El mulato y la blanca

La vida de Toribio no andaba nada bien, lo despidieron de su trabajo, su novia lo dejó, se enfermó de dengue y para rematar, la dueña del apartamento que arrendaba le comunicó que la mensualidad sería elevada a 50 dólares más.

Sin plata, el caballero, de piel canela y cabello lacio, seguía con su rutina de buscar empleo, nada que lo llamaban hasta que una tarde estaba sentado en una banca del Parque Urracá de Panamá cuando un señor se cayó.

Toribio se levantó para auxiliarlo y llevarlo hasta su vehículo, el anciano se lo agradeció, le entregó una tarjeta de presentación para que lo llamara en caso de que necesitara algo.

A la semana de ese hecho, el caballero telefoneó al señor, identificado como Salomón Toledano, le preguntó si conocía alguien que lo ayudara a conseguir un empleo y la respuesta fue positiva.



Toribio se presentó al día siguiente a un restaurante lujoso en calle 50, lo contrataron como ayudante de cocina, aprendió rápido ricas recetas y para rebuscarse unos reales, cuando podía hacía comida para vender.

A las dos semanas de empezar a laborar, al  negocio llegó a trabajar Linda, la nieta chilena del dueño del restaurante, cocinera profesional y quien de inmediato quedó flechada con el mulato panameño.

La fémina, de ojos verdes, cabello castaño claro, delgada y sonrisa de ángel, impactó en el corazón del canalero, aunque no se atrevió a conquistarla ante el temor de que lo botaran.

Pasaron los meses de solo miradas entre ambos hasta que un día la mujer atacó con todas sus fuerzas, lo invitó a tomarse unos vinos en su apartamento en la vía Porras.



Platicaron, bebieron, comieron quesos y jamones hasta que se dieron el primer beso y terminaron entre las sábanas de sedas de la habitación principal de la lujosa propiedad.

Cuando Pedro, el abuelo, se enteró de la relación, lo primero que hizo fue despedir a Toribio, sin embargo, Linda es de armas a tomar y protestó de forma radical.

Dimitió como chef del negocio y aunque su abuelito no aceptó, la mujer condicionó su retorno a la recontratación de Toribio y su pariente se negó.

Ser joven, y no ser revolucionario o rebelde, es una contradicción casi biológica, así que con un dinero guardado más un préstamo, Linda y Toribio abrieron un restaurante a pocos pasos que el Pedro para llevarle la contraria.

Los novios se casaron por lo civil y la iglesia, pero nadie de la familia de ella asistió, posteriormente a los dos años la pareja tuvo una niña de piel canela y ojos verdes.

Pedro fue a verla al hospital, lloró, se disculpó con ella y Toribio, quiso conocer a su bisnieta porque su hijo del mismo nombre y padre de Lucía había muerto en Chile hacía diez años.

Como la pareja no guardaba rencor, perdonaron al bisabuelo  y todos los domingos visitaba a su nueva pariente. Estaba culeco con la bebita. 

Imagen cortesía de Pexels Cats y Dreamstime no relacionadas con el relato.

 

 

 

 

 

Mi nuera

Ese fin de semana hubo un asado en casa de los Vargas, en Las Tablas, Panamá, con mucha música, licor, mataron una vaca y la fiesta era fabulosa, con gran cantidad de comensales y música  con banda.

Mercedes, mi esposa, no asistió porque estaba en Colón en una actividad laboral, así que decidí ir con mi hijo Florencio, quien fue bautizado con mi mismo nombre.

Mi nuera Paola, es una dama muy atractiva, de 23 años, blanca, con unos inmensos ojos avellana, cabello castaño, delgada y de enormes pechos, pero con un carácter fuerte o cascarrabias.



Preferimos no quedarnos donde los Vargas y arrendamos dos habitaciones en un hotel tableño, mi hijo con su esposa y yo solito para abrazar a la almohada por las razones ya explicadas.

Ya en la fiesta hubo una fresca noche, los árboles danzaban al ritmo del acordeón, una luna inmensa y estrellas que brillaban más de lo normal, las fogatas acaloraban el ambiente de la campiña y era notoria la felicidad de los asistentes al evento.

Tras cinco horas de beber y comer, nos fuimos al hotel, compré cuatro cervezas para consumirlas en el balcón del hotel, al llegar me duché, me coloqué un pantaloncillo azul corto, una camiseta blanca y me puse unas chancletas.

