Elisa, la culisa

Los invitados a la boda centraron su atención en mi cuñada Elisa, luego de la ceremonia religiosa entre su hermana Alsacia y yo.

Mi nueva pariente política era alocada, tanto en su forma de vestir como ser.

Llevó un traje negro pegado a su voluptuosa figura, daba la apariencia de que las telas no soportarían un trasero semejante a Brasil, mientras que en su parte frontal sus misiles eran tierra-aire e intercontinentales.



Bailaba muy sensual la canción Sweet Dreams de Eurythmics, sus pechos danzaban, penetraban en las pupilas de los masculinos, la mayoría con anillo en su dedo anular derecho y las damas disgustadas por lo acontecido.

Antes de casarme con Alsacia, fuimos novios dos años, solo conocía a Elisa por fotografías porque vivía en Puerto Armuelles, Panamá y  estuvo matrimoniada con un hombre 15 años mayor que ella.

Sin embargo, su exmarido no galopaba el mismo ritmo de mi cuñada y la pareja terminó en un divorcio que le dejó muchas ventajas, algo de dinero y una propiedad en el antiguo puerto bananero.

La fiesta se acabó, cada uno tomó por su lado, me fui a Las Islas Malvinas con mi mujer de luna de miel y a los ocho días regresamos e hicimos la vida normal como toda pareja.



Un día me encontré a Elisa en un centro comercial, andaba sola de compras, decidió tomarse un café con galletas y la vi, sonreí, la saludé y me invitó, aunque en un principio me negué, soy un caballero y al final cedí hablar con mi cuñada.

Ella es hermosa, su piel canela brillaba, era imposible no mirar su deseada figura, su sonrisa coqueta y quedé embrujado con esos ojos pardos.

Todos los intentos que hice por evitarla fracasaron porque Alsacia se fue por una semana a Costa Rica por razones laborales, mientras que mi cuñada y yo aprovechamos para arrastrarnos entre las sábanas.

Hicimos el amor los siete días de ausencia de mi esposa, mi cuñada era un motor fuera de borda cuando se movía, colocaba sus Apalaches en mi rostro y gritaba vulgaridades que me excitaban.

Soy un hombre ultraconservador, no obstante, al final del camino terminé enamorado de la hermana de mi media naranja y no sabía cómo decirle a mi mujer porque no buscaba hacer daño.

Un año después de mi primer encuentro clandestino con Elisa, le conté todo a mi esposa, mi conciencia me remordía y no era justo mi comportamiento.

Alsacia gritó, lloró, pataleó y me largó de la casa, pero no intenté pedir otra oportunidad porque no era mi intención.

Nos divorciamos, a los dos años me casé con Elisa, su familia me odia y espero algún día me perdonen.

En el corazón no se manda, actué mal, recapacité y creo que hice lo correcto en confesarme con mi exesposa.

Mi actual  mujer y yo nos mudamos a David, Chiriquí, donde abrimos un restaurante y en ocasiones recuerdo el día que la conocí porque ya sabía que tambaleaba ante Elisa, la culisa.

Fotografía de boda cortesía de Luana Freitas en Pexels y modelo de Dreamstime, no relacionadas con la historia.

 

 

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