El rey de Mastán

Los súbitos le escuchaban muy atentos ante el anuncio del rey Catán, soberano del reino de Mastán y su monarca por tercera ocasión consecutiva le anunciaba a su pueblo días prósperos.

—Emitiré un decreto para liberar a todos los prisioneros, los ladrones, condenados a muerte, no habrá más esclavitud en este reino—, resaltó y se escucharon los aplausos.

Miradas perdidas, otras con atención sorprendidas, por lo que nunca pensaron que sucedería en Mastán.

—Haré una reforma agraria para que los campesinos tengan sus propias tierras, no quiero que sean explotados por los latifundistas, quien se oponga irá directamente el morro porque mi pueblo necesita días mejores.



—Viva el rey—, gritó una señora.

—Aún no termino—, respondió Catán.

El soberano apreciaba una gigantesca pradera, adornada con un espumoso cielo azul, con brisa que se sentía deliciosa, casi como la miel en los labios de un pordiosero que no probó alimento en días.

Lo soldados vigilaban a su jefe, todos de gran estatura, lucían su costosa y brillosa armadura, solo se veían los ojos de los infantes porque los cascos impedían la visión del resto de la cabeza.

—Los médicos de mi corte recorrerán todos los rincones para atender a los enfermos, se les curará y llevará a un lugar para que no sufran en sus destrozadas chozas.

Volvieron los aplausos, un hombre vitoreaba al rey, mientras el resto lo seguía con gritos de alegría.



—No habrá pago de impuestos, realizaré mejoras a este castillo, las carreteras y se construirán más pozos con el fin de que haya acceso a todos los habitantes de Mastán—, indicó.

El público se sorprendía ante esto porque los desposeídos nunca tuvieron este beneficio y solo era para los miembros de la nobleza del reino de Mastán, así que fue un anuncio que impactó.

—Distribuiré la riqueza de los nobles entre ustedes como caballos, vacas, gallinas y construiré carretas para un futuro asegurado—, apuntó Catán, seguido nuevamente de aplausos de su inmenso reino.

Sin embargo, tres hombres vestidos de blanco, interrumpieron el discurso y se acercaron a Catán.

—Ya está bueno, es hora de irse a dormir Catán, pero antes te daremos tu Celexa que te recetó el psiquiatra. Vas por buen camino en tu tratamiento—, manifestó el enfermero del Sanatorio Mental Antonio Mastán.

Fotografía de Camargo Anthony y Deposit Photos no relacionadas con la historia.

 

El estrangulador de Calidonia y el juez

A Gordón López lo detuvieron en casa de su madre, un ejército de policías con un despliegue impresionante de seis patrullas, dos helicópteros, cámaras de video y armas de grueso calibre.

Un video lo captó en el momento que estrangulaba en una esquina a una bailarina exótica al salir de un bar nudista, ubicado en Calidonia, la ciudad de Panamá.

Identificado el criminal, le dieron seguimiento, los gritos de su madre reventaban cualquier odio, a Gordón le dieron una puñera porque el odio era inmenso y sobre él pesaban la sospecha de matar otras cuatro damas de forma similar.



Media docena de policías tuvieron que neutralizarlo, usaron la pistola de descarga eléctrica y bastante tolete porque imposible atrapar a un hombre fortachón de casi dos metros de altura.

Tras ser detenido, a punta de palo que le dejaron la cabeza rota, lo llevaron a Medicina Legal donde le suturaron varios puntos en el cráneo, el gobierno anunció su captura y venía la otra parte.

Los medios de comunicación se dieron banquete con diversas publicaciones, no obstante, los psiquiatras recomendaron no procesarlo judicialmente porque Gordón padecía de alteración psíquica.

No era responsable de sus pensamientos, sentimientos, estados de ánimo y su comportamiento, aunque para el juez que llevó el caso el criminal podía ser enjuiciarlo por los crímenes cometidos.



La razón principal del juez John Rodríguez es que aspiraba a ser magistrado del tribunal de apelaciones, una condena dura a un tipo como ese ganaría simpatía de los medios de comunicación e influiría en la decisión de la comisión que nombraba los cargos superiores del Órgano Judicial.

Rodríguez se convirtió en toda una celebridad, alabado por los medios por atreverse a hacer lo imposible, lo trataron casi como un dios o artista del séptimo arte.

Gordón fue condenado a 30 años de prisión por el asesinato de la bailarina, lo internaron en la gran Joya, donde los presos lo evitaban porque alguien con ese dictamen mental en menos de cinco segundos se transforma de ángel a demonio.

