas con la historia.

Sin coyote sí hay aduanas

María de Gracia y Marisol, dos hermanas, rivales por el amor de Rosendo, un bueno para nada que andaba en malos pasos en el empobrecido barrio de Villa Santana, Pereira, Colombia, donde la esperanza nace cuando sol alumbra y se apaga al dormir.

La comuna, que crea titulares de noticias para huir del área, fue el foco de conflicto porque las dos rubias, parientes, de ojos verdes, con diferencia de dos años y se disputaban un romance con el vago.

Ni siquiera la intervención de María Socorro, su madre, una conductora de buseta, lograba la reconciliación entre las féminas, ya que las luchas intestinales también suceden en la familia.



Por esa zona llegó un bogotano apodado El Caco, maleante de poca monta, con un historial policivo largo, pasó varias temporadas en La Picota de Bogotá y emigró a Pereira, en busca de nuevos lares para seguir con su modus vivendi.

El Caco les propuso a las Marías, como se les conocía, llevar 25, 000.00 dólares en efectivo a Panamá, si coronaban les darían 1,500.00 dólares, una jugosa oferta que al cambio representaría aproximadamente 6, 316,500.00 pesos colombianos.

Las dos aceptaron el trato, ese dinero urgía para comprar muchas cosas, alimentos y numerosas vanidades, aunque fuesen baratijas.

Pasarían cuatro días en la capital panameña, con gastos pagos y se fueron desde el jueves para regresar el lunes en la tarde.

Una lotería se diría, abordaron el avión, todo normal hasta que llegaron a Panamá, ya en Aduanas, María de Gracia pensó su plan malévolo de sacar del camino a su hermana y quedarse con Rosendo.



Les informó a los aduaneros que la chica de pantalón negro y camisa azul, contrabandeaba dólares, por lo que interceptaron a Marisol y la trasladaron a revisión, mientras María de Gracia salió del aeropuerto.

Cuando la traicionera subía al vehículo que la recogería, la policía la interceptó, le pidió el pasaporte, corroboró por radio que era hermana de la capturada y también cargaron con ella a la sala de interrogatorio.

Los nervios la traicionaron, como hizo con su hermana, María de Gracia confesó que llevaba el dinero en un preservativo en sus partes íntimas, una inspectora la acompañó al baño, la contrabandista sacó el paquete y lo entregó.

Las pusieron en la misma celda, acusadas de lavar dinero porque no lo declararon ni justificaron la procedencia.

Ambas presas, entre gritos y reclamos, una cayó por avaricia y la otra por traicionera, pero al ser deportadas Rosendo nunca se hizo novio de ninguna.

Imagen de Tina Miroshnichenko de Pexels y la Autoridad Nacional de Aduanas de Panamá no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

La brujería de Maranda

Julian Nowak llevaba dos semanas internado en el hospital Gorgas de la antigua Zona del Canal de Panamá, por fuertes dolores en el estómago, vomitaba, sudaba frío y los galenos desconocían su mal.

Los exámenes practicados al hijo de migrantes polacos establecidos en Wisconsin, diagnosticaban que carecía de enfermedades, sus organismos funcionaban bien, pero el caballero permanecía en observación.



Se habló de una variante del Virus del Nilo o Dengue, sin embargo, dio negativo a los resultados, mientras el militar esperaba el perdón de su novia Maranda, residente en La Boca Town, en Río Abajo.

Julian le encantaban las mujeres de raza negra, había pocas en su natal Abrams, un pueblo de menos de mil residentes, así que ese tipo de féminas le parecían exóticas y con más razón porque no hablaban inglés.

El caballero la conoció en un restaurante de la Avenida de los Mártires, llegó el flechazo, la visitaba cuando estaba libre en la Boca Town hasta que vio a Wanda, la prima de su novia y también le gusto.

Hizo un par de cintas clandestinas con su nuevo amor oculto, Maranda lo descubrió, se calló un par de semanas hasta que se formó la bronca y la novia herida le dijo al soldado que lo hechizó, por lo que en su estómago vivía una lagartija que lo mataría matarlo poco a poco.



Entretanto, Julian al cumplir tres semanas hospitalizado, le confesó a un médico-capitán que su mal era porque dentro de su interior rondaba el pequeño reptil que su novia le introdujo por medio de la brujería.

El médico rompió a reír, sus estudios le impedían creer lo que el soldado raso afirmaba, no obstante, como la salud de Julian empeoraba decidió hacer algo que nunca un galeno realiza.

