Mi compañera de trabajo, Gisela, fue el amor que me rompió el corazón cuando empecé a trabajar en el centro de llamadas de Juan Díaz, Panamá, y luché como un león para conquistarla al tener 25 años.
Soñaba con acariciar sus cabellos oscuros ensortijados y que me hipnotizaba, moría por esos ojos pardos, mientras nadaba en su nevada piel, principalmente en sus
muslos encantadores.
Planifiqué un lanzamiento de obús de versos con una amiga de ambos como mensajera,
luego le envié la aviación para arrojar las bombas de girasoles, rosas rojas y
claveles.
Rematé con enviar una división de chocolates, una caja de música y tarjetas con
dibujos de amor, sin embargo, Gisela logró resistir todos mis ataques porque tenía
un bunker que la protegía.
Me preguntaba la razón por la cual ella aceptaba mis obsequios, pero cuando
estaba cerca de mí se tornaba nerviosa y se retiraba de inmediato.
Pensaba que mi amiga, llamada Eva, ocultaba algún secreto porque era
imposible que Gisela no me dirigiera la palabra, hiciese un gesto de
agradecimiento o sonriera.
Todo fue por mensajes a través de Eva, pero Gisela ni siquiera movía los
labios para decirme hola.
Me sentía desesperado y en las noches era prisionero del insomnio porque me
preguntaba si hice algo malo o de pronto la fémina no le gustaban los caballeros
románticos.
Un lunes fui a laborar en el turno mañanero, vi que el puesto de Gisela estaba
vacío, mi alerta se disparó de inmediato y fui donde Eva para interrogarla sobre
lo que ocurría.
Respondió que mi amada estaba de vacaciones, sin embargo, eso fue lo de
menos porque me arrojó una bomba de neutrones que destrozó mi mente, cuerpo y
alma.
Gisela tenía novio, se casaría, luchaba contra ella misma porque llevaba dos años
con su pareja y de pronto apareció un saxofonista y compañero de trabajo a
conquistarla.
Fue como si una gigantesca torre se desmoronaba dentro de mí.
Pasó el mes de vacaciones, Gisela no regresó, me fui quince días de descanso
y al retornar supe que la mujer renunció al centro de llamadas y se casó con su
novio.
A pesar de que la amé, desconozco si ella lo sabía, aunque fue inteligente
para aplicar la consigna que es mejor un loco conocido que uno por conocer.
Pasaron diez años, no sé nada de Gisela y dudo mucho que la vuelva a ver.
Fotografía de Bruna Gabrielle Félix y Pixbay de Pexels.
Él debió hablar directamente y no se perdiera la conexión. Tal vez, sólo tal vez, otra sería la historia.
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