Mi noviazgo con Noelia, fue de dos años, intenso, salvaje, estupendo y porque para aquella época estudiaba leyes, mientras que ella luchaba por seguir su preparación en arquitectura en la Universidad de Panamá.
Era un inmaduro de 23 años, terminando el último año, tocaba saxofón en una
banda de jazz, vivía en Chanis, Panamá y Noelia residía en Parque Lefevre, en
una humilde vivienda de madera.
Nos conocimos en la biblioteca Simón Bolívar en momentos que hacíamos una
tarea, uno de esos sábados de invierno, llovía a cántaros ese mediodía al salir,
con nubarrones intensos, casi oscuros y las ramas de los árboles querían salir
de sus raíces por el fuerte viento.
Las gotas de lluvia atacaban, lo que aprovechamos para platicar de todo un
poco, ella soñaba con diplomarse para ayudar a su familia, sacarla de esa vieja
casa con madera derrotada por el tiempo y con ratas que danzaban cuando el sol
duerme.
Yo era nieto de un militar que hizo dinero durante la dictadura, egresado
de un colegio católico, dominaba el inglés y el francés, pero Noelia no tuvo la
oportunidad como la mía, no obstante, admiraba su valentía de superarse.
La inmadurez invadía mi cerebro, casi tuve todo, viajes, contactos, amigos,
casa de playa, finca con ganado y otras riquezas, lo que me hacía en ocasiones
arrogante.
Me hice novio de Noelia, confieso que en un principio fue un cuento de
hadas, como hermanos siameses paseábamos, fuimos a Colombia, México, España e
Italia.
Pero, cuando me gradué, me entró el demonio de la infidelidad, tenía mi
propio dinero, laboraba en una firma prestigiosa de abogados, con un salario de
seis mil dólares mensuales, más comisiones y otras mesadas.
Noelia sospechaba que le ponía los cuernos, le faltaba poco para sustentar
y graduarse, siempre ocultaba mis andanzas hasta que me pescó con una oficial
mayor de un juzgado civil y me dejó.
Su mundo se destruyó como un edificio de cien pisos en cinco segundos, no
tuve remordimiento en ese momento, sin embargo, cuando me despidieron de la
firma porque descuidé un caso con un cliente, me ocurrió igual que a mi antigua
novia.
Me acusaron de prevaricato, perdí en el juicio y me quitaron mi licencia de
abogado por tres años.
Tuve que trabajar en un almacén de lujo como gerente y allí fue donde me encontré
de nuevo con Noelia, con su esposo e hijita de un año, lo que provocó que me
encerrara en la oficina administrativa a llorar.
Fue un giro radical, ella poseía su propia firma de arquitectos, mientras yo
trataba a ricos clientes criticones, groseros y malcriados, como lo fui en una
ocasión.
Espero que termine mi sanción para ejercer de nuevo la abogacía,
aunque jamás recuperaré a Noelia porque la vida me pasó una factura cara, producto de mi mente de cumpleaños.
Imágenes cortesía de Gerzon Piñata y Ekaterina Bolovtsova de Pexels, no
relacionados con la historia.
Así pasa, se dan cuenta el tesoro que perdieron cuando ya es tarde 💔
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