Mi suegro Pedro me la ponía dura para salir con Ada María, mi novia, porque consideraba que era demasiado listo para mantener un romance con su descendiente.
Ada María contaba con 19
años, estudiante de licenciatura en Farmacia de la Universidad de Panamá, mientras
que yo tenía 21 años y terminaba el bachillerato industrial en un colegio
estatal.
Sin embargo, Francisca,
mi suegra, era todo lo contrario a su marido porque me apoyaba en todos los
sentidos, me comprendía que luchaba por ganarme la vida e incluso nos arreglaba
citas para encuentros con su hija.
La discriminación en
nuestra sociedad es muy marcada porque si la mujer va un paso hacia adelante
que su pareja, entonces la critican hasta que se busque un varón que esté a su
lado o adelante, no atrás.
En ese sentido, a los
hombres le interesa el estatus de su novia o mujer porque cuando está con
una es porque la ama, le gusta o lo enloquece, no importa si es camarera o barre
en un almacén.
Yo laboraba en una ferretería
cono vendedor para demostrar que no soy un Ninis o un vago como dice mi suegro.
Mientras que un domingo,
Ada María me invitó a la isla de Taboga, le respondí que no contaba con dinero
y sacó cinco billetes de a 20 dólares para el paseo, aunque me negué, mi pareja
se arrebató hasta que me convenció.
Fue un fabuloso viaje en
el mar, vimos la Calzada de Amador, las islas Naos, Perico y Flamenco, el
puerto de Balboa, del Pacífico panameño, las inmensas aguas azules y nos
besamos debajo del puente de las Américas.
Llegamos a la isla,
recorrimos sus estrechas calles, conocimos la casa del escritor Rogelio Sinán,
vimos muchas flores, anduvimos por la playa hasta que llegamos a un paraje
solitario lleno de arbustos.
De inmediato, Ada María
me acarició con muchos besos, se quitó la pieza de abajo del vestido de baño,
me bajó la pantaloneta, sus pupilas hablaban que tenía toneladas de ganas.
Nos acostamos en la
arena, sin sábana, toalla o protección, y empezó el concierto entre el hombre y
la mujer.
Ella feliz, yo no cabía
en mi pellejo, gemía, me mordía los labios, pedía más y más hasta que mi géiser
interno explotó dentro de su cueva.
Nos vestimos, luego fuimos
a bañarnos en la playa, Ada María no
paraba de reír y mencionaba el secreto.
Si mi suegro se enteraba
de lo ocurrido, me cortaría los huevos con un machete.
Al mes de regresar de
Taboga recibí la noticia que mi novia estaba embarazada de ese viaje, a su papá
casi le da un infarto al enterarse, quiso echarla de su casa, pero mi suegra se
lo impidió.
Fue una locura, ahora
vivimos en un pequeño apartamento, ayudados por mi suegra porque necesitamos
privacidad.
Todo por una travesura en Taboga.
Fotografías cortesía de Samid Botello no relacionadas con la historia.