A los 20 minutos se apareció Paola, con un vestido de dormir que dejaba al descubierto toda su alma, quedé impactado, mi hijo Florencio estaba borracho y dormía como un recién nacido.



Mi nuera se encontraba algo ebria, me pidió una cerveza, fui a la pieza a buscarla, entonces, me empujó a la cama, di la vuelta, era ella, se quitó toda su ropa y la tentación mostró su máxima expresión.

Unas montañas lindas, gigantes, con areolas rosas, puntiagudas, lindas piernas, pecas en sus hombros y su sonrisa de diabla me aprisionaba.

—Ven, soy toda tuya. Cógeme duro—, dijo.

Soy hombre, pero ante todo padre, dudé y quise caerle, sin embargo, no destruiría mi matrimonio ni el de mi hijo por una noche de locura.

Le respondí que estaba ebria y se fuese a dormir, agachó la cabeza y se retiró en momentos que lloraba.

Al día siguiente muy discretamente se disculpó, respondí que pasara la página que fue un hecho sin importancia.

Para un hombre maduro no es fácil rechazar una mujer joven y bien dotada, pero lo hice a pesar de que mi nuera me dejó picado.

Imágenes ilustrativas de Umay Caratas y de Vinicius Pontes en Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El colibrí

Desde hacía cuatro meses, el fiscal Luis González, de Colón, Panamá, intentaba resolver las muertes misteriosas por desangramiento de dos hombres e igual número de mujeres, sin embargo, no había pistas y ni una sola gota de sangre.

La necropsia indicaba que cero líquidos rojos en las venas de las víctimas y presentaban un pequeño agujero detrás de la nuca, pero ni golpes, moretones, huesos rotos, herida de arma blanca o bala.

Uno de los enigmas es que las mañanas de los días 26 aparecieron los cadáveres, por lo que sospechaba que en las personas eran atacadas el 25 durante la noche.

Ni siquiera las cámaras de la ciudad caribeña mostraban un sujeto, drogadicto, maleante o loco, y lo peor era que los asesinados mantenían en su poder dinero y sus prendas.



Los investigadores se iban de cacería con uniforme, de agentes encubiertos y disfrazados de mendigos, malandrines, los pandilleros no eran sospechosos, ni los ladrones conocidos, así que Lucho no tenía nada en su escritorio.

No había respuestas a numerosas preguntas, mientras ya se acercaba la fecha de un posible ataque.

Entretanto, esa noche del 25 de agosto, como las siete de la noche, Carliño, un aficionado y amante de aves, intentaba atrapar la primera que le gustase.

Detrás de su vivienda tenía una jaula con tela de malla bien fina con unas 12 especies cautivas, las estudiaba, a pesar de existir una prohibición legal de poseer aves exóticas.

Caminaba en la parte trasera de su casa en Santa Rita, Sabanitas, apenas podía ver algo celeste, preparó su trampa, de malla fina, y cuando el pajarillo se acercaba a una flor a sacar su miel, lo atrapó.

Carliño brincaba de alegría porque era su primer colibrí, hermoso, con tonalidades azul, celeste, turquesa, gris, blanca, su pico fino y ojos oscuros, lo llevó e introdujo a su gigantesca jaula.



En la mañana siguiente, los gritos de un hombre lo despertaron, cuando el coleccionista fue detrás de su vivienda, un hombre de tez blanca, desnudo, gritaba que lo dejaran salir o llamaran a la policía.

Cuando Carliño, le preguntó como rayos, entró a la jaula, respondió que era el colibrí atrapado en la noche, solicitó llamar a la policía, aunque ya una vecina avisó al gobierno.

Hizo un pacto con el diablo para obtener dinero y mujeres, logró la transformación, pero debía ofrecer vidas a cambio de su poder.

La policía cargó con Carliño por violar la ley ambiental y el caballero, a quienes los psiquiatras de Medicina Forense diagnosticaron trastornos de identidad disociativo.

El hombre fue encerrado en el Hospital Mental Nacional para un tratamiento médico, Carliño multado, aunque en las noches, los internos del manicomio dicen ver un colibrí que vuela.

Claro, no les creen por estar locos y no se reportaron muertes extrañas.