Al afectado mental, en la primera semana le fue bien, pero la segunda, asesinó a su compañero de celda, a otro preso en el gimnasio y uno en la cocina, ninguno recluso quiso intervenir porque solo querían salvar su vida.

Cuando se conoció la noticia, hubo escándalo, el jefe de Medicina Legal acusó al juez de buscar y rebuscar publicidad para un ascenso, sabía del dictamen y lo ignoró porque no quería ser linchado por los medios de comunicación.

Luego de la revuelta, Rodríguez dimitió para no seguir siendo atacado por los mismos medios que lo adularon en el pasado.

Su error judicial fue muy caro porque, aunque eran internos, los delitos en que incurrieron eran menores.

Fotografía de Ron Lach y Los Muertos Crew no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

Escape de la muerte

Sergio despertó, luego de toser, sintió un olor tóxico proveniente de la planta baja del almacén que custodiaba y totalmente cerrado en la noche, como solía ocurrir con los guardas de seguridad que los dejaban dentro de los negocios y las puertas con cerrojo afuera.

Al bajar vio el humo, era la alfombra y algunas prendas de vestir femeninas, las llamas también alcanzaban unos sombreros del negocio de ropa a bajo precio, posteriormente pensó qué hacer.



No había extintores porque en 1988 no era obligatorio que las empresas tuvieran uno como prevención ante los incendios, así que contaba con pocas o nulas acciones para salvar su vida.

Ingresó a la compañía Seguridad Total S.A. con un salario de ciento ochenta y ocho dólares mensuales, pero el patrón no le pagaba las horas extras, ni recargos dominicales e incluso le descontaba las cuotas obrero-patronales de la Caja del Seguro Social y no las reportaba.

Explotado como muchos la mayoría de los vigilantes privados, a sus 23 años, debía mantener a su hija, su mujer Lola,  quien vendía frituras en Tocumen, Panamá, residían en una humilde casa de 50 metros cuadrados.

Mientras tanto, la alfombra era como regar gasolina al fuego, fabricada con telas y neumáticos, las llamas avanzaban a la velocidad de la luz y el guarda miró que todas las ventanas estaban cerradas.



Subió al segundo piso, el humo invadió esa sección, no había ventilación, moriría de asfixia, quizás quemado, no reconocerían su cadáver y recordó a su bebita Lolita de nueve meses.

Miraba como las cajas de cartón de los juguetes, plástico y telas se consumían, así que Sergio se trasladó a la tercera planta, donde estaba el depósito con gran cantidad de cajas de cartón.

El fuego destrozaría todas esas cajas, se fijó en una esquina que había un mazo, se fue donde estaba, subió la escalera y empezó a golpear el techo.  El cielo raso se desprendía como nevada en Moscú.

Siguió, el humo le restaba visibilidad, tosía y tosía, casi desmaya hasta que el techo cedió por fuera, las tejas se quebraron, su rojizo color se mezcló con el blanco del cielo raso.

Por un diminuto hueco, por su delgadez, logró abandonar el infierno, aunque aún estaba en el techo, ya había gente que observaba, Sergio no quiso esperar a los bomberos, así que se lanzó al pavimento y se quebró las dos piernas.

Salvó su vida, sin embargo, creó el escándalo de los guardas de seguridad que los explotaban y encerraban en los almacenes sin protección alguna ante un eminente incendio.

Imagen de Milton Moreira y Pixabay de Pexels no relacionados con la historia.

Por amor a Beth

George Patton y Charlie Chaplin eran dos adolescentes de dieciséis años que se disputaban el amor de Elizabeth Arias Boyd, de quince abriles, a pesar de que eran primos, residían en la misma casa y toda su vida se criaron juntos.

Los tres eran de la etnia guna, así que los vecinos no se sorprendieron por los nombres con el que los registraron en el Tribunal Electoral porque para esa etnia eso no interesa y es que en su comunidad cuentan con sus identidades en su lengua materna.

Beth, como le llamaban en casa, tenía rasgos hermosos, de baja estatura, sonrisa angelical, pero de carácter fuerte, no le llamaba la atención sus paisanos, siempre decía que al llegar el momento de casarse lo haría con un latino.



Entretanto, dentro de la casa en Veracruz, Panamá Oeste, donde residían como quince familiares de George y Charlie, como suele suceder por tradición en la que son numerosos miembros, los regaños no paraban.