Le dio a beber al paciente una sustancia que provocó el vómito, el doctor colocó un cubo pequeño para recoger el líquido y dentro de él había una pequeña lagartija que introdujo, lo que sorprendió al soldado, al creer que expulsó al reptil.

A los pocos días el estado de Julian mejoró, a la semana fue dado de alta, lo primero que hizo fue ir donde su novia para pedir perdón por la infidelidad, pero le manifestaron que toda la familia regresó a Bocas del Toro.

El soldado lloró, vino una vecina y lo consoló, se fueron al cuarto a tomar algunas pintas, se portó bien, sin embargo, Julian siempre creyó que esa lagartija fue producto de un mal o hechizo de su antigua pareja.

Al séptimo mes de su recuperación lo trasladaron a Alemania donde contaba muy feliz la historia del reptil en los bares de Berlín.

Fotografía de Francesco Ungaro y Pixabay de Pexels no relacionadas con el relato. 

Contrato para un asesino

Félix Restrepo intentaba esconderse del sicario que lo buscaba para asesinarlo por la módica suma de dos millones de pesos colombianos (unos 478 dólares), presuntamente porque hurtó unos kilos de cocaína a unos narcotraficantes.

El sicario no tenía idea quién le pagó el dinero, solo le enviaron un sobre con el monto en efectivo, la fotografía de la víctima y los lugares que frecuentaba, así que como todo un asesino profesional inició la cacería.

A Félix le diagnosticaron trastorno bipolar, lo que le provocó una gran depresión, se negaba a realizarse un tratamiento profesional y, por el contrario, se refugió en el aguardiente y la cerveza.



Luego de recibir la noticia, dejó a su novia, se alejó de sus amigos y familia, nadie comprendía la razón de sus acciones, sin embargo, la propia enfermedad mental del abogado provocaba sus decisiones ante la ausencia de las medicinas recetadas por su médico.

Tuvo un cambio total, no respondía llamadas telefónicas y decidió preguntar a un vecino de barrio cómo contratar un sicario con el fin de que acabara la vida de alguien que le jodía la existencia.

Lo que nunca supo el sicario fue que el propio contratista era la víctima, alguien que actuaba por sus cambios bruscos de estados de ánimo porque en menos de cinco minutos, su personalidad variaba de triste a feliz o al revés.

Y mientras el asesino buscaba a su víctima para cumplir con el contrato, Félix se desplazaba por distintos lugares y dormía en hoteles de Bogotá para evitar viajar al sueño eterno.



Eso sí, cuando entraba en depresión, llevaba una suerte increíble porque el homicida nunca lo encontraba en esa fase y Félix no se movía para que lo mataran.

Transcurrieron ocho días, seguía el juego del gato y el ratón, cazador vs. futuro cazado, asesino contra víctima hasta que aconteció lo que debía suceder o el tigre encontró su alimento.

Félix no lo conocía, cenaba solo en el Chopinar  de La Castellana, de la capital colombiana, vio al hombre por el espejo que sacó un arma, unos clientes se percataron y salieron, lo que hizo temblar al letrado en leyes.

Sacó su escuadra, se volteó y abrió fuego antes de que el homicida a sueldo pudiese matarlo, lo que dejó gritos, estampida de los empleados y sangre en los mosaicos del popular negocio de pinchos.

La policía encontró la fotografía de Félix en el abrigo del asesino, el abogado nunca confesó que él mismo contrató, por medio de otra persona, al sicario para que lo matara.

Cuatro días después Félix fue al médico para seguir el tratamiento contra la bipolaridad y la historia del hurto de la droga fue un invento del contratista con el propósito de acelerar su fallida muerte.

Imagen de Cottonbro Studio y Stock no relacionadas con el relato.

 

 

 

 

Las patronales de Anselmo Pichón

Con 48 años, el abogado era muy famoso por su forma de litigar, agresivo, inteligente y buscaba las fallas de los funcionarios de instrucción para darles palo verbal durante las audiencias, principalmente las de homicidio.

Anselmo Pichón, representaba el cuco o el terror de los fiscales penales, muy famoso entre los pandilleros, reconocidos mafiosos y políticos de alto perfil que saqueaban las arcas en las instituciones que dirigían.

Como ganaba dinero a montón, se daba una vida de ricachón, circulaba en un Mercedes-Benz, frecuentaba discotecas, bares y restaurantes de moda para ir de cacería.



Tuvo tres matrimonios, con dos hijos en cada uno, que fracasaron por sus constantes infidelidades con jovencitas, principalmente de la raza negra, a quienes le ofrecía el cielo y la tierra con el propósito de llevarlas al colchón.

