Mario Estuardo consiguió trabajo como celador en el cementerio Amador de Panamá, fue lo único que había, pero era necesario mantener tres bocas, así que era el escape a sus problemas económicos.
Como residía en el
corregimiento de Santa Ana, caminaba desde las nueve menos veinte de la noche para cuidar
las tumbas, evitar saqueos y sujetos que ingresaran al camposanto a drogarse.
Para matar el aburrimiento,
Mario utilizaba un radio pequeño, hacía sus recorridos con una linterna, mientras
que en la primera semana no hubo novedad alguna
Luego se enteró de que cuatro
celadores anteriores renunciaron al puesto, le preguntó a su jefe, sin embargo,
respondió que todos eran una partida de vagos que no les gustaba laborar y menos el horario de 9:00 p.m. hasta las 5:00 a.m.
Ya con un mes, Mario
realizaba su ronda, escuchó algunas voces, ando a pasos lentos, vio dos figuras
masculinas, poco reconocibles, no comprendía lo que platicaban.
Quizás fumadores de
marihuana que se escondían para no ser divisados, pero el humilde trabajador los perdió de vista, al terminar su turno e irse a casa q se lo contó a Ramira, su mujer y esta le advirtió
que se cuidara.
Pasaron los días y Mario veía
las mismas sombras hasta que decidió una noche no encender la linterna, se
quitó los zapatos, siguió a los caballeros hasta que desaparecieron al doblar
por un panteón.
La curiosidad mató al
gato, el caballero quería descubrir quiénes eran los misteriosos hombres, por
lo que en la noche siguiente se fue por el lado contrario donde siempre los
veía.
Mario casi defeca del miedo,
al ver una fiesta de fantasmas, porque no eran dos, sino siete caballeros y
ocho mujeres que disfrutaban una rumba en el cementerio.
Uno de los hombres le dijo que si no quería ir a la fiesta eterna, mejor se largara del
cementerio.
—Todos morimos en la
carretera en accidentes de tránsito cuando nos dirigíamos a una fiesta—,
resaltó el espíritu.
Mario corrió a la velocidad
que pudo dejó los zapatos, la linterna y la radio.
Fue el celador número
cinco que dimitió al cargo porque esas celebraciones no son del agrado de los
vivos.
A la semana obtuvo un
trabajo de carnicero en un supermercado.
Fotos de Leenart Wittstock
y Miguel A. Padrián de Pexels no relacionadas con la historia.