En ocasiones los primos jugaban videos o balompié, se iban a la playa a vender helados o rebuscarse algunos reales, todo con el fin de entregarle algún regalo a lo que ellos aspiraban que fuese su media naranja.

En Veracruz había una bola de corrillo de que Beth estaba enamorada de Arthur, un santeño blanco y ojos miel, de 16 años, cuyos padres eran propietarios de una fonda muy famosa por sus tamales de olla.

Nadie los vio juntos, así que por el momento todo era un bochinche, mientras que los Romeo atacaban a su presa constantemente, sin embargo, la adolescente los rechazaba y los esquivaba.



El rumor no detenía los conflictos entre los parientes hasta que George retó a Charlie a una pelea en el cuadro de balompié, un domingo cuando se desarrollaba una liga y su amada Beth, los vería.

Quien triunfara se quedaría con el amor de la chica y no discutieron más, no obstante, la palabra duelo llegó hasta los oídos de la adolescente quien intentó detener la disputa sin conseguirlo.

El día de la pelea, los chicos se colocaron como boxeadores, George tiró el primer golpe, fue esquivado por Charlie, quien lanzó un derechazo, pero falló, luego el primero le metió un mata puerco que impactó en el rostro del segundo, este lo devolvió y golpeó el mentón de George.

Los chicos se golpeaban, nadie intervino hasta que se dieron cuenta de que Beth veía todo, tomada de mano con Arthur, lo que detuvo el popular encuentro boxístico y sorprendió a ambos adolescentes de que por gusto se daban trompadas.

Beth disfrutaba de la actividad deportiva y se besaba con Arthur.

Para rematar, los padres de los boxeadores se presentaron con correa en mano para darle una limpia a los muchachos porque tanta chiquilla linda que había en Veracruz y ellos se daban puñete por una que solo le gustaban los latinos.

Fotografía de la Junta Comunal de Veracruz y Pexels no relacionadas con la historia.

 

Las cariñosas de Akatan

El reino estaba punto de irse a la guerra con sus enemigos de Turlek, ya que por siglos rivalizaron por riquezas, territorios e imponer su poder sobre el otro, sin embargo, Akatan se encontraba débil.

Su adversario era mucho más fuerte, así que el rey de Akatan, Julikth, llamó a los magos Tafer, Mafin y Halam con el fin de acabar con el adversario y cada uno respondió que traería una propuesta al día siguiente para que el monarca eligiera.

No obstante, los espías de Turlek, descubrieron el plan, atacaron a su rival, el castillo de Akatan era asediado por los arqueros, quienes disparaban nubes de flechas que neutralizaban a los defensores del lugar.



Julikth convocó a los tres magos, Tafer le entregó una poción mágica para colocar en los aceites de los arqueros defensores, así que cuando las flechas volaran cerca del enemigo envenenara a los guerreros de Turlek, pero no funcionó porque no había suficiente fórmula.

Desesperado Julikth, le preguntó a Mafin qué inventó para la victoria, el mago manifestó que un polvo que hacía invisibles a sus soldados, se lo tragaban, no serían vistos, no obstante, al probar la poción no cubría las armaduras de la infantería. Tampoco servía.

Enfurecido Julikth le gritó a los tres magos que no si no encontraban una solución al problema, él mismo les atravesaría su espada de casi cinco kilos de peso.



Halam le dijo que liberara a las doscientas prostitutas presas por la campaña moral del reino contra ellas, que apagara todas las llamas que alumbraban el reino y arrojara los barriles de vino al enemigo.

El monarca dudó en un momento, dio la orden, salieron las carretas con el vino, algunas prostitutas manejándolas, lo que confundió a los soldados enemigos y pensaron que era la antesala a la rendición.

Bebieron todo el vino, bailaron con las prostitutas, las besaban, manoseaban y gritaban de alegría hasta que los quinientos soldados y arqueros quedaron totalmente borrachos.

Esto fue aprovechado por los trescientos defensores de Akatan, que introdujeron sus espadas en los musculosos pechos de los soldados, sin darse cuenta de que eran asesinados por sus rivales.

Fue una noche fría con abundante nieve que se tiño de rojo por la sangre de los ebrios infantes muertos, pocas estrellas y ruda brisa  que levantó los cascos de los soldados caídos.

Agradecido, Julikth, nombró a Halam como ministro de guerra, Tafer y Mafin, siguieron con sus prácticas de magia, el rey rival Borlov casó a su hija con el hijo de Julikth e hicieron una alianza sólida que duró siglos.

