Macabí, el terror de Santa Ana

Por los años 70 un sujeto azotó el popular corregimiento de Santa Ana, en Panamá, con su largo prontuario policial de delitos como hurtos, robos, consumo de marihuana y maltratador de sus parejas.

Desde niño ingresó al desaparecido Tribunal Tutelar de Menores, no le temía a los puñetazos ni las balas de los miembros de la Guardia Nacional (GN), caracterizados por las golpizas a los antisociales que se le daban a la fuga.

Le daba igual cuando lo correteaban, tras arrebatar las carteras a humildes madres residentes en la empobrecida zona y que madrugaban con el fin de ganarse el pan con para alimentar a sus descendientes.



Toda una vida de maltrato, abandonado por su padre, su madre consumía marihuana, lo golpeaba, humillaba, lo culpaba de su mala suerte y vida, además cambiaba de marido como de calzón.

Macabí, alto, acholado, ojos pardos, con el vientre inflado por alto consumo de cerveza, dos dientes de oro, productos de su vida delincuencial porque a sus 21 años, nunca trabajó o jornada alguna se le conoció.

Con sus parejas, les dejaba el ojo morado, les jalaba el cabello cuando el cannabis hacía efecto en su cerebro o el diluyente de pintura lo transportaba a las nubes.

Todos le temían, más que Juanito Alimaña, el personaje de la canción de Héctor Lavoe, era niño de pecho en comparación con el malandrín istmeño.

Pasaron seis meses hasta que Macabí le robó, a punta de pistola, una cadena, un reloj y 120 dólares, a la hija de un capitán que estudiaba en la universidad con una vecina de Santa Ana.



No solo cometió el delito, sino que como la chica se resistió, un golpe de acero le arrancó un diente frontal a la joven de 19 años, lo que provocó la furia del padre y subjefe de zona de Policía en San Miguelito.

A las 24 horas inició la cacería humana, al maleante le advirtieron que se pasó de listo, los delincuentes de la zona prefirieron no cometer delitos hasta que terminara la temporada.

Tres días transcurrieron, el cuerpo de Macabí pedía marihuana, sus amigos le dijeron que no saliera porque nadie le vendería e insistió en recurrir a viejos conocidos.

Un policía lo vio al salir de un zaguán, alertó por radio, cuatro patrullas lo encerraron, trató de escapar y su cuerpo quedó como coladero.

Ni su madre lloró a Macabí, el terror de Santa Ana.

 

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