Una vida de abuso en sexo, licor y, en pocas ocasiones, consumo de marihuana, hasta que el caballero estaba con unos amigos en un bar y su novia cuando le entró la chiripiorca.

Llamaron a una ambulancia, los paramédicos lo atendieron y lo trasladaron a un lujoso hospital de la capital panameña, donde lo atendieron bellas enfermeras y un gruñón médico.

Posteriormente, los exámenes determinaron que Anselmo padecía de diabetes 2, tanto licor, mala alimentación y falta de ejercicio hizo que su glucosa tuviese más de 200.

Su ritmo de vida debía cambiar, cero alcoholes, comida adecuada y era necesario llevar actividad física, al menos caminar porque el cuerpo humano es carro que se devalúa con el tiempo.



El letrado en leyes durante tres meses siguió el tratamiento correcto hasta que se aburrió, volvió a su vida de bohemio de parrandas, mujeres y licor, aunque en ocasiones estaba bien, de pronto la glucosa se le disparaba y los paramédicos se convirtieron casi en sus vecinos.

Siguió con sus patronales, principalmente los viernes y sábados, hasta que se fue a un bar-restaurante de alta alcurnia, cuando de pronto la azúcar se le volvió a disparar.

Anselmo sentía un volcán dentro de su tórax, respiraba y en ocasiones, se ahogaba, los paramédicos le dieron los primeros auxilios, no obstante, a los cinco minutos, le dio un infarto mientras lo subían a la ambulancia.

Rosita, su novia de 25 años lloró cuando declararon que el abogado carecía de signos vitales.

Sus parrandas y poca obediencia lo arrastraron a la tumba.

Foto de Mikhail Nilov de Pexels y archivo no relacionadas con el relato.

 

En la puerta del horno...

Dana Thomas lloraba en su celda de la cárcel del condado de El Paso, en Texas, luego de que fuera atrapado por la policía, tras varios minutos de persecución en una de las autopistas de esa ciudad fronteriza con México.

Una vez dejó el carro cerca de una vivienda, Dana corrió con el fin de burlar a los patrulleros que lo siguieron en la avenida y se desarrolló una verdadera carrera de obstáculos de cercas, piscinas, botes de basura y herbazales.



Los alguaciles Anselmo Cárdenas y Louis O’Niell estaban en excelentes condiciones físicas para competir en olimpiadas, así que lograron capturar a Dana, entre forcejeo, gritos y una brutalidad verbal.

Minutos antes, Dana se encontraba en la casa de su novia Marcela Garza, cuando decidió comprar unas pizzas y cervezas para celebrar el nacimiento de su hijo, pero la vida le jugó una mala pasada.

Cuando conducía hacia el supermercado, vio detrás de él, las luces de una patrulla de los Alguaciles de El Paso, se asustó, sin embargo, en vez de detenerse hundió su pie derecho en el acelerador para escapar.

Los agentes del orden público del antiguo estado español y posteriormente mexicano pidieron refuerzos y lo persiguieron hasta dar con la captura, digna de una producción cinematográfica.

El anglosajón lloraba porque le faltaba una semana para cumplir con su libertad condicional de tres años de prisión por hurto, así que, al violarla por darse a la fuga, resistirse al arresto y conducir con licencia suspendida, iría derechito a la cárcel a purgar su pena.

La escena de siete patrullas, el hombre dentro de uno de ellos fue vista por los vecinos mexicanos, anglosajones y de otras etnias, vecinos de la ciudad estadounidense.



Cuando Cárdenas le preguntó a Dana la razón de huida, la respuesta fue que el terror de volver a la cárcel provocó que no se detuviera, sino que acelerara el vehículo.

—Nosotros no lo íbamos a perseguirlo a usted, sino un vehículo que estaba reportado como robado, usted huyó, pedimos refuerzos y lo seguimos—.

—¿No era conmigo? —

—No señor Dana, nunca pensamos en seguirlo, pero usted hizo que lo siguiéramos—.

La corta conversación era recordada por el detenido, quien a las dos horas recibió la visita de su pareja Marcela, aterrada porque ahora su marido cumpliría varios años en prisión cuando estuvo a punto de finiquitar sus asuntos judiciales.

No fue la pizza, sino la decisión de escapar que lo atrapó entre sus miedos por acciones del pasado y la vida le enseñó que en la puerta del horno se quema el pan.

Fotografías de Javier Leal y Mizzu Cho de Pexels no relacionadas con la historia.