Las guerras no siempre las ganan los soldados porque las mujeres también pesan en el campo militar.

Fotografía de Francesco Paggiaro y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Los noventa minutos de Mía Lucrecia

Mía Lucrecia se levantó ese lunes tres horas antes de su audición en la publicitaria donde competiría para hacer un comercial y con la posibilidad de abrirle una carrera de modelo.

La joven de 19, estudiaba la carrera de Producción de Cine y Televisión en la Universidad de Panamá, muy humilde, hija de un zapatero y una extrabajadora manual en un restaurante de la capital.

Mía Lucrecia pidió un vestido azul prestado, Aranda, su mejor amiga de clases le dio  su maquillaje, el dinero escaseaba y de a milagro en ocasiones se desayunaba panqueques en su morada de viejas maderas y hojas de calaminas mordidas por el tiempo.



En su habitación había una cama, una mesita armada con una caja de jugos y una tabla que lo transformaba en mesa, un banco de plástico, un bombillo, las paredes estaban sin repellar, una ventana ornamental y cortinas para evitar a los mirones.

La atractiva estudiante pintó sus labios con rosa mate, sombras parecida a su piel, se delineó con los ojos con color negro, se sacó las cejas para impresionar más y cepilló sus pardos cabellos.

Era necesario ese contrato, su madre era pensionada, un accidente en la escalera en el centro comercial donde estaba el restaurante fue el motivo de una lesión columnar que la dejó en silla de ruedas hasta que dejara de respirar.

La pensión era mínima, y a pesar de que ya casi no hay zapateros, los ingresos eran reducidos para una familia de cuatro hijos, además de la pareja.

Mía Lucrecia desayunó dos tortillas, café y un huevo cocinado en agua, al terminar, cepilló sus dientes, besó a sus padres, quienes no solo le desearon que fuese escogida, sino que oraban a cualquier dios de este mundo para que ganara la competencia.



El trayecto era corto, como media hora desde su residencia en autobús hasta donde se encontraba la empresa, así que la señorita caminó a la parada, saludó a sus vecinos esa mañana oscura de octubre, con truenos, mucha brisa y esperanza de un mejor futuro.

Abordó el servicio público de transporte, observaba a la gente con toneladas de sueño y bostezando, de todo un poco en la buseta. Mía Lucrecia se encontraba, en la cuarta fila y en la ventanilla derecha del Metro Bus.

Durante diez minutos todo, normal, el autobús hizo una parada en un comercio, había intercambio de turno de dos vigilantes, a uno se le cayó el arma de fuego, se disparó, la bala entró por el vidrio del automotor e impactó en la frente de Mía Lucrecia.

La joven murió al instante, la distancia era corta, el responsable fue un periodista y migrante venezolano, sin permiso para trabajar, recién llegado al país, a quien le urgía conseguir dinero para enviar a su familia, así que tomó la labor de guarda de seguridad sin preparación alguna.

Mía Lucrecia no llegó a la audición, pero la noticia revolvió una nación creada por migrantes y con un problema masivo sin resolver.

Fotos de Genaro Servín y Cottonbro Studio no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

Eterna esperanza

Sigfrido compró una combinación de lotto con la esperanza de salir de la pobreza a sus casi sesenta y tres años, tras laborar décadas, viudo desde los cuarenta y de criar solo a sus dos hijos varones más una mujer.

El antiguo plomero tampoco se moría de hambre mientras agachó el lomo, sin embargo, tomen en consideración que tres chiquillos representan tres pares de zapatos para el colegio, camisas, pantalones, faldas, ropa interior, los libros y útiles escolares.

Luego de retirarse, era obvio que la paga no era lo mismo porque en Panamá solo se jubila con el sesenta por ciento del salario, monto calculado en una extraña tabla de pago que incluye veinte años de cuotas obrero-patronales y otras complicadas fórmulas.



Sin embargo, los seiscientos veinte dólares al mes era una jugosa suma, comparado con lo que reciben la mayoría de los jubilados y pensionados en el istmo, no obstante, Sigfrido nunca perdió la esperanza.

Tan grande era su fe como las grandes extensiones de tierra donde empezó a laborar con su padre en las partes altas de Chiriquí hasta que la familia emigró a la ciudad de Panamá.

El jubilado tenía problemas de visión, encendió el televisor para escuchar el sorteo y solo logró alcanza cuatro pares, de los que acertó y brincó de un solo pie por su suerte.

