Les volaron la cabeza

El hueco que hizo la retroexcavadora causó sorpresa a los trabajadores, debajo de la tierra un piso de concreto que al romperse dejó al descubierto los tentáculos del ser humano en su máxima expresión.

Osamentas que pertenecían a tres personas, cada una tenía un hueco en el cráneo, lo que infería que recibieron un balazo, cerca de uno de los restos había pulseras femeninas, lo también deducía que posiblemente había una mujer entre los ultimados.

Un terreno en Las Cumbres, Panamá, en plena vía Transístmica, fue comprado por el empresario chino-panameño José Lao, a un colombiano para construir un centro comercial moderno.



Se avisó a la policía, llegaron los peritos forenses y encontraron que el plan de ejecución extrajudicial fue casi perfecto con el fin de esconder el hecho punible.

Los expertos encontraron tres balas, restos o polvo de bolitas de alcanfor, una sustancia semisólida extraída de un árbol y que fue dispersada para evitar que se filtrara el olor de la descomposición de los cuerpos de las víctimas.

También hallaron cal u óxido de calcio para agilizar el periodo de putrefacción de los asesinados y encubrir el delito, no había ropa en el lugar, por lo que se presume que fueron desnudados antes de dispararles.

En poco tiempo las piezas del rompecabezas encajaban, el terreno lo vendió el colombiano John García al comerciante, siendo el primero detenido, por órdenes de la Fiscalía de Homicidios.

John no habló, se buscó el informe de desaparecidos, aunque corría el año 2004, había tres ciudadanos colombianos que viajaron a Panamá en el año 2000 y no se comunicaron con sus familiares en su nación.

Reina Rojas, de 24 años, su novio Augusto Ortegón, de 40 años, y Adolfo Duque, de 19 años, estaban reportados como desaparecidos, sus parientes viajaron al istmo para someterse a  pruebas de ADN y resultaron positivas.



Augusto era un narcotraficante de Pereira, Reina una de sus damiselas de compañía y Adolfo un aprendiz de traqueto que no vivió lo suficiente para hacer carrera en la mafia.

Tras presiones, John rompió el código de los narcotraficantes para confesar que prestó su propiedad a un paisano llamado Jairo Santiago, por 5 mil dólares, pero dijo no saber nada de los asesinatos.

Un hurto de 40 kilos de cocaína provocó la ira de Jairo y ordenó liquidar a los responsables, aunque tres años después el traqueto fue ultimado durante una guerra entre narcos en Risaralda.

El juez no le creyó a John, lo sentenciaron a purgar 30 años de prisión por los violentos asesinatos.

Lo que mal empieza mal termina porque entre narcos no hay clemencia ni perdón.

Imágenes cortesía de la Policía Nacional no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

  1. Cierto, entre narcos no hay perdón. El que piensa jugar viví, tarde o temprano recibe su castigo.

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