En la academia de la Policía Nacional de Panamá, en Gamboa, dos cadetes se evadieron de la vigilancia de sus superiores, ambos con medias de ron y un paquete de cigarrillos para festejar pocos meses antes de graduarse.
Amparados por la oscuridad, abrieron los envases y
bebieron durante dos horas, pero solo tenían tres medias para festejar solos, así que
a pico de botella se zamparon el licor que enloquecía en un dos por tres por su
pésima calidad.
Chacho y Saril, platicaban del sargento Gómez, a quien
muchos aspirantes calificaban de hijo de puta por la gran cantidad de castigos
que les imponía al no seguir sus instrucciones.
Ambos cadetes se conocían desde Chiriquí, oriundos de
Boquete, la pobreza les hizo inscribirse en la Academia para ganarse la vida
honradamente y formar una familia de forma digna.
La noche era fresca, solamente se escuchaba el sonido
de las ramas de los árboles, alguna que otra ardilla perdida a las nueve de la
noche, las estrellas brillaban más de lo normal y casi no había nubes.
Terminado el licor era el momento de regresar a los dormitorios
porque la diana se tocaba a las 5:30 de la madrugada para la rutina normal, sin
embargo, antes de levantarse, la neblina invadió la zona.
La temperatura bajó a unos 15 grados Celsius, algo anormal
en un clima tropical como el de Panamá, así que algo asustados se pusieron de
pie y caminaron rápido para huir de alguien que los perseguía.
Mientras andaban escucharon un sonido extraño, un pájaro
posiblemente, luego risas diabólicas y frente al muro que escalarían había un
remolino de neblina.
Chacho se orinó en sus pantalones, pero Saril lo tomó
por el brazo para despertarlo del susto, le puso su mano de derecha para que el
primero trepase la barrera e ingresar.
Al entrar a las instalaciones, las luces de los pasillos
parpadeaban, lo que les indujo que lo raro también estaba adentro.
Frente a ellos, una mujer, vestida de novia, con gusanos
en sus cuencas, huesos grises, cabello sal y pimienta, con un calzado, colmillos,
las uñas de sus manos largas y oscuras por la falta de aseo.
Era un fantasma y corrieron hasta que el sargento
Gómez los pilló, los vio asustados e intentó detenerlos, no obstante, al ver al ente también emprendió la carrera.
Al llegar al baño, los dos cadetes y el instructor, casi
cagados del miedo, gritaron como locos. El entrenador prometió guardar el secreto con
la condición de no abrir la boca.
Se salvaron de a pura leche, sin embargo, nunca se les
ocurrió escaparse más a Chacho y Saril.
Fotografías cortesía de Dreamstime y el Ministerio de Seguridad Pública de Panamá no relacionadas con la historia.
Ja ja ja se encarrilaron de una vez los chicos 😄😄
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