Cincuenta dólares no caían mal para un retirado, quien por su edad recorría a cada momento los hospitales, clínicas y policlínicas de la Caja del Seguro Social porque en el sexto piso de la vida, los achaques llueven como en octubre.

Al día siguiente Sigfrido despertó como a las seis y media, una mañana radiante, con brisa emocionante que hacía palpitar su corazón de felicidad, sonreía mientras se afeitaba, se bañó y desayunó café, huevo cocinado en agua y café negro.



Se puso un pantalón diablo fuerte, una guayabera blanca,  zapatos negros, salió de su casa y abordó un taxi rumbo a la regional de Vista Alegre de la Lotería Nacional de Beneficencia.

La fila no era larga, a la media hora ingresó, le entregó el comprobante del número adquirido a la cajera, ella lo colocó en el código de barra, lo felicitó y le dijo al caballero que esperara un momento.

Sigfrido sorprendió al ver al director regional que le extendía la mano para felicitarlo, cuando el jubilado preguntó la razón, el funcionario público le respondió que había acertado los seis pares o se ganó el acumulado de 674,922.78 dólares.

Pasados unos minutos la sonrisa se transformó en rostro de terror, Sigfrido se colocó su mano derecha en el corazón, la impresión de la noticia le provocó un infarto, cayó y su cuerpo quedó en el suelo frente a todos.

Allí terminó la eterna esperanza.

Fotografía cortesía de la Lotería Nacional de Beneficencia de Panamá y archivo no relacionados con la historia.

 

 

 

 

'Yo tengo más carne que tú'

Cuando estaba en noveno grado en el Instituto Bolívar (donde hoy está el Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá) había una chica de séptimo caída de la mata conmigo, identificada como Esther, sin embargo, mi corazón pertenecía a una santeña llamada Lucrecia.

Esther vivía en el populoso barrio de San Felipe, visitaba con su madre a una vecina de la casa de mampostería, donde yo residía con mi familia, los cuartos eran pequeños, pero con privacidad de que no te husmearan cuando ibas al baño como las viviendas de inquilinato.

Adoraba a Lucrecia, me iba los fines de semana solo a verla desde lejos porque los padres la tenían tapada, así que solo entre momentos libres o fugas de las clases los tórtolos nos jurábamos amor.



Mientras que los días escolares escuchaba las pisadas fuertes de Esther cuando corría solo a verme, me reía de lo que ocurría, un chiquillo de quince años no cuenta con la suficiente madurez para saber lo que quiere.

Le dije en una ocasión a Esther que tenía novia, que estaba enamorado de mi pareja y no insistiera porque no era varón de dos mujeres, sino de una, aunque la recién entrada a la adolescencia no aceptaba.

No obstante, la rubia de ojos verdes insistía, tanto que se encontró una vez con Lucrecia y le preguntó si éramos novios, lo que sorprendió a mi media naranja porque todo el colegio lo sabía.

Me resistía a tratar mal a Esther hasta que una tarde perdí la dulzura que me caracteriza, le grité algunas cosas que la hirieron en el fondo, no solo de su corazón, sino de su alma y  que la dejaron con un diluvio en su faz.



Mi compañero Tello, hoy abogado, me manifestó que fui demasiado de duro y nunca debí actuar así porque era una dama, sin embargo, era tarde, la embarré y la escuálida señorita no me habló más.

Pasaron seis años, estaba en una concentración política, cuando mi pasiero Toto me dijo que una mujer me observaba, miré y estaba ella Esther, totalmente cambiada, con un cuerpazo de guitarra, su cabello ensortijado, vestida toda de blanco y una fabulosa sonrisa.

Obvio que me reconoció, la saludé de lejos, me lo devolvió y decidí atacar, fui donde estaba, me presentó unas amigas y charlamos un rato hasta que le pedí su número de teléfono.

—El número de teléfono es el futuro. Hay algo que no olvido nunca cuando me gritaste que yo tengo más carne que tú. Eso me dolió—, respondió.

Lo arruiné todo, esa frase quedó en su pensamiento, metí la pata, la cagué, aceptó mis disculpas, pero dijo que eso no se traduciría en una futura cita porque tenía novio.

Cosas de la vida, si uno supiese lo que pasará mañana cuando abre la boca, jamás habría mencionado la famosa frase yo tengo más carne que tú.

A Esther el mundo se la tragó porque jamás la volví a ver.

Imagen de Cottonbro Studio y del Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá no relacionados con la historia.