 Imagen de Pexels y Marko Garic no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Poción dormilona

Sin duda alguna Mariano perdía poco a poco su virilidad, a sus casi 60 años ya no era un maestro en hacer el amor, conquistar damas, cazar en discotecas y bares porque el tiempo lo traicionaba.

Entre rezos, velas, oraciones y esoterismo recurría su vida, tras pasar largos años de consumo de cerveza, güisqui, cocaína, marihuana y cualquier sustancia que le hiciera aguantar más al estar en la cama con el sexo femenino.

Su última vez con una dama de 45 años, no fue la mejor, sus pulmones no funcionaban como en sus tiempos de guerrero sexual, le dolía el tórax y presentaba síntomas de diabetes.



Durante sus años mozos sus vecinos, del barrio de Calidonia, en Panamá, lo admiraban y respetaban porque todos los fines de semana ingresaba con una dama a su cuarto de alquiler, no tuvo problemas con esposas e hijos porque nunca se casó ni tuvo descendientes.

Su preocupación era únicamente resistencia y seguir de don Juan, aunque su apariencia era la de un abuelito cansado de tanto trabajar largas jornadas en una mina de carbón.

Ojos tristes, pómulos pronunciados, demasiadas líneas en su frente, labios y dientes gastados del tabaco y el cannabis, evidenciaban ante las féminas que intentaba conquistar, su entrada a la tercera edad.

Sin embargo, se negaba a aceptar que la juventud es un divino tesoro que se termina cuando menos se da cuenta el ser humano, sino se aprovecha o planifica su vejez, las cosas se alterarán en su totalidad.



Uno de sus amigos que jugaba dominó en la antigua casa Müller, ahora de concreto, le aconsejó quedarse tranquilo y disfrutar de sus años dorados, pero otro le instaba a inventar pociones para experimentar fuerza, virilidad y poder.

Ideó usar una pastilla blanca, con algo de marihuana, polvo blanco, mezclarlo en una cerveza, beberlo y luego acostarse con una de esas chicas que pululan en las noches en la Peatonal de la avenida Central.

Esa noche se metió a la cantina Saoco, bebió un par pintas, vio una rubia venezolana, con signos de maltrato por mala vida, la encontró hermosa, le habló al oído, aunque antes de partir a la pensión destartalada se metió una cerveza mezclada con la famosa poción.

Pago los diez dólares por el cuarto, la mujer quedó en traje de Adán y Eva, lo besaba y luego se asustó.

Mariano sintió un dolor en el pecho, pidió ayuda, cayó al sucio suelo, su acompañante al ver que el hombre sufría un infarto, se vistió para darse a la fuga por ser indocumentada.

Minutos después quedó Mariano encuero y muerto.

Fue una poción dormilona, pero del sueño eterno.

 Imagen de poción de Cottonbro Studio en Pexels y hombre de Pixabay.

 

 

Elisa, la culisa

Los invitados a la boda centraron su atención en mi cuñada Elisa, luego de la ceremonia religiosa entre su hermana Alsacia y yo.

Mi nueva pariente política era alocada, tanto en su forma de vestir como ser.

Llevó un traje negro pegado a su voluptuosa figura, daba la apariencia de que las telas no soportarían un trasero semejante a Brasil, mientras que en su parte frontal sus misiles eran tierra-aire e intercontinentales.



Bailaba muy sensual la canción Sweet Dreams de Eurythmics, sus pechos danzaban, penetraban en las pupilas de los masculinos, la mayoría con anillo en su dedo anular derecho y las damas disgustadas por lo acontecido.

Antes de casarme con Alsacia, fuimos novios dos años, solo conocía a Elisa por fotografías porque vivía en Puerto Armuelles, Panamá y  estuvo matrimoniada con un hombre 15 años mayor que ella.

Sin embargo, su exmarido no galopaba el mismo ritmo de mi cuñada y la pareja terminó en un divorcio que le dejó muchas ventajas, algo de dinero y una propiedad en el antiguo puerto bananero.

La fiesta se acabó, cada uno tomó por su lado, me fui a Las Islas Malvinas con mi mujer de luna de miel y a los ocho días regresamos e hicimos la vida normal como toda pareja.



Un día me encontré a Elisa en un centro comercial, andaba sola de compras, decidió tomarse un café con galletas y la vi, sonreí, la saludé y me invitó, aunque en un principio me negué, soy un caballero y al final cedí hablar con mi cuñada.

