Oskar Fischer al bajarse del avión en Buenos Aires, iniciaba su aventura por toda América, compró una motocicleta, llevaba pesos argentinos, un montón de tarjetas de débito y crédito, una pequeña maleta, dio vueltas dos días por la capital del país sudamericano y se fue por carretera hacia Chile.
No le importaba ser el heredero de una familia pudiente en Kiel, a él no le
pondrían traje de calle para laborar en el mercado financiero, nada de activos,
pasivos, capitales, planillas y reuniones con ejecutivos donde solo se trataba
del aburrido dinero.
Al germano, le llamaba la atención el peligro, los periplos en caminos difíciles
por recorrer, selvas, mujeres de piel negra o canela, ya que en su país eran
exóticas y correteadas.
No bebía, no fumaba, sin embargo, también le encantaban las damas contrarias
a él, principalmente las nativas del continente americano o como le llaman algunas
personas, las indias.
Paseó por Chile, Bolivia, Perú, Brasil, Ecuador y llegó hasta Colombia,
donde el tapón del Darién le impedía recorrer por la falta del tramo de la Interamericana
en Panamá.
Se fue hasta Turbo, de allí hasta Sapzurro en el Caribe colombiano, voló a Puerto
Obaldía en Panamá y tomó un avión a la capital del país centroamericano con el propósito
de seguir su aventura.
No obstante, el europeo en cada país que llegaba, hacía el amor con alguna
dama, y precisamente las grababa en el clímax, no para publicarlas en redes sociales, sino como colección para alardear entre sus amigos al retornar a Alemania.
Sabía que el istmo pululaba por docenas mujeres exóticas hasta que llegó a
un edificio en la Cinco de Mayo, muy famosos por ser un centro de prostitución,
entró con un guía y recorrió hasta que vino una chica de Guna Yala.
Quedó impresionado con la dama de baja estatura, cabello lacio y negro,
ojos pardos y cuerpo de guitarra, por lo que el germano subió con su
cámara para grabar lo que siempre hacía y mientras hacía el amor su
preservativo se rompió.
Todo normal, Oskar terminó y se marchó, siguió hasta México, aunque se negó
a ingresar a Estados Unidos porque no le llamaban la atención las chicas
anglosajonas.
Regresó a Alemania, tras presiones de su familia empezó a laborar en la
empresa de la familia, se comprometió con Grettel Schmidt, pero durante los
exámenes rutinarios se le detectó un mal.
El aventurero europeo era portador del VIH, su pasatiempo le costó caro, no
sabía si era la panameña o cuál mujer porque con algunas tuvo sexo sin
protección, lloró y casi se mata.
Grettel rompió el compromiso, y aunque Oskar vive una vida normal con
medicamentos, sabe que es poco probable que forme familia porque toda mujer
huye ante semejante virus.
Fotografía de Alexey Demidov y Thirdman no relacionadas con la historia.