 

 

 

 

Joss, mi fabulosa editora

No recuerdo quién me recomendó a Joss Curwen, solo sé que fue un escritor me dio excelentes referencias y que era joven, aunque dudé en un momento por su edad al ver su fotografía en las redes sociales.

Mi primera conversación con ella fue agradable, me di cuenta de inmediato que era la persona que necesitaba porque antes trabajé solo con corrector y no es lo mismo un corrector-editor.

Los escritores plasmamos nuestras ideas, pensamientos, acciones, reacciones y otras aristas, no vemos nuestros errores, nos equivocamos con frecuencia, sin embargo, muchas veces creemos que la botamos con una epopeya que estará en la lista de las más vendidas.



Fui sorprendido con la labor de Joss, su juventud no guarda ninguna relación con su experiencia como correctora-editora, me escribía para que le explicara determinados párrafos o que algo no encajaba.

En ocasiones le decía, bórrelo, cierto que no es importante, me sugirió que terminara un capítulo en una parte y empezara otro, aceptaba muy feliz.

Precisamente es lo que requerimos los escritores, alguien que nos guíe en el camino del mundo del lector, el egocentrismo no lleva a ninguna parte, sino a la pared donde nos estrellaremos.

Ojalá que trabajara más con Joss, mi única queja es que tiene demasiados clientes, yo muchas obras y es imposible que lo haga solo para mí.

Por eso y muchas razones, les recomiendo a los escritores que laboren con Joss, sabe dónde empezar y terminar.

Fue fabuloso el contacto con ella, pero este no es el final, sino el principio de una relación escritor y editora.

 

La vida no es igual

Máximo Alcántara regresó, en febrero de 1976, desde Miami a Panamá, los militares le permitieron entrar por asuntos humanitarios porque su madre padecía un cáncer en el colon y le permitieron estar en su fase terminal.

El joven fue uno de los primeros universitarios en protestar contra el golpe de Estado que derrocó a Arnulfo Arias Madrid, la noche del 11 de octubre de 1968, se enlistó con los guerrilleros que combatieron en Cerro Azul, con nula posibilidad de triunfar.

Fue herido en la pierna derecha, llevado al hospital y posteriormente enviado en avión a Estados Unidos, como muchos ministros o funcionarios del gobierno de Arias que los militares no los querían en la nación.



Máximo se escribía con su novia Venus, compañera de clases de la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá, pero tras dos años perdió el contacto con la dama, así que decidió darle la sorpresa.

El joven era vigilado por la inteligencia del G-2 para evitar reuniones de insurrecciones contra la dictadura, convertida ahora en un gobierno populista de centro-izquierda y de comunistas trasnochados bajo un falso nacionalismo.

Se encontró con un país cambiado, había carreteras, estabilidad económica, más hospitales, centros de salud, carreteras, viviendas y una bonanza financiera que la antigua oligarquía gobernante nunca ofreció a sus ciudadanos.

El caballero fue a ver a su madre, intentó no llorar para que no se afectara, estuvo dos días en su casa, la llevó a varios lugares en silla de ruedas, no obstante, se encontró con realidades diferentes de las que vivía antes de irse al exilio.

Sus hermanos laboraban en distintos ministerios, rompieron su promesa de ser fiel a la democracia, su ego revolucionario cayó porque se dio cuenta de que el hambre derrota cualquier ideología.

La carencia de activo circulante priva de muchas cosas, sus parientes cayeron en la trampa de aceptar cargos públicos bajo el argumento de hacerlo por el país y por el manto del progreso.





Entristecido, Máximo fue a la antigua casa donde vivía Venus, se encontró al sorprendido antiguo suegro, quien le informo que su hija laboraba en el Instituto de Electricidad como jefa de Contabilidad.

Otro duro golpe a su alma insurrecta, decidió ir a darle la sorpresa, llegó hasta el lugar, eran casi las cuatro de la tarde cuando se encontró a Venus con un caballero y una parejita.

Su exnovia se casó, hizo su vida, imposible esperar a un hombre expatriado con la esperanza de formar una familia, dejó de escribirle e hizo un giro en sus planes con un teniente de la Guardia Nacional.

Ella no lo vio, Máximo fue a casa de su madre, lloró, estuvo con la autora de sus días durante los treinta días que los militares le autorizaron, una semana antes la señora falleció y el mismo día del sepelio, el joven retornó a Miami.

Poco podía hacer, los tiempos cambian y las personas también porque la vida no es igual hoy que ayer.

