Mi vecina África siempre me saludaba en las tardes cuando volvía del trabajo con su coqueta sonrisa más su caminado de imán que enloquecía al sexo contrario.
Yo estaba recién empatado con Ilsa, una antigua compañera de secundaria que
siempre me gustó y tras un reencuentro en un cine, decidimos darnos una
oportunidad.
África, de 35 años, está divorciada, con tres hijos, sin embargo, sus
curvas daban la impresión de que su útero nunca fue ocupado, tiene un trasero de
montaña, senos gigantes, ojos claros, cabello negro y blanca como la espuma.
Para un negro como yo, mi vecina era el mejor trofeo de cacería que todo
hombre aspira a disfrutar, aunque con Ilsa me sentía satisfecho y preferí dejar
las cosas así antes que perderla.
Me casé a los 25 años, pero me divorcié a los 31 años, tuve un hijo con mi
exesposa, a quien poco trataba por los constantes conflictos para visitar a mi
descendiente y el dinero que mi ex pedía como si fuese un banco.
Un fin de semana Ilsa se fue a visitar a sus padres a Chiriquí, me quedé
ese tiempo leyendo la novela Plenilunio, de Rogelio Sinán, me moví al patio
para fumar y me encontré a África.
Me saludó, platicamos sobre una reunión que tenía, me comentó que fuera con
mi novia, respondí que ella no estaba e insistió para que la acompañara y
accedí.
Ahora o nunca fue mi consigna, nos fuimos al asado, bebimos ron con cola,
comimos, bailamos hasta que nos rozamos con la canción Regresa Pronto, de Dorindo
Cárdenas.
El asunto fue que el arma se cargó, África sonrió y seguimos en la fiesta
hasta que a la hora de marcharse y me dijo que deseaba hacer el amor conmigo.
Como no soy bobo, acepté, nos dirigimos a una de las pensiones de la
avenida Justo Arosemena.
Al desnudarse me entraron más ganas, sentía sus pezones en mi pecho, su respiración
era fuerte, besaba muy rico e intenso con inmensa excitación y las felaciones
fueron fabulosas.
Para no alargar esta historia, la locomotora entró en las dos estaciones, mientras que los gritos de mi acompañante se escuchaban hasta Tierra de Fuego.
Confieso que ninguno de los dos llevó preservativo porque nada se planificó,
fue en carne viva y África quedó preñada.
Ilse me dejó, en medio de una tormenta de lágrimas, y me traje a vivir a África,
a mi casa con sus tres hijos.
Ahora quedé atado, con grandes deudas para mantener cuatro bocas y todo por
una noche de arrechura con mi vecina, la seductora.
Fotografías cortesía de Pexels no relacionadas con la historia.
Jo, mucho amor 👍👍
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