Ella es hermosa, su piel canela brillaba, era imposible no mirar su deseada figura, su sonrisa coqueta y quedé embrujado con esos ojos pardos.

Todos los intentos que hice por evitarla fracasaron porque Alsacia se fue por una semana a Costa Rica por razones laborales, mientras que mi cuñada y yo aprovechamos para arrastrarnos entre las sábanas.

Hicimos el amor los siete días de ausencia de mi esposa, mi cuñada era un motor fuera de borda cuando se movía, colocaba sus Apalaches en mi rostro y gritaba vulgaridades que me excitaban.

Soy un hombre ultraconservador, no obstante, al final del camino terminé enamorado de la hermana de mi media naranja y no sabía cómo decirle a mi mujer porque no buscaba hacer daño.

Un año después de mi primer encuentro clandestino con Elisa, le conté todo a mi esposa, mi conciencia me remordía y no era justo mi comportamiento.

Alsacia gritó, lloró, pataleó y me largó de la casa, pero no intenté pedir otra oportunidad porque no era mi intención.

Nos divorciamos, a los dos años me casé con Elisa, su familia me odia y espero algún día me perdonen.

En el corazón no se manda, actué mal, recapacité y creo que hice lo correcto en confesarme con mi exesposa.

Mi actual  mujer y yo nos mudamos a David, Chiriquí, donde abrimos un restaurante y en ocasiones recuerdo el día que la conocí porque ya sabía que tambaleaba ante Elisa, la culisa.

Fotografía de boda cortesía de Luana Freitas en Pexels y modelo de Dreamstime, no relacionadas con la historia.

 

 

Lineth, la inolvidable

Conocí a Lineth cuando laboraba como notificador del Juzgado Quinto Penal de Panamá porque visitaba frecuentemente la firma de abogados donde trabajaba mi antigua novia.

Entre tanto entrar y salir, en una ocasión la invité a tomar un café para hablar de casos, debido a que la dama cursaba el III año de leyes como yo y la salida fue fabulosa para no decir sensacional.

Me hipnotizaba sus ojos verdes, cabello rubio ensortijado y blanca piel, reía, su timbre de voz era excelente, idiotizaba, aunque ella también sucumbió ante los encantos de este caballero, de piel canela y ojos pardos.



Nos volvimos inseparables durante cuatro meses hasta que tuvimos una diferencia por los encuentros, Lineth se molestó conmigo, intenté arreglar la situación y supuestamente quedamos bien.

Estaba harto de siempre buscarla, así que le escribí para notificarle una novedad, me comentó que se sentía mal y me llamaría al día siguiente.

Sin embargo, la comunicación nunca llegó, así que decidí hacer valer mi orgullo y dignidad que, tanto el hombre como la mujer, no deben perder y quedarse con ellas hasta sus últimos días.

Confieso que la amé y aún la amo con cuerpo mi alma, pero no cedería ni un centímetro, ni la buscaría porque antes de la discusión era quien daba el primer paso.

El orgullo pudo más que el amor, lo reconozco, ya pasaron dos años, no la he bloqueado, ni eliminado de mis redes sociales, sin embargo, para mí siempre será Lineth, la inolvidable.

Factura cara

 Mi noviazgo con Noelia, fue de dos años, intenso, salvaje, estupendo y porque para aquella época estudiaba leyes, mientras que ella luchaba por seguir su preparación en arquitectura en la Universidad de Panamá.

Era un inmaduro de 23 años, terminando el último año, tocaba saxofón en una banda de jazz, vivía en Chanis, Panamá y Noelia residía en Parque Lefevre, en una humilde vivienda de madera.

Nos conocimos en la biblioteca Simón Bolívar en momentos que hacíamos una tarea, uno de esos sábados de invierno, llovía a cántaros ese mediodía al salir, con nubarrones intensos, casi oscuros y las ramas de los árboles querían salir de sus raíces por el fuerte viento.



Las gotas de lluvia atacaban, lo que aprovechamos para platicar de todo un poco, ella soñaba con diplomarse para ayudar a su familia, sacarla de esa vieja casa con madera derrotada por el tiempo y con ratas que danzaban cuando el sol duerme.

Yo era nieto de un militar que hizo dinero durante la dictadura, egresado de un colegio católico, dominaba el inglés y el francés, pero Noelia no tuvo la oportunidad como la mía, no obstante, admiraba su valentía de superarse.