Fotografías de Panamá Vieja Escuela y el diario Crítica no relacionadas con el relato.

 

 

 

El aventurero alemán

 Oskar Fischer al bajarse del avión en Buenos Aires, iniciaba su aventura por toda América, compró una motocicleta, llevaba pesos argentinos, un montón de tarjetas de débito y crédito, una pequeña maleta, dio vueltas dos días por la capital del país sudamericano y se fue por carretera hacia Chile.

No le importaba ser el heredero de una familia pudiente en Kiel, a él no le pondrían traje de calle para laborar en el mercado financiero, nada de activos, pasivos, capitales, planillas y reuniones con ejecutivos donde solo se trataba del aburrido dinero.

Al germano, le llamaba la atención el peligro, los periplos en caminos difíciles por recorrer, selvas, mujeres de piel negra o canela, ya que en su país eran exóticas y correteadas.



No bebía, no fumaba, sin embargo, también le encantaban las damas contrarias a él, principalmente las nativas del continente americano o como le llaman algunas personas, las indias.

Paseó por Chile, Bolivia, Perú, Brasil, Ecuador y llegó hasta Colombia, donde el tapón del Darién le impedía recorrer por la falta del tramo de la Interamericana en Panamá.

Se fue hasta Turbo, de allí hasta Sapzurro en el Caribe colombiano, voló a Puerto Obaldía en Panamá y tomó un avión a la capital del país centroamericano con el propósito de seguir su aventura.

No obstante, el europeo en cada país que llegaba, hacía el amor con alguna dama, y precisamente las grababa en el clímax, no para publicarlas en redes sociales, sino como colección para alardear entre sus amigos al retornar a Alemania.

Sabía que el istmo pululaba por docenas mujeres exóticas hasta que llegó a un edificio en la Cinco de Mayo, muy famosos por ser un centro de prostitución, entró con un guía y recorrió hasta que vino una chica de Guna Yala.



Quedó impresionado con la dama de baja estatura, cabello lacio y negro, ojos pardos y cuerpo de guitarra, por lo que el germano subió con su cámara para grabar lo que siempre hacía y mientras hacía el amor su preservativo se rompió.

Todo normal, Oskar terminó y se marchó, siguió hasta México, aunque se negó a ingresar a Estados Unidos porque no le llamaban la atención las chicas anglosajonas.

Regresó a Alemania, tras presiones de su familia empezó a laborar en la empresa de la familia, se comprometió con Grettel Schmidt, pero durante los exámenes rutinarios se le detectó un mal.

El aventurero europeo era portador del VIH, su pasatiempo le costó caro, no sabía si era la panameña o cuál mujer porque con algunas tuvo sexo sin protección, lloró y casi se mata.

Grettel rompió el compromiso, y aunque Oskar vive una vida normal con medicamentos, sabe que es poco probable que forme familia porque toda mujer huye ante semejante virus.

Fotografía de Alexey Demidov y Thirdman no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

La rama de eucalipto

En el reino de Shamut inició la cacería de todo aquel que practicara la medicina botánica, conocía de astronomía, algo de ciencia, parteras y cualquiera que desafiara la orden del rey, asesorado por Metab, su consejero religioso.

Todo eso era considerado brujería, hechicería e iba contra los principios laicos del reino, sencillamente porque si alguien estaba enfermo debía ir a los médicos del rey y pagar un tributo.

La plebe no contaba con monedas de oro o plata para ello, solo poseían una vaca para leche, un par de gallinas y una oveja para sobrevivir, vender huevos o leche en el mercado de pueblo.



Además, estaban en la obligación de pagar medio fior por cada envase de leche y un fior entero por cada veinte huevos, lo que se traducía en que apenas alcanzaba para sobrevivir y los gravámenes se llevaban toda la ganancia.

Mientras tanto Shamut vivía en la opulencia, con grandes banquetes, joyas, abundante vino de manzana, de uvas y licores de granos, lo que revelaba la poca conciencia social del rey.

Las guerras también eran sostenidas con impuestos de los campesinos, quienes vivían en tierras arrendadas, lo que los empobrecía a granel.

Entretanto, una noche fría con muchas estrellas, con vientos turbios que hacían danzar las ramas de los árboles, asustaban a los lobos y espantaban a los búhos, unos guardias llegaron hasta la cabaña de Menshat.



