Jaime García, de 21 años, era un vendedor ejecutivo de una empresa de automóviles en la Ciudad de Panamá, de mediana estatura, un rostro que asustaba, por lo que le apodaban “Cara de Crimen”, delgado, de mediana estatura, acholado y ojos pardos.
Sus compañeros de trabajo se preguntaban qué tenía el
caballero, ya que era un maestro en el arte de conquistar mujeres,
principalmente clientes o damas de la “alta sociedad” a quienes chuleaba.
Residía en el edificio 31, de Villa Lorena, con su
papá y su madrastra, con quien tenía roces porque la señora quería que su
hijastro la pasara por aduanas y este último se negaba.
En la compañía había una bola de corrillos de que “Cara
de Crimen” tenía amoríos con doña Alexandra de Papadakis, una catrina de 45
años, gerente de la concesionaria, casada con un griego, “milloneta”, dueño de
barcos, accionista en un banco y de una arenera.
El señor tenía 20 años más que su esposa y, como suele
ocurrir en la oligarquía y parejas clandestinas, Alexandra solo podía verse con
su mocito en hoteles de la Transístmica o de playa.
Un día “Cara de Crimen” se apareció con un Toyota Land
Cruiser, del año, con todas las extras y ante la mirada sorpresiva de sus
camaradas y de Lucía Miller, una darienita sexy, mitad indígena y mitad negra,
roba miradas por su gran trasero y pechos.
Con sus ojos profundamente negros, la dama miraba a “Cara
de Crimen” mientras acariciaba sus rizos negros.
Mientras Alexandra se fue con su marido a un viaje a
la isla de Creta (Grecia) a ver unos familiares, su novio gozaba en grande con
Lucía y el billetón que le dejó su amante antes de abordar el avión.
El mes que la “encopetada” estuvo fuera del istmo, “Cara
de Crimen” y Lucía se fueron a paradisíaca isla de Taboga, a la Calzada de
Amador, las discotecas de calle 50, cruzaron el Canal de Panamá y derrocharon
dinero ajeno.
La clave del éxito del varón era su labia, porque no
tenía atractivo y daba la impresión de que solamente le faltaba el machete para
cortar monte.
Al regresar, Alexandra de Papadikis, se enteró de las
andanzas de su novio, intentó calmarse, pero se sintió burlada y herida.
Llamó a su amante a la oficina donde se formó una
discusión. Los gritos se oían en todo el local o en otras palabras ardía Troya
en calle 50.
Cegada de celos, Lucía fue donde estaba la pareja.
En ese momento pintaban las oficinas, por lo que la
mujer tomó una lata de pintura blanca, llamó a la puerta, cuando la esposa del
griego le abrió, Lucía le arrojó un galón de pintura a la cabeza a su
jefa.
Los colaboradores sorprendidos observaron como el traje
de Dolce & Gabanna, azul, se chorreaba de blanco, el costoso peinado de la dama
y su rostro se tornó como una nieve derretida.
La señora “encopetada” no dijo nada, solo lloró y se
internó en su oficina. No quería un escándalo marital que terminara en divorcio
y sin su jugosa herencia.
Allí no acabó todo.
A la hora “Cara de Crimen” y Lucía pasaron por la
oficina de RRHH por su liquidación, pero a la novia del acholado nada le correspondió por el daño que pagó del vestido y cuyo precio era de 4 mil dólares.