Por lagarto

A Ricardo Cohen solo le quedó medio millón de dólares de toda la fortuna que crearon sus antepasados, quienes emigraron desde Aruba a Panamá a principios del siglo XX.

Los Cohen son de origen sefardita, vieron en el istmo una oportunidad de hacer una nueva vida y con la ayuda de la colonia hebrea establecer un negocio de licorería.

Una inmensa fortuna logró acumular la familia, pero sus descendientes no tuvieron la misma visión, por lo que se dedicaron a despilfarrar todo el dinero en viajes, joyas, lujos, casinos, caballos y gallos, entre otros vicios.

A Ricardo solo le quedó ese monto cuando su papá falleció, así que decidió multiplicarlo para recuperar su prestigio, en dos bancos que pagaban el 8% de interés anual cuando lo normal era el 4%, pero no importaba porque la plata fácil es lo válido.



Uno de sus amigos, Farid, un árabe que importaba telas, le comentó que tuviese cuidado porque era demasiado el interés que ofrecían en comparación con el del  mercado y Ricardo respondió que su plata estaría asegurada en ambos bancos.

Siguió con su negocio de compra-venta de telas hasta que un día leyó que la Superintendencia de Bancos, intervino los bancos El Inversionista y Jamaica Bank, donde mantenía los plazos fijos.

La noticia casi le provoca un infarto, sus empleados tuvieron que llamar una ambulancia hebrea porque pensaron que su patrón se iría al más allá al recibir semejante información.

Malos manejos en los préstamos, créditos otorgados sin garantías, administración deficiente provocaron casi la quiebra, lo que evidenciaba que no solo el Estado es mal administrador, sino también los empresarios.

Se desató una tormenta económica de proporciones mayores, uno de los interventores admitió que de a milagro los depositantes podrían recibir 25 centavos por cada dólar.

El asunto pintaba mal para el comerciante, si le pagaban esa suma recibiría 125, 000 dólares, lo que se traducía en que perdería 375,000 dólares, un golpe duro al bolsillo.



Hubo protestas, un proceso judicial, piquetes, Ricardo se fue a las televisoras, periódicos, radioemisoras y revistas para denunciar el escándalo.

Recordó el consejo de su amigo Farid, antes que depositara la plata en ambos bancos, no obstante, ya era tarde.

Pasaron dos años y aún no recuperaba su dinero hasta que tanta preocupación le provocó un ataque al corazón que lo mató.

Ricardo se fue sin un centavo, a los dos años posteriores a su muerte sus dos hijas lograron recibir parte del monto prometido.

No siguió consejo y por lagarto perdió.

 

Imagen de Jonathan Borba y Luis Quintero de Pexels no relacionados con la historia.

 

 

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