Los soldados destruyeron casi todo, se llevaron unos manuscritos de dibujos de medicina natural como evidencia de hechicería, lo ataron y lo trasladaron hacia la prisión del castillo de Shamut.

No había juicio, eso no existía en esa época porque la ley era la palabra del rey, el decreto establecía la muerte en la horca y solo se le concedería un deseo a los sentenciados a la pena capital.

Menshat pasó una semana preso entre henos, ratas, sopa de rábano con pan mohoso, hacía sus necesidades en una esquina, el olor era terrible, pero el botánico no se rendía.

La víspera de su ejecución, se presentaron dos guardias, le preguntaron al prisionero cuál era su último deseo, Menshat pidió una rama de eucalipto, los hombres rieron, se la trajeron y se marcharon.

Menshat oró, cerró los ojos, una luz alumbró su cuerpo, con la rama dibujó una puerta, lanzó la rama al heno, ingresó por el dibujo y desapareció sin dejar rastro.

El incendio del pequeño madero provocó la entrada de varios soldados, abrieron la celda, vieron que el preso no estaba e inició la cacería humana por todo el castillo y las afueras, sin embargo, a Menshat nunca lo encontraron.

Diez años después, un residente de ese reino que regreso de Hamilten dijo haber visto a Menshat al lado del rey Kakan como su consejero en medicina botánica, no obstante, lo tildaron de loco.

Fotografía de Freepik y Pixabay de Pexels no relacionados con la historia.

 

 

Vestido y alborotado

Cristóbal se levantó más temprano de lo normal esa madrugada para arreglarse con el fin de ir a su trabajo en traje de calle, color azul, camisa blanca, bien almidonada, corbata turquesa y zapatos negros muy lustrados.

Hubo cambio de gobierno, fue nombrado en la administración anterior, pero se le subió el poder a la cabeza, era gritón, mandón, déspota, acosador de sus subalternas y cualquier dama que se pusiera enfrente en el Ministerio de Agricultura.

Un torrencial aguacero cayó esa madrugada, su pieza estaba en desorden, sábanas tiradas, calzoncillos y medias hasta en la ventana, las telarañas era cuadros de Leonardo da Vinci pegados a la pared y había un crucifijo de madera lleno de polvo.



Utilizó la máquina de afeitar desechable para cambiar su aspecto a un varón pulcro, se cepilló afanosamente sus dientes, usó hilo dental para eliminar cualquier residuo alimentario y se bañó en perfume Kenzo, comprado del fondo de los viáticos constantes a los viajes que ni asistía y sí cobraba.

La habitación era mediana, con una cama ortopédica para aliviar sus dolores lumbares, una mesita de noche con una lámpara polvorienta, cortinas con meses que no conocían la lavadora, una pila de libros que nunca leía y un ventilador chillón para neutralizar el calor nocturno.

Abanicaba la esperanza de salvar sus 2,500.00 dólares mensuales de salario más 1,500.00 de gastos de representación como asistente de Informática con las nuevas autoridades, aunque en la cadena de mando, ostentaba más poder que el mismo director anterior.

La situación se alteró con la transición, ya no gritaba, estaba pecho a tierra, hablaba bajito, saludaba a gente que nunca le dijo ni los buenos días o se convirtió en un ángel caído del cielo.



No había espacio para todo o nada, demasiadas deudas, un carro nuevo, tarjetas de crédito hasta el máximo sin poder usar porque llegó hasta el límite que el banco le concedió.

A las cinco de la madrugada Cristóbal se montó en su carro, se dirigió desde Las Cumbres hasta la capital panameña porque el nuevo ministro lo citó a su despacho para tomar un café y platicar sobre nuevos proyectos.

Iba feliz el masculino, durante un tiempo volvería a renacer su carácter déspota y perverso, así que solo era cuestión de semanas comportarse como un hombre solidario con sus compañeros del ministerio.

Se estacionó, saludó al miembro de la seguridad, quien se sorprendió porque en cinco años nunca le habló, tomó el ascensor, llegó a su departamento y se dirigió hacia el despacho superior para la cita.

Sin embargo, al presentarse la secretaria le informó que la directora de Recursos Humanos debía platicar con él, a lo que se dirigió allí y cuando estaba sentado en espera, una secretaria le entregó un sobre.

Era la carta de despido, ya las nuevas autoridades tenían todo el expediente de su malevo comportamiento, podía solicitar una reconsideración, pero nada cambiaría porque al final estaría botado.

Fotografía de MBA Product Photography y Ken Tomita de Pexels no relacionadas con la historia.