´Cero tolerancia´

Ralph Wilson, era un diplomático estadounidense de 35 años, oriundo de Chula Vista, California, trabajaba para el Departamento de Estado, en la sección de Asuntos de Asia.

Sin embargo, no era de su agrado porque había estado en Alemania, México, Filipinas, Panamá, Egipto y su sueño era que lo trasladaran a la embajada norteamericana en Colombia.

Blanco, de ojos azules, de casi dos metros, delgado y cabello rubio, Ralph Wilson, era divorciado con una hija y como muchos diplomáticos solteros de Estados Unidos, rogaba para que lo trasladaran hacia Bogotá.

No era un secreto para quienes trabajaban en el Departamento de Estado o la cancillería de EUA que los funcionarios solteros pedían a gritos que los mandaran allí.

El cambio de dólares a pesos colombianos le triplicaba el salario, que oscilaba en unos seis mil dólares mensuales Y  que a principio del siglo XXI se traducía en nada más y nada menos que doce millones de pesos.



Aparte de eso, las colombianas eran otra arista por la cual pedían ser enviados allí y aunque fueran cíclopes, cualquier diplomático estadounidense enganchaba alguna “sardina” o “cuchita”, dependiendo de su gusto.

Algunas nativas del país sudamericano lo veían como un pasaporte para salir de su país que contaba con numerosas riquezas naturales, pero la pobreza era como el Everest.

Lo cierto que el Departamento de Estado aplicaba una política de “cero tolerancia” a sus funcionarios por las cagadas cometidas, principalmente porque en uno de los locales de Bogota Beer Company, de la 85, un grupo de ellos, ebrios, protagonizó una pelea de proporciones mayores.

Con jugoso salario, un apartamento en Chicá y exoneraciones para vehículos importados, Ralph Wilson, se preparaba para su aventura.

Se enamoró del rico clima de la ciudad, su organizada estructura de calles y carreras, el Transmilenio, los edificios de ladrillos, la changua (desayuno a base de leche y huevo), sus mujeres, entre otras cosas.

A la semana de estar en Bogotá, se fue con unos diplomáticos estadounidenses a almorzar a la Pesquera Jaramillo de la Zona Rosa, específicamente de la 85, a disfrutar de una langosta canadiense de 150 mil pesos (unos 75 dólares).

El destino le tenía otra jugada, ya que conoció a Daniela Ortegón, una camarera oriunda de Cuba, uno de los barrios más pobres de Pereira (Risaralda).

Aunque la dama no hablaba inglés y Ralph conocía pocas palabras en castellano se empataron de inmediato.



Daniela Ortegón de estatura mediana, rubia, con cuerpo voluptuoso, ojos miel, cabello rizado y mirada de imán, se dio cuenta de que se ganó la lotería con el extranjero.

El hombre la recogió a las 10 de la noche a la salida y se perdieron a un lugar desconocido.

Fueron tres días de alcohol, sexo y drogas, el diplomático no se presentó a su puesto, ni llamó para reportarse enfermo y sus superiores empezaron a preocuparse.

Los diplomáticos de EE.UU. tenían prohibido viajar fuera de Bogotá en carretera porque podrían ser blanco de secuestros por la guerrilla izquierdista.

Cuatro días después, uno de los conductores de la embajada lo vio en La Candelaria caminando y tomado de la mano con su novia.

El empleado notificó y lo fueron a buscar al restaurante donde almorzaba con la dama.

Un carro con matrícula diplomática llegó, se bajaron tres norteamericanos, lo subieron, dejaron a la mujer sola y se marcharon.

Al día siguiente, Ralph Wilson, estaba en un aeropuerto de Catam en un avión con destino a Washington D.C., le quitaron todos los privilegios y perdió su puesto laboral.

Le aplicaron la política de “cero tolerancia”, se quedó sin novia colombiana y sin trabajo.

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