La inmadurez invadía mi cerebro, casi tuve todo, viajes, contactos, amigos, casa de playa, finca con ganado y otras riquezas, lo que me hacía en ocasiones arrogante.

Me hice novio de Noelia, confieso que en un principio fue un cuento de hadas, como hermanos siameses paseábamos, fuimos a Colombia, México, España e Italia.

Pero, cuando me gradué, me entró el demonio de la infidelidad, tenía mi propio dinero, laboraba en una firma prestigiosa de abogados, con un salario de seis mil dólares mensuales, más comisiones y otras mesadas.



Noelia sospechaba que le ponía los cuernos, le faltaba poco para sustentar y graduarse, siempre ocultaba mis andanzas hasta que me pescó con una oficial mayor de un juzgado civil y me dejó.

Su mundo se destruyó como un edificio de cien pisos en cinco segundos, no tuve remordimiento en ese momento, sin embargo, cuando me despidieron de la firma porque descuidé un caso con un cliente, me ocurrió igual que a mi antigua novia.

Me acusaron de prevaricato, perdí en el juicio y me quitaron mi licencia de abogado por tres años.

Tuve que trabajar en un almacén de lujo como gerente y allí fue donde me encontré de nuevo con Noelia, con su esposo e hijita de un año, lo que provocó que me encerrara en la oficina administrativa a llorar.

Fue un giro radical, ella poseía su propia firma de arquitectos, mientras yo trataba a ricos clientes criticones, groseros y malcriados, como lo fui en una ocasión.

Espero que termine mi sanción para ejercer de nuevo la abogacía, aunque jamás recuperaré a Noelia porque la vida me pasó una factura cara, producto de mi mente de cumpleaños.

Imágenes cortesía de Gerzon Piñata y Ekaterina Bolovtsova de Pexels, no relacionados con la historia.

 

 

 

 

 

Solo mujeres

En la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá, Pepe y Lito apostaron conquistar a Zaida, una despampanante chica de 19 años, rubia y estudiante de Publicidad.

La nena, una diva en todo su esplendor, era blanco de los ataques masculinos, promesas de matrimonio, construcción de castillos, viajes al exterior, propuestas indecentes y decentes.



Varones de las carreras de Radiodifusión, Periodismo, Relaciones Públicas y Publicidad, armaban sus estrategias para llevar a la chiricana al colchón de una casa de ocasión u hotel.

Sin embargo, todas las propuestas eran rechazadas, los masculinos se preguntaban lo que sucedía o si habían hecho algo mal porque desde limpios hasta chicos con buena posición económica   fueron rebotados por la dama.

Mientras que Pepe le regalaba chocolates, versos y tarjetas con pensamientos halagadores, Lito la intentaba seducir con invitaciones a las mejores playas de Panamá Oeste o las discotecas de calle Uruguay.

Pero nada, la mujer se mantenía fiel a su soledad y alguno que otro lanzó el dardo de que Zaida tuvo una decepción amorosa que le rompió no solo el corazón, sino el alma en mil pedazos.

No quería nada relaciones sentimentales, absolutamente nada, aunque le ofrecieran alguna isla en el Mediterráneo, en Guna Yala o alguna parte del hermoso Caribe.

La delgada joven, con piel de marfil y ojos avellana, no tenía novio conocido, aunque aspirantes a montón y media facultad sabía de la apuesta de los estudiantes de Relaciones Públicas.

Pasados dos meses durante un evento de la facultad en una discoteca, Zaida se apareció con una negra voluptuosa, cabello ensortijado, de mediana estatura y ladrona de miradas, llamada Rosa.



Se las presentó a sus compañeros del I año de Publicidad, la pasaron bien durante las primeras dos horas, bebieron, fumaron y bailaron.

Luego colocaron la canción Miss You, del dúo británico Everything but the Girl y la pista se llenó, posteriormente hicieron un círculo entre las parejas para bailar hasta que Zaida y Rosa se encontraron frente a frente.

Un intenso beso reveló el amor oculto entre amigas de infancia del Colegio Javier, escondido para evitar misiles teledirigidos de una sociedad que todo lo critica.

A Pepe se le cayó el trago en la pista y Lito casi se traga un pedazo de hielo, pero aceptaron su derrota porque la preferencia de Zaida era solo mujeres.

Imágenes de cortesía de Dreamstime no relacionadas con la historia.

