El mulato y la blanca

La vida de Toribio no andaba nada bien, lo despidieron de su trabajo, su novia lo dejó, se enfermó de dengue y para rematar, la dueña del apartamento que arrendaba le comunicó que la mensualidad sería elevada a 50 dólares más.

Sin plata, el caballero, de piel canela y cabello lacio, seguía con su rutina de buscar empleo, nada que lo llamaban hasta que una tarde estaba sentado en una banca del Parque Urracá de Panamá cuando un señor se cayó.

Toribio se levantó para auxiliarlo y llevarlo hasta su vehículo, el anciano se lo agradeció, le entregó una tarjeta de presentación para que lo llamara en caso de que necesitara algo.

A la semana de ese hecho, el caballero telefoneó al señor, identificado como Salomón Toledano, le preguntó si conocía alguien que lo ayudara a conseguir un empleo y la respuesta fue positiva.



Toribio se presentó al día siguiente a un restaurante lujoso en calle 50, lo contrataron como ayudante de cocina, aprendió rápido ricas recetas y para rebuscarse unos reales, cuando podía hacía comida para vender.

A las dos semanas de empezar a laborar, al  negocio llegó a trabajar Linda, la nieta chilena del dueño del restaurante, cocinera profesional y quien de inmediato quedó flechada con el mulato panameño.

La fémina, de ojos verdes, cabello castaño claro, delgada y sonrisa de ángel, impactó en el corazón del canalero, aunque no se atrevió a conquistarla ante el temor de que lo botaran.

Pasaron los meses de solo miradas entre ambos hasta que un día la mujer atacó con todas sus fuerzas, lo invitó a tomarse unos vinos en su apartamento en la vía Porras.



Platicaron, bebieron, comieron quesos y jamones hasta que se dieron el primer beso y terminaron entre las sábanas de sedas de la habitación principal de la lujosa propiedad.

Cuando Pedro, el abuelo, se enteró de la relación, lo primero que hizo fue despedir a Toribio, sin embargo, Linda es de armas a tomar y protestó de forma radical.

Dimitió como chef del negocio y aunque su abuelito no aceptó, la mujer condicionó su retorno a la recontratación de Toribio y su pariente se negó.

Ser joven, y no ser revolucionario o rebelde, es una contradicción casi biológica, así que con un dinero guardado más un préstamo, Linda y Toribio abrieron un restaurante a pocos pasos que el Pedro para llevarle la contraria.

Los novios se casaron por lo civil y la iglesia, pero nadie de la familia de ella asistió, posteriormente a los dos años la pareja tuvo una niña de piel canela y ojos verdes.

Pedro fue a verla al hospital, lloró, se disculpó con ella y Toribio, quiso conocer a su bisnieta porque su hijo del mismo nombre y padre de Lucía había muerto en Chile hacía diez años.

Como la pareja no guardaba rencor, perdonaron al bisabuelo  y todos los domingos visitaba a su nueva pariente. Estaba culeco con la bebita. 

Imagen cortesía de Pexels Cats y Dreamstime no relacionadas con el relato.

 

 

 

 

 

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