 


Les volaron la cabeza

El hueco que hizo la retroexcavadora causó sorpresa a los trabajadores, debajo de la tierra un piso de concreto que al romperse dejó al descubierto los tentáculos del ser humano en su máxima expresión.

Osamentas que pertenecían a tres personas, cada una tenía un hueco en el cráneo, lo que infería que recibieron un balazo, cerca de uno de los restos había pulseras femeninas, lo también deducía que posiblemente había una mujer entre los ultimados.

Un terreno en Las Cumbres, Panamá, en plena vía Transístmica, fue comprado por el empresario chino-panameño José Lao, a un colombiano para construir un centro comercial moderno.



Se avisó a la policía, llegaron los peritos forenses y encontraron que el plan de ejecución extrajudicial fue casi perfecto con el fin de esconder el hecho punible.

Los expertos encontraron tres balas, restos o polvo de bolitas de alcanfor, una sustancia semisólida extraída de un árbol y que fue dispersada para evitar que se filtrara el olor de la descomposición de los cuerpos de las víctimas.

También hallaron cal u óxido de calcio para agilizar el periodo de putrefacción de los asesinados y encubrir el delito, no había ropa en el lugar, por lo que se presume que fueron desnudados antes de dispararles.

En poco tiempo las piezas del rompecabezas encajaban, el terreno lo vendió el colombiano John García al comerciante, siendo el primero detenido, por órdenes de la Fiscalía de Homicidios.

John no habló, se buscó el informe de desaparecidos, aunque corría el año 2004, había tres ciudadanos colombianos que viajaron a Panamá en el año 2000 y no se comunicaron con sus familiares en su nación.

Reina Rojas, de 24 años, su novio Augusto Ortegón, de 40 años, y Adolfo Duque, de 19 años, estaban reportados como desaparecidos, sus parientes viajaron al istmo para someterse a  pruebas de ADN y resultaron positivas.



Augusto era un narcotraficante de Pereira, Reina una de sus damiselas de compañía y Adolfo un aprendiz de traqueto que no vivió lo suficiente para hacer carrera en la mafia.

Tras presiones, John rompió el código de los narcotraficantes para confesar que prestó su propiedad a un paisano llamado Jairo Santiago, por 5 mil dólares, pero dijo no saber nada de los asesinatos.

Un hurto de 40 kilos de cocaína provocó la ira de Jairo y ordenó liquidar a los responsables, aunque tres años después el traqueto fue ultimado durante una guerra entre narcos en Risaralda.

El juez no le creyó a John, lo sentenciaron a purgar 30 años de prisión por los violentos asesinatos.

Lo que mal empieza mal termina porque entre narcos no hay clemencia ni perdón.

Imágenes cortesía de la Policía Nacional no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El teatro

Los compañeros de las clases de teatro en La Chorrera, Panamá, pensaban que un día Silvio y Silvia se arrojarían los guiones porque las rabietas entre los dos eran constantes.

Faltaba poco tiempo para terminar el taller de seis meses de clases sabatinas, sin embargo, las discusiones, miradas de odio, indirectas y directas, no se detenían entre los aspirantes a actores.

Alberto, el profesor de artes dramáticas, los reprendía a cada rato, aunque fuera del escenario rompía a reír ante las pataletas de Silvio y Silvia.

Silvio, soltero de 27 años, sin hijos, ingeniero en sistema de profesión, amaba el arte y solo quería satisfacción personal, mientras que Silvia, abogada, de 25 años, divorciada, con una niña de dos años, llena de complejos, baja autoestima y cierto grado de paranoia.



Cuando reñían sus camaradas no intervenían, solamente observaban la forma como intercambiaban miradas directamente hacia sus pupilas, así que el dueño del teatro tuvo que intervenir con amenazas de expulsión de los dos si continuaban.

Ella era excelente al bailar, sus movimientos corporales dejaban boquiabierto a los alumnos, sus manos nevadas eran aves, su sonrisa tan cautivadora y  sus ojos semejantes a un mar sereno.

Silvio, de raza negra, cautivaba con sus cambios vocales, ayudaba a sus compañeros a ejercitarse para respirar con el diafragma e impostar la voz.

Las peleas terminaron, sin embargo, Alberto escribió una nueva obra para la graduación titulada, Sombras de tristeza, en la que una chica es abandonada por su novio y la sociedad la cuestiona.

Silvia fue la protagonista y Silvio quien rescata a la damisela de las garras de la melancolía, lo que sorprendió al resto de los actores porque sabían que ambos se detestaban.

Juntar el agua y el aceite fue la solución perfecta porque trabajo es tal, las peleas no llevan nada bueno, los ensayos se hicieron, los principales solo se hablaban para el entrenamiento hasta que la obra fue puesta en función.



Repleto de familiares, amigos y desconocidos para los nuevos actores, la obra se puso en escena y fue todo un éxito.

Terminó todo, hubo, aplausos, palabras de los protagonistas secundarios y estelares, lágrimas, abrazos y momentos de compañerismo.

Silvio y Silvia se retiraron, nadie sabía dónde estaba hasta que el Alberto los vio escondidos, tomados de la mano, se miraban como adolescentes y posteriormente se besaron intensamente.

Zorro viejo sabe mucho, Alberto muy astuto, sabía que ese odio era amor disfrazado y cuando la pareja se dio cuenta que fueron pillados solo sonrieron.

La línea entre el odio y el amor y viceversa es delgada en extremo.

Fotografías cortesía de Cottobro Studio en Pexels. 

 

 

 

 

 

 

 

Buena y mala leche

 La buena suerte llegó donde  Alejandro Berrocal, un soldador panameño residente en Los Alamitos, California, quien emigró, no por trabajo, sino por amor a su novia de adolescencia, Gloria, a Estados Unidos.

Ambos arribaron a Los Ángeles, en el 2004, ella con el programa de intercambio de estudiantes y él para seguir a la mujer que le robó la calma desde el jardín de infancia en Los Santos, Panamá.

La familia que recibió a Gloria aceptó las visitas de Alex cuando terminaba su jornada laboral, a dos horas de distancia de la construcción donde trabaja, sin embargo, cuando el amor toca a la puerta todo es posible.

Un día Alex fue a Buena Park, compró un billete del Power Ball, no gustaba de los juegos de azar, pero Mario, un capataz mexicano, le instó a que adquiera la boleta porque la suerte es loca y a cualquiera le toca.



Para su suerte, el istmeño aceptó y acertó los números, un acontecimiento que cambiaría su vida inexorablemente.

El monto era de dos billones de dólares, pero libre de polvo y paja o los grandes impuestos que cobra Estados Unidos, el caballero recibió un cheque de 997 millones de dólares, lo que representaba una fortuna en cualquier lugar del mundo.

Se fue a celebrar con unos amigos a Las Vegas, su novia no asistió y en esa farra de fin de semana se gastó 400 mil dólares, en casinos, chicas hermosas, champaña y alimentos.

A los dos días cuando salió del banco, adquirió una vivienda con piscina, cinco cuartos, seis baños, vista al centro de la ciudad, de madera, con vidrios polarizados, un ascensor, tres plantas, sauna y un bar por la friolera suma de 25 millones de dólares.

El asunto no le gustó a Gloria, quien las primeras semanas disfrutó de la ganancia, aunque poco a poco Alex la fue apartando de su círculo, el hombre gastaba en lujosas tiendas, se iba a Bel Air a darse una vida de millonario y lo era porque poseía millones.

Un Porsche de 250 mil dólares, dos Mercedes Benz, cenas lujosas y viajes por todo el territorio estadounidense con gastos pagos a sus amigas y chicas lindas.

Se juntó con Bryan y James, dos anglosajones que se lo llevaron a Atlantic City, con Beth, una pelirroja bella, ojos azules, y Brenda, una de raza negra, con quien hacían tríos y toda clase de poncheras.



Al año el caballero llevaba gastados 300 millones de dólares en fiestas, mujeres, drogas, viajes, ropa costosa y otros lujos.

Gloria lo abandonó y regresó al istmo al terminar su intercambio, triste, dolida y con el alma partida en mil pedazos.

Cuando las finanzas de Alex tambalearon, sus amigos saltaron del barco, lo exprimieron y lo dejaron solo con varios millones de dólares por pagar.

Vendió la casa, sus vehículos y al final quedó viviendo en Pico Rivera, un barrio de obreros en el sur este de Los Ángeles.

Sin las estadounidenses que tanto lo lidiaron, terminó limpiando un almacén en el centro de LA.

El billete fue su buena y mala leche porque quedó limpio y solo.

Fotografía de Power Ball cortesía de Dreamstime.